sábado, 7 de noviembre de 2009

ACLARACIÓN, POSIBLEMENTE INNECESARIA.

Me han preguntado algunos lectores que si los nombres de los personajes de la novela se corresponden con personas reales. Obviamente, no.
Todos los personajes de la novela son ficticios, y como se suele advertir en estos casos, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
No obstante, he de confesar que muchos de los nombre y apodos que aparecen en la novela, así como hechos y lugares circunstanciales, están tomados de la realidad y de mi entorno, aunque ninguno tiene una repercusión directa en la trama ni en el argumento de la novela.
Por lo tanto, nadie debe buscar ningún parecido de los personajes de la novela con personas reales que existen o hayan podido existir. Si, por casualidad, hubiera alguna coincidencia, en nombre o apodo, con personas reales, ruego me disculpen y, desde luego, que nadie se dé por aludido.
Y aprovecho para recordar lo que escribía Javier Marías en su discurso de ingreso en la Real Academia Española de la Lengua, el día 27 de abril de 2008:
“Seguramente (los novelistas) seamos los únicos que podemos contar sin atenernos a nada y sin objeciones ni cortapisas, o sin que nadie nunca nos enmiende la plana ni nos llame la atención y nos diga: "No, esto no fue así".
Gracias.
El autor.

martes, 3 de noviembre de 2009

EL CLAUSTRO DE SANTO DOMINGO DE SILOS


Enhiesto surtidor de sombra y sueño
que acongojas el cielo con tu lanza.
Chorro que a las estrellas casi alcanza
devanado a sí mismo en loco empeño.

Mástil de soledad, prodigio isleño,
flecha de fe, saeta de esperanza.
Hoy llegó a ti, riberas del Arlanza,
peregrina al azar, mi alma sin dueño.

Cuando te vi señero, dulce, firme,
qué ansiedades sentí de diluirme
y ascender como tú, vuelto en cristales,

como tú, negra torre de arduos filos,
ejemplo de delirios verticales,
mudo ciprés en el fervor de Silos.





Con estos versos cantaba Gerardo Diego al ciprés que vigila el claustro de Santo Domingo de Silos. Ante la belleza de sus piedras, del entorno, sólo se pueden escuchar los versos del poeta o el canto gregoriano de los monjes. Todo lo demás es silencio y contemplación.




Tanta belleza, tanto sosiego, sólo encuentra parangón en la naturaleza, que en estos días de otoño se viste de colores para no desentonar con las finas filigranas de los capiteles que labraron los anónimos canteros, insignes artistas del románico.


Fotografías de m.carrasco.m (29-10-2009)