Cuando leáis estas confesiones, yo ya habré muerto. Ahora que estoy sola y ya nadie se acuerda de mí, siento la necesidad de confesar toda la verdad. Yo soy la culpable del sueño de la princesa. Durante muchos años he intentado justificar mis actos, y siempre encontraba alguna causa que fuese el motivo de mis acciones. Cuando mandé la rueca a palacio me dije que era por despecho al no ser invitada al banquete que el rey ofreció a todas las personas importantes del reino; pero era mentira, yo no hubiese ido aunque me hubiesen mandado la invitación. Le mandé la rueca porque me gusta hacer el mal. Y no era por envidia, no. ¿A quien podía envidiar? ¿A esos mentecatos que siempre estaban adulando a los reyes? Yo tenía más dinero que todos ellos juntos y, si quería, a mis fiestas acudirían más invitados que a cualquier fiesta que diese el mismísimo rey. Yo sabía que no era querida, pero es que nunca busqué el cariño de la gente. A mí no me querían pero todos me tenían miedo, y eso para mí era mucho más importante. Solo con escuchar mi nombre todos temblaban. Incluso mi marido. Pobre. Tuve que matarle porque ya no me servía. No le hice sufrir mucho en recuerdo de los buenos tiempos, cuando era joven y todavía me era útil. Siempre he tenido los hombres que quise... y también las mujeres; pero ya tampoco me interesan. Tendréis que reconocer que lo de enviar a los reyes aquella nota con la rueca fue toda una desfachatez. Les advertí que la niña se pincharía con la aguja del huso, y se pinchó. De nada les valió todas sus artimañas para impedirlo. ¿Por qué no enviaron entonces sus esbirros a detenerme? Porque me tenían miedo, claro. Siempre fui la más poderosa... la más odiada también; pero era, sin duda, la que más poder tenía en el reino. Lo de la rueca tampoco fue por resentimiento. Ya sabeis que el resentido es el que más sufre porque nunca estará conforme con el comportamiento de los demás. A mi no me importa lo que dicen, lo que piensan, lo que hacen o lo que opinan los demás. A mí me gusta hacer el mal a todos. Sólo con eso disfruto. Y la verdad es que la princesa era bastante tonta. Mira que se lo advirtieron, pero ella nada, que se le había antojado jugar con el trasto y no paró hasta que se pinchó con la aguja. Y los padres más memos todavía, con unos buenos azotes a tiempo se hubiese solucionado el problema; con unos azotes o echando la rueca al fuego, que no me explico porqué la guardaron si yo les había advertido el peligro que tenía. Yo creo que en el fondo les vino bien aquella siesta tan larga que se echó la niña; les dejó unos años tranquilos. Y luego está lo del príncipe; que ni príncipe ni nada. Era un pobre bufón que tuvo que dar el beso a la princesa; porque había que tener ganas para darle un beso con lo fea que era la pobre. Y como se casó con ella tuvieron que hacerle príncipe. Y era lo que yo había planeado. Al principio se me ocurrió que podía morir si se pinchaba, pero eso no tenía demasiado gracia, había que darle un puntito de maldad. Tenía mucho más gracia que tuviese que pasar la vida con un lelo a su lado, claro que, pensándolo bien, a eso ya estaba predestinada porque todavía no he conocido ningún príncipe que no lo sea. En fin, que me queda poco tiempo de vida y he querido dejar esto escrito para que a nadie se le ocurra hacer otra versión del cuento de la bella durmiente diciendo que yo era una pobre bruja que en el fondo no era mala y las circunstancias y la sociedad me habían llevado por el mal camino. No, que os quede a todos bien claro. Yo, soy la mala del cuento.