miércoles, 1 de mayo de 2013

ANICETO EL GUARDIA Y EL CASO DEL CALOR ASESINO. 1 PLANTEAMIENTO.

El próximo día 8 celebro el 5º aniversario del nacimiento de El Eremita, y con este motivo he querido preparar un regalo para todos vosotros. Se trata de una pequeño cuento dividido en tres partes, como es preceptivo en todo buen relato: PLANTEAMIENTO, NUDO Y DESENLACE.
He pensado publicarlo en tres entregas, como ya he hecho con algunos otros relatos y novelas, para no cansaros demasiado cada día. Como veis se trata de "EL CASO DEL CALOR ASESINO" Espero que os guste mi regalo a aniversario:



1. PLANTEAMIENTO

Las eras estaban casi desiertas a esas horas de la tarde. Sólo unos pocos dormían la siesta a la sombra de los árboles perdidos entre los montones de paja recién aventada y las parvas tendidas a medio trillar. Una mula, con las patas delanteras “amaneadas” se obstinaba en llegar a los inalcanzables haces de mies. Las ventiscas resecas de estos primeros días del agosto mesetario habían cubierto el hato con el polvo áspero y salobre que desprenden las espigas en sazón. El botijo de barro blanco, a la sombra del serón, rezumaba su frescor invitando a tomar el primer trago antes de iniciar la tarea vespertina.
Pedro, se desperezó después de haber dormido una “larga” siesta en sólo quince minutos y se echó un prolongado trago de agua para clarificar su garganta reseca por el polvo y por el calor sofocante que ya duraba más de una semana y que había llegado a superar con creces los cuarenta grados, hecho insólito que no recordaban ni los más viejos del pueblo. Dejó que el chorro del botijo se desparramase por su rostro sin afeitar y por su pelo que apenas si ya negreaba por el polvo acumulado durante varios días. Dirigió el chorro de agua hacia su nuca, dejando que empapase su camisa para conseguir uno momentos de frescor. Se colocó el sombrero de paja y contempló el paisaje amarillento que le rodeaba, en el que sólo contrastaba el azul cobalto del cielo que empezaba a enmarañarse con los jirones pardos de las nubes que aparecían por el horizonte y que ya eran visitantes asiduas casi todas las tardes.
Allí, a poco más de diez metros, en el lindazo del camino, con la cabeza ensangrentada, estaba aquel hombre. Corrió hacia él, pero nunca tuvo ninguna duda de que ya estaba muerto. Su grito de socorro despertó a tres hombres que llegaron corriendo desde las eras de al lado. Uno se acercó hasta el pueblo para dar la noticia, mientras los demás quedaron de pie y en silencio, intentando adivinar quién era el desgraciado que había venido a morir a este lugar perdido.
Este suceso cambió el lento discurrir de la vida en mi pueblo. Nadie había visto nada, ni nadie le conocía. Don Marcial, el médico dedujo que la herida mortal en la cabeza se la tenía que haber producido otra persona. Las otras lesiones se produjeron después de muerto y posiblemente para simular una muerte accidental. Apenas si había sangre a su alrededor, por lo que dedujo que la muerte se había producido en otro lugar y de ocho a diez horas antes.
Por la situación privilegiada de la botica, yo soy uno de los primeros en enterarme de todo lo que ocurre en el pueblo, y no solo conozco los secretos de la salud de todos los vecinos, sino también los dimes y diretes que circulan sobre cada uno de ellos. Lo que les acabo de contar, me lo contó a mí, esa misma tarde, el propio Pedro cuando regresó de la era. Después lo tuvo que repetir para hacer el atestado y quince o veinte veces más,  hasta que dejó satisfecha la curiosidad de todos los que se iba encontrando por la calle.
Pero, volviendo al caso que nos ocupa; Aniceto, el guardia, se hizo cargo de las diligencias del crimen. De andar desgarbado, enjuto de carnes y algo mal encarado, a sus cincuenta años, y después de veinte de servicio, era la primera ocasión que se le presentaba de poner en práctica todos sus conocimientos de investigación criminal, porque además de los rudimentarios conceptos estudiados para acceder al cargo, se había ocupado en la lectura de las más selectas novelas policíacas hasta conseguir el fino olfato de un verdadero sabueso policial. Le gustaba sorprender a los sencillos vecinos con las curiosas conclusiones que deducía de los más insignificantes detalles.
- María, hoy pisto para comer, ¿no?
- Sí, Aniceto, ¿Como lo sabes?
- Es una pequeña mancha de tomate que te ha salpicado la bata...
Aunque la verdad era que había pasado por su calle y había visto cómo lo preparaba... El caso es que todos los habitantes de este pueblo perdido, que no ha salido nunca en los periódicos, cuyo nombre era desconocido fuera de la comarca, estaban seguros que ahora se harían famosos porque su guardia iba a descubrir al culpable de este inexplicable asesinato.  
Era un varón de treinta y cinco a cuarenta años, moreno, de 1,75 de altura y unos 80 kilos de peso. Indocumentado, sólo una medalla de oro con las iniciales MJ. y la fecha 20.03.21. Vestía una camisa de rayas marrones con las mangas arremangadas y unos pantalones verdes. Calzoncillos, en los que había bordado el número 16 con hilo azul,  y unas sandalias sin marca. No llevaba calcetines y en los bolsillos un pañuelo con la letra J. No había rastro de cartera, llaves ni documentos.
Hechas las oportunas comunicaciones reglamentarias, y después de recibir  instrucciones  de las autoridades provinciales, mi sobrino Antoñito, a quien todo el mundo llamaba señorito Antonio,  que ejercía de Juez de paz de la comarca, ordenó la inhumación de los restos,  después que don Marcial hizo el minucioso y detallado informe de la autopsia.


