viernes, 12 de octubre de 2012

EL BUFFET (Parábola)



El reino de los cielos es semejante a un hombre que entró a comer en un buffet ...
Me figuro que todos habéis ido a un hotel que sirve las comidas en un buffet. Por si alguno desconoce éste sistema, le diré que consiste en poner en unos expositores las viandas disponibles para que cada uno se sirva a voluntad lo que más le apetezca.
Hay diversidad de ensaladas, salsas, huevos y embutidos con los que te puedes preparar un plato combinado a tu gusto. También suele haber un guiso “de cuchara” que van de las lentejas, judías y garbanzos a sopas, cremas y purés variados. Luego están las carnes y los pescados, a la plancha, en salsa o cocinados, a los que se les puede añadir las consabidas patatas o verduras como guarnición. Para los postres, frutas y dulces diversos, como pastelillos, mouses, flanes, gelatinas y cremas de las distintas regiones del país. El pan está en unos cestillos con unas pinzas que casi nadie utiliza y los coge directamente con la mano.
Cuando la próxima vez vayáis a un buffet, os recomiendo que os sentéis primero en la mesa y os dediquéis a observar el comportamiento de los demás antes de ir a preparar vuestra comida.
Es un espectáculo muy interesante. Lo primero que descubres es quienes son veteranos y quien va por primera vez. Éste, coge su plato, y se da una vuelta por los distintos expositores para descubrir lo que se oferta. Para ello tiene que sortear las colas que se han formado delante de las bandejas más solicitadas. Se recomienda hacerlo con delicadeza para que los que están esperando no piensen que te quieres colar. Termina, por lo general, poniéndose en la cola más larga porque piensa que será lo mejor, al ser lo más solicitado. Cuando le llega el turno comprueba que la sopa es ya solo caldo, que de la carne o el pescado sólo queda la salsa o que se ha terminado el jamón y ya solo queda la mortadela o el salchichón que no debe ser muy bueno porque apenas si faltan dos o tres rodajas.


Lo que casi nunca falta son las patatas fritas ni la guarnición de zanahorias pequeñitas salteadas. 
Hay un momento en el que la cola se para y cada uno, con el plato en la mano, pone cara de circunstancias mientras espera pacientemente a que el cocinero llegue a cambiar el recipiente de la comida. Normalmente es el momento y lugar ideal para entablar amistad con el desconocido que espera a tu lado y que antes de que llegue la nueva comida, ya sabes que es de un pueblo muy cerca de Tomelloso, que trabajó en Telefónica y que tiene cinco nietos preciosos y que tiene que volver a casa antes de que empiece el curso porque él se encarga de llevar a los más pequeños al colegio todos los días. 


Los hay que se ponen el plato a rebosar, mezclando el cerdo en salsa, la ensaladilla rusa, el filete de fletán a la plancha y, en un rinconcito del plato, un flan con nata que termina mezclándose con la salsa del cerdo. Hay que reseñar que unos minutos más tarde casi todo termina en la basura.
Otros son más comedidos y no les importa levantarse de la mesa cinco o seis veces para ponerse pequeñas cantidades de cada uno de los alimentos del buffet, aunque sólo en los primeros días, al final terminan con un plato combinado, en el sentido literal de la palabra.



Son fácilmente catalogables los glotones, los hambrunos, los melindres, los golosos, los remilgados, los vagos, los anoréxicos (sólo se ponen un poco de escarola), los nerviosos, los impacientes, los morigerados y los pacíficos, porque de todos ellos hay en la viña del Señor.
O sea, que también un buffet puede ser un fiel reflejo del reino de los cielos, y hasta os puedo dejar una moraleja: “el exceso de oferta dificulta la elección”. Hay otras más, pero os las dejo para que vosotros las encontréis, porque no es cosa de que yo sólo me devane los sesos para dároslo todo pensado.