sábado, 27 de agosto de 2016

CHINCHÓN EN LA POSGUERRA. V (MEMORIA HISTÓRICA)

CAPÍTULO IV. FIESTAS.


Entonces, cuando la vida cotidiana se reducía a trabajar y trabajar, cuando durante todo el año apenas si nos podíamos permitir algún capricho, eran las fiestas los únicos paréntesis festivos que podíamos disfrutar.
Las fiestas eran un oasis en nuestras vidas. Las fiestas era el tiempo de un descanso obligado y las fiestas eran las fechas en las que muchos de los que habían tenido que emigrar del pueblo, volvían para ver a sus familiares y para asistir a la procesión de San Roque; porque en Chinchón, aunque no se creyese en Dios, todos creíamos en San Roque.

Cuando en Chinchón se habla de fiestas, nos estamos refiriendo a las Fiestas de Nuestros Patronos, La Virgen de Gracia y San Roque, que se celebran los días 15 y 16 de Agosto.
En los años de la posguerra estas fiestas tenían una importancia que ahora no es fácil calibrar.
Entonces, cuando la vida cotidiana se reducía a trabajar y trabajar, cuando durante todo el año apenas si nos podíamos permitir algún capricho, eran las fiestas los únicos paréntesis festivos que podíamos disfrutar.
Bien es verdad que también estaban las Fiestas de Navidad, estaba la Semana Santa, estaban las fiestas de Santiago y de la Virgen del Rosario que antiguamente tuvieron hasta más importancia que las de San Roque, pero éstas llegaban cuando ya se habían terminado las labores de la recolección y cuando hacía buen tiempo para alargar los días y participar en todos los actos que se organizaban.
En la antigüedad, siglos atrás, estas fiestas coincidían con la feria de ganados, pero a mediados del siglo XX, la única reminiscencia de aquellas ferias eran las fiestas con toros.
Durante mucho tiempo, y en la época de que nos ocupamos, las fiestas se centraban entre los días 14 y 18 del mes de Agosto. Fue después, cuando ya la esencia de las fiestas se perdía, cuando se fueron ampliando las fechas y los actos, sobre todo los encierros desproporcionadamente.
El primer día, por la noche se celebraba la pólvora en la Plaza Mayor, amenizada por los músicos, que entre castillo y castillo de fuego, interpretaban las canciones de moda para que los mozos bailasen en la arena de la plaza.
Previamente, a la caída de la tarde se había encendido el alumbrado festivo que consistía en una hilera de bombillas que recorría el centro de la calle de la Iglesia, la calle Grande y la calle de los Huertos. La plaza se iluminaba también con varias bombillas más gordas que atravesaban el ruedo colgadas de gruesos alambres. (Esta iluminación se inició en el año 1898, en que llegó la electricidad a Chinchón). A las doce en punto del mediodía se habían lanzado las "bombas reales" - lanzamiento de cohetes y tracas - como anuncio del inicio de las Fiestas.

Antes no había contrabarrera. Sólo el tabloncillo y los palos. Para las grandes corridas, se colocaban los carros alrededor para aumentar el aforo.

El día 15, Festividad de la Virgen de Gracia, había funciones religiosas y procesión por la tarde en la que se trasladaba la Imagen de la Virgen hasta la Ermita de San Roque. El 16, día del Santo Patrón, por la mañana, se trasladaba la Imagen de San Roque, acompañada por la de la Virgen hasta la Parroquia. Era la procesión llamada de los pobres. Al mediodía se celebraba la solemne Misa Mayor, que siempre tenía una gran concurrencia. Por la tarde tenía lugar el encierro de los toros de la corrida del día siguiente. Aunque se iniciaba muy temprano, a eso de las cuatro de la tarde, había veces que no se habían encerrado los toros a la hora de la procesión, que en ocasiones tenía que empezar bien entrada la noche. Esta era la procesión llamada de los ricos, porque todos los asistentes lucían sus mejores galas, y en la que la imagen del Santo volvía a su Ermita, acompañada por la mayoría de los vecinos de Chinchón y de los que venían de fuera para asistir a la procesión.
El día 17 era el día de los toros. Por la mañana se soltaba el "toro del aguardiente" y a las doce se "hacía la prueba" de los toros que se iban a lidiar por la tarde. Se soltaban uno o dos toros de la lidia que era corrido por los mozos en una capea, sin tener en cuenta el peligro que esta práctica podía tener para los toreros en la corrida de la tarde. En realidad la corrida era una novillada sin picadores en la que alternaban jóvenes aspirantes a toreros y lo verdaderamente importante eran las capeas en las que se corrían toros de gran tamaño y en las que los mozos del lugar competían con los maletillas que llegaban con la esperanza de dar unos pases que les abriesen las puertas de la fama.

A veces se soltaban los toros directamente en la plaza desde los cajones

El 18 era el día de descanso. Por la tarde se celebraba la Almoneda en la que se subastaban los regalos que se habían hecho al Santo; ristras de ajos, embutidos, vino, dulces y anís. Durante la almoneda se obsequiaba con limonada a todos los asistentes que podían participar en la subasta o divertirse con las ocurrencias de los "animadores" que incitaban con gracejo a subir las pujas. Desde aquí queremos dejar un cariñoso recuerdo para el "Pregonero", "Machaco" y "El Pajero" que, durante casi un siglo, colaboraron en este menester
Aparte de los actos "oficiales" que se han reseñado, durante las fiestas había "grandes bailes de sociedad" en los salones del "Duende", en baile de “Las Cañas”, y también en el baile del Alamillo primero y de "Finuras" después, que alcanzó una gran aceptación en los años cincuenta y sesenta en lo que se llamó "baile del vermú" que tenía lugar al mediodía y donde se ponía a prueba a los mozos, que poco acostumbrados a los trajes y las corbatas, sufrían estoicamente los rigores del calor del pleno mes de agosto de Chinchón, por aprovechar una de las pocas oportunidades que se les ofrecía de bailar con la moza a la que querían pretender.
Las fiestas eran días en los que en todas las casas se recibían a los huéspedes. En realidad, los huéspedes eran familiares que vivían fuera y que volvían una vez al año para acompañar a San Roque en su procesión y ver a los padres y a los hermanos. En estas fechas se encentaba el jamón de la matanza y se sacrificaba uno de los mejores gallos del corral, porque en Chinchón, y en aquellas épocas, era proverbial la buena acogida que se daba a los forasteros, aunque fuesen de la familia.
En las fiestas, para las misas y sobre todo para las procesiones se reservaban los mejores trajes; los de quintos, los de novios o lo de las bodas, porque era impensable acudir a los actos oficiales sin vestir como requería la costumbre y la etiqueta establecida.
En las fiestas se solía conseguir la primera autorización de los padres para poder no ir a dormir por la noche; para después del baile, tomar una copita de anís, bajar a la misa de las Clarisas y después ir al encierro.

