sábado, 14 de julio de 2012
viernes, 13 de julio de 2012
SI LA PALMERA SUPIERA...
Tres fotografías de la misma palmera. La primera en el año 2005, la segunda en el año 2009 y la tercera en este mismo año 2012.
¿Qué ha pasado?
Pues lo que muchas veces pasa. Un proyecto ilusionante con toda una vida por delante; una realidad llena de vida... y un desenlace imprevisto. Pero ¿era previsible?
Esto es lo que ocurrió. Eran los años del boom inmobiliario en la costa del levante español. Se estaban creando urbanizaciones por doquier y había que “adornarlas” con árboles y plantas. Y entre los árboles, la palmera era, sin duda, la más adecuada, por su adaptación al clima mediterráneo y su gran belleza ornamental. Sólo había un “pequeño” problema: era una planta cara. Pero llegó el “listo” de turno y dijo que de esas palmeras había a miles en Egipto y además eran muy baratas. Y se fueron al país de los faraones y las pirámides y se vinieron con una buena carga de palmeras.
Pero... (Yo no sé que pasa, que casi siempre hay un pero) Pero, digo, esas preciosas y baratas palmeras traían escondidos un bichito, que al llegar a nuestro país se percató de que aquí no existían los depredadores que tenía en su tierra, con lo que iba colonizando todas las palmeras vecinas hasta que las devoraba impunemente sin que nadie le pudiese hacer daño. El bichito en cuestión es el “picudo rojo”, aunque los eruditos dicen que se llama “Rhynchophorus ferrugineus” y es una especie de coleóptero curculionoideo, de la familia curculionidae, originario del Asia tropical. Es un gorgojo de gran tamaño, entre dos y cinco centímetros. Su color rojizo ferruginoso lo hace inconfundible. La larva perfora galerías de más de un metro de longitud en los troncos de las palmeras.
Además, este bichito es muy listo y se adapta a los tratamientos que se utilizan contra él, por lo que es difícil de combatir. El hecho es que miles de palmeras del levante español están muriendo por culpa de este dichoso bichito, llamado el “picudo rojo”.
jueves, 12 de julio de 2012
EL AMO CAPITULO XXIV
-¡Abran a policía militar!
Los golpes resonaron con fuerza en toda la vivienda.
-¡Abran inmediatamente o tiramos la puerta abajo!
La pobre mujer abrió la puerta abrochándose aún la bata que se había puesto con prisas.
-¿Vive aquí el camarada Bernardo Hinojosa? ¡Que salga inmediatamente!
Don Bernardo estaba también en la cama y le había despertado los golpes como a su mujer. Al oír las voces de la policía salió precipitadamente sin ponerse nada sobre el pijama.
-Vamos, ¡Que salga también el cura!
-Aquí no hay ningún cura… aquí solo estamos, mi mujer, mi hija, y el niño, porque su padre está luchando en el frente…
-¡Déjate de idioteces, y di a ese cura que salga inmediatamente si no quieres que os rompamos las costillas a culatazos.
Emilita también se había despertado con todo el barullo y cogió en brazos al bebé que dormía en la cunita junto a su cama. Entreabrió la puerta de su habitación y vio a su madre con los pelos alborotados de no haberse podido asear después de dormir toda la noche, cogiéndose la bata como queriendo cubrirse parte de la cara. Su padre procuraba mantenerse más digno, aunque su aspecto también era deplorable… y su voz no parecía demasiado convincente cuando negaba la existencia del cura.
-¿Quién anda ahí? ¡Que salga inmediatamente, quien sea!
Emilita se asomó a la puerta con el niño en brazos.
-Vamos tú, no te quedes ahí pasmada, y llama a ese cura, si no quieres que le pase algo malo a tu niño!
Ella se echó a llorar, apretujando al pequeño entre sus brazos. El padre sabía que ella no iba a poder resistir los interrogatorios de los guardias.
-Un momento, un momento… No hace falta hacer daño a nadie… ¡esperen un momento!
Se iba a dirigir al interior de la vivienda, pero un guardia se puso tras de él y le siguió apuntándole con el cañón de su fusil. En una puerta del pasillo, que simulaba un pequeño armario para los trastos de limpieza, empujó una de las paredes y cedió una pequeña puerta camuflada, que no más de un metro de alta, por medio de ancha. Detrás había una pequeña habitación que antes había sido dormitorio y que ahora se había convertido en un zulo, donde se escondía don Emiliano desde que empezó la guerra.