También el médico tenía a su cargo los tres pueblos de la comarca, que recorría montado en un tílburi, tirado por un viejo caballo percherón. Viudo desde muy joven, había dedicado su vida personal al cuidado de su hija que ahora ya tenía los veinticinco y era una de las jóvenes más solicitadas por todos los mozos del pueblo. Aunque llegó al pueblo cuando terminó la carrera pensando que sólo era el primer paso para llegar a la capital de la provincia, se adaptó a la vida del pueblo, se casó con la hija del mayor terrateniente de la localidad y cuando su mujer murió al dar a luz a su primera y única hija, decidió quedarse en el pueblo que le había acogido con afecto, a pesar de su carácter seco y algo cascarrabias que se iba acentuando con el tiempo.  Atendía los partos, a los niños, a los jóvenes y a los viejos, incluso llegaba a practicar algunas pequeñas cirugías, porque el hospital más cercano estaba a más de cien kilómetros. También ejercía de forense, por lo que tenía una estrecha relación con Antoñito, que desde hacía ya cinco años ejercía como Juez de Paz, cargo que había heredado también de su padre, don Antonio mi cuñado, que ya apenas si salía de casa por culpa del reuma. Los dos eran partícipes de hecho y derecho de la tertulia que todas las tardes del verano se reunía bajo la parra de mi patio. En invierno, la organizábamos alrededor del brasero de la rebotica, y eran, también, tertulianos habituales, don Marcelino el maestro, don Abrahán el cura y Jenaro el Alcalde.
Los último días, a la tertulia se incorporó también el Aniceto quien, nos pidió ayuda para tratar de buscar una explicación lógica a lo ocurrido la otra tarde junto a la era de Pedro el “Lomogato”, lo que también supuso un aliciente para todos nosotros, acostumbrados como estábamos a tratar asuntos demasiado manidos porque ya se sabe que en el pueblo nunca pasaba nada.
- Vamos a constatar los hechos. Debían ser las cuatro y media, cuando se descubrió el cadáver. Una hora y media antes había pasado por el camino, de vuelta al pueblo,  el hijo de Emilio “Barriga” y todavía no estaba allí. Por lo tanto, todo debió ocurrir de tres a cuatro y media de la tarde. A esas horas, los pocos que estaban en las eras estarían durmiendo la siesta...
- Que debió ser algo más larga de lo que ellos han asegurado...
- Por eso, el autor o autores, no fueron descubiertos.
-¿Se sabe cómo trasladaron el cadáver?
- En el polvo del camino se podían ver varias rodadas de carros y cascos de caballerías que iban en una y otra dirección, lo que no demuestra nada porque el camino está muy transitado en estos días de la trilla... lo llevarían en un carro o a lomos de una caballería, oculto bajo algunos sacos vacíos, así no despertarían sospechas si se cruzaban con alguien... Sólo al comprobar que nadie les veía se decidieron a dejarlo en el lindazo... de otra forma, lo hubieran llevado a otro sitio...
- Marcial, ¿se sabe con qué le han matado?
- Con una piedra plana.... con una barra metálica... con algo sin aristas que le golpeó en la base del cráneo... por lo que la víctima fue atacada por la espalda y  estando en posición inclinada; posiblemente buscando algo en el suelo, sin percatarse de la presencia de su agresor. Después le golpearon con dos piedras en el parietal derecho y en el frontal para simular que se había golpeado con ellas accidentalmente al caer. Estas dos piedras se encontraron en el camino junto a la cabeza de la víctima, manchadas con su sangre... pero ninguna de estas heridas eran mortales...y tampoco había en ellas ninguna huella que pudiese identificar al asesino...
-¿Todavía no se sabe quién era el muerto?
- No, aún no sabemos nada. Nos dicen del Ministerio que están difundiendo las fotografías que les enviamos, pero no coinciden con ninguna denuncia de personas desaparecidas. Aniceto se ha acercado a los pueblos de al lado, pero allí tampoco le conocen...
-El que puede saber algo es don Abrahán...
-No, yo tampoco se nada... y si supiese algo bajo secreto de confesión, tampoco lo podría decir...