Pero siempre fueron famosos los grandes encierros

Porque, sin ninguna duda, los actos de mayor asistencia eran los encierros. La celebración de encierros en Chinchón es una tradición que se ha mantenido en el tiempo. En épocas en que estuvieron totalmente prohibidos, Chinchón, junto con Pamplona, Sepúlveda, San Sebastián de los Reyes, y pocos más eran las excepciones que confirmaban la regla.
En aquella época el encierro se hacía a las cuatro de la tarde del día del Patrón. Los toros que se iban a lidiar al día siguiente se traían andando desde la dehesa, acompañados por los mayorales a caballo. El día antes llegaban al Valle, y allí permanecían hasta el día del encierro por la mañana, que llegaban hasta la Fuente Pata, donde esperaban hasta la hora del inicio. Los mozos se iban uniendo a la manada, guardando las distancias, aunque los toros en el campo eran menos peligrosos.
Desde dos horas antes del encierro los mozos a pié y los señoritos a caballo, iban tomando posiciones para correr el encierro. Ese día, además de los cuatro toros de muerte de la novillada del día siguiente, traían dos toros de capea y cinco bueyes.
La calle de los Huertos repleta de gente que se apartaba al paso de toros y caballos mientras el infernal griterío en la Plaza acogía la llegada a la Puerta de la Villa en la que se formaba un tumulto de hombres, toros y caballos, de un colorido y una plasticidad inenarrable.

Se celebraban también las conocidas capeas en las que se podían lucir los recortadores, los maletillas y todos los aficionados.

Una diferencia importante era la forma que entonces había de recortar a los toros. En la actualidad se ha mejorado mucho esta técnica y los que lo practican han alcanzado casi la profesionalidad. Ahora se cita al toro de frente y se le hace un quiebro o se le recorta por la cara. Entonces, el mozo entraba al toro por detrás para cogerle desprevenido; después, si el toro se arrancaba, era cuestión de correr en zigzag, porque si corrían en línea recta era fácil que no llegasen al tabloncillo, y entonces, sí que los gritos, sobre todo de las mujeres, alcanzaban su máximo volumen. Se recuerda al “Perla “y a Victoriano Moya, y a “Pachano” y a su compañero al que apodaban “Conejo” por su habilidad para escapar zigzagueando de la cara del toro; que estaban considerados como grandes recortadores que, entonces, alcanzaron el prestigio y la admiración, sobre todo de los niños, comparable con la que ahora puedan tener Sergio Delgado o Rozalén.
Más de uno de uno de nosotros sufrió la angustia de verse perseguido por un toro, en el encierro o en las capeas, hasta que los años, la novia o la sensatez nos desaconsejó estas peligrosas aficiones.
                                                                                                                             Continuará....

viernes, 26 de agosto de 2016

TU RECUERDO




Aún me duele tu recuerdo
En noches de luna clara
Cuando en mis sueños despiertos
Me parece ver tu cara.

He pasado tantos días
Entre llantos y suspiros 
Añorando los momentos
En que tú estabas conmigo
Que tu falta, se hace pena
Y en tu ausencia no consigo 
Llevar la vida serena
De cuando estaba contigo.

Aunque ha pasado tanto tiempo
De noches claras en vela
Aún me duele tu recuerdo
Y nada a mí me consuela.

jueves, 25 de agosto de 2016

CHINCHÓN EN LA POSGUERRA. IV (MEMORIA HISTÓRICA)

CAPÍTULO III. OÍR MISA ENTERA TODOS LOS DOMINGOS Y FIESTAS DE GUARDAR.


La religión jugó un papel importante dentro de nuestra niñez y juventud. Eran tiempos de silencios en Semana Santa y de ayunos y abstinencias voluntarios, cuando los obligatorios ya eran demasiado frecuentes en nuestras vidas.

Como ya he dicho, el Régimen adoptó el Nacional-catolicismo como la única y verdadera religión. Aunque tradicionalmente la gente de Chinchón había frecuentado la Iglesia, después de la guerra esta práctica se consolidó; no solo como reacción a los años de anticlericalismo de la guerra, sino porque otra postura podría ocasionar represalias no deseadas por nadie.
El primer cura en llegar, como ya he dicho, fue don Pablo Rodríguez Manzano, que era natural de Móstoles, y que se encargó de organizar “misiones” para catequizar a niños y adultos, que atrajo de nuevo a la iglesia a los fieles horrorizados por los años de ateísmo y libertinaje vividos durante la guerra.
Le sustituyó en el año 1947 don Abrahán Quintanilla Rojas, que venía de Morata de Tajuña, y en el año 1954 llega a Chinchón don Valentín Navío López, un buen predicador, que hizo algunas innovaciones en la liturgia y en las celebraciones y procesiones. En su tiempo trajo desde Madrid una imagen de la Virgen de Fátima, portada a hombros por hombres de Chinchón. Cuando llegó la imagen al pueblo se le hizo un solemne acto de bienvenida en la plaza, haciendo un altar encima de la Fuente Arriba, desde donde el Sr. Cura hizo una sentida homilía.

Don Valentín Navío López dirige una plática de bienvenida con motivo de la llegada de la imagen de la Virgen de Fátima a Chinchón.

Después llegó a Chinchón don Moisés Gualda Carmena, que será recordado por las obras de restauración de la iglesia parroquial, y que terminó su ministerio en nuestro pueblo. Hay que recordar también a los coadjutores que durante este tiempo llegaron a Chinchón: Don Juan Tena, don Federico Santiago, don Germán López, don Enrique Argente, don Raúl Gómez, don José Manuel de Lapuerta, don Santiago Martínez, que murió ahogado en Chinchón, don Aquilino Ochoa, don Agustín Regadera, don Luis Lezama y don Lorenzo Merino; aunque estos últimos llegaron cuando ya la posguerra empezaba a ser historia.
Al hablar de la religión en aquellos tiempos, habrá que convenir que todo era bastante sencillo. No era cuestión de entrar en profundizar en los dogmas; era lo que entonces se llamaba la “fe del carbonero”. Si tuviéramos que buscar una palabra que lo definiese, esa sería “sencillez”. Todo estaba como muy bien definido y no había que discutir nada. Todo era así de sencillo. Hacer lo que te decía el cura, el maestro y tus padres. El lema “Dios, Patria y familia” se aplicaba con absoluta normalidad, y todo era tan sencillo como cumplir las normas; nadie nos planteábamos que pudiera ser de otra forma, y si alguno se lo planteaba, ya se encargaba la autoridad –Dios, Patria y familia- o sea la Iglesia, el Poder y los Padres, en dejar bien sentados los principio inamovibles que necesariamente había que acatar. Aunque pudiera parecer que esto podría crear algún problema, era todo lo contrario, era muy fácil, hacíamos lo que nos mandaban, (por lo menos cuando nos veían) y así no había que pensar demasiado.
Había normas, no escritas, para todo; cómo había que dirigirse a los mayores, el comportamiento en el colegio –levantarse cuando entraba algún mayor en la clase, estar con los brazos cruzados mientras las explicaciones del maestro-, cómo presentarse: “Fulanito de Tal y Tal, para servir a Dios y a usted”. Y estas normas de educación y urbanidad iban marcando nuestro carácter y nuestro comportamiento, haciendo de nosotros unos niños muy educados y sumisos, incapaces, no solo de contestar a una persona mayor, ni siquiera de plantearse si lo que nos mandaban era razonable.
l Así, la costumbre era ley. Se iba a misa los domingos y fiestas de guardar, porque era la costumbre. En Semana Santa era costumbre, que además de asistir a las procesiones, no se podía cantar e incluso en la radio sólo se escuchaba música clásica.
Pero también había costumbres que eran esperadas con ilusión por todos nosotros. Era la Navidad. En las Navidades de entonces hacía mucho frío; en realidad en Chinchón hacía mucho frío desde que terminaban las Fiestas del Rosario hasta San Isidro.
Pero ya, a finales de diciembre, llegaban los hielos y había que calentar agua en el fogón para que las mujeres pudieran lavar en el tinajón del patio.
A pesar de que los tapabocas apenas si nos dejaban ver, en nuestras orejas iban apareciendo unos hermosos sabañones sólo comparables a los que también “florecían” en nuestras menudas pantorrillas, apenas cubiertas por ligeros calcetines, o en nuestras manos, a pesar de los guantes de lana que casi siempre guardábamos en el cabás - nosotros decíamos “cabaz” -para poder jugar más libremente, al peón, a las canicas o a las “bastas”.

