sábado, 16 de marzo de 2013

ELEGÍA DE LA NIÑA MUERTA




La azucena se hizo nieve
siendo toda primavera.
Hielo de muerte en sus hojas...
¡ pobre azucena !

Ríos de muerte corrieron
por el cauce de sus venas.
Y ella juega con la muerte...
¡ es tan pequeña !

Temblor de muerte en sus carnes;
en su pelo, cinta negra.
Se ha dormido poco a poco...
¡ ya no despierta !

Dicen que el sepulturero
cuando la cubrió de arena,
lloró lágrimas calladas
sobre la tierra.

Este poema lo escribió José Manuel de Lapuerta en Roma, el 14 de enero de 1960. Es uno de los poemas que se pueden leer en "Caminos de Silencio" al que se puede acceder desde este mismo blog.
La fotografía es de m.carrasco.m 

viernes, 15 de marzo de 2013

SEGÓBRIGA: UN PARQUE TEMÁTICO ROMANO.

A sólo cuatro kilómetros del punto kilométrico 103 de la Nacional III Madrid-Valencia, está el Parque arqueológico de SEGÓBRIGA, que pertenece al término municipal de Saelices. 
Parece ser que la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha ha decidido cerrar provisionalmente todos los parques arqueológicos que están bajo su tutela, aunque en este de Segóbriga se siguen haciendo obras de rehabilitación, concretamente en el anfiteatro.




Segóbriga en su época romana debió ser una ciudad mercantil y de recreo, en la que había tiendas, y se comercializaba con un material muy peculiar llamano “Lapis specularis”, aunque en la actualidad es más conocido como espejuelo y que los ramanos utilizaban en sustitución del vidrio para puertas y ventanas. Este material realmente es yeso cristalizado en láminas y desde aquí se comercializaba para todo el mundo romano.



Debía ser también una ciudad para el ocio y el entretenimiento por las instalaciones que se pueden descubrir entre sus restos, como el anfiteatro, el circo, el teatro y la “basílica” que era lo que hoy podríamos llamar un centro comercial; que contrastan con las pocas viviendas que se han descubierto.




Segóbriga es el más claro ejemplo de la progresión social y del desarrollo urbano en la Meseta sur en época romana. El desarrollo urbano de la ciudad romana parece comenzar a mediados del siglo I a.C., fecha en que se pone en marcha la emisión de moneda en su ceca y en que se lleva a cabo la construcción de una parte de la muralla, que estará definitivamente en pie en la época augustea, símbolo de su nuevo estatus de municipium. Para hacerla más impresionante se alzaron tres puertas monumentales que se abrieron en la muralla.
A lo largo de los siglos I y II d.C. continuaron en la ciudad a buen ritmo las nuevas construcciones, con la edificación del teatro, anfiteatro, basílica, pórticos, termas, etc., que dieron a la ciudad un aspecto urbano similar al de cualquiera de los grandes centros de otros territorios. Una gran parte de estas obras fue financiada con aportaciones particulares, destacando por su importancia el teatro, en el que la inscripción del frente de la escena relata la financiación de las obras a cargo de una familia de rango senatorial.




Otro tanto cabe decir de las grandes termas públicas de la parte superior de la ciudad, construidas a finales del siglo I o comienzos del II d.C., en las que una gran inscripción descubierta en las excavaciones contiene parte de una titulatura imperial seguramente relacionada con la edificación del complejo.




Otros lugares de visita esencial son el Anfiteatro, el Teatro, la Muralla y Puerta Principal, Criptopórtico del Foro y de la Curia, Termas del Teatro y Gimnasio, Foro, Basílica, el Templo de Culto Imperial, las Termas Monumentales, la Acrópolis, el Acueducto, la Necrópolis y la Basílica Visigoda.




Entre los restos de las estatuas que se han descubierto, merece una mención muy especial el retrato de Agripina, por su gran belleza y su perfecta conservación. 



Un buen sitio para pasar una mañana muy agradable... si el tiempo lo permite y con el permiso de las autoridades competentes de la Comunidad de Castilla-La Mancha.

Fotografías: m.carrasco.m

jueves, 14 de marzo de 2013

EL CASTILLO DE BELMONTE.


Con vistas a esta próxima primavera, os quiero aconsejar una excursión muy interesante a la localidad conquense de BELMONTE. 
Yo estuve el otro día, pero como se puede observar en las fotografías que hice, en esta ocasión la meteorología no nos acompañó y tuvimos un día lluvioso y desapacible lo que me impidió conseguir algunas panorámicas más espectaculares del castillo.


