viernes, 23 de septiembre de 2016

LOS CONDES ITALIANOS DE CHINCHÓN.


El 27 de octubre de 1669 , Doña Francisca de Castro y Enriquez de Rivera se convierte en la octava condesa de la casa.
Al año siguiente se casa doña Francisca con su primo don Francisco de Guzmán Cabrera Bodadilla, que muere sólo dos años después, el día 29 de julio de 1672. Se casa de nuevo en el año 1677 con don Enrique Benavides, marqués de Bayona, que ostentaba el cargo de General de las Galeras de España y era del Consejo de Su Majestad.
No tiene descendencia en ninguno de los dos matrimonios y a su muerte en enero de 1683, pasan los títulos, la Casa y el Mayorazgo de Chinchón a la linea de sucesión colateral italiana, que representaba don Julio Saveli Fernández de Cabrera y Bobadilla, príncipe de Albano y Venafo, que era Guarda del Cónclave en el Vaticano, y grande de España de primera clase, que nombró a don Lucas Pastor para gobernar sus posesiones en Chinchón.
Con motivo de la Guerra de Sucesión, el pueblo de Chinchón se alinea con Felipe V y en contra del Archiduque Carlos.  No obstante, hay que decir que el reconocimiento al rey por parte del pueblo de Chinchón no era compartido por su Conde italiano a quien, por un decreto de 30 de septiembre de 1707, le fueron secuestrados los Estados que poseía en España, por haber reconocido y prestado acatamiento al Archiduque Carlos, cuando sus tropas entraron en Nápoles.
Por este motivo la administración del Estado de Chinchón fue confiada, con goce de frutos, a don Carlos Manuel Homo-Dei Pacheco Lasso de la Vega, marqués de Almonacid de los Oteros, embajador de Felipe V y Caballerizo Mayor de la reina María Luisa de Saboya.
Mientras tanto, a la muerte sin descendencia del conde don Julio Saveli el día 5 de marzo de 1712, se promovió un largo pleito para determinar el derecho a la sucesión en el Mayorazgo y Estado de Chinchón, entre las siguientes personas:
Don Cayetano de Sforza, Duque de Cesarini y su hijo José Sforza, vecino de Roma.
Doña Sinforosa Manrique de Lara Cabrera Bobadilla, duquesa de Nájera, representada
por su marido don Gaspar Manuel Manrique de Lara Portocarrero y Moscoso.
Don José Fernández Pacheco Cabrera Bobadilla, marqués de Vezmar y Moya. Doña Gloria Cesarini, don José Francisco de Herrera y don Virgilio Colonna que fueron declarados en rebeldía.
En el año 1728 fue ganado el pleito por don Cayetano Sforza y con sus poderes y después con los de su hijo, administraron el Condado de Chinchón don Ambrosio María Adriani y don Juan Bautista Dusmet.
No queda constancia si los condes italianos visitaron en alguna ocasión sus posesiones en Chinchón. A la muerte de su padre hereda el título don José de Sforza y Cesarini, duque de Genzano, quien el 25 de octubre de 1738 vende el título y Estado de Chinchón, con Ciempozuelos, San Martín de la Vega, Seseña, Villaconejos, Valdelaguna, Villaviciosa de Odón, Moraleja la Mayor, Moraleja de Enmedio, Sacedón y Serranillos, al Infante don Felipe de Borbón y Farnesio, hijo del rey Felipe V.


Por tanto, durante los 55 años que transcurren entre 1683 a 1738, el Condado de Chinchón perteneció a la rama Italiana de la Familia Cabrera-Bobadilla.
Aunque hemos dicho que no hay constancia de que alguno de los titulares del Condado visitasen Chinchón, sí es posible que alguna familia italiana se pudiese asentar en nuestro pueblo, aunque tampoco queda constancia de ello, a excepción de la Familia del Nero, cuyos descendientes aún siguen residiendo en Chinchón.