San Isidro, también patrono de los labradores se celebraba todos los años en su festividad del día 15 de mayo. La procesión a su paso por la plazuela de Palacio.

El monótono soniquete de la lotería, que sonaba sólo en la radio de alguna casa de los “ricos”, era el preludio. El día veinticuatro, muy temprano, llegaba nuestra abuela con un “nochebueno” para el desayuno. Ya por la tarde, se formaban grupos de niños, que pertrechados con panderetas y zambombas, se echaban a la calle para pedir el aguinaldo.
! Ande, ande, ande, la Marimorena, / ande, ande, ande, que es la Nochebuena!
Una “perra gorda” era la recompensa habitual después de cantar un villancico a la puerta de las casas; en ocasiones, el premio era un polvorón y una “palomita” de anís. Y cuando se encendían las luces de la calle, de todas las chimeneas se escapaba la fumata blanca que anunciaba la preparación de suculentos manjares. El olor a leña quemada se mezclaba con el sabroso olor a pepitoria que se estaba preparando con la mejor gallina del corral - para la comida de Navidad se preparaba un arroz con los menudillos - que iba a ser el centro de la Cena de Nochebuena. De primero, lombarda y de postre dulce de almendra, después de una ensalada de cardo; para terminar con unos dulces y la copita de anís que esa noche nos dejaban probar a los niños. Después de cenar se iba a la Misa del Gallo y a la vuelta se pasaba por la casa de los abuelos o de los tíos, por donde iban desfilando todos los familiares para felicitar las Pascuas, donde se jugaba al “Cuco” y donde no paraba de pasar la bandeja, esa noche, repleta de dulces que se habían preparado en la propia casa.
Las Navidades de la infancia siempre tendrán un recuerdo muy especial para todos. Nuestras Navidades de la posguerra eran más dulces, si cabe, y más alegres, porque contrastaban más con el anodino discurrir de una vida llena de privaciones y de carencias. Los niños éramos protagonistas en esos días, y nadie nos hacía callar, porque entonces no había televisión; y por eso, las campanadas de fin de año las marcaba el viejo reloj de la torre que se instaló, un 24 de mayo del año 1890, por un relojero llamado Canseco, que había patentado un nuevo sistema para relojes de torre y por el que el Ayuntamiento pagó 1.950 Pesetas.
Pero unos días antes había que poner el nacimiento. En mi casa colaborábamos todos. Mi padre traía del campo piedras para formar las montañas. Nosotros, mis hermanos y yo traíamos el musgo de la Fuente Pata. Con un legón íbamos cortando el musgo más fresco y colocándolo con esmero en una espuerta pequeña. Mi madre era la directora artística y la principal artífice del belén.
Se colocaban en el comedor unas tablas encima de unos cajones, todo ello cubierto con una sábana y allí se iban formando todas las escenas de la Navidad; porque en nuestro belén también aparecía la Anunciación de la Virgen, la Posada, la Huida a Egipto; además del anuncio a los pastores, los Reyes Magos y, por supuesto, el Portal de Belén. Las casas las hacía mi madre con cajas de cartón, que después pintaba. En la casa de la Virgen de la Anunciación aparecían dos arcos inspirados en el bajorrelieve que hay en el retablo de la Iglesia de Chinchón.
Las figuritas que se conservaban de año en año, eran de barro, policromadas y la mayoría habían tenido que ser restauradas. Aún recuerdo un pastor “manco” que se dirigía animoso hacia el portal, acompañando a unas ovejitas “cojas” que había que medio clavar en el serrín que formaba el suelo para que se mantuviesen en pie. Luego estaba el Castillo de Herodes, en lo más alto de la montañas; un molino con una de sus aspas rota, un puente sobre un río de papel de plata que envolvían las tabletas de chocolate y un portal de Belén formado por trozos de corcho y una cepa retorcida salvada de la estufa, detrás de la cual se camuflaba una bombilla envuelta en papel celofán rojo.
El más pequeño de la casa tenía, cada año, el privilegio de poder colocar la figura del niño Jesús sobre las pajas del pesebre; para terminar colocando una estrella de cartón pintada de purpurina y rociar las montañas con harina para simular la nieve, mientras los Reyes Magos caminaban majestuosos por caminos de serrín.
Y ya solo quedaba cantar los villancicos con los vecinos y amigos que venían con sus panderetas para unirse también a nuestra celebración.

De gran arraigo, la procesión de los ramos en la Semana Santa. Las autoridades acompañan a los sacerdotes portando sus ramos de palmera.

Otra práctica religiosa muy celebrada en aquellos años eran “Las Flores a María”. Durante todo el mes de mayo, cuando ya la primavera había florecido en los patios y en las corralizas de todas las casas y el aroma de las rosas (y es que en aquellos años las rosas hasta tenían aroma) inundaba el pueblo, era el momento de celebrar “Las Flores”. En la Iglesia, en las ermitas y en casi todas las casas se montaban los altares a la Virgen María, que se adornaban con las rosas recién cortadas del rosal y, a media tarde, se podían escuchar por las calles los cantos de los niños:
“Venid y vamos todos, / con flores a María, / con flores a porfía, / que madre nuestra es”.
Pero no todo lo concerniente a la religión era tan bucólico. Cuando termina la guerra, las autoridades eclesiásticas quieren delimitar claramente cuáles eran las costumbres que debían imperar en un pueblo de tan recia raigambre religiosa como Chinchón. Empieza a funcionar la organización de las “Hijas de María”, a la que debían pertenecer todas jóvenes de las buenas familias del pueblo, y la “Acción Católica” a la que todos los jóvenes debía inscribirse como aspirantes.

