jueves, 7 de mayo de 2015

EL NIÑO QUE AMABA LOS LUNES.


Y odiaba los domingos. Estanislao nació muy trabajador, al menos eso decía su madre desde muy pequeño. Y no es que lo fuese, es que en casa era necesario que todos arrimasen el hombro. Entonces eran tiempos de entreguerras y por tanto de carencias y de necesidades en todas las casas de los pobres; en la de los ricos, no. Los ricos, como siempre, notaban menos esos tiempos, que para eso eran ricos y tenían las necesidades bien cubiertas.
Y pasó el tiempo y llegaron otros tiempos; más propicios y de más trabajo, y por tanto de algo mejores perspectivas, sobre todo para las familias numerosas, en las que había muchos hombres para trabajar. Estanislao y sus siete hermanos, todos ellos muy trabajadores, como decía siempre su madre, no solo labraron las tierras que habían heredado de sus abuelos, y que entre todas no sumaban más de media hectárea, sino que fueron cogiendo fincas en aparcería, porque los ricos, cada vez podían menos pagar los salarios que había traído el progreso y daban sus tierras a los aparceros que iban seleccionando las más fértiles y las más productivas, dando a cambio un tercio de los esquilmos a los señores, que poco a poco, se iban viniendo a menos.
Luego, muchos, tuvieron que empezar a vender las tierras y Estanislao y sus hermanos se fueron haciendo con ellas, a precios de saldo, porque no había demanda y ellos mismos eran los que tasaban el precio.
Habían pasado los años; yo diría que demasiados, y los antiguos jornaleros, ya con grandes tractores y viviendo en las casonas de sus antiguos amos,  se habían convertido en terratenientes; pero seguían trabajando sus tierras, porque no sabían hacer otra cosa.
Y Estanislao, deseaba con todas sus fuerzas que pasase el domingo lo antes posible y llegase el lunes para volver al campo. Y es que nadie, en toda su vida, le había enseñado a disfrutar del ocio y los domingos se aburría como una ostra, porque, además, no le gustaba el fútbol.