El recordar la relación de familias italianas con nuestro pueblo, viene a cuento porque en el numero 8 de la calle Gabriel Galán se ha colocado una imagen en bronce de una advocación del niño Jesús del Nero, según consta en una lápida que dice textualmente:


EN EL SIGLO XVI LAS FAMILIAS FARNESIO, ESFORZA, CARAVATI, DEL NERO Y TANTOS OTROS, SE ESTABLECIERON EN CHINCHÓN, APORTANDO SU CULTURA Y TRADICIONES. ENTRE ELLAS LAS CASAS PALACIEGAS Y EL CULTO AL NIÑO JESUS DEL NERO.
                                
El autor de dicha lápida es Ángel Simón “Quicile” y está datada en este año de 2016.

Ignoro quien ha ordenado la colocación de esta imagen y lápida en la fachada de la casa, así como quien lo ha autorizado. Sin querer entrar en controversia, considero que puede haber algunas imprecisiones en lo que allí se indica.
Las casas “palaciegas” que existen en Chinchón, datan del siglo XVIII y sus titulares nos dejaron sus blasones, como las Familias Zurita, Álvarez Gato, Calva, León, Recas, López-Robredo, etc. etc.
Sin embargo, no queda ningún vestigio de las casas palaciegas de las familias que se reseñan en la lápida referida.

Otro tanto podemos decir del culto al “Niño Jesús del Nero”, que no hay ninguna constancia de que haya tenido presencia en nuestro pueblo.
Invito al propietario de la casa a presentar documentación fidedigna para poder verificar lo que se indica en la lápida. Asimismo quiero solicitar del Ayuntamiento que haga las verificaciones oportunas antes de autorizar la instalación en lugares públicos de leyendas y datos históricos sobre Chinchón, que no estén convenientemente contrastados, para evitar que se desvirtúe la historia de nuestro pueblo.


jueves, 22 de septiembre de 2016

OPERA EN LA PLAZA DE CHINCHON.


Una oportunidad única, el OTELO de VERDI en la Plaza de Chinchon.


El sábado 24 de septiembre a las 20 horas.
¡ NO TE LO PUEDES PERDER !

miércoles, 21 de septiembre de 2016

CHINCHÓN EN LA POSGUERRA.XVII (MEMORIA HISTÓRICA)

EPÍLOGO.


Son las Fiestas de San Roque del año 1945. Según dicen los periódicos, ha terminado la Segunda Guerra Mundial.
Una pareja de padres jóvenes pasea con su hijo por la plaza el día del Patrón San Roque. Es la hora de comenzar una nueva vida olvidando los tiempos de guerra vividos unos años antes.
Es hora de buscar la prosperidad y el desarrollo económico, social y cultural. Es la hora de todos los que vivimos en aquellos tiempos de posguerra, que conseguimos, entre todos, llegar a la modernidad, y que ahora, después de tanto tiempo, queremos recordar con nostalgia.

Esta memoria histórica no es, desde luego, un trabajo de investigación; aunque tampoco son unas memorias al uso. Se podría decir que es, más bien, una pequeña crónica de un tiempo y de unas personas que vivimos ese tiempo. Pero es un crónica que está basada en recuerdos que empiezan a desdibujarse y que ya son lejanos en el tiempo, aunque el espacio sigue tan cerca.
Al escribirlas he querido ser respetuoso con fechas y hechos que ocurrieron durante este tiempo para lo que he tenido que recurrir a distintos archivos y publicaciones, intentando ser fiel notario de lo que ocurrió.
Es posible que alguien me pueda decir que no fue exactamente así como ocurrió, y posiblemente pueda tener razón; pero así es como yo lo recuerdo, aunque en alguna ocasión me haya podido permitir alguna licencia literaria que, desde luego, no pienso que pueda variar demasiado el contexto de la historia.
No creo que nadie se pueda molestar por lo que aquí cuento, aunque sí es más probable que alguien pueda enfadarse por algún olvido, que me apresuro a decir que es involuntario, y además comprensible, si pensamos el tiempo que ha transcurrido desde los hechos que aquí narro.
Sólo me quedar presentar mis disculpas si el trabajo adolece de un cierto orden; pero es que ya se sabe que los recuerdos nos llegan a la memoria de forma un tanto desordenada y caprichosa. He preferido no atenerme a una secuencia temporal y dejar que fluyesen recordando los distintos aspectos de nuestra vida de entonces, porque hacerlo de otra forma, podrían haber resultado mucho más farragosos y difíciles de organizar.
Me he atrevido a presentar este trabajo al Concurso convocado por el Ayuntamiento de Chinchón, porque pienso que lo que aquí se cuenta puede completar de alguna forma los trabajos históricos que ya existen sobre este mismo tiempo.
Y espero que mi trabajo, si no para completar la información de lo ocurrido durante la posguerra en Chinchón, pueda servir como añoranza para los que vivieron estos años y un acercamiento más entrañable para los que los conocieron mucho después, incluso, para los que todavía no hayan oído hablar de ellos.

