martes, 26 de junio de 2012

EL AMO CAPITULO XX


La situación política y social se había deteriorado de tal forma que se podía palpar el ambiente prebélico en las conversaciones y comentarios que se oían en la calle, en las tertulias e incluso en los corrillos vecinales. Casi todos coincidían en que el levantamiento militar era un hecho y así se lo había dicho Genaro.
- Mi suegro, que está muy en contacto con la jerarquía eclesiástica, dice que la situación es insostenible y que la dejación del Gobierno en solucionar la situación de inseguridad no deja más camino a los militares que el tomar el mando por la fuerza. En las altas esferas de la Iglesia temen un ataque frontal hacia todo lo religioso. Sabe de buena tinta que existen contactos de alto nivel con las autoridades militares para tomar medidas urgentes para reconducir la situación.
También en Recondo el miedo se había apoderado de los grandes terratenientes. Sólo escuchar lo de socializar los medios de producción hacía temblar a don Nicomedes y a los demás contribuyentes, que estaban de acuerdo en que era necesario tomar medidas urgentes.
También el Amo coincidía con las previsiones de su hijo.
- Estoy de acuerdo con lo que dice Genaro. En Recondo ya se habla abiertamente de que las tierras tienen que ser para los que las trabajan. Sí, se oye lo del levantamiento militar… pero yo no estoy seguro que se vaya a producir,  y en todo caso, ¿Quién puede garantizar que vaya a triunfar un golpe de estado? Yo creo que habría que tomar otras medidas, porque nosotros somos los que más tenemos que perder… No sé, no sé… habrá que pensar algo…
El tiempo era bueno porque había llegado ya la primavera. Pero en ese viaje a la capital don Nicomedes no se alojó en la casa de Rosa, aunque ya no vivían allí sus hijos. Ni siquiera ella se enteró de esta visita a Madrid. Se alojó en el Hotel Regina de la calle de Alcalá, muy cerca de la Puerta del Sol. Había concertado una entrevista con los representantes de un grupo de inversores que  estaban interesados en comprar fincas de labor en la zona centro de la Nación. Él había traído los certificados de todas sus propiedades rústicas en Recondo y en los municipios limítrofes. Representaban un verdadero imperio de más de quinientas hectáreas en las mejores zonas de cultivo, repartidas por todo el Partido Judicial. Estaba dispuesto a ponerlas todas en venta y quería conseguir el mejor precio posible.
La situación no era la más propicia para efectuar las venta porque también otros terratenientes había llegado a conclusión de que era mejor vender las propiedades que esperar a que se las quitasen ese hatajo de descamisados maleantes que poco a poco se estaban adueñando del poder sindical y político del país.
Las negociaciones fueron arduas y se prolongaron por más tiempo que él había previsto, pero una semana después se había fijado el precio. Un total de trescientas setenta y cinco mil pesetas a pagar en el momento de firmar las escrituras y con la condición de que no entrarían en posesión de las mismas hasta que se recogiesen los esquilmos que había sembrados, dando así tiempo al actual propietario a despedir a los aparceros. Por lo tanto se acordó que los nuevos propietarios entrarían en las tierras a partir del mes de noviembre en las tierras de labranza y en enero del año siguiente en los olivares, para dar tiempo a la recolección de la aceituna. El precio sería satisfecho íntegramente en monedas de oro y plata de curso legal.
Hechas las oportunas gestiones, el señor Notario les citó a las doce horas del día 5 de mayo del año  mil novecientos treinta y seis en su despacho de la calle de Alcalá, muy cerca del hotel donde ese día se alojaron don Nicomedes Gómez Carretero, esta vez acompañado de doña Maria de la Amargura Pastrana de las Olivas, su esposa, a la que no le gustaba demasiado viajar a la capital pero que esta vez no tenía más remedio que acompañar a su esposo para firmar todas las escrituras de compraventa.
Para el viaje habían contratado los servicios de un coche al punto, de la capital, que fue a recogerles a Recondo, les trajo a la capital y les devolvió después al pueblo, ahora ya con su extraordinario tesoro camuflado en un bolso de cuero que habían comprado para esta ocasión y que hizo el viaje de vuelta entre el matrimonio que no lo perdió de vista en ningún momento ni quisieron que el conductor lo depositase en el maletero del coche.
Cuando llegaron a casa las monedas se pusieron en un cofre que doña Margará se encargó de camuflar en un escondrijo que había habilitado en el dormitorio principal del matrimonio.
La situación seguía deteriorándose y el miedo a posibles represalias en el pueblo aconsejaron que Patrocinio la más pequeña que tenía veinticuatro años se fuese a pasar una temporada con unos familiares que tenían en Denia, un pueblecito de alicante, donde estaría tranquila sin ocurría algo en Recondo.
Prepararon la maleta con sus ropas y dos días después montaban su padre y ella en el tren que les llevaría a la capital. Después ella cogería el expreso hasta Alicante, donde la esperaba uno de sus primos para llevarla al pueblo con sus padres.
Cuando despidió a su hija en la estación, se fue a casa donde Rosa le esperaba. Esta vez sólo se quedaría un par de días, y a ella le gustaba hacerle agradable su estancia.
- Rosa, tengo algo muy importante que decirte. Mira, la situación en toda España es muy delicada; tú ya lo ves por aquí, pero en Recondo es mucho peor. Ya sabes que allí nos tienen envidia y me temo que pueda ocurrir algo malo. A mi hija pequeña la he mandado a casa de unos primos de Alicante, y los demás estamos preparados por si tenemos que salir de allí precipitadamente. Entonces no sé si podré venir a visitarte… Para los asuntos de Recondo ya he tomado las medidas necesarias, ahora tenemos que pensar en solucionar lo de aquí…
Aunque él nunca parecía haberse preocupado demasiado de esta su otra familia, en esta ocasión había aflorado en él una desconocida conciencia que le obligaba a responsabilizarse de lo que les pudiese ocurrir. No podía decirle nada a su mujer, que no iba a consentir ninguna “debilidad” hacia los hijos bastardos y su mantenida, por lo tanto se cuidó de que en la venta de las tierras se apartasen cinco mil pesetas, que aparecía en el contrato en concepto de comisiones, y que él retiro personalmente para disponer de efectivo suficiente para lo que él estimase oportuno sin tener que dar explicaciones a su esposa.

- Aquí tienes Rosa. Son tres mil quinientas pesetas en monedas de plata. Guárdalas en un lugar seguro. No se lo comentes a nadie, ni siquiera a los chicos, esto es tu seguro de vida. No sé si te podré seguir enviando el dinero al Monte de Piedad, pero aquí tienes este pequeño capital, que te puede garantizar una vida decente durante muchos años…
Hoy Rosa no tenía ninguna duda de que el Amo la quería de verdad y se avergonzó de los pensamientos que le habían asaltado en algunas ocasiones. Y esa noche se durmieron abrazados aunque antes no habían hecho nada más.
Al día siguiente, cenaron en el Riscal. Por la tarde había estado en el Rialto donde daban, en sesión continua, dos películas recién estrenadas, "Morena clara",  y "Currito de la Cruz", protagonizada por el famoso torero Antonio García "Maravilla". Terminaron dando una vuelta por la Gran Vía para tomarse un "coctail" en la barra de Chicote. Había que celebrar la llegada del verano y despedirse, porque el Amo ya no pensaba volver hasta después de las fiestas patronales de Recondo.