- Para mí, la culpa es del calor... -Sentenció Jenaro el Alcalde, al que le gustaba filosofar y buscar siempre influencia extrañas a todo lo que ocurría-  Los cuerpos no pueden soportar estas temperaturas, la sangre se sube a la cabeza y cualquiera es capaz de hacer la mayor barbaridad.  No sé... para mí, toda la culpa es del calor.... Estos días ha hecho un calor asesino...
- Ytú, Aniceto, que eres el profesional, ¿Qué piensas que se debía hacer?
- Yo lo tengo claro: mano dura. Diga lo que diga el señorito Antonio no se puede interrogar a la gente con tanta delicadeza... Todos sabemos, y lo podemos ver en las novelas que,  siempre, alguno de los testigos suele ser el culpable... ¿Por qué vamos a creer a Pedro el “Lomogato” que se lo encontró ya muerto? El pudo haberlo matado... ¿y el hijo de Barriga? Reconoce que pasó por el camino a las tres de la tarde y dice que no vio a nadie y que aún no estaba el cadáver... Si me autoriza, don Jenaro, con unos cuantos pescozones bien dados yo les hacía cantar en menos de...
-No seas bruto Aniceto, -intervine yo- hay que ser analítico, y si queremos solucionar este caso, tenemos que encontrar algún detalle que nos dé la clave de lo que pudo ocurrir...
-Tiene razón don Cosme; tenemos que volver a repasar todos los detalles, porque sin duda que algo hemos pasado por alto....
-El hombre era bien parecido... posiblemente haya un lío de faldas...
- Y de cuernos... Ese sí podría ser un buen móvil para nuestro crimen... Don Cosme, Vd. que hizo los análisis, ¿no encontró ningún dato revelador que nos pueda ayudar...?
Efectivamente, yo había sido el encargado de hacer todos los análisis, tanto del cadáver como de las ropas del difunto. Mi laboratorio es más bien rudimentario, pero hasta ahora había sido suficiente para solventar los problemas que se planteaban en el pueblo...
- La verdad es que no encontré nada anormal... todos los indicadores eran los de una persona sin enfermedades...  su grupo sanguíneo era cero positivo, no aparecía ninguna infección... todo normal. Pero ahora que lo pienso, lo que sí pude observar eran unas manchas de semen en sus calzoncillos... que entonces pensé que se debían a una deficiente higiene... también había mucho polvo en sus ropas... y en los cañones de sus pantalones había varias arrugas verticales de unos diez o quince centímetros, como si hubiesen estado recogidos...
- Yo también me fijé en ellos... ¡Eso es! A mí también me pasa... y mi mujer me regaña porque dice que no tengo cuidado.... Yo me recojo así los pantalones cuando monto en la bicicleta....
Los ojos del guardia brillaban como si hubiese descubierto una pista trascendental para la resolución del caso.
-¿No ves? ya nos estamos acercando. Hay que preguntar si alguien vio estos días a un ciclista  por los alrededores del pueblo... Por otra parte, en alguna parte debe estar la bicicleta, si la encontramos, estaremos cerca del asesino.
- Las manos del difunto estaban bien cuidadas... desde luego no trabajaba en el campo... lo que también se podía deducir porque sus brazos y sus piernas no estaban quemados por el sol... debía ser un oficinista, un dependiente o un viajante...
- Mejor un viajante... pero que era la primera vez que venía al pueblo, porque nadie le conocía...
- Yo más bien pienso que debía ser familia de alguien del pueblo... llegó por la noche en su bicicleta, por lo que no lo vio nadie... su visita no era grata... lo mataron por alguna causa y lo abandonaron en el camino...
- No sé, no sé... Como hace tanto calor por las noches,  dormimos con las ventanas abiertas, y nadie vio ni oyó nada... es muy raro... Si pasa algún desconocido por la calle, seguro que hay algún perro que no para de ladrar... y alguien se hubiese despertado...
- Jacinto, el sereno, me ha asegurado que no se había visto a nadie desconocido andando por el pueblo estas noches de atrás.... Tenemos que buscar otras posibilidades....
Y en estas controversias se iban pasando las tardes sin que ninguno de nosotros llegase a encontrar una teoría viable que pudiese dar alguna luz al asunto que habíamos bautizado, a propuesta del Aniceto, que como ya hemos dicho estaba muy influenciado por la literatura policiaca,  como “El caso del calor asesino.”

Continuará el día 3 con el segundo capítulo...