AGRADECIMIENTO


Un día, por el patio de lo que era la posada de la calle de Morata llegó un turista, de los de entonces, con una cámara de fotos. Nos pidió permiso para hacernos una fotografía junto al pozo, colocando unos serones delante. Esta es la instantánea, y esos éramos nosotros, tan jóvenes y con todas nuestras ilusiones aún intactas.


Para terminar, solo agradecer la colaboración de mis amigos; los de siempre, con los que llevo compartidos muchos días, muchas ilusiones y muchas añoranzas. Gracias a sus recuerdos y a sus vivencias, con las que he ido adornando las mías. Sin su aportación estas memorias históricas de la posguerra hubieran sido más cortas y, desde luego, menos sugerentes.
A todos nos une, además de la edad y los recuerdos, nuestro amor por nuestro pueblo y por sus gentes, porque entre todos hemos ido formando y formamos un poquito de Chinchón.

UNA ACLARACION:

Aunque se trataba de hacer unas memorias, para su redacción he tenido que acudir también a recabar datos del Archivo Histórico de Chinchón y otras publicaciones históricas de distintos autores, sobre la época que hemos tratado.


Y UNA JUSTIFICACIÓN:

Pasados los años, nuestra memoria, nuestros recuerdos, necesitan un apoyo de las imágenes, para recobrar su verdadera dimensión. Todos guardamos en aquellas latas de la conserva del membrillo, las viejas fotografías que heredamos de nuestros padres, por las que hemos podido conocer a nuestros abuelos y también las costumbres y la forma de vestir de entonces.

Sin este testimonio, nuestros recuerdos y nuestra memoria quedarían incompletos. Por eso, como complemento imprescindible de esta memoria, he considerado fundamental rescatar parte de las viejas fotografías familiares y “pedir prestadas” algunas que viajan por el nuevo espacio que es internet, que de alguna forma nos pertenece a todos.

Es posible que alguna de las fotografías que aparecen en este trabajo corresponda a los años anteriores o posteriores a la época que hemos tratado en este estudio, pero muestran situaciones, personas o costumbres que son comunes a la primera mitad del siglo XX en nuestro pueblo.

Durante estos tiempos de la Posguerra fueron numerosos los fotógrafos que llegaron hasta Chinchón y que nos dejaron una muestra de su arte, al tiempo que plasmaban una realidad. Un ejemplo es Ingeborg Morath, una fotógrafa austriaca, nacida en el año 1923.

En esta instantánea, el fotógrafo austriaco Nicolas Muller ha captado la esencia de lo que era la plaza de Chinchón en un día de toros; posiblemente, un Festival Taurino.

Pero también los periódicos de la época nos dejaron bellas imágenes del pueblo. Esta fotografía de Cortina ilustraba junto a otras varias un amplio reportaje con el sugerente título que muestra la propia fotografía, en la que hacía un amplio recorrido por las distintas actividades de Chinchón, haciendo énfasis en la agricultura.
Un joven, que no aparenta más de doce años, monta un burro, camino de las eras al mediodía, saliendo por la Puerta de la Villa de la plaza.
La plaza, desierta, como correspondería a la sagrada hora de la siesta, menos para este niño, que tiene que ayudar en las tareas de la trilla.

Dos estampas del festival. El puesto de golosinas frente a la Fuente Arriba y un espectador, poco aficionado a la Fiesta Nacional se toma un refresco en el Bar del Puro.

