martes, 22 de mayo de 2012

EL AMO. CAPITULO XII


Se lo contó su madre, al mes siguiente, cuando vino a pasar una semana con ella.
-La boda se celebró en la iglesia, a las siete de la mañana. Don Filomeno, el curita joven que ha llegado a Recondo, aconsejó a las familias que era mejor no hacer ostentación de este casamiento, y era mejor hacerlo a hora temprana y sin gran boato. Tampoco hubo banquete y sólo asistieron los familiares más íntimos.
- ¿Y cómo iba la novia?
- Ya sabes que la novia no es guapa. Tiene buen tipo, sí; pero lo que se dice guapa, no lo es. Iba con un vestido negro con mantilla de blonda y muy alhajada con joyas que debían ser de la familia. Yo no lo vi, pero me lo ha contado mi amiga la Gertrudis, que como es ama del sacristán, estuvo en la ceremonia. Tu amo llevaba un traje azul marino obscuro, que como tiene tan buen tipo, le sentaba muy bien… eso al menos me dijo mi amiga.
- ¿Y qué se dice por el pueblo?
- Pues qué se va a decir, que la Margara ha sido muy lista y le ha cazado. Yo creo que todo lo ha organizado su madre que se las sabe todas. Se cuenta por allí que estaban muy mal de dinero, y que ésta era la única posibilidad que tenían para poder mantener su nivel de vida. Como los padres de ella no tenían más casas que la suya, los recién casados se han ido a vivir a la casa que sus padres compraron a los abuelos de la Margara. La han arreglado un poco y debe haber quedado muy bien. Dicen que ella la llama “El Solar” y que desde que se ha casado parece más estirada aún de lo que era de soltera. A mí no me gusta esa mujer… A ver si no se entromete en lo tuyo… porque tu Amo es un poco pusilánime y por menos de nada se deja influenciar por ella.
- No te preocupes, madre, yo sé bien lo que tengo que hacer para que el Amo siga necesitándome. Seguro que no tarda mucho en hacerme una visita.
Y no tardó. Hacía solo dos meses que se había casado y una mañana se presentó por casa, como siempre, sin haber avisado antes. Lo de no avisar no era por casualidad. Al amo, que era por naturaleza desconfiado, siempre le había preocupado que su Rosa pudiese llevar una doble vida y no le fuese fiel. Por eso decidió no avisar de sus visitas para garantizarse que ella siempre estaba sola. Incluso en alguna ocasión cambio la hora de llegada a la caída de la tarde; pero pasado el tiempo ya se había convencido de que su Rosa era de total confianza.
En esta ocasión había aprovechado la escusa de una gestión en el Ministerio de Asuntos Agrícolas para verla. Le encontró algo desmejorado y de peor humor que de costumbre.
- Ven Amo, que te voy a alegrar un poco esa cara, que yo sé lo que tú necesitas.
Y esa mañana, puso en práctica alguna de las enseñanzas de su vecina y a la media hora el semblante del Amo había cambiado por completo.
Luego él contó que no era feliz, que la Margara quería siempre tenerle controlado. Que no había permitido que hubiese en casa criadas jóvenes, y que tenía que acompañarla casi a diario a la misa de las nueve de la mañana.
- En la cama se comporta como si fuera una estatua. No se niega a que tengamos relaciones, que ella dice “débito marital”, pero ahora si que estoy convencido que los jadeos del primer día en su cama, debían ser fingidos, porque después nunca más ha demostrado que le gustase acostarse conmigo.
- Pues no te preocupes, amo, aquí me tienes a mí que siempre estaré dispuesta a satisfacer todos tus deseos.
- Ya lo sé, Rosita; ya lo sé.
Y de nuevo volvieron a la cama.
Comieron muy temprano porque él tenía que volver al pueblo. Como siempre que venía a visitarla, había traído un regalito. Esta mañana, una cajita de caramelos y un vestidito para la niña. También dejó el sobre con la asignación mensual…
- He pensado que, como es posible que algún mes no pueda traerte el sobre, ni mandártelo con el tío Francisco, abras una cartilla en el Monte de Piedad, que está ahí cerca, en la Plaza de Celenque, y así te voy mandando el dinero todos los meses. Luego tú lo puedes sacar cuando lo necesites.  Acércate cualquier día de estos por allí, abres la cuenta y me mandas el número por carta… pero ya sabes, la mandas a casa de mis padres…
Rosa tenía bien claro lo que tenía que hacer para que el Amo no la olvidase. Conocía muy bien sus debilidades y además conocía que tenía un carácter débil y fácilmente manejable. Había estado acostumbrado durante toda su vida a conseguir todos sus caprichos y nunca había tenido que renunciar a nada de lo que realmente había querido. Sabía que a ella la quería sinceramente y que por su parte no habría habido ningún inconveniente para casarse con ella; pero también sabía que su posición social nunca se lo hubiese permitido y que evitaría por todos los medios que se conociese su doble vida. Pero, en el fondo, eso no le importaba demasiado. Ella sabía que tenía que escucharle, obedecerle… y satisfacerle… Bien pensado no era demasiado porque a cambio tenía una vida acomodada y tranquila con la única preocupación de atender a su pequeña.  
La idea del Amo de enviarle el dinero a través del Monte de Piedad había sido providencial, porque poco después se produjo un hecho luctuoso que afectó mucho a Rosa. Una fría mañana del mes de febrero, el tío Francisco “Bigotes” salía de Recondo con su carro tirado por cuatro mulas,  cargado de pellejos llenos de vino con destino a la Capital. Una de las mulas, de improviso, torció bruscamente hacia un camino que salía a la derecha, haciendo volcar el carro. El pobre tío Francisco que viajaba sentado en uno de los varales del carro cayó debajo de toda la carga y murió aplastado, sin que su acompañante pudiese hacer nada para librarle. Se lo contó a Rosa el tío Severiano, el tabernero, unos días después, cuando llegó la noticia de su muerte.


Rosa había perdido una de sus fuentes de información de lo que pasaba por el pueblo, pero sobre todo, había perdido a un fiel amigo y a una buena persona, con el que había llegado a tener la confianza de poder utilizar sus periódicas visitas para enviar los recados a su familia y al propio Amo. Unas semanas después conoció y pudo dar personalmente el pésame a su esposa, la señora Catalina, que había venido a la Bodega a cobrar las últimas entregas que había hecho su marido.
Y durante unos meses, no sabía por qué, los recuerdos de Recondo volvían con insistencia en sus horas de soledad.