Era un venerable anciano, que parecía haber encogido de estar tan tiempo encerrado en una habitación tan pequeña y que caminaba con dificultad, por su casi absoluta inmovilidad durante ya casi tres años. Él también se había despertado con los golpes y cuando pudo escuchar los que decían los guardias se vistió deprisa y supo que había acabado su prisión voluntaria y que iba a empezar la forzada, si no su propia muerte. En los breves momentos que tardó en abrirse la portezuela de su escondrijo rezó una oración y se encomendó a Dios poniendo en sus manos su destino y su vida.
-¡Aquí está el cura. Las informaciones eran ciertas! ¡Vamos, sal de ahí, que ya verás lo que te espera!
El que parecía al mando de la pequeña patrulla se fue hacía él y le empujó junto a los demás.
-¡Y ahora, todos al Comité¡ No hace falta que cojáis nada de ropa… para lo que os va a servir..!
Los demás guardias rieron la gracia del que parecía ser su jefe.
-Tú no, tú te quedas aquí con el pequeño, que para eso el padre está luchando en el frente… Pero no se te vaya a ocurrir marcharte a ninguna parte… ¡Vamos!
Los dos hombres y la mujer salieron medio arrastras de la vivienda y bajaron a empellones por las escaleras. Ella lloraba, el marido intentaba guardar un cierto empaque a pesar de lo ridículo de su vestimenta, el cura con las manos unidas parecía que hacía oración.
Cuando se cerró la puerta, la joven con su niño en brazos, sólo sabía llorar sin atreverse a hacer nada.
Todas las noticias confirmaban que los rebeldes de Franco avanzaban hacia la capital, y que los republicanos no iban a poder resistir mucho más tiempo. A pesar de la propaganda oficial que desmentía estas noticias, todos en Madrid sabían que la guerra ya no podía durar demasiado. Pero la represión era ahora mayor y a diario se conocían noticias de personas que eran detenidas por los guardias de asalto, acusadas de estas colaborando con la llamada “quinta columna” que eran las personas que colaboraban con los sublevados en la retaguardia.
Esa tarde se presentó de improviso Emilita con su niño en brazos, todo asustada. En la cara se notaba que algo muy grave había pasado.
- Vengo a traer al niño. Han detenido a mis padres y a mi tío Emiliano.
- Pasa niña, ¿Qué ha pasado?
- Ustedes no lo sabían… bueno nadie lo sabía. Cuando empezó la guerra y empezaron a matar a los curas, mis padres escondieron a mi tío Emiliano en casa. Oficialmente había escapado de Madrid con otros curas hacia Barcelona. Pero se escondió en casa y allí ha estado desde entonces, sin salir a ningún sitio para que nadie lo viese. No sabemos cómo, pero alguien se ha enterado y ha debido denunciarlo; esta mañana se han presentado unos guardias de asalto y se los han llevado a los tres. A mí me han dejado por el niño, pero me han dicho que no podía salir de casa bajo ningún concepto. Me ha dado mucho miedo, y he pensado venir aquí, por lo menos a dejar al niño…
- De ninguna manera, tú no te marchas de aquí, no puedes estar sola en la casa de tus padres, y aquí seguro que no vienen a buscarte.
El pequeño Nicomedes ya andaba agarrándose de silla en silla. Rosa le veía muy poco, porque a su edad procuraba no andar demasiado por las calles y además no le gustaba molestar a sus consuegros. Emilita tampoco salía de casa y solo cuando Genaro volvía con algunos días de permiso se lo llevaba para que lo viese la abuela.
Emilita no sabía nada de la relación de su padre con la vecina de su suegra ni de su intervención para que Genaro entrara a trabajar en la tienda. Unos días después comentó a Rosa lo simpática que era la vecina de arriba y lo cariñosa que había estado con el pequeño.