Y con estas fotografías, cierro el trabajo de investigación que he titulado "CHINCHÓN EN LA POSGUERRA" Memoria Histórica de la Posguerra en los confusos recuerdos de un niño de Chinchón, y que obtuvo el 3º Premio en el XII Concurso de Investigación y Memorias de Chinchón y su Comarca de 2016.
Espero que su lectura haya servido de entretenimiento para algunos y haya hecho rememorar viejos recuerdos a los que también vivieron estos años.


Y como firma, mi carnet de aspirante de la Acción católica.

¡¡THE END!!

lunes, 19 de septiembre de 2016

CHINCHÓN EN LA POSGUERRA.XVI (MEMORIA HISTÓRICA)

CAPÍTULO XV. LA PLAZA DE CHINCHÓN.


La plaza de Chinchón es y ha sido siempre el centro neurálgico del pueblo. Es nuestra imagen y también fue la imagen de una España que empezaba a mirar hacia el turismo.
En estas memorias históricas he querido rememorar una plaza más entrañable, más nuestra; sin los coches aparcados en el centro, solo con los niños jugando a la pídola o al “rescatao”, sin el bullicio que nos ha traído el turismo, cuando nos sentábamos en los escalones de los soportales para cambiar los tebeos del Guerrero del Antifaz o de Roberto Alcázar y Pedrín.

Y así, con nuestra plaza recién rehabilitada, me tengo que despedir de todos ustedes. No sé si se habrán dado cuenta de que durante este trabajo unas veces les tuteaba y otras les llamaba de usted. Y es que estoy escribiendo esta especie de memorias cuando ya soy mayor y me he acostumbrado a tutear a todo el mundo; en cambio, cuando ocurrió todo lo que les he contado, nosotros llamábamos de usted a todas las personas mayores.
Y para despedirme he querido bajar a la plaza de Chinchón, porque aquí gravita toda la vida social, económica y política del pueblo; y además es y ha sido nuestro emblema y nuestra seña de identidad.
Y he pensado que para despedirme, nada mejor que invitarles a dar una vuelta por aquella plaza donde de pequeños jugábamos a las canicas, y después paseamos con la chica que pretendíamos e, incluso, corrimos delante de un toro para saltar el tabloncillo.
Una fotografía de Ingeborg Morath. Los soportales a la caída de la tarde y el tendero a la puerta de su comercio de telas.

Y es que la plaza de Chinchón tiene la característica de su gran versatilidad. La plaza es ágora griega que congrega a los ciudadanos para hablar de la “res pública”, y sus soportales conocen mejor que nadie los rumores que corren por el pueblo. La plaza es el patio grande de todas las casas de Chinchón, donde los niños juegan y los mayores se relacionan. La plaza es corral de comedias, es coso taurino, salón de baile en las verbenas, estadio en competiciones deportivas, paseo para mocitas en edad de merecer; es zoco y rastrillo los sábados por la mañana, terraza gigante y comedor de restaurantes, paso obligado de procesiones, aparcamiento para coches (¿hasta cuándo?) y, siempre, punto de encuentro para chinchonenses y forasteros.
Siempre vigilada por la gran mole de la Iglesia, su vida se acompasa a las pesadas campanadas del reloj que, en la torre de ladrillos rojos, va marcando el ritmo de su historia. La farola marca el epicentro de la actividad y es el faro que ilumina el ir y venir pausado de las gentes de Chinchón.
La Plaza y sus aledaños son, también, el centro comercial del pueblo. Los bares y restaurantes han ido colonizando la mayor parte de sus casas y junto con las tiendas de artesanía y de productos típicos ofrecen una amplia oferta para los que nos visitan, que ahora se completa con la nueva Oficina de Turismo instalada en lo que fue un lavadero público y con las dependencias del recién restaurado Ayuntamiento.
La “Fuente Arriba”, ahora disfrazada con galas de granito, ya no regala sus aguas al caminante sediento, ni al maletilla que, bebiéndola, decían, sería torero famoso.
Los soportales, refugio de lluvias invernales y de soles implacables, ofrecen sus pulidos escalones de piedra como asiento para animadas tertulias y descanso para los viejos que no se resisten a dejar de darse una vuelta por su plaza.

