jueves, 25 de agosto de 2016

CHINCHÓN EN LA POSGUERRA. IV (MEMORIA HISTÓRICA)

CAPÍTULO III. OÍR MISA ENTERA TODOS LOS DOMINGOS Y FIESTAS DE GUARDAR.


La religión jugó un papel importante dentro de nuestra niñez y juventud. Eran tiempos de silencios en Semana Santa y de ayunos y abstinencias voluntarios, cuando los obligatorios ya eran demasiado frecuentes en nuestras vidas.

Como ya he dicho, el Régimen adoptó el Nacional-catolicismo como la única y verdadera religión. Aunque tradicionalmente la gente de Chinchón había frecuentado la Iglesia, después de la guerra esta práctica se consolidó; no solo como reacción a los años de anticlericalismo de la guerra, sino porque otra postura podría ocasionar represalias no deseadas por nadie.
El primer cura en llegar, como ya he dicho, fue don Pablo Rodríguez Manzano, que era natural de Móstoles, y que se encargó de organizar “misiones” para catequizar a niños y adultos, que atrajo de nuevo a la iglesia a los fieles horrorizados por los años de ateísmo y libertinaje vividos durante la guerra.
Le sustituyó en el año 1947 don Abrahán Quintanilla Rojas, que venía de Morata de Tajuña, y en el año 1954 llega a Chinchón don Valentín Navío López, un buen predicador, que hizo algunas innovaciones en la liturgia y en las celebraciones y procesiones. En su tiempo trajo desde Madrid una imagen de la Virgen de Fátima, portada a hombros por hombres de Chinchón. Cuando llegó la imagen al pueblo se le hizo un solemne acto de bienvenida en la plaza, haciendo un altar encima de la Fuente Arriba, desde donde el Sr. Cura hizo una sentida homilía.

Don Valentín Navío López dirige una plática de bienvenida con motivo de la llegada de la imagen de la Virgen de Fátima a Chinchón.

Después llegó a Chinchón don Moisés Gualda Carmena, que será recordado por las obras de restauración de la iglesia parroquial, y que terminó su ministerio en nuestro pueblo. Hay que recordar también a los coadjutores que durante este tiempo llegaron a Chinchón: Don Juan Tena, don Federico Santiago, don Germán López, don Enrique Argente, don Raúl Gómez, don José Manuel de Lapuerta, don Santiago Martínez, que murió ahogado en Chinchón, don Aquilino Ochoa, don Agustín Regadera, don Luis Lezama y don Lorenzo Merino; aunque estos últimos llegaron cuando ya la posguerra empezaba a ser historia.
Al hablar de la religión en aquellos tiempos, habrá que convenir que todo era bastante sencillo. No era cuestión de entrar en profundizar en los dogmas; era lo que entonces se llamaba la “fe del carbonero”. Si tuviéramos que buscar una palabra que lo definiese, esa sería “sencillez”. Todo estaba como muy bien definido y no había que discutir nada. Todo era así de sencillo. Hacer lo que te decía el cura, el maestro y tus padres. El lema “Dios, Patria y familia” se aplicaba con absoluta normalidad, y todo era tan sencillo como cumplir las normas; nadie nos planteábamos que pudiera ser de otra forma, y si alguno se lo planteaba, ya se encargaba la autoridad –Dios, Patria y familia- o sea la Iglesia, el Poder y los Padres, en dejar bien sentados los principio inamovibles que necesariamente había que acatar. Aunque pudiera parecer que esto podría crear algún problema, era todo lo contrario, era muy fácil, hacíamos lo que nos mandaban, (por lo menos cuando nos veían) y así no había que pensar demasiado.
Había normas, no escritas, para todo; cómo había que dirigirse a los mayores, el comportamiento en el colegio –levantarse cuando entraba algún mayor en la clase, estar con los brazos cruzados mientras las explicaciones del maestro-, cómo presentarse: “Fulanito de Tal y Tal, para servir a Dios y a usted”. Y estas normas de educación y urbanidad iban marcando nuestro carácter y nuestro comportamiento, haciendo de nosotros unos niños muy educados y sumisos, incapaces, no solo de contestar a una persona mayor, ni siquiera de plantearse si lo que nos mandaban era razonable.
l Así, la costumbre era ley. Se iba a misa los domingos y fiestas de guardar, porque era la costumbre. En Semana Santa era costumbre, que además de asistir a las procesiones, no se podía cantar e incluso en la radio sólo se escuchaba música clásica.
Pero también había costumbres que eran esperadas con ilusión por todos nosotros. Era la Navidad. En las Navidades de entonces hacía mucho frío; en realidad en Chinchón hacía mucho frío desde que terminaban las Fiestas del Rosario hasta San Isidro.
Pero ya, a finales de diciembre, llegaban los hielos y había que calentar agua en el fogón para que las mujeres pudieran lavar en el tinajón del patio.
A pesar de que los tapabocas apenas si nos dejaban ver, en nuestras orejas iban apareciendo unos hermosos sabañones sólo comparables a los que también “florecían” en nuestras menudas pantorrillas, apenas cubiertas por ligeros calcetines, o en nuestras manos, a pesar de los guantes de lana que casi siempre guardábamos en el cabás - nosotros decíamos “cabaz” -para poder jugar más libremente, al peón, a las canicas o a las “bastas”.