El Castillo de Belmonte se construyó en la segunda mitad del siglo XV por el ahora muy conocido, gracias a la Serie Isabel de TVE, don Pedro Pacheco, el primer Marqués de Villena.


En este castillo tuvo su residencia, durante buena parte de su vida, doña Juana, la hija de Enrique IV, más conocida como la "Beltraneja".


Y en este castillo tuvieron lugar distintos acuerdos y tratados entre los Reyes de Castilla y los nobles que litigaron por la sucesión en el Trono de España.


Este castillo fue utilizado también como prisión quedando muy deteriorado hasta que la Emperatriz de Francia, Eugenia de Montijo, al enviudar de Napoleón III se retiró a este castillo de Belmonte, propiedad de su familia, para lo que fue necesario realizar importantes obras de reformas y rehabilitación.


Estas son algunas de las estancias tal y como se pueden contemplar en la actualidad, así como este artesonado de una de las salas del castillo.


En los alrededores del castillo se pueden ver algunos molinos de viento, porque hasta aquí llega la región manchega.


Y para terminar, sólo dejar constancia de que en este castillo se realizaron muchas películas, entre las que se puede destacar la de "El Cid".
En esta villa de Belmonte nació el insigne autor Fray Luis de León,  uno de los escritores más importantes de la segunda fase del Renacimiento español  junto con Francisco de Aldana, Alonso de Ercilla, Fernando de Herrera y San Juan de la Cruz. Su obra forma parte de la literatura ascética de la segunda mitad del siglo XVI y está inspirada por el deseo del alma de alejarse de todo lo terrenal para poder alcanzar a Dios, identificado con la paz y el conocimiento. Los temas morales y ascéticos dominan toda su obra. 
Aunque vivió fuera casi toda su vida, volvió a su pueblo natal con motivo de la boda de su hermana a quien dedicó la obra "La perfecta casada".


Y ya no os voy a contar nada más para que así os animéis y vayáis vosotros donde os contarán muchas más historias y anécdotas del castillo de Belmonte. 

miércoles, 13 de marzo de 2013

¡¡¡ HABEMUS PAPAM !!!

Desde las 19,07 de hoy día 13 de marzo de 2013



EMINENTÍSIMUM AT REVERENDÍSIMUM DÓMINUM JORGE MARIO BERGOGLIO
CARDENAL DE BUENOS AIRES (JESUITA)



S.S. FRANCISCO I

El cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio, jesuita de 76 años, ocupará la silla de Pedro con el nombre de Francisco. Es arzobispo de Buenos Aires. Es el primer latinoamericano y el primer miembro de la compañía de Jesús que dirige la Iglesia católica. Tras al menos cuatro votaciones, los 115 cardenales electores inclinaron la votación a favor de Bergoglio

martes, 12 de marzo de 2013

EL HOMBRE QUE ESTORBABA.


Hoy, que se inicia en Roma el Cónclave para la elección de un nuevo Papa de la Iglesia Católica, he querido publicar este análisis escrito por el Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, que ha titulado: BENEDICTO XVI: EL HOMBRE QUE ESTORBABA.


"No sé por qué ha sorprendido tanto la abdicación de Benedicto XVI; aunque excepcional, no era imprevisible. Bastaba verlo, frágil y como extraviado en medio de esas multitudes en las que su función lo obligaba a sumergirse, haciendo esfuerzos sobrehumanos para parecer el protagonista de esos espectáculos obviamente írritos a su temperamento y vocación. A diferencia de su predecesor, Juan Pablo II, que se movía como pez en el agua entre esas masas de creyentes y curiosos que congrega el Papa en todas sus apariciones, Benedicto XVI parecía totalmente ajeno a esos fastos gregarios que constituyen tareas imprescindibles del Pontífice en la actualidad. Así se comprende mejor su resistencia a aceptar la silla de San Pedro que le fue impuesta por el cónclave hace ocho años y a la que, como se sabe ahora, nunca aspiró. Solo abandonan el poder absoluto, con la facilidad con que él acaba de hacerlo, aquellas rarezas que, en vez de codiciarlo, lo desprecian.

