miércoles, 29 de octubre de 2014

LA CARTUJA DE MIRAFLORES NOS RECUERDA A ISABEL


Como está de moda la época de los Reyes de Castilla del Siglo XV, cuando llegas a la Cartuja de Miraflores, más o menos, te suenan los nombres que escuchas al guía.


La Cartuja de Miraflores es un monasterio edificado en una loma a unos tres kilómetros del centro de la ciudad de Burgos.
Fue fundada en 1441 por el rey Juan II de Castilla, gracias a la donación que el propio monarca realizó de un palacio de caza a la Orden cartuja, donde se instalaron hasta que un incendio producido en 1452 provocó la destrucción del palacio. En 1453 se decidió construir un nuevo edificio, el existente en la actualidad, y pasó a llamarse Cartuja de Santa María de Miraflores.


En una de sus capillas laterales se encuentra expuesta la escultura de san Bruno, fundador de la orden cartuja, realizada por Manuel Pereira en época barroca. También se puede contemplar una Anunciación, de Pedro Berruguete.


Las obras fueron encargadas a Juan de Colonia, comenzando en 1454, siendo continuadas a su muerte por su hijo, Simón de Colonia. Las obras se completaron en 1484 a instancias de la reina Isabel la Católica, hija de Juan II.

Joya del arte Gótico final, en su conjunto destaca la iglesia, con portada occidental en estilo gótico isabelino decorada con los escudos de sus fundadores. El templo consta de una única nave cubierta con bóveda estrellada, con capillas laterales, y rematada por un ábside poligonal.


El conjunto de sepulcros reales fue obra del artista Gil de Siloé por encargo de la reina Isabel la Católica. Por una parte se encuentra el sepulcro de Juan II e Isabel de Portugal, colocado en el centro de la nave, con forma de estrella de ocho puntas. Y en el lado del Evangelio de la iglesia se encuentra colocado el sepulcro del infante Alfonso de Castilla. Ambos sepulcros fueron realizados en alabastro y son joyas de la escultura del Gótico tardío.


El retablo mayor, de madera policromada, fue tallado por el artista Gil de Siloé y policromado y dorado por Diego de la Cruz (cuyo oro provenía de los primeros envíos del continente americano tras su descubrimiento). Se trata sin duda de una de las obras más importantes de la escultura gótica hispana, por su originalidad compositiva e iconográfica y la excelente calidad de la talla, valorada por la policromía.


Todo el conjunto está perfectamente conservado y la restauración que se hizo es digna de alabanza, sobre todo hay que resaltar el perfecto policromado de todas las imágenes del retablo.


Las fotografías son de m.carrasco.m