martes, 29 de noviembre de 2011

PASADO, PRESENTE Y FUTURO DEL FESTIVAL TAURINO DE CHINCHÓN.


En las Fiestas del Rosario del año 1880 Salvador Sánchez “Frascuelo” se ofreció a organizar una corrida de toros a beneficio de los pobres de Chinchón. El Ayuntamiento, para agradecerle este gesto le concedió el título de hijo adoptivo de Chinchón y se le regaló un estoque con empuñadura de oro, costeado por suscripción popular, en cuya hoja se había grabado la leyenda “Chinchón a su hijo adoptivo” Con el dinero recaudado en esta corrida se compró el tabloncillo de la plaza en la que se acondicionó un ruedo para las corridas de toros, a cargo de la Sociedad de Cosecheros, (La Mojona), y el resto se repartió entre los pobres.


Este fue, sin duda, el antecedente de lo que años después serían los festivales benéficos, que empezó a organizar, en 1923, Marcial Lalanda y su hermano Pablo a beneficio del Asilo de ancianos desamparados que se había abierto a principio del siglo XX.
La primera característica de estos festivales taurinos fue su carácter benéfico. Gracias a ellos las Hermanitas del Asilo podían disponer de unos medios para mejorar la vida de los ancianos y realizar obras de acondicionamiento en el edificio.
Otra característica fue que todos ellos estaban organizados y “patrocinados” por grandes figuras del toreo. Frascuelo, Marcial Lalanda, Julio Aparicio, Manuel Vidrié y Julio Aparicio, hijo.
Como consecuencia del atractivo de estos espectáculos, el festival taurino de Chinchón, se fue convirtiendo en un atractivo turístico de primer orden, sobre todo en un principio, cuando Chinchón no contaba con ningún otro reclamo mediático.
Una de las causas del éxito de los festivales taurinos, es que ofrecían a los aficionados la oportunidad  de ver a las grandes figuras del toreo a unos pocos kilómetros de Madrid, cuando la única oportunidad de verlos era ir a la plaza de toros.
Y desde luego, los resultados económicos positivos de los festivales se fundamentaban en el carácter altruista de los toreros y sus cuadrillas que no cobraban nada por venir a torear, y que los gastos que se ocasionaban en la organización los pagaban personas particulares que tampoco pasaban factura de los gastos.
Pero todo ésto fue cambiando. Llegó la televisión, donde se podían ver las mejores ferias; en Chinchón se fue haciendo una infraestructura turística con más atractivos, los gastos que generaban los festivales aumentaron y los resultados económicos llegaron a ser casi nulos, cuando no negativos.


Para más “inri” se cerró el Asilo de San José y ya no había la “excusa” para poner en los carteles la leyenda de “benéfico” y hubo que inventarse otro beneficiario sobre la marcha con las Madres Clarisas, sabiendo que la mayoría de los años el festival no daría beneficios.
Por último, el trato dispensado a los toreros organizadores dejó bastante que desear, con lo que no está claro en la actualidad quien o quienes son los que organizan el festival  y a donde van a parar las pérdidas, porque los hipotéticos beneficios, se supone que son para las monjas.
Aunque algunos no lo crean no soy antitaurino, pero esto no quita para que piense que es absolutamente necesario plantearse los festejos taurinos en nuestro pueblo. Y dentro de estos, está el “tradicional” festival taurino.
En el “Foro de Chinchón” publicaban el otro día que el Festival había tenido unas pérdidas de 40.000 Euros. No sé si serán ciertas estas cifras, pero oficialmente no se han publicado, que yo sepa, los resultados del festejo. En la situación de crisis actual, no parece aconsejable “invertir” estos dineros en esta finalidad, cuando hay otras necesidades más perentorias.
Parece obvio preguntarse a quién beneficia el festival taurino de Chinchón, y también sería obvio decir que los beneficiados (que no son las madres clarisas) deberían ser quienes se hiciesen cargo de los previsibles resultados negativos. 
Claro que también sería posible dar vueltas a la imaginación y hacer cambios sustanciales en la organización del festival para conseguir que la finalidad benéfica pueda ser cumplida sin tener que socializar las pérdidas o contabilizarlas a cargo de una “tradicionalidad” que no sé realmente qué pueda significar en estos días.