Simultáneamente, como ya he contado, también había empezado a funcionar la Organización Juvenil Española que dependía de Falange Española y de las JONS. En esta organización se fomentaban los valores patrióticos, que aunque no estaban enfrentados a los propuestos por la religión, primaban más el valor y el arrojo de sus miembros, y no ponían reparos cuando alguno de sus “flechas” o “cadetes” consideraban que era necesario hacer entrar en razón a sus adversarios empleando medios más expeditivos, sobre todo si se trataba de los que se atrevían a no aceptar incondicionalmente los postulados del glorioso alzamiento nacional.
A veces los jóvenes de las dos organizaciones se unían haciendo causa común, cuando las circunstancias y la defensa de las buenas costumbres así lo aconsejaban.
Realmente, no sé de quién pudo ser la idea. Los domingos, a las once de la mañana se hacía una misa para los niños y los más jóvenes. A la entrada de la iglesia se les entregaban unas estampas, normalmente de santos, aunque también había de la Virgen María y del Sagrado Corazón de Jesús, debidamente selladas con la fecha del domingo al que correspondían, con las que los niños podían justificar que habían asistido a los oficios dominicales. Esta justificación era requerida habitualmente por padres y maestros y la carencia de la estampa-salvoconducto podía acarrear severos castigos. No obstante, parecía que este control no era suficiente y así se organizaron unas patrullas de vigilancia que durante el tiempo de la misa recorrían el pueblo para detectar a los que no cumplían con el deber de asistir a la misa dominical como mandaba la Santa Madre Iglesia. Cuando el infractor era descubierto, se le obligaba a ir a la iglesia, después de un buen tirón de orejas, además de efectuar la oportuna identificación para su posterior comunicación a las autoridades eclesiásticas y docentes, que se encargaban de poner en conocimiento de los padres de los infractores el terrible peligro que suponía dejar las prácticas piadosas, lo que en la mayoría de los casos llevaría a una vida licenciosa y de incalculables peligros para tan tiernos infantes.
Como se ve, la influencia de la Iglesia durante este periodo fue adquiriendo un notable incremento y algunos de sus mandatos fueron asumidos por las autoridades civiles porque así convenían a los objetivos de la Patria; como era el caso de la procreación. La Iglesia predicaba que había que aceptar todos los hijos que Dios te mandaba y la Patria necesitaba un aumento de la demografía para que aumentase la mano de obra tan necesaria para revitalizar la economía deprimida por la guerra. Aunque hay que reconocer que a este objetivo de la procreación también contribuían otros factores. Como podía ser que había que economizar luz y calefacción y la alternativa era acostarse temprano, pensando además que entonces no había televisión y la radio solo llegaba a las casas de la clase más pudiente.
En el año 1950 los jóvenes de la Acción Católica editaron un periódico que titularon "Vida" y que tuvo la vida efímera de 6 meses, de enero a junio de ese año. El que en plena posguerra y en un pueblo de poco más de 4000 habitantes se editase un periódico mensual, aunque solo durase unos meses, presupone un nivel cultural y una iniciativa muy poco habitual. En esta inusual tarea colaboraron, entre otros, Mateo de las Heras, Narciso del Nero, Jacinto Santos y Alfredo Rodríguez.
Un hito importante en la vida religiosa para los jóvenes fue la llegada a Chinchón, como coadjutor de la Parroquia de don José Manuel de Lapuerta, para colaborar con don Valentín Navío que entonces era el Párroco y con el otro coadjutor, don Raúl Gómez Noguerol.
Era el año 1955. Recién ordenado sacerdote llega don José Manuel, y organiza un pequeño coro para cantar en la novena del Rosario. Alquila para vivir una casa en el Barranco y allí empieza a reunir a los niños de 10 a 15 años para jugar al “palé” y otros juegos de mesa. Después compra una equipación y forma un equipo de fútbol. Al año siguiente crea un Centro Parroquial en el Caserón de la calle Benito Hortelano que pertenecía a la Fundación Aparicio de la Peña, donde pone diversos juegos recreativos y fija la sede de la Acción Católica. Funda la Sección de Aspirantes y aglutina a la mayoría de los niños de esas edades.
Además de su labor con la juventud, don José Manuel de Lapuerta practicó en Chinchón sus dotes de poeta, creando bellas poesías que años después fueron recogidas en un libro que se tituló “Chinchón en mi recuerdo”.
De entonces son estos sencillos versos que recogían la alineación del equipo de fútbol de Acción Católica:
“Y debajo de los postes/ Está Kadul de portero, / La defensa, Jesusito, / Félix y Enrique Pedrero. / José y Chele, en la media, / Manolo, de delantero, / Con Pepe Luis y Santiago, / “Carraña” y el Relojero”.
Para terminar la reseña de las actividades que desarrolló en aquellas fechas, don José Manuel también quiso organizar un grupo de teatro, para montar la obra “El Rey Negro” de Pedro Muñoz Seca, pero con escaso éxito, porque después de largas sesiones de ensayo, nunca llegó a estrenarse.

La primera Misa en Chinchón del José Medina Pintado, un acontecimiento importante en la vida religiosa del pueblo, cuando un hijo de Chinchón cantaba su primera misa.

Durante esos años hubo un florecimiento de las vocaciones sacerdotales en Chinchón, por el énfasis que ponían los curas en animar a que los jóvenes fuesen al Seminario. El hecho real es que pocas de aquellas vocaciones llegaron a cristalizar en el sacerdocio. Tan solo don Isidoro Pérez Montero, don Domingo Vega Gaitán, don Manuel Sardinero de Diego y don José Medina Pintado. Antes, otros sacerdotes nacidos en Chinchón, fueron don León Montero Frutos, don Emiliano Montero Ruiz y don Antonio Ontalva Manquillo, que murió asesinado durante la guerra civil; y mucho después don José Juan Lozano Carrasco.
En aquellos años se celebraba el DOMUND, o lo que es lo mismo, el domingo Mundial de las Misiones, que aquí también se llamaba de la Propagación de la Fe; con un gran despliegue de participación de todos los niños. Era como la cuestación actual de la “banderita” contra el cáncer y se celebraba el cuarto domingo de octubre, y en Chinchón ya hacía mucho frío. Con nuestros abrigos recién sacados del armario, íbamos a la sacristía a recoger nuestras huchas en forma de cabezas de niños, en las que se representaban a un negrito, un chino y hasta un piel roja para lanzarnos a la calle para pedir por las misiones. Antes el señor cura había dicho en la misa que aunque era importante pedir a Dios que enviase misioneros a predicar el evangelio, también era muy importante colaborar económicamente con las misiones.
Y es que la Iglesia nunca descuidó el aspecto económico. Recuerdo que en alguna ocasión nuestras madres nos mandaban a la Sacristía para comprar las bulas que nos permitían no tener que hacer abstinencia de comer carne durante todos los viernes del año. “Comprando” esta bula, te era permitido hacer dicha abstinencia solo durante los viernes de la Cuaresma. Aunque también hay que aclarar que el señor cura, que conocía a todos sus feligreses, daba la bula adecuada a la economía de cada familia.
Por entonces, en época de carencias, era importante la caridad para socorrer a los necesitados. En Chinchón, aunque se tenía solo para ir tirando y había pocos ricos, abundaban los pobres, pero había pocos de los que se llamaban “pobres de pedir”. No obstante no faltaban los pordioseros que llegaban de los pueblos cercanos a pedir su limosna por las calles. La gente no solía tener dinero para darles, pero nunca faltaba quien les ofreciese algo de comida. Aunque, por entonces, se solía oír con bastante frecuencia, aquello de
- ¡”Dios le ampare, hermano”!
La iglesia hacía mucho énfasis en aquello de la propagación de la fe, de las misiones, y del apostolado, y además de las tradicionales cofradías de toda la vida, empezaron a tener una presencia más activa la Acción Católica, las Hijas de María, el Apostolado de la fe y la Adoración Nocturna.
Aunque entonces empezamos a ver una imagen más amable de la religión por los métodos pastorales del nuevo cura, los dogmas y la moral católica seguían siendo pétreos. Según el dicho de que todo lo que nos gusta o engorda o es pecado; como entonces casi nadie engordaba, por defecto, casi todo era pecado.
En aquellos años se nos ponía como un modelo a seguir a la joven italiana María Goretti que había sido elevada a los altares por la ejemplaridad de su vida y de su muerte. Una niña obediente y dedicada a la ayuda de sus padres ya mayores; a la edad de 12 años fue asesinada por un joven que intentó abusar de ella, prefiriendo la muerte a perder su inmaculada virtud. Desde el púlpito de la iglesia y desde el cuarto de estar de nuestras casas nos proponían a la nueva santa como ejemplo a seguir, sobre todo por las niñas, puesto que en ella se daban las virtudes más apreciadas entonces: la obediencia, la laboriosidad y sobre todo, la pureza.
Por el contrario, hubo un gran escándalo en toda España por el estreno de la película “Gilda” que protagonizaban Rita Hayworth y Glenn Ford. La sonora bofetada que Glenn da a la protagonista era recibida con aplausos por un sector del público y con silbidos y abucheos por otros.
Un ejemplo de la ola de moralidad que imperaba en aquellos tiempos es esta curiosa noticia que publicaba la prensa en el año 1952:
“Se abre hoy, en Santander, el II Congreso Nacional de Moralidad en Playas y Piscinas, bajo la presidencia de los obispos de Santander y Sión. La falta de pudor y recato en playas y piscinas, preocupa a las personas biempensantes. La exposición pública del cuerpo puede alentar gravemente al pecado”
Es solo una muestra de los parámetros de la moralidad en la que nos movimos en aquellos años. Pero, después de todo, logramos sobrevivir y sin padecer ningún trauma irreversible para nuestra vida futura. Pero es que ya he dicho, que entonces éramos tan pobres que ni un mínimo trauma nos podíamos permitir.

