lunes, 9 de julio de 2012

EL AMO. CAPITULO XXIII


Tardaron casi dos años en confirmarse sus temores. Una mañana llamó a la puerta su hermana Mercedes. Las dos hermanas se abrazaron y lloraron así durante un buen rato. Mercedes, como estaba sola en Recondo y sabía que su hermana también lo estaba se decidió a venir a Madrid para estar juntas mientras durase la guerra. Tenía tres años menos que Rosa y desde que murió su marido había tenido que volver a servir a casa de sus antiguos amos, aunque cuando empezó la guerra ellos desaparecieron de Recondo y ella tenía que vivir casi de la caridad de los vecinos.
Las dos mujeres se miraban a los ojos pero ninguna de las dos se atrevía a hablar como no fuera con la mirada. Mercedes cerró los ojos, y la abrazó con más fuerza. Rosa ya no necesitó escuchar ninguna palabra.
- Desapareció en los primeros días de la guerra. No te puedes figurar lo que allí pasó. Mataron al pobre don Filomeno, el cura. ¡Él que no había hecho mal a nadie en toda su vida y siempre había ayudado a los pobres! Quemaron la iglesia y el convento de las monjas, tiraron las campanas de la torre, mataron a más de veinte, a algunos en la propia plaza del pueblo, otros aparecieron muertos en las cunetas de las carreteras…
- ¿Y Nicomedes?
- Nicomedes y otros dos o tres terratenientes desaparecieron dos o tres días después de empezar la guerra. Nadie sabe lo que pasó… Pero por lo que se dice por allí, y por lo que dice la propia doña Margara, su mujer, es seguro que le mataron… Lo siento, Rosa… También, unos días después desapareció Nicolás, su hijo pequeño, y tampoco sabe nadie lo que pasó, aunque hay quien dice que se lo pudieron traer detenido a Madrid, como hicieron con otros muchos… ¡Un desastre, Rosa, un desastre! Aunque ¿Quién sabe? A lo mejor cuando termine todo esto aparecen los dos sanos y salvos y han estado escondidos todo este tiempo… Todo es posible….
Rosa no se lo creía, pero no por lo que contaba su hermana, sino porque dentro de ella ya sabía desde hacía mucho tiempo que él había muerto.
Decidieron que Mercedes se quedaría con ella hasta que terminase todo esto, porque con la ayuda de su hija y su marido que estaba ganando mucho dinero con su nuevo negocio, podían ir tirando las dos. No dijo nada de su tesoro en monedas de plata, porque sabía que la única forma de que nadie pudiese irse de la lengua, era que nadie lo supiera.
La compañía de su hermana la ayudó a ir sobreviviendo a la pena que le había embargado desde que se confirmaron sus temores. Además tenían muchas cosas de qué hablar, porque ella sólo conocía la versión del Amo de lo que ocurría en Recondo y en su familia.
- Pues doña Margara, ¿Qué te voy a decir? No sé lo que te contaría Nicomedes, pero es una mala mujer. Su familia había venido a menos y habían tenido que vender casi todas sus posesiones. Se comenta en el pueblo que su madre y ella se las ingeniaron para pescar al marido. Es una mujer muy soberbia y muy déspota con todo el servicio. Contaban las criadas que tu Amo no podía hacer nada sin su consentimiento; aunque él, por otro lado siempre hacía lo que quería, aunque fuese a sus espaldas… No sé si tú sabrías algo de lo que se contaba de él por allí… de sus devaneos…
- Sí, por supuesto que de eso lo sabía todo… él mismo me lo contaba… en el fondo fue un pobre hombre… un enfermo… pero él me quería… yo creo que en toda su vida fue a mí a la única a la que me llegó a querer de verdad…
Y Rosa, de nuevo empezó a llorar.
