sábado, 26 de febrero de 2011

CARLITOS EL JARDINERO I


Os voy a contar un pequeño cuento, que escribí hace ya algunos años, y que aunque ha perdido un poco de actualidad, en el fondo, peinso que aún puede seguir vigente. Tiene tres capítulos y lo he titulado: "Carlitos el Jardinero".
Hoy os dejo el primer capítulo y los otros dos los editaré los próximos días.
Espero que os guste, o al menos, que os haga pasar un rato entretenido.

De niño, Carlos Aristóteles Ortega cuando le preguntaban qué quería ser de mayor, siempre respondía que pensador. Su madre lo contaba, divertida, a sus amigas y su padre decía que este niño iba a ser algo marica.

Aunque todos le conocían por Aris, el nombrecito le venía de un tío abuelo de su madre, un filósofo librepensador que había alcanzado un cierto prestigio en círculos universitarios. El bueno de don Aristóteles, soltero y sin hijos reconocidos tuvo la feliz idea de prometer todos sus bienes a quien llevase su nombre y por eso el padre del niño accedió a ponérselo siempre que fuese precedido por el suyo propio.

Carlos Aristóteles heredó de su tío abuelo una exigua fortuna, que apenas le duró unos años, y su espíritu crítico que conservó durante toda su vida; aunque lo primero no le reportó demasiadas ventajas y lo segundo le ocasionó no pocos inconvenientes.

De joven, en sus tarjetas de visita, puso C punto Aristóteles Ortega y debajo pensador, porque siempre había considerado que el nombre de Carlos no era más que una imposición paterna, aunque posteriormente rectificó, quitó el punto y puso el nombre completo en honor del inspirador del marxismo.

Y tal y como era su deseo desde muy pequeño se dedicó a pensar. Y de lo primero que se dio cuenta fue de que por todas partes intentaban coartar su libertad de pensamiento y desde los medios de comunicación, la religión, la política y desde cualquier posición de poder intentaban marcarle los límites de lo que debía pensar.

Después descubrió que podía pensar, pero que lo que verdaderamente tenía que hacer era pensar lo que iba a decir y, desde luego, la mayoría de las veces no decir lo que pensaba si no quería ampliar el número de sus enemigos.

Un día le dió por pensar en la religión. Pensó que todas las religiones eran buenas y que casi todas se parecían. Yahveh, Alá, Buda, Jesús venían a decir casi lo mismo y todo era acorde con la perfección del hombre y sus más profundas esencias. Como había nacido en Occidente se centró más en Jesús y se ocupó en estudiar los evangelios, las epístolas de los apóstoles y demás libros sagrados del Nuevo Testamento y a continuación le dió por asistir asiduamente a las predicaciones de las Iglesias. Lo primero que pensó es que las personas que estaban dedicadas a la enseñanza de la doctrina de Jesús no se debían de haber aplicado demasiado en sus estudios puesto que había sensibles diferencias entre lo que ellos decían y lo que él había aprendido en los libros sagrados. Cuanto más escuchaba más diferencias encontraba.

Un día, el predicador hizo mención al Antiguo Testamento que, según él, era el fundamento de la doctrina de Cristo. Y Carlos Aristóteles se dedicó con ahinco al conocimiento de la Biblia. Desde el Génesis, pasando por el Éxodo, Levítico, Duteronomio, Jueces, Reyes, Etc.etc., hasta llegar al libro de Malaquías, todos los acontecimientos de la historia del pueblo de Israel estaban vistos desde una óptica religiosa que justificaba los triunfos y las derrotas que sufría y daba una visión trascendente a los más nimios detalles que narraban los historiadores.

Se centró en el Éxodo y más concretamente en la historia de Moisés. Allí se narra cómo Dios que ve cómo su pueblo es esclavizado por los egipcios, elige a Moisés, un judio educado por los faraones, que había sido rico y poderoso, para que dirija a su pueblo a la libertad. Moisés no promete a su pueblo que va a ser fácil la empresa, sino todo lo contrario; la lucha durará muchos años y estará llena de penalidades; pero todo se dará por bueno porque lo hacen en el nombre de Dios que les inspira y les protege. Muchos morirán, pero la historia del pueblo de Dios se cimentará en su sacrificio.