-Sí, siempre ha sido muy cariñosa y ha querido mucho a Genaro, como ella es soltera y no ha tenido hijos…
Esa misma tarde avisaron a Evaristo y a Rosita de lo que estaba pasando. Por medio de su socio que estaba muy bien relacionado con algunos mandos militares, supo que los padres y el tío de Emilita estaban en la Cárcel Modelo. Le aseguraron que los cargos que había contra ellos eran muy graves y que posiblemente les hicieran un juicio sumarísimo por alta traición y espionaje, pero le dijeron que podían llevarles algo de ropa y algo de comer a la cárcel.
Evaristo se ofreció a ser el correo para evitar que su cuñada se viese en una situación a la que no estaba acostumbrada. En un hatillo que le preparó, con algo de ropa, unas barras de pan, un poco de queso y unas frutas que puso él, le puso también una nota en la que les decía que su hija y el niño estaban bien, y que no se preocupasen por ellos.
Logró que se lo entregaran en mano, gracias a los favores que él había hecho a uno de los guardias de la cárcel, que después le confirmó que ellos se encontraban bien, aunque muy preocupados porque todavía nadie les había comunicado cual era el delito del que se le acusaba, aunque de sobra conocían que esconder a un cura en casa, aunque fuese familiar suyo, era uno de los peores delitos de los que les podían imputar.
En la cárcel todo era confusión. Había pasado una semana y ningún carcelero sabía nada sobre su posible juicio, que al llegar les habían dicho que se celebraría de inmediato. Los habían separado. Los dos hombres estaban en un barracón grande en el que se hacinaban más de cincuenta presos que tenían que dormir en jergones tirados en el suelo. A la mujer la habían llevado a una sala, también espaciosa en la que, al menos había algun0s catres para que no se acostasen directamente en el suelo. Posiblemente era de las más mayores que se encontraban allí. Las nuevas compañeras de reclusión la acogieron con cariño y deferencia; la dejaron una manta con la que cubrirse hasta que le trajeron su ropa. Ella no paraba de llorar y decir que seguro que las iban a matar a todas.
La realidad es que en los últimos meses no se estaban celebrando juicios y que muy a menudo dejaban que algunas mujeres marchasen a casa.
El principio de la primavera en Madrid estaba siendo frío, aunque ya habían desaparecido los hielos y los días eran mucho más largos.
Esa día, lo que allí llamaban comida se estaba retrasando. Algunas reclusas empezaron a protestar y golpear las puertas pidiendo su rancho. A eso de las tres de la tarde, una miliciana abrió la puerta de par en par.
-¡Os podéis marchar todas a casa!
Al mismo tiempo, en el pabellón de los hombres ocurría lo mismo.
Cada uno empezó a recoger lo poco que tenían allí. Salían con miedo de los barracones, por si era una trampa y matarlos allí mismo. Poco a poco los pasillos se empezaron a llenar de hombres y mujeres asustados que no tenían muy claro lo que estaba pasando. No había ningún guardia y todas las puertas estaban abiertas; incluso la que daba a la calle.
Don Bernardo y don Emiliano buscaron a la mujer entre todo el desbarajuste de hombres y mujeres que corrían, se empujaban y trataban de escapar de allí lo antes posible. Se separaron y no tardaron en dar con ella. Los tres, aparentando muchos años más de los que ya tenían y apoyándose los unos en los otros, salieron de la cárcel, no teniendo claro lo que debían hacer.
miércoles, 11 de julio de 2012
REVISTA "TOTUM REVOLUTUM" DE LA BIBLIOTECA DE CHINCHÓN.
Como ya se viene realizando en los últimos años, el próximo viernes, día 13 de Julio, a las 21 horas se presentará en la Biblioteca "Petra Ramírez" de Chinchón. EL NÚMERO 10 DE LA REVISTA LITERARIA “TOTUM REVOLUTUM”, con algunos de los trabajos de los escritores del taller de escritura de la Biblioteca que dirige Milagros García Guerrero.
Portada del número seis de la Revista, correspondiente al año 2008.
martes, 10 de julio de 2012
REPORTAJE FOTOGRÁFICO: "BOUS A LA MAR" DENIA 2012.
El pasado día 7 os contaba algo de la historia de "les bous a la mar"
Hoy os dejo este reportaje fotográfico, porque dicen que una imagen vale más que mil palabras, y yo os dejo treinta fotos tomadas en la tarde de ayer.
