sábado, 17 de abril de 2010

LOS VELOS DE LA MEMORIA. CAPÍTULO XIII

XIII


Y en febrero llegaron los bombarderos alemanes.

Miguel Martínez, el Flauta, era el encargado de hacer sonar la sirena cuando se acercaban los aviones. Desde que habían comenzado los enfrentamientos de los contendientes en las cercanías del río Jarama y en los alrededores de Recondo, eran frecuentes las incursiones de los bombarderos alemanes por el pueblo, para atacar la retaguardia del ejército republicano. Las órdenes de las autoridades municipales eran concisas y terminantes: cuando suene la sirena de la torre, todos deben acudir a los refugios para resguardarse de las bombas.
Los refugios eran, en realidad, las cuevas que existían en la mayoría de las casas de Recondo. En estas épocas del año, las cuevas eran más confortables porque en ellas se mantenían unas temperaturas más altas que en resto de las casa, aunque allí abajo también era mayor el ambiente de humedad. Había quienes bajaban los colchones a la cueva para dormir todas las noches y despreocuparse del aviso de la sirena.
Doña Margara había decidido no bajar a la cueva; ni tampoco Sacramento, su hija. Cuando sonaba el estridente silbido de la sirena de la torre, las dos mujeres permanecían sentadas en la sala de la primera planta, rezando el rosario, hasta que se avisaba nuevamente de que había pasado el peligro.
Ni los destrozos ocasionados en varias casas del pueblo, ni la noticia de la muerte de cuatro personas en los bombardeos de los días anteriores, les habían hecho cambiar de parecer. No es posible que Dios nos pueda poner a prueba una vez más después de todo lo que ha pasado, decía doña Margara a su hija, añadiendo que tampoco le pasaría nada a José, su marido que ya se había incorporado con su regimiento a primera línea de batalla.
Afortunadamente para ellas, su decisión de no bajar a la cueva les salvó la vida. Aquella mañana, desde muy temprano, las "pavas" alemanas no paraban de sobrevolar el pueblo. El frío era intenso pero el cielo estaba despejado y la visibilidad era perfecta a larga distancia. Las detonaciones de los cañones no habían dejado de sonar desde el amanecer en la lejanía del frente, y Miguel "el Flauta" no paraba de hacer sonar su sirena a intervalos de diez o quince minutos. A eso de mediodía todo Recondo tembló bajo una lluvia de bombas que fue cayendo cíclicamente durante una hora que parecía interminable.
Las mujeres que rezaban en la salita de la primera planta del Solar, se abrazaron pensando que había llegado su hora. Una de las bombas había caído muy cerca. Posiblemente en la misma casa. Después se hizo el silencio, pero por debajo de la puerta entraba gran cantidad de polvo, lo que podría significar que algo se había hundido cerca; pero ninguna de las dos se atrevió a salir de la habitación para ver lo que había pasado. No sabrían precisar el tiempo que permanecieron allí sentadas. A lo lejos se oía lo que podía ser el estruendo de algún hundimiento y voces también lejanas pidiendo socorro. Pero se habían dejado de oír los zumbidos característicos de los aviones. Y es que había hecho su aparición una escuadrilla de "moscas" rusos, que por primera vez entraban en combate y que había conseguido que los bombarderos alemanes abandonasen los cielos de Recondo.
La bomba había caído en una de las esquinas del patio, sobre las cámaras que estaban encima de la puerta de la cueva que había quedado totalmente taponada por los escombros. Por lo demás no había afectado prácticamente a las habitaciones principales de la casa. Tampoco había en esas cámaras ninguna cosa de valor; tan solo trastos viejos y cosas inservibles, pues las trojes del trigo, de la cebada y de los otros alimentos estaban en las cámaras de la zona norte de la casa.
Tuvieron que salir para abrir la puerta, porque habían acudido los vecinos para interesarse por su estado y ver los daños que había ocasionado la bomba. El patio estaba casi cubierto por los escombros que había resquebrajado las ramas del viejo granado. Aún flotaba en el aire el polvo que no paraba de caer desde los tejados en los que las tejas habían dejado al descubierto los carrizos que formaban la base de la techumbre y que se iban desprendiendo poco a poco. Apenas si ya salían algunas llamas de un pequeño incendio en las cañas del tejado que no había llegado a más por la humedad que se había acumulado por las recientes lluvias que habían caído en los últimos días.