Y Carlos A. Ortega - Se me ha olvidado comentar que durante su época progre nuestro protagonista puso el punto después de la A y sólo dejó la inicial del segundo nombre - se puso a pensar y resultaba que esta historia le era demasiado familiar y la había escuchado hacía muy poco tiempo aunque con distintos protagonistas. Ya estaba:



El Dios Alá, viendo a su pueblo oprimido y esclavizado por el poderoso Occidente, elige a su siervo Osama Bin Laden, un árabe educado en las más prestigiosas universiades de Occidente, de familia poderosa y multimillonaria, para que sea el paladín que convoque a todos los pueblos árabes a la santa guerra contra el infiel. Bin Laden no les promete una victoria fácil sino más bien penalidades, represalias, dolor y sangre porque el enemigo de Alá es poderoso, pero les asegura la victoria final porque a su lado está la verdad y, sobre todo, porque a su lado está su Dios.

Todo esto le dió mucho que pensar a C.A. Ortega - Hubo un tiempo en que dejó así su nombre en homenaje al filósofo español que bien pudo ser pariente suyo - Resultaba que era posible justificar hasta el más aberrante de los desmanes en el nombre de dios; aunque bien es verdad que ningún Dios que él había conocido en el estudio de las religiones lo justificaría nunca.

Pensando qué debería ser la religión se le ocurrió que debería ser algo que el hombre interiorizase en su pensamiento y que debería marcar su conducta. Algo que no se veía pero que se notaba. Porque se había dado cuenta que cuando alguien se empeñaba en mostrar demasiado lo religioso que era, la religión no se notaba demasiado en su vida y que cuando alguien por hacerla más patente llegaba a enarbolar la religión a modo de bandera, inevitablementese se terminaba en una guerra que, enseguida, alguien se preocupaba de ponerle el apelativo de santa.

La religión debía ser, seguía pensando nuestro Aristóteles, como la técnica en los pintores, que tampoco se ve pero que desde luego se nota. Lo más penoso para un pintor es cuando el crítico dice que en su cuadro se ve la técnica depurada del artista... está diciendo que le falta la inspiración, el alma, la vida... en definitiva: el arte que es la esencia fundamental del cuadro. Así muchas veces hay personas que conocen perfectamente la "técnica" religiosa, la teoría, la liturgia, incluso la limosna y la entrega a los semejantes y se ocupan de mostrarlo para servir de ejemplo, pero les falta lo más fundamental: que eso realmente sea su vida.

Cuando leyó lo que acababa de pensar se dió cuenta que no había descubierto nada nuevo, porque ya en el evangelio se ponía en evidencia al fariseo que puede ser el prototipo de estas personas exhibicionistas de su religión y vio, asombrado, que ya hacía veinte siglos se lo había advertido un tal Pablo a su amigo Timoteo cuando le decía que de nada le iba a servir dar todo lo que tenía a los pobres, ni incluso, de nada le serviría quemarse vivo por los demás si no tenía amor.

Amor al prójimo que es lo mismo que caridad. Porque pensando, se dió cuenta que cuando Dios en el Antiguo Testamento quiso dar normas de conducta a los hombres, se limitó a dejas sólo diez mandamientos, y cuando Jesús predicó su doctrina que Él llamó evangelio o buena noticias porque venía a liberar al hombre de las complejas ataduras en que los propios hombres habían convertido la religión, dijo que diez eran demasiados mandamientos y que todo se podía resumir en sólo dos: amar a Dios y amar al prójimo, y, es más, apurando un poco, que como a Dios no se le podía ver, le amaríamos cuando amásemos a nuestros semejantes. O sea, así de sencillo: seríamos religiosos cuando amásemos a los demás... ¿O esto era realmente lo complicado..?