sábado, 17 de abril de 2010

LOS VELOS DE LA MEMORIA. CAPÍTULO XXV (ULTIMO)

XXV


Mientras en París los jóvenes soñaban con la utopía.

Nicomedes, cuando puso su firma en la escritura, no sintió ninguna sensación especial. Con la parte del dinero que le correspondía del cheque bancario que le había entregado el Notario y que había guardado en la cartera, se pensaba comprar un piso de tres dormitorios en una ciudad residencial a las afueras de la capital y un 850, el último modelo que había sacado la Seat. Los otros dos tercios del importe de la venta serían para sus dos primas. Con esta firma rompía el único vínculo que le unía a aquel pueblo, a donde no pensaba volver y al que realmente nunca le había unido ningún vínculo afectivo. Cuando cerró el portafolios en el que había guardado todos los documentos de la compraventa, sabía que cerraba también el recuerdo de la tragedia vivida por la familia de su abuelo paterno, con el que sólo compartía el nombre.
Cuando el Tribunal Supremo dictó la sentencia definitiva, su padre y su tía, dijeron que no querían nada de lo que había sido de su padre y les cedieron sus derechos a sus primas Rosita y Pilar, y él, que por ser varón, se encargaría de representarlas en la venta de la casa y las fincas que les habían asignado en Recondo.
Nunca lo dudaron, y nada más tener la propiedad, pusieron el cartel de "Se vende" en la casa. La vieja había muerto cuando se enteró del fallo del tribunal, aunque logró su deseo de no salir con vida del Solar. Sus hijas y sus nietos abandonaron la casa y se trasladaron a vivir a la capital. Luego Petronila se trasladó con sus hijos a Plasencia, para estar más cerca de la familia de su marido y alejarse lo más posible del pueblo donde todos los recuerdos eran penosos. Nicolasa fue la más afectada por todo lo ocurrido. Siempre se había visto como la heredera de todo el patrimonio de sus abuelos y ahora, de pronto, unos desconocidos que decían que eran sus primos, se habían adueñado de todo y ella se había quedado sin nada, y no tendría más remedio que pensar en trabajar para poder vivir o buscarse un novio rico que le permitiese llevar la vida para la que había sido educada. El pequeño Julio José, en cambio, lo había aceptado mejor, pensando que volvía al pueblo donde había dejado amigos y donde había sido el centro de la familia, prerrogativa que perdió cuando volvió a Recondo y este privilegio lo tenía en exclusiva su hermana.
No había sido fácil encontrar un comprador para la casa para los nuevos propietarios. En Recondo, la situación económica seguía paralizada porque las autoridades habían conseguido evitar la llegada de las industrias para poder contar con una mano de obra barata a disposición de los terratenientes. Sin embargo, se habían ido arreglando las carreteras, y aquel paraje recóndito ya no estaba tan alejado, con lo que muchos jóvenes se trasladaban diariamente a trabajar a la capital. Además estaba apareciendo una nueva industria para la que Recondo disponía de indudables atractivos: El Turismo. Era un pueblo con historia que no había sucumbido bajo el progreso descontrolado que había asolado la mayoría de los pueblos de la región.
Y algunos con vista comercial iniciaron una paulatina labor para dotar de infraestructuras al pueblo. Y el "Solar" era el sitio ideal para construir un complejo hotelero. Estaba cerca de la plaza, tenía una estructura fácilmente adaptable a las necesidades de un hotel, disponía de un patio que se podía techar para convertirlo en comedor y una corraliza que reunía todas las condiciones para convertirse en un precioso jardín. Y además, decían que tenía una cueva con tinajas, que fue cegada después de la guerra civil, que sería un atractivo turístico más para los visitantes.
Se hicieron los planos, se presentó el proyecto al Ayuntamiento, y después de obtener el visto bueno de la Comisión de Patrimonio de la Provincia, se iniciaron las obras de restauración de la casa conocida como "El Solar", para su transformación en un complejo turístico que conservaría el mismo nombre, en recuerdo de doña Margara, su antigua propietaria, que aún era muy apreciada en Recondo.
Sin embargo al poco de iniciarse los trabajos, se paralizaron las obras por orden judicial. Cuando se estaba saneando la cueva para consolidar los cimientos, en unas de las tinajas, habían aparecido los restos mortales de un varón joven. Según fuentes cercanas a los médicos forenses que se habían hecho cargo del caso, el cadáver se había conservado en un aceptable estado de momificación, porque la tinaja en la que había sido encontrado había sido sellada herméticamente. Habían determinado, a falta de hacer las oportunas verificaciones, que la muerte se debía haber producido sobre treinta años antes, y la causa de la misma había sido el ahorcamiento. Se había iniciado la investigación para determinar la identidad del cadáver, aunque se había decretado el secreto del sumario.

FIN DEL ÚLTIMO CAPÍTULO.
Pero queda el EPÍLOGO, que lo puedes leer
el sábado día 17 de abril
¿NO ME DIGAS QUE NO TE QUEDAN FUERZAS?