                                                                                                                            Continuará....

martes, 23 de agosto de 2016

CHINCHÓN EN LA POSGUERRA. III (MEMORIA HISTÓRICA)

CAPITULO II. HAY QUE VOLVER AL COLEGIO.


Los niños de la posguerra también fuimos felices. Tuvimos carencias y privaciones, pero también la alegría de nuestra niñez y las expectativas de un tiempo que se prometía más próspero y con más oportunidades para nosotros.

Uno de los asuntos que tuvo que afrontar el nuevo Ayuntamiento fue la solución del grave problema que había en la escolarización de los niños. La nueva legislación en materia de enseñanza dicta el Estatuto del Magisterio Nacional Primario, y de acuerdo con su normativa, el 20 de abril de 1948 se constituye la Junta Municipal de Enseñanza, en la que están representados el Sr. Alcalde, el cura párroco, el médico, un representante del Frente de Juventudes y otra de la Sección femenina, un padre y una madre de familia y dos maestros.
Llegan nuevos maestros y las clases se siguen impartiendo locales propiedad del ayuntamiento como los de la calle de los Huertos y en casas particulares alquiladas, como en la calle de Morata y la calle Grande, entre otras, que no reunían las condiciones mínimas exigibles, pues carecían de patio de recreo e incluso de instalaciones sanitarias.
Y nos vienen al recuerdo doña Matilde y don Ramón, y lo digo por este orden no por caballerosidad sino para determinar quién era el que mandaba en casa. Vivían en la calle Morata, justo enfrente de la Posada del Arco; doña Matilde era una mujer muy vistosa, rubia, muy simpática y siempre muy bien arreglada. Don Ramón, su marido, era poca cosa, muy limpio, eso sí; calvo y, fuera del colegio, poco hablador. Siempre iban juntos, los dos eran maestros y no tenían hijos. Se decía, cuando los niños creían que no estábamos oyendo, que don Ramón había sido “rojo” y que por eso habían tenido que venir desterrados a Chinchón.
Daban clases particulares en su propia casa, en dos habitaciones con grandes ventanales a la calle y con unas rejas de fundición muy artísticas; pero el colegio oficial estaba en la calle Grande, donde hoy está el Mesón del Duende. Allí los párvulos acudíamos hasta que se inauguró el Grupo Escolar.
Otro de los maestros era D. Lorenzo Nava, que daba clase y vivía en la casa donde ahora está el Parador de Turismo, con entrada por la calle de los Huertos, donde también estuvo la biblioteca. Después fue nombrado director del Colegio Hermanos Ortiz de Zárate y Delegado de la Falange de Chinchón.
Algunos íbamos al colegio de don Fernando “El Cebollón” que tenía el colegio en una casa de la Calle de Morata, frente a la calle Estepa, que cojeaba ostensiblemente y que, de vez en cuando, nos hacía demostraciones de cómo andar boca abajo, apoyándose en las manos. Tenía un poco de mal genio y era muy exigente.
Los profesores de entonces estaban plenamente convencidos de que “la letra con sangre entra”, y si no con sangre, sí al menos con algún que otro palmetazo. Don Ramón tenía una varita muy fina que blandía constantemente durante sus explicaciones y que no dudaba en utilizar en nuestras diminutas manos cuando creía conveniente.
Para ser justos, habrá que convenir que estos castigos iban generalmente precedidos de un “juicio” en el que el profesor era el fiscal, el juez y el verdugo; si bien daba opción al acusado de aportar los datos que estimase en su defensa. Cuando algún niño cometía alguna infracción a las reglas establecidas, bien a petición del profesor o de algún alumno “perjudicado”, se organizaba el “juicio” sumarísimo que servía de regocijo para todos, menos, claro está, para el acusado. En honor a la verdad, don Ramón era, normalmente, bastante justo.

Dos clases de niños, antes de abrir el Grupo Escolar.

En el colegio había mucha disciplina. Se entraba y salía de clase en fila. Se rezaba un padrenuestro, un avemaría y un gloria al entrar y salir de clase. Entonces no llevábamos uniforme, después en los Grupos, como se llamó siempre el nuevo colegio, en párvulos teníamos unos “babis” blancos abotonados en la espalda que teníamos que llevar siempre puestos. Todavía no me puedo explicar cómo se las podían arreglar nuestras madres para que fuésemos siempre con ellos limpios.
Y así, doña Matilde emprendió la ardua tarea de enseñarnos a leer y a escribir.
El 10 de mayo de 1948 el Inspector de Enseñanza había manifestado al Sr. Alcalde que las instalaciones de los colegios son malísimas y que es imprescindible comenzar las gestiones para la construcción de un grupo escolar. El Sr. Alcalde le dice que no lo tiene en olvido y que cuando terminen las obras en curso se hará un grupo escolar.
En el año 1949 se inician, por fin, las gestiones para la construcción del ansiado Grupo Escolar, con la localización de los terrenos idóneos.
Se compran distintas parcelas, de las que eran propietarios don Juan José Recas Catalán, don Jesús Chamorro Luque, don Víctor y doña Josefa Camacho Sanz del Negro, doña Engracia Merinero Moreno, don Joaquín López Franco, don Silvano Villalobos Barranco, don Afrodísio Villalobos Castellano, doña Eufemia Castellano Fernández-Sancho y doña Luisa Sotoca Castellano, conviniéndose el precio de 3000 pesetas por fanega. También se compró una parcela de la que era propietaria doña María Ignacia Álvarez de Toledo y Rúspoli, hija del marqués de Miraflores, y condesa de Chinchón y otra de doña Laura Larroca Ortiz de Zárate. Todos los propietarios dieron las mayores facilidades para que se pudiese construir el grupo escolar.

Un grupo de párvulos salen de excursión. Era la clase de doña Matilde y esa tarde nos fuimos al campo a merendar.