No era un hombre carismático ni de tribuna, como Karol Wojtyla, el Papa polaco. Era un hombre de biblioteca y de cátedra, de reflexión y de estudio, seguramente uno de los Pontífices más inteligentes y cultos que ha tenido en toda su historia la Iglesia católica. En una época en que las ideas y las razones importan mucho menos que las imágenes y los gestos, Joseph Ratzinger era ya un anacronismo, pues pertenecía a lo más conspicuo de una especie en extinción: el intelectual. Reflexionaba con hondura y originalidad, apoyado en una enorme información teológica, filosófica, histórica y literaria, adquirida en la decena de lenguas clásicas y modernas que dominaba, entre ellas el latín, el griego y el hebreo. Aunque concebidos siempre dentro de la ortodoxia cristiana pero con un criterio muy amplio, sus libros y encíclicas desbordaban a menudo lo estrictamente dogmático y contenían novedosas y audaces reflexiones sobre los problemas morales, culturales y existenciales de nuestro tiempo que lectores no creyentes podían leer con provecho y a menudo –a mí me ha ocurrido– turbación. Sus tres volúmenes dedicados a Jesús de Nazaret, su pequeña autobiografía y sus tres encíclicas –sobre todo la segunda, Spe Salvi, de 2007, dedicada a analizar la naturaleza bifronte de la ciencia que puede enriquecer de manera extraordinaria la vida humana pero también destruirla y degradarla– tienen un vigor dialéctico y una elegancia expositiva que destacan nítidamente entre los textos convencionales y redundantes, escritos para convencidos, que suele producir el Vaticano desde hace mucho tiempo.


A Benedicto XVI le ha tocado uno de los periodos más difíciles que ha enfrentado el cristianismo en sus más de dos mil años de historia. La secularización de la sociedad avanza a gran velocidad, sobre todo en Occidente, ciudadela de la Iglesia hasta hace relativamente pocos decenios. Este proceso se ha agravado con los grandes escándalos de pedofilia en que están comprometidos centenares de sacerdotes católicos y a los que parte de la jerarquía protegió o trató de ocultar y que siguen revelándose por doquier, así como con las acusaciones de blanqueo de capitales y de corrupción que afectan al banco del Vaticano. El robo de documentos perpetrado por Paolo Gabriele, el propio mayordomo y hombre de confianza del Papa, sacó a la luz las luchas despiadadas, las intrigas y turbios enredos de facciones y dignatarios en el seno de la curia de Roma enemistados por razón del poder.

Nadie puede negar que Benedicto XVI trató de responder a estos descomunales desafíos con valentía y decisión, aunque sin éxito. En todos sus intentos fracasó, porque la cultura y la inteligencia no son suficientes para orientarse en el dédalo de la política terrenal y enfrentar el maquiavelismo de los intereses creados y los poderes fácticos en el seno de la Iglesia, otra de las enseñanzas que han sacado a la luz esos ocho años de pontificado de Benedicto XVI, al que, con justicia, L’Osservatore Romano describió como “un pastor rodeado por lobos”.


Pero hay que reconocer que gracias a él por fin recibió un castigo oficial en el seno de la Iglesia el reverendo Marcial Maciel Degollado, el mejicano de prontuario satánico, y fue declarada en reorganización la congregación fundada por él, la Legión de Cristo, que hasta entonces había merecido apoyos vergonzosos en la más alta jerarquía vaticana. Benedicto XVI fue el primer Papa en pedir perdón por los abusos sexuales en colegios y seminarios católicos, en reunirse con asociaciones de víctimas y en convocar la primera conferencia eclesiástica dedicada a recibir el testimonio de los propios vejados y de establecer normas y reglamentos que evitaran la repetición en el futuro de semejantes iniquidades. Pero también es cierto que nada de esto ha sido suficiente para borrar el desprestigio que ello ha traído a la institución, pues constantemente siguen apareciendo inquietantes señales de que, pese a aquellas directivas dadas por él, en muchas partes todavía los esfuerzos de las autoridades de la Iglesia se orientan más a proteger o disimular las fechorías de pedofilia que se cometen que a denunciarlas y castigarlas.     