San Isidro, también patrono de los labradores se celebraba todos los años en su festividad del día 15 de mayo. La procesión a su paso por la plazuela de Palacio.

El monótono soniquete de la lotería, que sonaba sólo en la radio de alguna casa de los “ricos”, era el preludio. El día veinticuatro, muy temprano, llegaba nuestra abuela con un “nochebueno” para el desayuno. Ya por la tarde, se formaban grupos de niños, que pertrechados con panderetas y zambombas, se echaban a la calle para pedir el aguinaldo.
! Ande, ande, ande, la Marimorena, / ande, ande, ande, que es la Nochebuena!
Una “perra gorda” era la recompensa habitual después de cantar un villancico a la puerta de las casas; en ocasiones, el premio era un polvorón y una “palomita” de anís. Y cuando se encendían las luces de la calle, de todas las chimeneas se escapaba la fumata blanca que anunciaba la preparación de suculentos manjares. El olor a leña quemada se mezclaba con el sabroso olor a pepitoria que se estaba preparando con la mejor gallina del corral - para la comida de Navidad se preparaba un arroz con los menudillos - que iba a ser el centro de la Cena de Nochebuena. De primero, lombarda y de postre dulce de almendra, después de una ensalada de cardo; para terminar con unos dulces y la copita de anís que esa noche nos dejaban probar a los niños. Después de cenar se iba a la Misa del Gallo y a la vuelta se pasaba por la casa de los abuelos o de los tíos, por donde iban desfilando todos los familiares para felicitar las Pascuas, donde se jugaba al “Cuco” y donde no paraba de pasar la bandeja, esa noche, repleta de dulces que se habían preparado en la propia casa.
Las Navidades de la infancia siempre tendrán un recuerdo muy especial para todos. Nuestras Navidades de la posguerra eran más dulces, si cabe, y más alegres, porque contrastaban más con el anodino discurrir de una vida llena de privaciones y de carencias. Los niños éramos protagonistas en esos días, y nadie nos hacía callar, porque entonces no había televisión; y por eso, las campanadas de fin de año las marcaba el viejo reloj de la torre que se instaló, un 24 de mayo del año 1890, por un relojero llamado Canseco, que había patentado un nuevo sistema para relojes de torre y por el que el Ayuntamiento pagó 1.950 Pesetas.
Pero unos días antes había que poner el nacimiento. En mi casa colaborábamos todos. Mi padre traía del campo piedras para formar las montañas. Nosotros, mis hermanos y yo traíamos el musgo de la Fuente Pata. Con un legón íbamos cortando el musgo más fresco y colocándolo con esmero en una espuerta pequeña. Mi madre era la directora artística y la principal artífice del belén.
Se colocaban en el comedor unas tablas encima de unos cajones, todo ello cubierto con una sábana y allí se iban formando todas las escenas de la Navidad; porque en nuestro belén también aparecía la Anunciación de la Virgen, la Posada, la Huida a Egipto; además del anuncio a los pastores, los Reyes Magos y, por supuesto, el Portal de Belén. Las casas las hacía mi madre con cajas de cartón, que después pintaba. En la casa de la Virgen de la Anunciación aparecían dos arcos inspirados en el bajorrelieve que hay en el retablo de la Iglesia de Chinchón.
Las figuritas que se conservaban de año en año, eran de barro, policromadas y la mayoría habían tenido que ser restauradas. Aún recuerdo un pastor “manco” que se dirigía animoso hacia el portal, acompañando a unas ovejitas “cojas” que había que medio clavar en el serrín que formaba el suelo para que se mantuviesen en pie. Luego estaba el Castillo de Herodes, en lo más alto de la montañas; un molino con una de sus aspas rota, un puente sobre un río de papel de plata que envolvían las tabletas de chocolate y un portal de Belén formado por trozos de corcho y una cepa retorcida salvada de la estufa, detrás de la cual se camuflaba una bombilla envuelta en papel celofán rojo.
El más pequeño de la casa tenía, cada año, el privilegio de poder colocar la figura del niño Jesús sobre las pajas del pesebre; para terminar colocando una estrella de cartón pintada de purpurina y rociar las montañas con harina para simular la nieve, mientras los Reyes Magos caminaban majestuosos por caminos de serrín.
Y ya solo quedaba cantar los villancicos con los vecinos y amigos que venían con sus panderetas para unirse también a nuestra celebración.