La población de Chinchón, al 31 de diciembre de 1950 era la siguiente: Habitantes de derecho: 4.975. Habitantes de hecho: 4.880. Población escolar de 6 a 14 años: 361 niños y 342 niñas. Párvulos de 4 a 5 años: 51 niños y 58 niñas.
En la reunión del 18 de junio de 1951, que celebra la Junta Municipal de Enseñanza, se dan instrucciones para la utilización del nuevo Grupo escolar, solicitándose la creación de una escuela de formación profesional en la modalidad de "Corte y Confección".
El día 18 de julio de 1951 se inaugura, por fin, el Grupo Escolar "Rafael y Joaquín Ortiz de Zárate" de Chinchón. Ese día se celebraba en toda España la conmemoración del 15º aniversario del "Glorioso Alzamiento Nacional" y el Jefe del Estado, Excmo. Sr. Don Francisco Franco Bahamonde, viene hasta Chinchón para hacer la solemne inauguración. Pero todo lo referente a este acto ya os lo contaré después con más detalle.
Para dar nombre a este Grupo Escolar se escogió el de los "Hermanos Ortiz de Zárate". Éstos eran don Rafael Ortiz de Zárate, que fue Comandante de Ingenieros y don Joaquín Ortiz de Zárate, Coronel de Infantería, que eran hijos del Coronel de Ingenieros, natural de Chinchón, don Ramiro Ortiz de Zárate. Los dos titulares del Grupo Escolar, murieron en batalla en los primeros meses de la guerra civil española. Aunque sus méritos eran más de índole militar que educativos, la elección se debió, sin duda, a que en aquellos tiempos primaban las hazañas militares.
Para adoptar este nombre, el Ayuntamiento tuvo que pedir autorización al Gobernador Civil, y lo hizo un año después, el 6 de agosto de 1952, argumentando de este modo su decisión: "Teniendo en cuenta que dicho Grupo Escolar ha de funcionar bajo un título, y que para otorgarlo es norma tradicional darle el nombre de personalidades relevantes de la Ciudad, en cuyo caso se encuentran los Hermanos don Rafael y don Joaquín Ortiz de Zárate, ilustres y pundonorosos militares, que con singular heroísmo dieron su vida por la Patria en nuestra guerra de liberación".
El 7 de octubre de 1951 se trasladan oficialmente todas las clases al nuevo Grupo escolar. El 7 de febrero de 1952 tomó posesión de cargo de Director interino del Grupo Escolar don Lorenzo Nava Martín.

Esta es la foto que todos conservamos. Delante del mapa de España,  con el “Catón” en las manos y cara de niños aplicados. Era el año 1951 y ya estábamos en el nuevo Grupo Escolar.

El nuevo Grupo Escolar colmaba de largo las expectativas de los padres de los niños que iban a ser escolarizados. El Colegio tenía dos pabellones independientes, uno para las niñas y otro para los niños. Además tenía un pabellón central que en la planta baja acogía dos aulas para los párvulos y en la superior se ubicaron las instalaciones del "Frente de Juventudes", que era la rama juvenil de "Falange Española", que en aquellos años tenía una gran presencia política y social en España.
Cuando se abre la nueva sede del Frente de Juventudes, supone un cambio cualitativo en las posibilidades de ocio y deporte. Las instalaciones deportivas, como el campo de fútbol, baloncesto, frontón y la piscina, son una novedad que ofrece nuevas perspectivas para los jóvenes. Los juegos de mesa, el guiñol y la música, eran otras posibilidades que se ofrecían a la juventud. Pero para poder acceder a todos ellos era necesario afiliarse a la organización falangista, lo que suponían tener que asistir a charlas de orientación política y exaltación patriótica. Todos los actos se iniciaban con el canto de "Cara al sol" formados con el brazo en alto, con el saludo fascista.
Estas instalaciones deportivas estaba, lógicamente, al servicio del colegio: el campo de fútbol, el campo de baloncesto de ceniza, el frontón y, sobre todo, una piscina; lo que suponía un lujo excesivo a opinión de muchos padres. Desgraciadamente la piscina no tardó en deteriorarse y solo nos pudimos bañar en ellas poco más de dos o tres años.
Sobre la cornisa de la fachada principal del Pabellón central del Grupo Escolar, años después, se entronizó una estatua del Sagrado Corazón de Jesús.
Aún recordamos cuando, allá por el año 1954, nos empezaron a dar en el recreo un desayuno con leche en polvo que preparaban en grandes barreños, con pan y queso de color amarillento, que mandaba Unicef. A mí me gustaba el queso, pero la leche, menos porque estaba poco dulce; pero este desayuno a mediados de la mañana nos venía muy bien para complementar la alimentación, no siempre demasiado abundante, que recibíamos en casa.
El conserje era Juanito Colmenar, que vivía en el mismo colegio, en una vivienda que ahora se utiliza como “Casita de niños”. A nosotros, entonces, nos parecía que tenía muy mal genio, pero en realidad, debía ser un santo para aguantar a tantos niños juntos.
Y a este colegio fuimos todos los niños y niñas de Chinchón. Mejor dicho, todos los niños, porque las niñas aún disponían de la alternativa del Colegio de Cristo Rey.
El Colegio de Cristo Rey fue otra alternativa para las niñas de Chinchón.

Como sabéis, en el año 1930 la Fundación Aparicio de la Peña había creado dos colegios, niños y niñas, de educación católica; el primero regido por los Hermanos Maristas y el segundo por las monjas de Cristo Rey, que tuvieron que salir de Chinchón cuando empezó la guerra civil.
Terminada ésta, volvieron sólo las monjas de Cristo Rey, para continuar su labor docente con las niñas, y utilizaron el colegio que antes habían utilizado los niños en la calle que ahora se llama, precisamente, de los Hermanos Maristas. Éstos no volvieron después de la guerra, posiblemente porque algunos de los miembros de la comunidad habían sido asesinados durante la contienda.
El Colegio de Cristo Rey se mantuvo abierto varios años hasta que se abrió el Instituto Libre Asociado.

Doña Ana Toval Lermos, Directora del Colegio de las Niñas y del Servicio Social Femenino. En el año 19633 se le concede el título de “Hija adoptiva de Chinchón” La vemos en el centro de la fotografía en ese día. A su derecha, doña Matilde.

Además de los maestros mencionados, podemos recordar a don Marcelino Esteban, a don José Pernas, al otro don José, al que nosotros le llamábamos “El Gordo”, a don Gregorio y a doña Ana Toval Lermos que además era la directora del Servicio Social para las niñas, y a la que, el año 1963, se le concedió el título de “Hija Adoptiva de Chinchón”.
Continuará....

domingo, 21 de agosto de 2016

CHINCHÓN EN LA POSGUERRA. II (MEMORIA HISTÓRICA)

CAPITULO I. ¡HA TERMINADO LA GUERRA!


Fueron tres largos años. Chinchón, aunque aquí no hubo batallas, sí sufrió las penalidades de la guerra. Sus hombres marcharon al frente. Sus mujeres tuvieron que asumir las tareas diarias y sufrir las penurias y las carencias de aquellos tiempos. Pero había terminado la guerra y era hora de ponerse a trabajar para recuperar el tiempo perdido.


