domingo, 20 de septiembre de 2015

"SELECCIÓN NATURAL" DE MARIA INMA ESCRIBANO ALBENDEA, FINALISTA DEL CONCURSO DE ARTÍCULOS DE OPINION "ENRIQUE SEGOVIA ROCABERTI"


Cuando la leona siente cercana la amenaza y agarra con fuerza entre las fauces a su cachorro, sabe que los otros vástagos no sobrevivirán; es una infame ley natural que se basa en la selección, como tantas otras cosas en la vida. Me recuerda mucho a la protagonista femenina de La decisión de Sophie, del director Alan J. Pakula, en la que una hermosa emigrante polaca y católica, magníficamente interpretada por Meryl Streep, es conducida a un campo de exterminio durante la Segunda Guerra Mundial, y obligada a tomar la imposible decisión de elegir a cuál de sus dos hijos pequeños salvar de las garras nazis.
De nuevo la selección se convierte en pieza esencial de la vida. Decidir quién sobrevivirá es muy parecido, salvando las distancias, a decidir quién recibirá una formación de calidad que posibilite al individuo desenvolverse en una sociedad donde se premia la autonomía, el talento y la competitividad. En definitiva: sobrevivir. En nuestras aulas impera la selección. Es cruel, sobre todo cuando en ellas se encuentran nuestros hijos, pero es así, y poco se hace para evitarlo. Nos hemos empeñado en los últimos años en que nuestros jóvenes sean diferentes, irrepetibles, originales, cada uno con sus fabulosas capacidades o sus pequeñas dificultades a la hora de aprender.
Y hecho el diagnóstico, hemos pretendido que nuestro competente profesorado atienda a esas diferencias ofreciendo al alumno una formación personalizada. Tareas complementarias, ejercicios de refuerzo, exámenes adecuados a sus necesidades… Medidas forzosas pero difíciles de llevar a la práctica con resultados óptimos pues el elevado número de alumnos por aula impide que aquellas cobren eficacia y utilidad. De nuevo el león acecha y la leona selecciona.
Mi hija está en esa clase y tiene un problema grave de aprendizaje. No comprende lo que lee, le cuesta entender las explicaciones del profesorado, es más lenta en realizar las actividades… Mi hijo está en esa clase. Ha sido diagnosticado como un alumno de altas capacidades, tiene un talento especial para las matemáticas y quiere ser ingeniero. Mi hijo está en la misma clase. Lleva un desarrollo normal, se esfuerza a diario y obtiene buenos resultados. Mi hija también está en esa clase. No quiere seguir estudiando y nos está costando mucho esfuerzo obligarla a acabar la Educación Secundaria Obligatoria.
Hay otros 32 compañeros, cada uno con sus necesidades, intereses y aptitudes. De nuevo el león acecha. Y de nuevo impera la selección. El profesor sabe que debe ofrecerles una formación hecha a su medida pero eso supone dedicar a cada uno de los alumnos un tiempo del que no dispone.



Son alrededor de 50 minutos, los que suele durar una clase, de búsqueda de infinitos instrumentos para llevar a cabo esta difícil tarea; minutos de los que no dispone para repetir cuantas veces haga falta el objetivo a conseguir ese día, minutos para hacer que los que han captado la idea trabajen; minutos para motivar al alumnado superdotado que ha alcanzado el objetivo de sobra; minutos para atender a los alumnos disruptivos; minutos para solucionar los pequeños problemas de la convivencia en el aula, para hacer funcionar el ordenador, la pizarra digital, hacer guardar silencio, imponer respeto, enseñar en valores… Los minutos se agotan y el resultado es frustrante.
El profesor, cabizbajo, llega a casa consciente de su fracaso. El problema: el número de alumnos. La solución, a la que no quiere llegar pero a la que irremediablemente llega: la selección. Al día siguiente, con toda probabilidad, explicará los contenidos de la materia teniendo en cuenta solo a un número concreto de alumnos, imponiendo un nivel al grupo que el resto tendrá que ponerse las pilas para alcanzar. Y así, los alumnos de altas capacidades acabarán desmotivados porque la asignatura se les hace obvia y aburrida y los alumnos con dificultades de aprendizaje se sentirán desmoralizados y olvidados por un sistema tal vez eficiente en la teoría pero imposible en la práctica.

Sin embargo, todavía queda hueco para la esperanza, para que los padres del sistema educativo reflexionen acerca de la realidad, pero la del día a día, la que golpea en la cara del profesorado cada mañana, cuando abre el aula y cae en la cuenta de que se ha vuelto más pequeña, que la convivencia resulta más difícil, que aumentan los conflictos, que esos alumnos tendrán menos posibilidades de participar en las actividades, que la acción tutorial y el seguimiento personalizado se complica, así como la colaboración con las familias, que el tiempo efectivo de clase se reduce, que el trabajo colaborativo y las metodologías participativas van cediendo terreno a las expositivas, que el profesor limita sus instrumentos de evaluación porque no hay tiempo real para realizar tantos exámenes como serían necesarios, revisar cuadernos, corregir trabajos individuales y de grupo… Y mientras el profesor toma el oxígeno suficiente antes de entrar en el aula, los padres del sistema educativo teorizan sobre lo que puede ser mejor para sus hijos, los nuestros, sin tener realmente en cuenta ni a aquel ni a estos últimos. Una vez más el león acecha.