Baile de la jota en la Plaza de Chinchón.

Varias veces restaurada para conservar sus delicadas balconadas de madera y su piso agredido por el moderno tráfico, ha sido testigo de todos los cambios que se han ido produciendo en la vida social, política y económica de Chinchón.
Y seguro que por los cansados ojos de sus balcones se le asoma alguna que otra lágrima recordando los tiempos pasados en los que tan sólo oía a los niños que jugaban al “rescatao”, a los feriantes que ofrecían sus mercancías en los días de fiesta, a los gitanos que acompañaban con su trompeta las evoluciones de una cabra famélica y de un oso, cansado y viejo, que causaba admiración en niños y mayores, y que por la noche dormían en el “Campillo”.
Seguro que también recuerda con nostalgia los malabarismos de la pequeña “troupe” del circo ambulante que levantaba dos altos palos de los que pendía un solitario trapecio, a cuyo alrededor formaban un círculo los curiosos espectadores -niños en su mayoría- que apenas si les aportaban lo suficiente para malcomer ese día.
Recordará la Posada de Manolo Carrasco, que antes fue la del tío Tamayo, junto a la carnicería de Tino, y del tío “Pelos” al que ayudaba Barrena, y la Pastelería de Pedro de la Vara, en los portales, y las peluquerías del tío Vicente y de Paco el de “La Higiénica”, y la otra posada junto al barranco, y el bar de Juan “el Botero”, y el cuarto de los “mediores” y la panadería de las Lolas, y el cuarto donde vendía los periódicos la tía Paula, la de los papeles, -que antes fue pescadería- al principio de la calle Grande, un poco más arriba del Bar de Auspicio y enfrente, “Casa Toni”. Y el antiguo Café que durante tantos años regentó la Señora Carmen, y la tienda de los “franceses” con el reclamo de su enorme zapato colgado junto a la columna.
Y la tienda del tío Quico, el marido de la “Cañamona” y la pescadería de Juanito Carrasco, junto al Pilar, que después se trasladó junto a la Fuentearriba; y la tienda de Pakolín, primero junto al rincón del Barranco y luego en los soportales. Y la tienda de telas del Señor Antero, y la otra peluquería del tío Boni que también era sacamuelas y después puso unos futbolines. Y el taller del tío Félix el ojalatero, a quién no le faltaba trabajo, arreglando los pucheros y los demás utensilios de cocina con estaño, porque, como ya he dicho varias veces, entonces no se tiraba nada y todo se restauraba una y mil veces. Y el Bar la Villa, que años después puso un televisor y allí tomábamos nuestro corto con un pincho de berberechos mientras veíamos Escala en Hi-Fi…

Otra fotografía “profesional”. La original es en color, pero he considerado que nuestro recuerdo del “Pilar” entonces, debía ser en blanco y negro.