El 29 de marzo de 1939, por la tarde, entró el ejército vencedor en Chinchón, bajo el mando del Coronel del Ejército Nacional, don Vicente Agero Teixidor, quien en representación del Excmo. Sr. General Jefe del Cuerpo del Ejército, nombró el día 3 de abril la Comisión Gestora Provisional de Chinchón, formada por los siguientes señores:
Alcalde Presidente: D. Enrique Recas Catalán. Concejales: D. Braulio Rodríguez Ortiz de Zárate, D. Zacarías Montes Recio, D. Víctor Camacho Sanz del Negro, D. Francisco de Diego López y D. Laurentino Turiégano Persiguero.
Desde unas semanas antes ya era de dominio público el fin de la guerra. Muchos chinchonenses que habían vuelto del frente con unos días de permiso, no se reincorporaron al ejército rojo, y se unieron a los soldados que llegaron, para mantener el orden y colaborar en la detención de los vencidos.
Chinchón, que siempre fue conservador, tuvo que vivir tres años sometido a unas normas y unos dictados que la mayoría no compartía. Y la llegada de los “suyos” supuso una liberación para ellos y, lógicamente, el encarcelamiento para los vencidos.
Los hombres fueron detenidos y llevados a las cárceles. A las mujeres se les confinó en los salones del baile de la Sociedad, se les cortó el pelo al cero, se les obligó a fregar todos los edificios oficiales y, cuentan, que a las más rebeldes se les purgaba con aceite de ricino.
Uno de los primeros cometidos de esta Junta Gestora recién constituida, fue contestar al requerimiento del Ministerio de la Gobernación que pidió un detallado informe de los actos delictivos cometidos durante el periodo de la guerra civil.
Como contestación a esta requerimiento se informaba que la Iglesia Parroquial, las Ermitas de San Roque y San Antón, la Iglesia del Rosario, el Convento de las Monjas clarisas y la capilla y colegio de la Fundación Aparicio de la Peña, fueron asaltadas en los primeros días de la guerra y se efectuaron saqueos, aunque la casi totalidad de las imágenes fueron respetadas y guardadas en dependencias de estos edificios; pero en septiembre de 1936 fuerzas internacionales rojas efectuaron un total saqueo y destrucción de las mismas.
Asimismo se informaba de que durante este tiempo habían saqueados y asaltados 38 domicilios particulares y se detallaban las 77 personas que habían sido maltratadas, perseguidas, encarceladas y desaparecidas durante este periodo, indicándose que habían sido asesinadas 8 personas. Las que figuraban como desaparecidas en esta relación se comprobó después que habían sido asesinadas.
En esta denuncia se indicaba nominalmente a las 32 personas que habían formado parte de las distintas corporaciones municipales, a los 11 miembros que formaron parte del Comité del Frente Popular, a los 6 miembros de la Brigada de Información y a los 10 miembros directivos de la UGT y del partido comunista, acusándoles de ser las personas que habían cometido estos delitos o de haber sido sus inductores.
En estas fechas se inició un registro nominal de personas sospechosas en el que se detallaron un total de 64 personas, pormenorizando los hechos en que habían intervenido durante esos años. Algunas de estas personas habían formado parte de varias de estos organismos.
Sólo dos meses después, el día 8 de mayo, acuerdan cambiar el nombre de todas las calles de Chinchón. La calle de Martínez Barrios, se llamará Avenida del Generalísimo; la calle Pablo Iglesias, José Antonio; la calle Manuel Azaña, recobra su antiguo nombre de la Cueva; así como la calle Antonio Díaz, que se llamará calle del Santo y la calle de Valencia se denominará Don Ramiro Ortiz de Zárate. Todas las demás calles que habían sido cambiadas durante los años de la guerra recobrarán sus nombres anteriores. A la Plaza Galán y García Hernández se le da el nombre de Hermanos Ortiz de Zárate, oficiales del ejército que habían muerto en la contienda, aunque para nosotros siempre será La Plazuela del Pozo.

El Régimen adoptó el Nacional-catolicismo como la única y verdadera religión. Aunque tradicionalmente la gente de Chinchón había frecuentado la Iglesia, después de la guerra esta práctica se consolidó, no solo como reacción a los años de anticlericalismo de la guerra, sino porque otra postura podría ocasionar represalias no deseadas por nadie.

La Junta gestora es renovada con fecha 24 de agosto según notificación del Gobernador Civil, nombrándose nuevo Alcalde a don José López Díaz y Teniente de Alcalde a don Juan Rodríguez Ortiz de Zárate".
Mientras, los que habían luchado en el bando republicano y no tuvieron la suerte de volver antes de terminar la guerra, fueron confinados en los campos de concentración, hasta que sus familiares de Chinchón hacían los trámites necesarios para su liberación y su vuelta al pueblo.
De nuevo regresan a Chinchón los sacerdotes y las monjas, tanto las de Cristo Rey como las de clausura que habían tenido que trabajar en Madrid como criadas durante la guerra. Con sus ahorros y los donativos recibidos del Ayuntamiento de Chinchón y de los pueblos de alrededor, consiguen acondicionar el convento y vuelven a ingresar en su clausura el día 14 de marzo de 1940. Las monjas del asilo de ancianos permanecieron en Chinchón durante toda la guerra haciendo su labor de ayuda a los asilados y facilitando también la comida a los milicianos cuando así se les requería.
España había vuelto a los postulados del “antiguo régimen” y se blandía como razón “la legalidad nacida del triunfo de las armas”. Durante los próximos treinta y cinco años se va a imponer el “nacional-catolicismo” que es una mezcla explosiva de una concepción integrista de la religión y los postulados fascistas de Falange Española.
El nuevo régimen llamado el “Movimiento Nacional” que había nacido sin una base ideológica propia, promulga los “Principios Fundamentales del Movimiento” que deben ser acatados y firmados por cualquiera que pueda tener alguna relación con el Estado, que a la larga eran todos los españoles que quisiesen trabajar por cuenta ajena.
Si la situación de España después de la guerra era ya caótica de por sí, el inicio de la segunda Guerra mundial iba a agudizar los problemas que había que vencer para la regeneración económica del país.
Una de las cuestiones prioritarias del Gobierno era el mantenimiento del orden y el control y la depuración de los enemigos, para lo cual era necesario un ejército fuerte y una policía eficaz. Por esta causa se produce el llamamiento a filas de los jóvenes que habían luchado en la guerra y que de nuevo se tienen que alistar en el ejército durante tres o cuatro años más.
Cuando se inicia la segunda guerra mundial, aunque España no entra en la contienda, se envía una división de soldados para luchar al lado de los alemanes en el frente de Rusia; era la “División Azul”, y en ella se alistaron varios chinchonenses entre los que cabe destacar a Baldomero Martínez Peco, siendo ya alcalde de Chinchón, y que años después sería nombrado nuevamente alcalde, sin duda por los méritos patrióticos que atesoraba.
Si la situación de abandono de las tierras de labor durante la guerra requería un sobreesfuerzo para ponerlas de nuevo en producción, esta circunstancia del llamamiento a filas de los jóvenes, agravó más el problema.
En el mismo sentido, otra circunstancia tuvo una influencia fundamental en la evolución económica en la posguerra. El hecho de que Chinchón hubiese estado durante la guerra en zona republicana motivó que se perdiesen prácticamente todos los ahorros de sus habitantes, al no ser reconocido, por los vencedores, el dinero emitido por la república. Sabemos que a finales del siglo XIX en Chinchón había invertido en Deuda del Estado más de 8 millones de reales; al terminar la guerra civil se tenía que partir de cero, con lo que las inversiones en mejorar las industrias y las explotaciones agrícolas tenían que esperar a la generación del capital necesario.
De nuevo en Chinchón mandaban los de siempre pero, por las circunstancias enumeradas anteriormente, se iba a producir un fenómeno que iba a modificar el futuro más inmediato.

Formación de los “Flechas” de la O. J. E., de la  Falange, en la Plaza de Chinchón, para salir a una manifestación  en la Capital. Con sus camisas azules, sus pantalones grises, sus medias blancas, sus botas negras y sus boinas rojas.