De gran arraigo, la procesión de los ramos en la Semana Santa. Las autoridades acompañan a los sacerdotes portando sus ramos de palmera.

Otra práctica religiosa muy celebrada en aquellos años eran “Las Flores a María”. Durante todo el mes de mayo, cuando ya la primavera había florecido en los patios y en las corralizas de todas las casas y el aroma de las rosas (y es que en aquellos años las rosas hasta tenían aroma) inundaba el pueblo, era el momento de celebrar “Las Flores”. En la Iglesia, en las ermitas y en casi todas las casas se montaban los altares a la Virgen María, que se adornaban con las rosas recién cortadas del rosal y, a media tarde, se podían escuchar por las calles los cantos de los niños:
“Venid y vamos todos, / con flores a María, / con flores a porfía, / que madre nuestra es”.
Pero no todo lo concerniente a la religión era tan bucólico. Cuando termina la guerra, las autoridades eclesiásticas quieren delimitar claramente cuáles eran las costumbres que debían imperar en un pueblo de tan recia raigambre religiosa como Chinchón. Empieza a funcionar la organización de las “Hijas de María”, a la que debían pertenecer todas jóvenes de las buenas familias del pueblo, y la “Acción Católica” a la que todos los jóvenes debía inscribirse como aspirantes.

Simultáneamente, como ya he contado, también había empezado a funcionar la Organización Juvenil Española que dependía de Falange Española y de las JONS. En esta organización se fomentaban los valores patrióticos, que aunque no estaban enfrentados a los propuestos por la religión, primaban más el valor y el arrojo de sus miembros, y no ponían reparos cuando alguno de sus “flechas” o “cadetes” consideraban que era necesario hacer entrar en razón a sus adversarios empleando medios más expeditivos, sobre todo si se trataba de los que se atrevían a no aceptar incondicionalmente los postulados del glorioso alzamiento nacional.
A veces los jóvenes de las dos organizaciones se unían haciendo causa común, cuando las circunstancias y la defensa de las buenas costumbres así lo aconsejaban.
Realmente, no sé de quién pudo ser la idea. Los domingos, a las once de la mañana se hacía una misa para los niños y los más jóvenes. A la entrada de la iglesia se les entregaban unas estampas, normalmente de santos, aunque también había de la Virgen María y del Sagrado Corazón de Jesús, debidamente selladas con la fecha del domingo al que correspondían, con las que los niños podían justificar que habían asistido a los oficios dominicales. Esta justificación era requerida habitualmente por padres y maestros y la carencia de la estampa-salvoconducto podía acarrear severos castigos. No obstante, parecía que este control no era suficiente y así se organizaron unas patrullas de vigilancia que durante el tiempo de la misa recorrían el pueblo para detectar a los que no cumplían con el deber de asistir a la misa dominical como mandaba la Santa Madre Iglesia. Cuando el infractor era descubierto, se le obligaba a ir a la iglesia, después de un buen tirón de orejas, además de efectuar la oportuna identificación para su posterior comunicación a las autoridades eclesiásticas y docentes, que se encargaban de poner en conocimiento de los padres de los infractores el terrible peligro que suponía dejar las prácticas piadosas, lo que en la mayoría de los casos llevaría a una vida licenciosa y de incalculables peligros para tan tiernos infantes.
