sábado, 22 de julio de 2017

TOCAR A LA REINA.



Creo que fue un embajador canadiense quien ayudó a la Reina Isabel II de Inglaterra, a bajar unas escaleras, para evitar que cayese rodando, porque apenas si se sostenía encima de unos tacones tan inapropiados para la estabilidad de su "ancianidad", digo su majestad.
Lo hizo con suma delicadeza, incluso yo diría que con afecto, apenas rozando su codo izquierdo, porque presumía que había riesgo real de una real caída.
Y para qué queríamos más. Que si el protocolo, que si a la reina no se le puede tocar... en fin, que el pobre embajador ha tenido que escuchar de todo. Lo que yo no he oído es que eso de la Monarquia es ya un anacronismo y su parafernalia mucho más. Que la reina es una mujer muy mayor, que da pena verla atalajada con tanto perifollo, y que desde luego no va a perder su "virginidad"  porque un vasallo le roce el codo. 
Aunque yo creo también, aunque nadie lo ha dicho, que la mujer debió agradecer el detalle del embajador y han sido los turiferarios de turno quienes se han rasgado las vestiduras, porque ya se sabe que hay, casi siempre, más papistas que el Papa.