viernes, 4 de octubre de 2013

EL NIÑO QUE SOÑABA NOVELAS. (Cuento)




Los pediatras del Sanatorio de San Camilo certificaron que el niño era totalmente normal. Después, con el paso de los años, sus padres empezaron a notar algo raro en su comportamiento.
Primero, cuando apenas si tenía diez o doce meses, se despertaba sobresaltado por las noches y empezaba a llorar sin causas aparentes. Los médicos dijeron que eso se pasaría cuando el niño fuese más mayor. Efectivamente, con el tiempo se seguía despertando, pero ya no lloraba. Unas veces reía, otras daba palmas, otras, tardaba en dormirse y parecía que quería decir algo, y recitaba las palabras sueltas que ya había aprendido: papa, aba, tata, ajo y circunspecto, porque aunque parezca extraño, y realmente lo era, el niño, nadie sabía cómo y por qué, había aprendido a decir circunspecto.
Cuando ya supo hablar, confesó a su madre que por la noche tenía sueños muy raros, y que se acordaba muy bien de todo lo que había soñado la noche anterior. Su madre, intrigada, se lo contó al padre y éste dijo a su vástago que le contase lo que había soñado la noche anterior.
Era, de principio al fin “La Historia Interminable” de Michael Ende. Él lo supo porque había visto la película hacia unos meses, y no se lo podía creer. Unas noches después, el niño soñó “Harry Potter y la piedra filosofal” y se la contó a sus padres con todo lujo de detalles.
Los padres no se atrevieron a decírselo a nadie, más que nada porque, con un poco de suerte, una noche el niño podía soñar una novela que aún no estaba escrita y se podrían forrar.
Cuando el niño llegó a la pubertad dejó de soñar novelas porque sólo tenía sueños para su amiga Antonella, a la que soñaba unos versos preciosos, aunque estaba seguro que podían ser de Lope, de Dante o de Petrarca, por lo que no se atrevía a recitarlos a nadie.


Cuando entró en el Instituto, fue adquiriendo una cierta  formación literaria y a partir de ese momento sus sueños empezaron a ser muy prolíficos. En dos noches seguidas se soñó enterito “Cien años de soledad”, otra noche, “El viejo y el mar” y en una sola siesta  el “Pantaleón y las visitadoras” de Vargas Llosa.
El profesor de literatura estaba intrigadísimo y no podía creerse que fuese capaz de recitarle, casi al pie de la letra, varios párrafos del “Ulises” de James Joyce y además hacer un amplio recorrido por todos los pasajes más importantes del libro. No tenía la menor duda de que estaba haciendo trampas, pero no tuvo más remedio que ponerle un sobresaliente.
Sus padres se dieron de baja del Círculo de lectores, y esperaban con impaciencia las nuevas novelas que soñaba el niño, con lo que estaban totalmente al día en la actualidad literaria, sin costarles ni un euro.
Entró a trabajar en una editorial para detectar los plagios que podían llegar como novedades para su edición, y es que con el tiempo, ya se tenía soñadas las principales novelas de la literatura universal.
Un día soñó una novela que no tenía título y que era de un autor totalmente desconocido para él. Investigó en Internet y supo que se trataba de un escritor ya difunto que tuvo un blog, donde había ido publicando la novela por entregas bajo el título de “La condesa del Reino”. Como le gustó tanto, pensó que no era justo que permaneciese en el anonimato y decidió mandarla al premio Planeta con el nombre de “El Valle de las mariposas”.
Ganó el primer premio, pero a él se le había olvidado poner el nombre del verdadero autor y no tuvo más remedio que acudir personalmente a recoger el galardón.