-No llores, Rosa; mira, te voy a contar una cosa que se oyó por allí hace muchos años. Contaban,  que doña Margara, siendo ya mayor, por lo menos debía tener ya los cuarenta y cinco,   tuvo un lío con un joven criado de la casa. Contaban las criadas que estaba como loca por él y que se ponía celosa si él se acercaba a cualquier criada… Luego el chico se vino a Madrid y dicen que ella le pagó una carrera. Pero aparte de eso, por lo menos de puertas afuera, es una señora muy seria y en todo Recondo se le tiene mucho respeto. Ahora, la pobre, desde la desaparición de don Nicomedes, no sale de casa y solo le acompaña su hija mayor, que también está sola porque su marido está en el frente…
Por cierto, que lo de la boda de la hija también fue un escándalo en el pueblo. Mira, la hija mayor, Sacramento se llama, es una chica no muy agraciada físicamente. En realidad, su único atractivo era el dinero de sus padres, y no tenía pretendientes. Parece ser que ella se encaprichó con un mozo de mulas de la casa, un buen mozo por cierto, y se empeñó en casarse con él. Los padres se opusieron pero no hubo manera, se casaron y durante varios meses sólo se hablaba del braguetazo que había dado el muchacho. Después gracias a él, las cosas en el Solar empezaron a ir un poco mejor, porque ni don Nicomedes ni su hijo se preocupaban demasiado del campo…
Y hablando del hijo… Ya te he dicho que también desapareció un poco después que su padre y ya no se ha vuelto a saber nada de él, pero el niño era una verdadera alhaja… vamos un sinvergüenza… no había criada en la casa, que si no se la beneficiaba el padre lo hacía el hijo, cuando no eran los dos… Tenía una novia casi formal, pero no le importaba demasiado, porque andaba siempre con unas y con otras… Había salido al padre… perdona hija, pero es la pura verdad… Hasta dicen que una vez, jugando a las cartas con unos amigos, cuando a uno de ellos se le terminó el dinero, apostó su novia y como perdió, el novio y él obligaron a la chica a pagar la apuesta… No digo más que los padres de la muchacha le amenazaron con denunciarle por violación y sus padres tuvieron que pagar un buen dinero para que no lo hiciesen…
Algunas de estas cosas ya las conocía Rosa, porque se las había contado el Amo, pero lo del amante de doña Margara seguro que el Amo no lo conocía… Y lo volvió a recordar con una cierta ternura, aunque conscientemente no dejaba de reconocer que en esa familia, todos eran unos degenerados.
Y tengo que contarte una cosa, que tiene su gracia… Un día, de eso hace ya muchísimo tiempo, debió ser al poco de nacer tu Genaro, iba yo por la calle y me cruce con doña Margara. Ella nunca me había saludado cuando se cruzaba conmigo, pero esa mañana nos encontramos cuando yo salía de la panadería del Barranco, se vino hacia mí y muy simpática me preguntó por ti. Enseguida me di cuenta que ella sabía lo tuyo con su marido, pero se hizo de nuevas y me preguntó si estabas casada, si tenías hijos, y cómo te encontrabas, porque hacía mucho tiempo, me dijo, que no te veía por Recondo. Yo le dije que sí, que estabas casada, que vivías en Madrid  y que tenías dos hijos preciosos. Ella se mostró muy interesada y me preguntó sus nombres y la edad que tenían… La muy falsa, ¡si no fuera porque los demás tenemos más vergüenza que ellos!... Pero yo, muy tranquila, le dije los nombres y los años que tenía cada uno… Por si no lo sabes, pensé, ahora te vas a enterar de que por lo menos el pequeño lo hizo tu marido cuando ya estaba casado contigo… Pero ella ni se inmutó… posiblemente ya lo sabía y sólo quería cerciorarse, me dio recuerdos para ti y me dijo que se alegraba que te fuese tan bien… Ya te digo, una mala pécora.
Escuchando estos relatos, Rosa parecía estar reviviendo sus recuerdos en Rocondo. No es que fuesen demasiado buenos, pero ahora añoraba el no haber podido volver más al pueblo; y oyendo a su hermana parecía que estaba viendo la iglesia, las cuestas empedradas, las rejas de las ventanas, la fuente de la plaza, la torre y la pequeña casa de sus padres, en la calle de la Amargura, que parecía haber impregnado con su nombre la vida de todos los vecinos. Realmente, no tenía demasiados buenos recuerdos, pero la distancia en el tiempo y en el espacio los habían teñido de nostalgia y le parecía verse jugando al aparato, en la plaza de San Roque, con sus amiguitas.
Y pensó que le gustaría volver a Recondo, al ser posible, antes de morirse.