Tampoco parecen haber tenido mucho éxito los esfuerzos de Benedicto XVI por poner fin a las acusaciones de blanqueo de capitales y tráficos delictuosos del banco del Vaticano. La expulsión del presidente de la institución, Ettore Gotti Tedeschi, cercano al Opus Dei y protegido del cardenal Tarcisio Bertone,  por “irregularidades de su gestión”, promovida por el Papa, así como su reemplazo por el barón Ernst von Freyberg, ocurren demasiado tarde para atajar los procesos judiciales y las investigaciones policiales en marcha relacionadas, al parecer, con operaciones mercantiles ilícitas y tráficos que ascenderían a astronómicas cantidades de dinero, asunto que solo puede seguir erosionando la imagen pública de la Iglesia y confirmando que en su seno lo terrenal prevalece a veces sobre lo espiritual y en el sentido más innoble de la palabra.


Joseph Ratzinger había pertenecido al sector más bien progresista de la Iglesia durante el Concilio Vaticano II, en el que fue asesor del cardenal Frings y donde defendió la necesidad de un “debate abierto” sobre todos los temas, pero luego se fue alineando cada vez más con el ala conservadora, y como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (la antigua Inquisición) fue un adversario resuelto de la Teología de la Liberación y de toda forma de concesión en temas como la ordenación de mujeres, el aborto, el matrimonio homosexual e, incluso, el uso de preservativos que, en algún momento de su pasado, había llegado a considerar admisible. Esto, desde luego, hacía de él un anacronismo dentro del anacronismo en que se ha ido convirtiendo la Iglesia. Pero sus razones no eran tontas ni superficiales y quienes las rechazamos tenemos que tratar de entenderlas por extemporáneas que nos parezcan. Estaba convencido de que si la Iglesia católica comenzaba abriéndose a las reformas de la modernidad su desintegración sería irreversible y, en vez de abrazar su época, entraría en un proceso de anarquía y dislocación internas capaz de transformarla en un archipiélago de sectas enfrentadas unas con otras, algo semejante a esas iglesias evangélicas, algunas circenses, con las que el catolicismo compite cada vez más –y no con mucho éxito– en los sectores más deprimidos y marginales del Tercer Mundo. La única forma de impedir, a su juicio, que el riquísimo patrimonio intelectual, teológico y artístico fecundado por el cristianismo se desbaratara en un aquelarre revisionista y una feria de disputas ideológicas era preservando el denominador común de la tradición y del dogma, aun si ello significaba que la familia católica se fuera reduciendo y marginando cada vez más en un mundo devastado por el materialismo, la codicia y el relativismo moral.


Juzgar hasta qué punto Benedicto XVI fue acertado o no en este tema es algo que, claro está, corresponde solo a los católicos. Pero los no creyentes haríamos mal en festejar como una victoria del progreso y la libertad el fracaso de Joseph Ratzinger en el trono de San Pedro. Él no solo representaba la tradición conservadora de la Iglesia, sino, también, su mejor herencia: la de la alta y revolucionaria cultura clásica y renacentista que, no lo olvidemos, la Iglesia preservó y difundió a través de sus conventos, bibliotecas y seminarios, aquella cultura que impregnó al mundo entero con ideas, formas y costumbres que acabaron con la esclavitud y, tomando distancia con Roma, hicieron posibles las nociones de igualdad, solidaridad, derechos humanos, libertad, democracia, e impulsaron decisivamente el desarrollo del pensamiento, del arte, de las letras, y contribuyeron a acabar con la barbarie e impulsar la civilización. La decadencia y mediocrización intelectual de la Iglesia que ha puesto en evidencia la soledad de Benedicto XVI y la sensación de impotencia que parece haberlo rodeado en estos últimos años es sin duda factor primordial de su renuncia, y un inquietante atisbo de lo reñida que está nuestra época con todo lo que representa vida espiritual, preocupación por los valores éticos y vocación por la cultura y las ideas".

Mario Vargas LLosa.

lunes, 11 de marzo de 2013

LA ERMITA DE SANTA ANA DE CHINCHÓN.


La Ermita de Santa Ana, que se encuentra junto al cementerio de Chinchón, y durante muchos años fue utilizada como lazareto, habiendo llegado a estar en un estado total de ruina.



En el año 2003 se inauguró la nueva ermita restaurada por el Excelentísimo Ayuntamiento de Chinchón; con la participación de la Fundación de los Nobles Oficios y de las Bellas Artes de Chinchón, promovida por Alvaro Bravo.


El proyecto lo realizó el arquitecto don Ángel Luis Camacho y las obras se realizaron bajo su dirección y del arquitecto técnico don Fernando Pérez, que actuaron desinteresadamente.



Se colocó una imagen de Santa Ana donada por su autor, el escultor don Eduardo Carretero.