martes, 14 de enero de 2014

UNA CAPEA EN CHINCHÓN CONTADA POR GUTIERREZ SOLANA I








Ya os conté (el martes, 5 de enero de 2010) en este mismo blog, la visita que hizo a Chinchón ( jose-gutierrez-solana-en-chinchon.) el pintor y escritor José Gutierrez Solana, allá por el año 1918 o 1919, para tomar notas para su libro "LA ESPAÑA NEGRA II" que publicaría en el año 1920.
En este libro dedica a CHINCHÓN varios capítulos, como  LAS CALLES DE CHINCHÓN, LOS MOZOS DE CHINCHÓN, LA PLAZA DE TOROS, EL CASINO DE CHINCHÓN, EL VIEJO CAFÉ, y LA CORRIDA; a lo largo de 12 páginas.


Hoy os dejo unas páginas de ese libro, en dos capítulos, en los que nos cuenta una corrida de las fiestas de Chinchón, por aquellos años:


"Ha salido la cuba de regar para regar la arena de la plaza. Todo el ruedo está lleno de mozos preparados con cachavas y varas. En los soportales de la plaza están las distracciones humildes: la rifa, el tiro al blanco, el carro de los helados y el de los caramelos de colores. Desde aquí destaca todo el pueblo, que se recoge por encima de los aleros de las casas. En lo alto, la maciza torre de la iglesia de la Concepción y otras torres de conventos.
            Todo tiene una alegría bárbara de fiesta de domingo, todo relumbrando al sol: las colgaduras y los trajes de todas las mujeres, apiñadas y sentadas en las sillas de los innumerables balcones. Allá a lo lejos, en los muros de la iglesia, los chicos y demás personas mayores que no han podido entrar en la plaza por no gastarse dinero se mueven como un hormiguero. Después que han regado bien la plaza y han traído el agua de un lavadero de al lado del Ayuntamiento (pues en Chinchón hay pocas fuentes y por eso se ven en los patios y corrales de las casas tantas tinajas y, a veces, un gran trozo de tinaja rota, colocada entre dos piedras, para que beba el ganado), llega la presidencia: el alcalde con chistera y su fajín; a su lado se sienta el cura de Chinchón; ambos se quitan el sombrero para saludar al público, y luego se sientan. A su lado toman asiento los concejales. En el balcón de al lado están los músicos, que tocan una marcha taurina. Luego suena el clarín.


             Se abre el chiquero y sale corriendo un toro con muchos cuernos y tipo de buey. Los mozos huyen despavoridos y dejan el ruedo limpio. Unos se tiran de cabeza por la barrera, pero pronto empiezan a asediar al toro: le dan con los palos en el hocico y en las nalgas y le torean con las fajas. Uno lleva atado en una cuerda un trapo rojo y lo tira al aire; el toro sale engañado al embestir en vano. Cuando el toro está distraído, pasa uno corriendo de lejos y le da un palo y todos a la vez aprovechan esta ocasión para pasar y apalear al animal. También sacan las hondas del bolsillo y las restallan silbando en las orejas del toro. El bárbaro que iba en el tren estaba medio desnudo, con la camisa toda desgarrada, enseñando la carne; daba muchos alaridos y sonaba mucho la honda que tenía en la mano disparando contra el toro algunas piedras.


            Toda la barrera está ocupada de mozos, y en la segunda barrera, la empalizada de troncos de árboles, trepan por los barrotes las mozas del pueblo, y hasta las mujeres viejas se encaraman para ver la corrida. Cuando el toro engancha a algún mozo por la faja y lo tira al alto empiezan todas a chillar y un gran vocerío de angustia llena la plaza. Bajo el encendido sol la masa de gente huele muy mal, a sudor y a establo, por el calor. Los mozos que no se atreven a salir al redondel, los más cobardes y prudentes, se tiran al suelo y sacan la cabeza y el cuerpo por debajo de la barrera y cuando se acerca el toro a las tablas, como no se les puede cornear, le dan fuertes palos en los hocicos. Se ve cómo los largos y amarillentos cuernos golpean la barrera, convirtiendo al toro manso en fiera, mientras cae una lluvia de palos en su cabeza. El toro busca rabioso el bulto y coge a un mozo y le da dos o tres volteretas, cayendo de cabeza contra el suelo y abriéndose la cabeza. Se le llena la camisa de sangre y le llevan a la enfermería entre un gran vocerío, silbidos y aullidos de mujer. Cuando el toro está ya mareado, rendido y molido a palos, salen los cabestros y vuelve al corral no sin haber tardado mucho pues los mozos también quieren torear a los cabestros.


            Los músicos tocan y los mozos se ponen a bailar al agarrado demostrando sus grandes condiciones de bailarines más que de toreros. Luego sale otro toro y vuelven a hostigarle. Cada toro está media hora en el ruedo hasta que lo retiran al corral, pero los espectadores y mozos no se rinden de tanta barbarie. Un cansancio y una tristeza abrumadores reinan en la plaza".