-Estamos aquí arriba… No nos ha pasado nada…
Les contaron que esa mañana habían caído tres bombas más en Recondo y había muerto Genaro "el de la inclusa" y la Emilia, su mujer, cuando cruzaban la calle para ir a la cueva de la casa de sus vecinos.
Llegaron poco después los padres de José, el marido de Sacramento y les ofrecieron su casa para que no se quedasen las dos solas en una casa en ruinas. Pero doña Margara volvió a recordar que ella no saldría nunca viva de esa casa.
Los días siguientes, las dos mujeres ayudadas por el Cosme y el Afrodisio, dos antiguos criados de la casa, los dedicaron a limpiar de escombros el patio de la casa. Los daños no habían sido demasiado importantes y dos semanas más tarde se habían eliminado los riesgos de otros posibles derrumbamientos, apuntalando la techumbre y subiendo unos tabiques para evitar que el agua de las lluvias entrase a las cámaras hundidas. Pero doña Margara se opuso a que se limpiase la cueva. Es más, todos los escombros que habían caído en el patio se fueron acumulando en la entrada, tapando completamente las escaleras lo que impedía completamente el acceso al interior de la cueva.
-No necesitamos para nada la cueva... y ahora no estamos para gastar el dinero en esta clase de trabajos... Con el tiempo, Dios dirá...
Y allí se quedaron las dos mujeres, sin apenas recibir más visitas que la de los padres de José, Piedad y Saturnino, que casi todas las tardes pasaban por la casa para ver cómo estaban y ponerlas al corriente de las noticias que se iban produciendo en el pueblo y contarles las novedades que iban conociendo de su hijo, que ya había pasado el período de adiestramiento militar en el campamento, y que iba a ser destinado al IV cuerpo del ejército, que estaba acantonado en la zona de Aragón.
Aquella tarde, Piedad apenas si podía disimular su inquietud. Aprovechando que doña Margara había salido de la salita para preparar unos bollos y una copita de vino dulce, se acercó a su nuera:
- Sacra, hija mía, hay muy malas noticias... Ha llegado de la capital el Julián, el de la tía Cristina, y dice que le pareció ver a tu hermano Nicolás montado en un camión que salía de la cárcel... y según dicen los llevaban al cementerio para fusilarles...
Para Sacramento fue una noticia que no esperaba en ese momento, y quedó desconcertada, recordando lo que había pasado aquella mañana. Se había tapado la cara con las manos para sofocar el llanto y así no lo oyese su madre, pero fue inútil, doña Margara entraba por la puerta y llegó a escuchar lo que decía su consuegra.
¿Qué ha pasado, Piedad?, ¡dime lo que ha pasado...!
Ahora fue Saturnino quien tuvo que dar todos los detalles que habían oído sobre el pobre Nicolás...
-Claro que tampoco es seguro nada de lo que cuentan... porque según dicen había muchos hombres en el camión, y se pudieron confundir al identificarlo...
- Yo lo sabía... han matado a mi hijo, como mataron a mi marido... ¡Criminales... yo os maldigo! Y pagaran todos estos crímenes... No descansaré hasta que todos ellos tengan la muerte que se merecen... ¡Asesinos! ¡Malditos!
No había tenido que hacer un gran esfuerzo para hacer creíble su actuación, porque, en el fondo, ella misma se había llegado a creer su patraña, y estaba convencida de que habían sido los malvados comunistas los que habían matado a su hijo querido.
Pero esta escena la había hecho revivir también a ella lo ocurrido, y la crisis de nervios que le provocó no era fingida.
Sacramento preparó una infusión para calmar a su madre y entre los tres consiguieron convencerla para que se acostase cuando al cabo de un buen rato consiguieron tranquilizarla.
Al día siguiente en Recondo, todo el mundo daba por cierta la versión que había traído el hijo de la Cristina, aunque nadie sabía dar explicación a su extraña desaparición ni tampoco identificar a sus captores. El hecho es que a partir de ese momento nadie más volvió a dar noticias de su paradero ni se supo nada de lo que hubiera podido ocurrir desde el día de su desaparición.

FIN DEL CAPÍTULO XIII
El próximo capítulo se publicará el sábado día 23 de enero.
¡NO TE LO PUEDES PERDER!