viernes, 14 de noviembre de 2014

LA PARÁBOLA DEL INCREÍBLE MUNDO MENGUANTE DE BORBUNDOFORO NATALIO.



Borbundóforo Natalio García de las Casillas solía decir muy a menudo: ¡Qué pequeño es el mundo! Y si lo decía Borbundóforo, que era muy sabio, debía ser verdad. De vez en cuando filosofaba con aquello de lo pequeño que es nuestro mundo antes de nacer, y que  no sabía cómo se podía resistir en un espacio tan pequeño, porque nadie había sido capaz de explicárselo ni él mismo recordaba nada de aquellos tiempos. Después sales, decía,  y tu mundo empieza a crecer, aunque muy despacio.
Primero es la familia, los padres, los hermanos, los tíos, los abuelos y los primos. Luego los vecinos, los amigos del barrio, el colegio, los profesores y los colegas.
Y a partir de ese momento la expansión se hace más rápida y el mundo empieza a crecer y crecer. El instituto, las amigas y los amigos, el trabajo…
Y además el mundo se hace más grande en extensión, solía comentar Borbundóforo. Los viajes, los nuevos horizontes, las otras amistades, y de nuevo la otra familia  -la tuya- tu mujer, los hijos, los sobrinos…las relaciones sociales, laborales, políticas, culturales… y de pronto te das cuenta de lo grande que es el mundo.
Hasta que se jubiló. De un plumazo se quitó de en medio un montón de relaciones y cuando quiso darte cuenta su mundo se había reducido a la mitad, por lo menos.
Entonces, me comentaba Borbun –yo le llamo así para abreviar-, descubres que hay otro mundo y que está a tu alcance: el mundo virtual; y ese sí que es grande. ¡Has descubierto las “Redes Socales”. Te abres una cuenta en Facebook, en Twitter, en Instagram, te haces un correo electrónico, te reencuentras con la “arroba” y descubres que tienes más amigos de los que pensabas y te pones muy contento.
Pero un día te das cuenta, me dijo, que tus amigos no hacen nada más que enviarte tonterías por correo, que además no son suyas, sino que las han recibido de otros amigos. Otro tanto pasa con el Facebook, donde sólo se repiten “ocurrencias” importadas de otros, y como mucho, fotos de sus nietos que no tienes más remedio que comentar lo “ricos” que están, porque para eso son tus amigos.
Incluso hay quienes se atreven, me aseguraba lleno de sensatez, a editar un blog donde poner todas sus ocurrencias y, como son nuevos en eso, admiten los comentarios de todo el mundo, que de forma anónima, se atreve a ponerte a caer de un burro si lo que tú dices, no les gusta; y terminan por no admitir más comentarios. Hasta que un día se dan cuenta de que lo que ellos ponen tampoco le interesa a casi nadie y terminan por cerrarlo.
Me dijo Borbun, que también había cerrado las cuentas de Facebook, Twitter, etc. etc. que al poco tiempo descubrió que a su correo electrónico no llegan nada más que “spam”, porque ya nadie le escribe ni para felicitarle por Navidad.
Y entonces, como su mundo también empezaba a reducirse alarmantemente, no tuvo más remedio que refugiarte en la tele. Y claro, como no le gustan las películas, ni las novelas, ni la telebasura, no tuvo más remedio que conformarse con los deportes y las tertulias políticas.
Y ahí empezó su perdición. Lo primero fue decidir qué canales ver. Y escojas los que escojas, me confesaba, has firmado tu acta de defunción intelectual. Da lo mismo. En pocos meses ya no serás tú el que piensa, lo están haciendo por ti, Federico, Pablo, Pedro J. o cualquier otro de los asiduos a lar tertulias.
Y lo peor es que, me decía aterrado, a partir de entonces, empiezas a comprobar que tus amigos ya tampoco piensan sino que se dedican a transmitir las ideas que también les han sido inoculadas en su horas de lavado de cerebro que son las que todos pasamos delante del televisor.
Y claro, como no podía ser de otra manera, un día fue consciente de todo esto y decidió no ver nada más que los partidos de fútbol, porque en eso hay menos peligro, ya que todos saben que él, desde pequeño, siempre había sido culé..
Y sin saber muy bien por qué, un día se dio cuenta, aterrado, de que su mundo ya era demasiado pequeño. Apenas 8 metros cúbicos; el imprescindible para acogerle a él y a su sillón.
Y poco a poco fue viendo cómo se iban yendo los amigos y la familia; que los nietos sólo venían a verlo por Navidad, que su mujer casi ni le hablaba y que él ya no era capaz de decir nada nuevo ni inteligente que pudiese interesar a alguien.
Él no me ha contado, le he deducido yo porque recibí un correo suyo que sólo decía:
¡¡Socorro, mi mundo se está haciendo demasiado pequeño!!


THE END