Espero que os gusten.
lunes, 9 de julio de 2012
EL AMO. CAPITULO XXIII
Tardaron casi dos años en confirmarse sus temores. Una mañana llamó a la puerta su hermana Mercedes. Las dos hermanas se abrazaron y lloraron así durante un buen rato. Mercedes, como estaba sola en Recondo y sabía que su hermana también lo estaba se decidió a venir a Madrid para estar juntas mientras durase la guerra. Tenía tres años menos que Rosa y desde que murió su marido había tenido que volver a servir a casa de sus antiguos amos, aunque cuando empezó la guerra ellos desaparecieron de Recondo y ella tenía que vivir casi de la caridad de los vecinos.
Las dos mujeres se miraban a los ojos pero ninguna de las dos se atrevía a hablar como no fuera con la mirada. Mercedes cerró los ojos, y la abrazó con más fuerza. Rosa ya no necesitó escuchar ninguna palabra.
- Desapareció en los primeros días de la guerra. No te puedes figurar lo que allí pasó. Mataron al pobre don Filomeno, el cura. ¡Él que no había hecho mal a nadie en toda su vida y siempre había ayudado a los pobres! Quemaron la iglesia y el convento de las monjas, tiraron las campanas de la torre, mataron a más de veinte, a algunos en la propia plaza del pueblo, otros aparecieron muertos en las cunetas de las carreteras…
- ¿Y Nicomedes?
- Nicomedes y otros dos o tres terratenientes desaparecieron dos o tres días después de empezar la guerra. Nadie sabe lo que pasó… Pero por lo que se dice por allí, y por lo que dice la propia doña Margara, su mujer, es seguro que le mataron… Lo siento, Rosa… También, unos días después desapareció Nicolás, su hijo pequeño, y tampoco sabe nadie lo que pasó, aunque hay quien dice que se lo pudieron traer detenido a Madrid, como hicieron con otros muchos… ¡Un desastre, Rosa, un desastre! Aunque ¿Quién sabe? A lo mejor cuando termine todo esto aparecen los dos sanos y salvos y han estado escondidos todo este tiempo… Todo es posible….
Rosa no se lo creía, pero no por lo que contaba su hermana, sino porque dentro de ella ya sabía desde hacía mucho tiempo que él había muerto.
Decidieron que Mercedes se quedaría con ella hasta que terminase todo esto, porque con la ayuda de su hija y su marido que estaba ganando mucho dinero con su nuevo negocio, podían ir tirando las dos. No dijo nada de su tesoro en monedas de plata, porque sabía que la única forma de que nadie pudiese irse de la lengua, era que nadie lo supiera.
La compañía de su hermana la ayudó a ir sobreviviendo a la pena que le había embargado desde que se confirmaron sus temores. Además tenían muchas cosas de qué hablar, porque ella sólo conocía la versión del Amo de lo que ocurría en Recondo y en su familia.
- Pues doña Margara, ¿Qué te voy a decir? No sé lo que te contaría Nicomedes, pero es una mala mujer. Su familia había venido a menos y habían tenido que vender casi todas sus posesiones. Se comenta en el pueblo que su madre y ella se las ingeniaron para pescar al marido. Es una mujer muy soberbia y muy déspota con todo el servicio. Contaban las criadas que tu Amo no podía hacer nada sin su consentimiento; aunque él, por otro lado siempre hacía lo que quería, aunque fuese a sus espaldas… No sé si tú sabrías algo de lo que se contaba de él por allí… de sus devaneos…
- Sí, por supuesto que de eso lo sabía todo… él mismo me lo contaba… en el fondo fue un pobre hombre… un enfermo… pero él me quería… yo creo que en toda su vida fue a mí a la única a la que me llegó a querer de verdad…
Y Rosa, de nuevo empezó a llorar.