Muchos, jóvenes y no tan jóvenes, iban a empezar a abandonar el pueblo. Y este éxodo tenía distintas motivaciones. Por un lado los “vencidos” no podían seguir en el pueblo donde eran discriminados y la única solución era emigrar a la capital donde nadie les conocía. Por otro, los que tenían expectativas de progreso veían que sus posibilidades de promoción eran escasas y buscaban nuevos horizontes. Por último, los hijos de los “vencedores” que tenían posibilidades de estudiar y promocionarse en la capital, no dudaron en dejar el pueblo. Así muchas personas, que tenían capacidades y potencial, no veían posibilidad de progreso personal en el pueblo y lo fueron abandonando, poco a poco, en un éxodo que duró prácticamente hasta los años ochenta del siglo XX, cuando ya se podía estudiar en Chinchón y los medios de trasporte hacían posible vivir en el pueblo y trabajar en Madrid.
Pero esta larga situación de sangría paulatina de personas válidas iba dejando a Chinchón en manos de una oligarquía que no tuvo contestación ni contrapeso y que no quiso o no supo evolucionar al ritmo del país, con lo que Chinchón se quedó anclado en un pasado, artificialmente glorioso, pero que no contribuía al progreso del pueblo.
Después de tres años de total anarquía era necesario volver al orden. Las nuevas autoridades nombran alcalde a don Juan Rodríguez Ortiz de Zárate, que supone la vuelta a la normalidad anterior a la guerra, ya que representa a las principales familias de Chinchón.
Se inician los trabajos de limpieza y restauración de la Iglesia que, por el uso que había tenido, presentaba un aspecto deplorable. Estas obras se prolongan hasta el día 8 de diciembre 1945 y durante este tiempo el culto se realiza en la Iglesia del Rosario.
También regresa el cuadro de la Asunción de Goya que a la vuelta de su “destierro” en Ginebra, formó parte de la exposición "De Barnaba de Módena a Francisco de Goya" que tuvo lugar en el Museo del Prado, para lo cual se hubieron de restaurar pequeños desperfectos ocasionados en los traslados. El último viaje de Madrid a Chinchón, lo realizó en un camión propiedad de Pablo Codes, acompañado por Antonio Castillo, que fueron los comisionados por el Cura Párroco, don Pablo Rodríguez Manzano, para tan importante cometido.
La situación económica seguía siendo precaria y se mantenían las cartillas de racionamiento de los productos de primera necesidad. Estos productos eran vendidos bajo el control de la oficina de Abastos, pero dio lugar a la picaresca de lo que se llamó el “estraperlo”.
Los productores no ponían a disposición de las autoridades todas sus existencias, sino que las ocultaban para venderlas a mayor precio en el mercado negro. Se cargaban las mercancías en el tren del Tajuña, y cuando reducía la velocidad al subir las cuestas eran arrojadas del tren para que los estraperlistas las recogieran antes de pasar el control de las estaciones.
Cuando "los de abastos" llegaban a los pueblos, los productores escondían los sacos de legumbres en los tejados y no faltó quien construyó una doble pared en su casa para ocultar sacos de trigo y de harina y zafras de aceite. Como es habitual en tiempos de penuria, hubo desaprensivos que se aprovecharon de la ocasión para amasar grandes fortunas, muchas veces gracias a la permisividad de las autoridades que también se beneficiaban de la situación. El 22 de marzo de 1952, cuando se celebraba el decimotercer aniversario de la Victoria, el Consejo de Ministros anunciaba que, a partir del 1 de abril, se suprimía el racionamiento de pan. La fecha marca el final oficial de la posguerra y el abandono de una política autárquica que dará paso a una tímida apertura al exterior. Los diarios de la época, daban así la noticia: "Todas las personas incluidas en el régimen de racionamiento podrán adquirir libremente y sin necesidad de corte de cupón la cantidad de pan que deseen. El Gobierno da muestras así, una vez más, de la clara orientación de su política hacia la normalidad de los mercados y confirma con hechos positivos la base real de las perspectivas optimistas de la economía española". El racionamiento de combustible, las materias primas y el tabaco, permanecerá unos cuantos años más.
Si siempre estuvo Chinchón un tanto alejado de lo que ocurría en el resto de España y, por tanto, del mundo, en esta época se agudizó este aislamiento. A Chinchón sólo llegaban unos pocos ejemplares de los periódicos, y prácticamente sólo el ABC, el Arriba, la Hoja del Lunes, y de vez en cuando El Caso. Lo recibían el Boticario, el Médico, y algún que otro forastero que llegaba para solucionar cualquier asunto burocrático del Partido Judicial. Un ejemplar se dejaba siempre en el Casino para que allí lo leyesen los señoritos.
Había pocos aparatos de radio, y solo se escuchaban las emisoras oficiales. Tan solo algunos nostálgicos y ocultos republicanos se arriesgaban a buscar en Onda corta, las emisiones de Radio Andorra Independiente, que daba las noticias que nunca daría Radio Nacional de España.
Por eso también eran fuentes de información los arrieros que llegaban a las posadas y detallaban noticias y anécdotas que se solían contar en la radio.
Como cuando aquel tratante de ganado que llegó a la posada de la plaza, no
dejaba de contar a todo el que quisiera escucharle que él personalmente había asistido al estreno en el Teatro Fuencarral de Madrid del espectáculo flamenco “Zambra 1945” presentado por el cantaor Manolo Caracol acompañado de una jovencita que prometía mucho llamada Lola Flores, y hasta le hacían un corrillo cuando emulaba a la nueva artista cantando, con una cierta gracia por cierto, “Pena, penita, pena…”
Otra noticia que sí llegó a Chinchón, causando gran conmoción, como en toda España, fue la trágica muerte de Manuel Rodríguez “Manolete” en Linares, el día 29 de agosto de 1.947, que había sido corneado al entrar a matar al toro “Islero” de la ganadería de Miura. Aquí todos recordaron que unos años antes había venido a torear en el Festival benéfico para las monjas del Asilo.
Mientras tanto, en Chinchón seguían muy de lejos los acontecimientos políticos que entonces se vivían en España y en el mundo. Tan sólo de vez en cuando se movilizaba a sus gentes para participar en actos que se celebraban en la capital; el 7 de junio de 1947, se organiza una excursión para asistir a una manifestación de bienvenida que se rindió a Evita Perón, como agradecimiento a Argentina por no haber secundado el boicot internacional a Franco.
Y es que en el año 1946 la Asamblea General de las Naciones Unidas había aprobado, sin ningún voto en contra, una resolución en la que se condenaba al régimen español, negándole la posibilidad de ingreso en la ONU.
La realidad es que en la década entre 1940 y 1950 se produjo una caída de la economía española a niveles de principios de siglo, suponiendo un estancamiento por las malas cosechas, la falta de fertilizantes, la baja producción industrial y el reducido consumo. Paradójicamente, los únicos beneficiarios eran los poseedores de los medios de producción, que con sus instalaciones obsoletas mal abastecían un mercado cuya escasez favorecía el tráfico del mercado negro.
Pero ya digo que aquí en Chinchón se hablaba poco de política, y mucho menos, cuando los niños estábamos delante y, como he comentado, tan solo nos contaban las atrocidades vividas durante la guerra civil, haciendo énfasis en quienes eran los buenos y quienes habían sido los malos.

 Continuará...