jueves, 2 de julio de 2015

UN CUENTO CON POCA GRACIA Y, NO MUY CREÍBLE.


Era un pueblo pequeño, de esos venidos a menos desde que la agricultura tradicional había dejado de ser una fuente de riqueza. Poco a poco los jóvenes se habían ido marchando en busca de trabajo y solo íbamos  quedando los que no teníamos fuerzas para esas empresas aventureras. 
Las grandes casonas se iban desmoronando y apena si ya estaban habitadas por viejos que solo ocupaban una o dos habitaciones y el resto iban siendo colonizadas por arañas y roedores. Poco a poco el pueblo se iba poblando de fantasmas del pasado con delirios de grandeza y añoranzas de los tiempos pretéritos que nunca volverían.
Pero llego el turismo. Eso que llaman industria, del que se benefician unos pocos y lo padecen los demás. Y muchas casonas se convirtieron en casas rurales; otras, las de la plaza, en restaurantes. Las calles se llenaron de coches aparcados en las aceras compitiendo con las terrazas de los bares, que las hacían prácticamente intransitables para los pocos viejos oriundos que aun podían salir a pasear. 
Eso si, algunos de los jóvenes, que se habían marchado, volvieron a casa como camareros, recepcionistas y cocineros, aunque la mayoría de la mano de obra era inmigrante. 
El pueblo se fue remozando y, hay que reconocerlo, ahora ofrece un aspecto más moderno y bullanguero... los días de fiesta, porque solo a diario los viejos del lugar podemos salir a pasear sin riesgo de ser atropellados por los coches de los visitantes.
Yo todavía vivo en ese pueblo, ahora venido un poco a mas; y sigo pagando mis impuestos y viendo como la mayoría se emplean en la promoción turística.


Ahora se dice que los que viven del turismo se van a ocupar, ellos mismos, de organizar el grave problema de la circulación que padecemos y que van a gestionar aparcamientos públicos para dejar las calles para que todos podamos caminar. Y dicen también que los beneficios que obtengan de estos aparcamientos serán para financiar las obras del pueblo, de forma que todos nos podamos beneficiar de alguna forma de esta nueva industria que ha llegado al pueblo y que llaman turismo.
Yo no es que me lo crea del todo, pero si que me gustaría, porque maldita la gracia que me hace estar confinado en mi casa todos los fines de semana y fiestas de guardar.