Como se ve, la influencia de la Iglesia durante este periodo fue adquiriendo un notable incremento y algunos de sus mandatos fueron asumidos por las autoridades civiles porque así convenían a los objetivos de la Patria; como era el caso de la procreación. La Iglesia predicaba que había que aceptar todos los hijos que Dios te mandaba y la Patria necesitaba un aumento de la demografía para que aumentase la mano de obra tan necesaria para revitalizar la economía deprimida por la guerra. Aunque hay que reconocer que a este objetivo de la procreación también contribuían otros factores. Como podía ser que había que economizar luz y calefacción y la alternativa era acostarse temprano, pensando además que entonces no había televisión y la radio solo llegaba a las casas de la clase más pudiente.
En el año 1950 los jóvenes de la Acción Católica editaron un periódico que titularon "Vida" y que tuvo la vida efímera de 6 meses, de enero a junio de ese año. El que en plena posguerra y en un pueblo de poco más de 4000 habitantes se editase un periódico mensual, aunque solo durase unos meses, presupone un nivel cultural y una iniciativa muy poco habitual. En esta inusual tarea colaboraron, entre otros, Mateo de las Heras, Narciso del Nero, Jacinto Santos y Alfredo Rodríguez.
Un hito importante en la vida religiosa para los jóvenes fue la llegada a Chinchón, como coadjutor de la Parroquia de don José Manuel de Lapuerta, para colaborar con don Valentín Navío que entonces era el Párroco y con el otro coadjutor, don Raúl Gómez Noguerol.
Era el año 1955. Recién ordenado sacerdote llega don José Manuel, y organiza un pequeño coro para cantar en la novena del Rosario. Alquila para vivir una casa en el Barranco y allí empieza a reunir a los niños de 10 a 15 años para jugar al “palé” y otros juegos de mesa. Después compra una equipación y forma un equipo de fútbol. Al año siguiente crea un Centro Parroquial en el Caserón de la calle Benito Hortelano que pertenecía a la Fundación Aparicio de la Peña, donde pone diversos juegos recreativos y fija la sede de la Acción Católica. Funda la Sección de Aspirantes y aglutina a la mayoría de los niños de esas edades.
Además de su labor con la juventud, don José Manuel de Lapuerta practicó en Chinchón sus dotes de poeta, creando bellas poesías que años después fueron recogidas en un libro que se tituló “Chinchón en mi recuerdo”.
De entonces son estos sencillos versos que recogían la alineación del equipo de fútbol de Acción Católica:
“Y debajo de los postes/ Está Kadul de portero, / La defensa, Jesusito, / Félix y Enrique Pedrero. / José y Chele, en la media, / Manolo, de delantero, / Con Pepe Luis y Santiago, / “Carraña” y el Relojero”.
Para terminar la reseña de las actividades que desarrolló en aquellas fechas, don José Manuel también quiso organizar un grupo de teatro, para montar la obra “El Rey Negro” de Pedro Muñoz Seca, pero con escaso éxito, porque después de largas sesiones de ensayo, nunca llegó a estrenarse.

La primera Misa en Chinchón del José Medina Pintado, un acontecimiento importante en la vida religiosa del pueblo, cuando un hijo de Chinchón cantaba su primera misa.