No se habrá olvidado de lo concurrido que estaba el lavadero del Pilar, donde muchas mujeres iban a lavar su ropa, aunque había quienes se iban hasta Valdezarza o Valquejigoso, porque decían que estaba el agua más limpia. A veces, en las fiestas, allí encerraban a los toros, cuando los corrales de los toriles eran insuficientes...
Y recuerda la gran reja redonda sobre la alcantarilla a los pies del pilón de la Fuente de Arriba, que era como el gran ojo por donde el tenebroso mundo del subsuelo de Chinchón se asomaba a la vida del pueblo exhalando su pestilente aliento.
Seguro que recuerda muchas cosas, aunque ahora se le ve preocupada por la afluencia de tanta gente desconocida que la invade con sus potentes y ruidosos coches y le hace añorar el cansino traqueteo de los carros cuando a la caída de la tarde volvían de la Vega...
Recordará, también, el olor penetrante de los churros que el Ataulfo preparaba junto a la Fuente Arriba y que su mujer iba ensartando en los juncos verdes, a seis pesetas la docena.
Pero recuerda, sobre todo, el sabroso olor de cocido que María Nieto, preparaba, todos los días, en un gran puchero de barro, para dar de comer a los muleteros, a los traperos, a los feriantes, a los mieleros de la Alcarria, a los salchicheros de Candelario, a los sacamuelas, y a todo el variopinto retablo de curiosos personajes que eran los clientes habituales de la posada.
Y seguro que ya casi ha olvidado como lucía la antigua Fuentearriba, que en nuestros tiempos de niños no tenía frontal, sino una reja de forja hasta que siendo alcalde Baldomero Martínez se volvió a reformar, quitando la barandilla y haciendo un nuevo frontal de piedra, parecido al primitivo, también con tres bolas de piedra, pero sin el frontón triangular. En el centro del frontal se colocó el emblema de la Falange, el yugo y las flechas de los Reyes Católicos siguiendo los dictados políticos de aquellos años.
Yo quiero ahora recordar cómo la Plaza, los domingos y los días de fiesta de aquellos años de la posguerra, presentaba un aspecto apacible aunque bullicioso.
Los niños jugaban a la “pídola”, a las “canicas”, a los “güitos”, a la “taba”, a la “chita” y al “rescatao”. Las niñas jugaban a los alfileres, al aparato, a la “comba” y a los cinturones. Los jóvenes paseaban intentando acercarse a las mozas, que siempre en grupo, se dirigían a los soportales para ver las carteleras de la película que esa tarde ponían en el Teatro Lope de Vega. En uno de esos domingos, un niño llamado Pepe, el del tío Venancio, iba a comprar una entrada de gallinero para ver su primera película.
La tía Nuncia, junto a la Columna del Café - también llamada de los franceses - preparaba su cesta de mimbre sobre una pequeña mesita de madera, y se sentaba en un pequeño asiento de anea, esperando que llegasen los niños con su perra gorda para comprar los dulces de malvavisco, las bolitas de anís y los chicles de "Bazoca" que cortaba con un cuchillo en trozos pequeños para poderlos vender más baratos.
Y la tía Mariana, a la puerta de su casa, también sacaba su cesta con chucherías y una mesita donde colocaba una pequeña ruleta de construcción artesanal, donde ponía en cada casilla una golosina, y lo anunciaba:
- “A realito, y siempre toca”…
Años después el tío Huete montó un puesto de chucherías en una especie de carromato de color verde, que colocaba en el centro de los soportales; eran los primeros indicios del desarrollo, de las multinacionales y de la globalización.

El Ataúlfo, junto a la Fuente Arriba, preparando sus churros, su mujer los ensartaba en juncos verdes, a seis pesetas la docena.

También en los soportales se montaba un pequeño mercadillo en el que se cambiaban los tebeos del "Guerrero del Antifaz", de "Roberto Alcázar y Pedrín" y de las "Hazañas bélicas", el "TBO" y "Pulgarcito"; después vendrían los del "Jabato" el "Capitán Trueno" con Crispín y Goliat. Y mucho después "Supermán". Los tebeos nuevos se compraban en el estanco que regentaban Juana y su hermana Enriqueta en la calle de los Huertos, donde las niñas también compraban los recortables con los vestidos para sus muñecas de papel. También se cambiaban los cromos de futbolistas que salían en el chocolate Dulcinea de Quintanar de la Orden. Cuando reunías toda la colección podías canjearlo por un balón de fútbol o una muñeca "gisela" para las niñas. Era la democratización de los juguetes. Hasta entonces sólo las niñas ricas podían tener una "Mariquita Pérez" y tener una pelota de goma era un signo de riqueza digno de la envidia generalizada de todos los chavales.
Y para terminar, sólo recordar que la plaza ha tenido los nombres de Plaza Mayor, Plaza de la Constitución (posiblemente con motivo de la aprobación de la Constitución de 1812 ó 1837), plaza de la República durante la Guerra Civil y definitivamente Plaza Mayor desde 1939, aunque para nosotros, aquellos niños de la posguerra de Chinchón, siempre será -solo- nuestra plaza.

Continuará....