lunes, 21 de marzo de 2016

CARLOTA, LA GAVIOTA.




Carlota no es una vulgar gaviota. Carlota es una gaviota bien. Es de la familia argéntea y, como toda su parentela, tiene una genuina y exclusiva mancha roja en la parte inferior del pico. 
Y Carlota, como no podía ser de otra forma, tiene su residencia en un hotel-balneario de cuatro estrellas. Y es que hay otras familias de gaviotas. Están las reidoras, las patiamarillas, las sombrías, las pardas, pero esas son de la plebe y ninguna de ellas tiene la mancha roja que caracteriza a las de abolengo.


La familia de Carlota siempre vivió en Galicia, más concretamente en el concejo de O'Grove. Allí siempre tenían alimento suficiente con tanto pesquero que llegaba a diario a su puerto cargados de marisco. Pero todos los días se veían envueltos en escaramuzas con las otras familias para conseguir el sustento diario.
Un día, cuando ya era mocita, se dio una volada por los alrededores y descubrió la isla de la Toja, a la que los lugareños decían "Toxa". 
Aquello era otra cosa, todo glamour, lujo, buenas maneras; ya digo otro mundo.


Sin despedirse de la familia (que dicho sea de paso, no la echaron en falta) decidió quedarse a vivir en aquella isla paradisiaca. 
Montó su nido en un recoveco de la zona costera, enfrente del hotel que, desde entonces, sería su lugar de estancia.
Descubrió que los residentes eran muy amables, que no le hacían daño alguno y que a poco que insistiese, terminaban dandole algo que comer. Siempre había alguno que había guardado algo de pan, unas patatas fritas, en fin, algo que llevarse al pico.
Todas las mañanas, a eso de las ocho treinta, se a cercaba a las ventanas de las habitaciones 347, 348, 349 y 350, llamaba con el pico en el cristal y siempre había algún residente que contestaba a sus demandas y terminaba dándole algo que comer.
Solo había dos problemas. El primero que había que seguir compitiendo con las otras gaviotas que también estaban al acecho, y se formaban unos "pifostios" de padre y muy señor mío, teniendo que luchar por una mísera patata frita como si fuera una cigala recién pescada. Y el otro, que como no estaba dispuesta a compartir su comida con las demás, se había ganado una merecida fama de egoísta, y ninguna de su especie quería saber nada de ella. 


Y aunque ella nunca lo llegaría a reconocer, había muchas noches que se acordaba del "pescaito" del puerto de O'Grove; que estaba hasta las plumas de la coronilla de tanta patata frita, que se encontraba muy sola y aburrida y que eso del glamour era una chorrada...
Pero claro, eso nunca lo reconocería una gaviota de su alcurnia y de su categoría, que por tener, tenía hasta una mancha roja en la parte inferior de su pico amarillo.Y además, ella no conocía la parábola del hijo pródigo.