martes, 10 de mayo de 2011

CHINCHÓN: EL "CIRCUS" ROMANO

Con esta historia, mejor dicho, con esta leyenda, se incia el libro “Chinchón Mágico” El autor anónimo fecha la historia en el año 120 de nuestra Era. Emilio Fausto era centurión de la cohorte que mandaba Aurelio y que había acampado en Titultia, asentamiento en la calzada que comunicaba Emérita Augusta (Mérida) con Caesar Augusta (Zaragoza).
Nuestro protagonista, hombre de confianza del general romano, se desposó con una joven llamada Emilia. Es una breve, pero tierna historia de amor que tuvo lugar en las tierras de Chinchón.
Pero lo más sorprendente de este relato es que, en tiempos de los romanos, se construyó lo que ellos llamaban una "domus aquae" o casa del agua, es decir, una serie de aljibes para recoger las aguas. Su ubicación: donde se encuentra actualmente el castillo.
En diversas historias consultadas se habla de la existencia de estos aljibes, aunque siempre se había pensado que estaban construidos al tiempo que el primitivo castillo, anterior al de los Señores de Chinchón. Después de leer este relato consulté con estudiosos y personas entendidas quienes han reconocido que las grandes piedras utilizadas para la formación de la parte baja de la construcción son más grandes que las que generalmente se utilizaban en las edificaciones de la Edad Media, y que, por lo tanto, no sería descabellado admitir que estas piedras tuvieran un origen romano. En este caso, los sucesivos castillos se fueron construyendo sobre la antigua edificación romana que les habría servido como cimientos.



Año 120
El “Circus” romano.

Aurelio había escogido ese lugar, en la ribera del río, para que su cohorte fundase su campamento con el fin de montar un servicio de protección y vigilancia de la calzada que unía dos de las ciudades más importantes de Iberia.
Había encomendado a Emilio Fausto, su fiel centurión y amigo, que se encargase de buscar en la comarca lugares para fundar asentamientos de población que inevitablemente se iban constituyendo cerca de los campamentos militares.
Con una partida de diez soldados de escolta se adentró por una fértil vega surcada por un rió que los lugareños llamaban Tajuña. En los montes cercanos que él llamó "El Salitral" debido a que en ellos resaltaban las formaciones de salitre, encontró vestigios de poblaciones autóctonas antiguas que habían habitado las cuevas que jalonaban las faldas de los montes.
A lo largo de la ribera del rió se fueron creando pequeños asentamientos de población que se ocupaban en cultivar las tierras de la vega. Pasaron unos años y los lugareños empezaron a abandonar estos asentamientos debido a que la proximidad al campamento romano y a la vía que llegaba hasta las Galias ocasionaba no pocos inconvenientes como los continuos saqueos de sus graneros y sobre todo las enfermedades que les contagiaban los viajeros que por allí circulaban. Todo ello aconsejaba alejarse del peligro.
Nuevamente Emilio Fausto recibió el encargo de inspeccionar los asentamientos que se habían ido formando ampliando el radio de sus expediciones en dos o tres leguas.
Dejando atrás la vega y las montañas que la circundaban, en las que sólo crecían matojos de esparto, llegó a una meseta en las que abundaban los viñedos, los cereales y los olivos. Después otros promontorios de jaras, carrascas y arbustos, salpicados con la nota amarilla de las aulagas. Y de nuevo una gran extensión de tierras en barbecho para sembrar cereales, en la que se debían de dar muy bien el trigo, la cebada y el centeno... y más viñas y olivos.
En plena meseta encontró una gran explotación apícola de donde consiguió unas vasijas llenas de miel para su general Aurelio.
Ya de vuelta hacia el campamento, al iniciar el descenso de la meseta, vio cómo un sinfín de arroyuelos manaban por la falda de las montañas formando fuentecillas que confluían en un arroyo que se deslizaba entre peñas y matorrales.
Varias edificaciones con la base de piedra y las paredes de adobe, con tejados de troncos y ramas, debían de ser los graneros. También había cercados para guardar el ganado, principalmente cabras y ovejas, que ahora pastaban junto a los arroyos.
Varias chozas de barro y cañas salpicaban las laderas escalonadas hasta una especie de plataforma casi circular, en forma de cincho o herradura, rodeada por tres montañas. A la mente se le vino la imagen de un circo romano. Aquí en el centro, pensó, la arena, a su alrededor las gradas para el pueblo.
Bajó de su caballo, se puso en el centro de la explanada y contempló el paisaje. Los labriegos se escondían tras las puertas de sus míseras casuchas, mirando, desconfiados a aquellos soldados de los que, por experiencia, no podían esperar nada bueno.
El que parecía ser el jefe de la población salió de una edificación que sobresalía de entre las demás. Anchas paredes de barro mezclado con paja de trigo sustentaban un armazón de madera. Tenía dos pisos. En la planta baja debían de estar las cuadras para el ganado; en la parte superior, a través de una ventana, se podía adivinar una estancia amplia que serviría para sala de estar y dormitorio de sus moradores. Cerca de la puerta, un horno en el que las brasas, aún humeantes, denunciaban que se debía haber cocido el pan. Se fue acercando a él de forma cautelosa y le preguntó el motivo de su visita.
El centurión le tranquilizó y le informó del encargo que había recibido del General Aurelio de buscar emplazamiento para un nuevo asentamiento civil más lejano del campamento militar y así evitar los riesgos que ello conllevaba.
El plebeyo le habló de la gran abundancia de agua en esa zona y la calidad de las tierras para el cultivo de los cereales. Después le indicó el camino más corto para llegar hasta Titultia, siguiendo el cauce del arroyuelo que pasando por un pequeño valle iría a desembocar en el rió que ya conocía y estaba muy cerca de su destino.
Cuando emprendió su camino, al volverse para saludar al aldeano, divisó junto a él a una joven de negros cabellos... Su imagen le acompañó todo el camino de regreso.
Informó a Aurelio de su descubrimiento y le ofreció la miel y racimos de uvas que había recogido en el camino.
Le hizo tal descripción de su "Circus romanus" que Aurelio, picado por la curiosidad prometió una visita para inspeccionarlo personalmente.
- " No obstante, le dijo a su centurión, ya sabes que lo normal es fundar los asentamientos junto a los ríos para garantizar que no falte el agua... pero si es verdad que hay tal cantidad de fuentes y manantiales... será cuestión de hacer una inspección con todo detalle..."
A Emilio Fausto realmente le había gustado el paraje... pero en el fondo de su alma tenía que reconocer que el atractivo era mayor cuando recordaba la visión de aquella joven plebeya de negros cabellos.
En su condición de centurión romano podía conseguir, si se lo proponía, la mujer que quisiese. Aurelio era partidario de que sus soldados no se mezclasen con la plebe, lo que siempre terminaba por crear problemas, pero él no podía olvidar aquellos ojos que casi adivinó detrás del hombre que parecía ser el jefe de aquel pequeño núcleo rural.
Durante las semanas siguientes fueron numerosas las visitas que Emilio Fausto hizo a aquellos territorios con la excusa de hacer unos planos con la ubicación exacta de todos los manantiales y una relación de los cultivos, así como un censo de la población existente... El verdadero motivo, no confesado, era volver a ver a aquella joven...
Se enteró, ¡que coincidencia! que su nombre era Emilia. En un principio ella fue reacia a entablar conversación con él... poco a poco la joven plebeya fue confiándose a aquel apuesto romano y, sin duda por las maniobras del dios Cupido, en sus ojos empezó a brillar la chispa del amor...