-No llores, Rosa; mira, te voy a contar una cosa que se oyó por allí hace muchos años. Contaban, que doña Margara, siendo ya mayor, por lo menos debía tener ya los cuarenta y cinco, tuvo un lío con un joven criado de la casa. Contaban las criadas que estaba como loca por él y que se ponía celosa si él se acercaba a cualquier criada… Luego el chico se vino a Madrid y dicen que ella le pagó una carrera. Pero aparte de eso, por lo menos de puertas afuera, es una señora muy seria y en todo Recondo se le tiene mucho respeto. Ahora, la pobre, desde la desaparición de don Nicomedes, no sale de casa y solo le acompaña su hija mayor, que también está sola porque su marido está en el frente…
Por cierto, que lo de la boda de la hija también fue un escándalo en el pueblo. Mira, la hija mayor, Sacramento se llama, es una chica no muy agraciada físicamente. En realidad, su único atractivo era el dinero de sus padres, y no tenía pretendientes. Parece ser que ella se encaprichó con un mozo de mulas de la casa, un buen mozo por cierto, y se empeñó en casarse con él. Los padres se opusieron pero no hubo manera, se casaron y durante varios meses sólo se hablaba del braguetazo que había dado el muchacho. Después gracias a él, las cosas en el Solar empezaron a ir un poco mejor, porque ni don Nicomedes ni su hijo se preocupaban demasiado del campo…
Y hablando del hijo… Ya te he dicho que también desapareció un poco después que su padre y ya no se ha vuelto a saber nada de él, pero el niño era una verdadera alhaja… vamos un sinvergüenza… no había criada en la casa, que si no se la beneficiaba el padre lo hacía el hijo, cuando no eran los dos… Tenía una novia casi formal, pero no le importaba demasiado, porque andaba siempre con unas y con otras… Había salido al padre… perdona hija, pero es la pura verdad… Hasta dicen que una vez, jugando a las cartas con unos amigos, cuando a uno de ellos se le terminó el dinero, apostó su novia y como perdió, el novio y él obligaron a la chica a pagar la apuesta… No digo más que los padres de la muchacha le amenazaron con denunciarle por violación y sus padres tuvieron que pagar un buen dinero para que no lo hiciesen…
Algunas de estas cosas ya las conocía Rosa, porque se las había contado el Amo, pero lo del amante de doña Margara seguro que el Amo no lo conocía… Y lo volvió a recordar con una cierta ternura, aunque conscientemente no dejaba de reconocer que en esa familia, todos eran unos degenerados.
Y tengo que contarte una cosa, que tiene su gracia… Un día, de eso hace ya muchísimo tiempo, debió ser al poco de nacer tu Genaro, iba yo por la calle y me cruce con doña Margara. Ella nunca me había saludado cuando se cruzaba conmigo, pero esa mañana nos encontramos cuando yo salía de la panadería del Barranco, se vino hacia mí y muy simpática me preguntó por ti. Enseguida me di cuenta que ella sabía lo tuyo con su marido, pero se hizo de nuevas y me preguntó si estabas casada, si tenías hijos, y cómo te encontrabas, porque hacía mucho tiempo, me dijo, que no te veía por Recondo. Yo le dije que sí, que estabas casada, que vivías en Madrid y que tenías dos hijos preciosos. Ella se mostró muy interesada y me preguntó sus nombres y la edad que tenían… La muy falsa, ¡si no fuera porque los demás tenemos más vergüenza que ellos!... Pero yo, muy tranquila, le dije los nombres y los años que tenía cada uno… Por si no lo sabes, pensé, ahora te vas a enterar de que por lo menos el pequeño lo hizo tu marido cuando ya estaba casado contigo… Pero ella ni se inmutó… posiblemente ya lo sabía y sólo quería cerciorarse, me dio recuerdos para ti y me dijo que se alegraba que te fuese tan bien… Ya te digo, una mala pécora.
Escuchando estos relatos, Rosa parecía estar reviviendo sus recuerdos en Rocondo. No es que fuesen demasiado buenos, pero ahora añoraba el no haber podido volver más al pueblo; y oyendo a su hermana parecía que estaba viendo la iglesia, las cuestas empedradas, las rejas de las ventanas, la fuente de la plaza, la torre y la pequeña casa de sus padres, en la calle de la Amargura, que parecía haber impregnado con su nombre la vida de todos los vecinos. Realmente, no tenía demasiados buenos recuerdos, pero la distancia en el tiempo y en el espacio los habían teñido de nostalgia y le parecía verse jugando al aparato, en la plaza de San Roque, con sus amiguitas.
Y pensó que le gustaría volver a Recondo, al ser posible, antes de morirse.