martes, 24 de julio de 2012

EL AMO CAPITULO XXVII



Rosa de vez en cuando se iba a su casa de la calle Leganitos porque el ajetreo de la casa de su hija y atender a su nieta a diario le llegaba a cansar. Un día llamó a sus dos hijos porque tenía algo importante que decirles.
Era ya muy mayor y quería proponerles una idea que le venía rondando desde hacía mucho tiempo. Cuando llegaron sus hijos ella se había arreglado más de lo que solía en los últimos años. Había preparado unos cafés y unas pastas y parecía tener mucho más ánimo y estaba de mejor humor.
-Llevo pensándolo desde que supe que vuestro padre había muerto. Me contó la tía Mercedes que le habían enterrado en un panteón familiar en el cementerio de Recondo. Ya que no pude estar cerca de él en vida, me gustaría estar a su lado en la muerte. Me gustaría comprar una sepultura cerca de donde él está enterrado. Tenéis que darme este último capricho.
-Madre, tú no te vas a morir todavía; ya habrá tiempo de pensar en esas cosas.
- No, estas cosas hay que pensarlas antes de que ocurra… Además tengo que deciros otra cosa.
Entró en el dormitorio y al poco salió con una cajita metálica donde había una bolsita de color morado. La abrió lentamente o la volcó sobre la mesa de la salita. Una buena cantidad de monedas de plata rodaron sobre el mantel…
-Tiene que haber cerca de mil quinientas pesetas. Son todas monedas de plata, por lo que todavía mantienen su valor… Me las dejó vuestro padre antes de empezar la guerra para que no tuviese problemas si a él le pasaba algo… De aquí salieron las ayudas que os pude dar cuando os hizo falta… gracias a él nunca nos faltó nada… Con esto habrá más que suficiente para pagar la sepultura… A mí me gustaría ir a Recondo, pero prefiero que seáis vosotros los que os encarguéis de ello… Luego me contáis cómo se ha solucionado todo… y a lo mejor, hasta me atrevo a volver por el pueblo…
Acordaron ir a Recondo para las fiestas de Semana Santa. Visitaron a don Pablo, el nuevo párroco quien le informó de las sepulturas que estaban desocupadas. Después visitaron el cementerio. No les fue difícil identificar el mausoleo de la Familia Gómez-Pastrana. En una de las paredes, junto a la puerta de entrada, una pequeña lápida que debía haberse colocado recientemente: “Aquí yace don Nicolás Gómez Carretero 1877-1936 D.E.P.”
Muy cerca, casi al lado mismo del mausoleo y enfrente de la puerta, estaba una de las sepulturas que les había ofrecido el señor cura. Volvieron al despacho parroquial, abonaron las doscientas treinta y siete pesetas que les daba la propiedad de la tumba y recibieron el certificado correspondiente que justificaba el pago de la compra.
Aprovecharon para visitar a su tía Mercedes que les acompaño para que conociesen los edificios más importantes de Recondo. La plaza, la iglesia, la torre, el convento de las monjas, el antiguo convento de los frailes que ahora se había convertido en cárcel comarcal, y para terminar, una visita al Solar, la casa de su padre.
Estaba cerca de la plaza, sobre la puerta con jambas y dintel de piedra, un escudo heráldico que debió pertenecer a la familia noble que edificó la casa a mediados del siglo XVIII. Simulando que se interesaban por el escudo, pudieron admirar la recia construcción del edificio, las ventanas protegidas por rejas de forja, unos amplios balcones que daban vistas a las habitaciones principales de la casa y una fachada enfoscada de cal blanca con las esquinas de ladrillo visto.
-Esta podía haber sido vuestra casa… ¿Quién sabe, a lo mejor un día puede ser la herencia de vuestro padre…
Esa noche durmieron en la posada de Carrasco, en la plaza, y a la mañana siguiente cogieron el tren del Tajuña para llegar a la Estación del Niño Jesús de la Capital.
Rosa escuchó emocionada el relato de sus hijos. Parecía que estaba viendo su viejo pueblo, que con el tiempo, le iba pareciendo más entrañable y más cercano, a pesar de haberlo abandonado hacía más de cuarenta años. Lo que más ilusión le hizo fue el saber que iba a descansar junto al Amo por toda la eternidad.
Después, cuando haya muerto, tenéis que mandar que pongan sobre la tumba una lápida de piedra blanca en la que, además de mi nombre, ponga en letras muy grandes, "JUNTO A TI, PARA SIEMPRE".
Lo había estado pensando durante mucho tiempo y había ideado infinidad de epitafios, pero al final se decidió por éste que podía ser el resumen de su vida.
Luego, pasada la euforia por haber podido cumplir su último deseo, pensó que poco o nada le quedaba hacer en este mundo. De nuevo fue cayendo en la melancolía y en el desánimo; dejó de comer y sus fuerzas se iban debilitando de día en día.
De nuevo estaba en casa de Rosita; Genaro la visitaba siempre que podía, y los dos llegaron a la conclusión de que ya no quería seguir viviendo.