Cuando Aurelio hizo su visita de reconocimiento quedó impresionado por toda la zona. Compró toda la producción de miel, por su gran calidad. Desde entonces, aquel paraje se empezó a conocer como el "Colmenar de Aurelio"
El "Circum" de su centurión verdaderamente tenía atractivo.
Una de las tres colinas que bordeaban la explanada, la situada al suroeste, desde la que se podía dominar toda la llanura que se extendía hacia Titultia, podría ser la ubicación ideal para construir la "domus accuae" o casa del agua. Allí se podrían construir unos grandes aljibes que servirían para recoger el agua de todos los veneros y así garantizar el suministro en épocas de sequía.
Cerca de las colmenas de las abejas había advertido la existencia de unas canteras que proporcionarían la piedra necesaria para formar los cimientos y arcadas de los aljibes. La parte superior se construiría con argamasa y ladrillos de tierra rojiza que era abundante en los cerros cercanos.
El centurión pidió a su amigo que le liberase de su cargo y le encomendase la vigilancia de la construcción que se iba a iniciar en el "Circum". Así trasladó hasta allí su residencia y con el permiso del plebeyo desposó a su hija Emilia con la que vivió unos años de bucólica felicidad mientras se iba construyendo la "Casa del Agua".
Mandó construir para ellos una villa en la colina cercana. Era una casa de campo al estilo romano. Tenía un gran patio interior rodeado de un "peristilo" o galería de columnas de piedra. Todas las estancias de la villa daban a este patio.
Las estancias se dividían en dos grupos: la llamada "pars urbana" donde residían él y su esposa, y la "pars rústica" destinada a almacenes, bodegas, prensas y otros servicios.
La zona residencial tenía salas muy lujosas, como el "triclinium", un comedor espaciosos y amueblado con una especie de camas o sofás en donde se reclinaban los comensales para comer.
Disponía también de una sala de baños con agua templada o "templarium" y una sala doble de baños calientes que llamaban "caldarium".
También dispuso que se construyese una sala especial para recibir a invitados ilustres, puesto que eran frecuentes las visitas de Aurelio.



Pasaron los años y la historia de amor terminó trágicamente. Emilia murió de unas fiebres que asolaron la región. Los grandes aljibes estaban terminados y Emilio Fausto pidió volver al Campamento y ocupar su antiguo puesto de responsabilidad.

Mandó construir un sarcófago donde depositó el cuerpo de su querida Emilia y lo mandó depositar en unos huertos que había adquirido en una dehesa que llamaban de la villa verde, para tenerla más cerca de él. Mandó inscribir en la piedra:


D.M.S.
AEMILIUS FAUSTUS
AEMILIAE
PIAE USORI INDULGENTISSIMAE
ET SIBI VIVUS FACI,ENDUM
CURAVIT.

Que más o menor quiere decir: "Emilio Fausto dispuso, aún vivo, de que se hiciera esto para su piadosa e indulgentísima mujer Emilia y para él mismo."
También dispuso que, a su muerte, quería descansar junto a su mujer para toda la eternidad.