Durante esos años hubo un florecimiento de las vocaciones sacerdotales en Chinchón, por el énfasis que ponían los curas en animar a que los jóvenes fuesen al Seminario. El hecho real es que pocas de aquellas vocaciones llegaron a cristalizar en el sacerdocio. Tan solo don Isidoro Pérez Montero, don Domingo Vega Gaitán, don Manuel Sardinero de Diego y don José Medina Pintado. Antes, otros sacerdotes nacidos en Chinchón, fueron don León Montero Frutos, don Emiliano Montero Ruiz y don Antonio Ontalva Manquillo, que murió asesinado durante la guerra civil; y mucho después don José Juan Lozano Carrasco.
En aquellos años se celebraba el DOMUND, o lo que es lo mismo, el domingo Mundial de las Misiones, que aquí también se llamaba de la Propagación de la Fe; con un gran despliegue de participación de todos los niños. Era como la cuestación actual de la “banderita” contra el cáncer y se celebraba el cuarto domingo de octubre, y en Chinchón ya hacía mucho frío. Con nuestros abrigos recién sacados del armario, íbamos a la sacristía a recoger nuestras huchas en forma de cabezas de niños, en las que se representaban a un negrito, un chino y hasta un piel roja para lanzarnos a la calle para pedir por las misiones. Antes el señor cura había dicho en la misa que aunque era importante pedir a Dios que enviase misioneros a predicar el evangelio, también era muy importante colaborar económicamente con las misiones.
Y es que la Iglesia nunca descuidó el aspecto económico. Recuerdo que en alguna ocasión nuestras madres nos mandaban a la Sacristía para comprar las bulas que nos permitían no tener que hacer abstinencia de comer carne durante todos los viernes del año. “Comprando” esta bula, te era permitido hacer dicha abstinencia solo durante los viernes de la Cuaresma. Aunque también hay que aclarar que el señor cura, que conocía a todos sus feligreses, daba la bula adecuada a la economía de cada familia.
Por entonces, en época de carencias, era importante la caridad para socorrer a los necesitados. En Chinchón, aunque se tenía solo para ir tirando y había pocos ricos, abundaban los pobres, pero había pocos de los que se llamaban “pobres de pedir”. No obstante no faltaban los pordioseros que llegaban de los pueblos cercanos a pedir su limosna por las calles. La gente no solía tener dinero para darles, pero nunca faltaba quien les ofreciese algo de comida. Aunque, por entonces, se solía oír con bastante frecuencia, aquello de
- ¡”Dios le ampare, hermano”!
La iglesia hacía mucho énfasis en aquello de la propagación de la fe, de las misiones, y del apostolado, y además de las tradicionales cofradías de toda la vida, empezaron a tener una presencia más activa la Acción Católica, las Hijas de María, el Apostolado de la fe y la Adoración Nocturna.
Aunque entonces empezamos a ver una imagen más amable de la religión por los métodos pastorales del nuevo cura, los dogmas y la moral católica seguían siendo pétreos. Según el dicho de que todo lo que nos gusta o engorda o es pecado; como entonces casi nadie engordaba, por defecto, casi todo era pecado.
En aquellos años se nos ponía como un modelo a seguir a la joven italiana María Goretti que había sido elevada a los altares por la ejemplaridad de su vida y de su muerte. Una niña obediente y dedicada a la ayuda de sus padres ya mayores; a la edad de 12 años fue asesinada por un joven que intentó abusar de ella, prefiriendo la muerte a perder su inmaculada virtud. Desde el púlpito de la iglesia y desde el cuarto de estar de nuestras casas nos proponían a la nueva santa como ejemplo a seguir, sobre todo por las niñas, puesto que en ella se daban las virtudes más apreciadas entonces: la obediencia, la laboriosidad y sobre todo, la pureza.
Por el contrario, hubo un gran escándalo en toda España por el estreno de la película “Gilda” que protagonizaban Rita Hayworth y Glenn Ford. La sonora bofetada que Glenn da a la protagonista era recibida con aplausos por un sector del público y con silbidos y abucheos por otros.
Un ejemplo de la ola de moralidad que imperaba en aquellos tiempos es esta curiosa noticia que publicaba la prensa en el año 1952:
“Se abre hoy, en Santander, el II Congreso Nacional de Moralidad en Playas y Piscinas, bajo la presidencia de los obispos de Santander y Sión. La falta de pudor y recato en playas y piscinas, preocupa a las personas biempensantes. La exposición pública del cuerpo puede alentar gravemente al pecado”
Es solo una muestra de los parámetros de la moralidad en la que nos movimos en aquellos años. Pero, después de todo, logramos sobrevivir y sin padecer ningún trauma irreversible para nuestra vida futura. Pero es que ya he dicho, que entonces éramos tan pobres que ni un mínimo trauma nos podíamos permitir.

                                                                                                                            Continuará....