sábado, 17 de abril de 2010

LOS VELOS DE LA MEMORIA. CAPITULO VII.

VII

Al año siguiente.


El Consejo Local de Primera Enseñanza, se venía reuniendo una vez al mes. Antes de proclamarse la República, cuando se llamaba Junta Local de Instrucción Pública, apenas si lo hacían dos veces al año y su cometido no era más que los asuntos de orden disciplinario con los maestros. Ahora los representantes de los padres de los alumnos tenían más peso en el Consejo y aunque el Ayuntamiento no había querido nombrar a su representante, las nuevas leyes les conferían poder para intervenir en la política educativa del pueblo. Eso era, al menos, lo que decía la teoría. En la práctica nada, o casi nada, había cambiado. Habían llegado a Recondo dos nuevos maestros enviados por el Ministerio para paliar la penuria educativa del pueblo. Pero el ayuntamiento debía pagar los alquileres de las clases en distintas casas particulares, porque sólo disponían de un aula municipal. Ante la presión que ejercieron los padres, no solo no alquilaron dos nuevas aulas, sino que dejaron de pagar las cuatro que tenían alquiladas, alegando que no disponían de fondos por habérselos gastado en las reformas que se habían realizado en la del ayuntamiento. Los propietarios avisaron al Consejo, amenazando seriamente con no dejar entrar a los niños a las clases.
José García López, era tundidor de paños y dueño del último batán que había quedado en el pueblo. Al no estar el representante del Ayuntamiento fue elegido presidente del Consejo, del que formaba parte en representación de los padres. Era un hombre apacible y educado pero aquella noche había llegado al límite de lo que su paciencia podía soportar.
-No he logrado conseguir del Alcalde ni el compromiso de que van a intentar buscar una solución… Yo presento ahora mismo mi dimisión. ¡Esto es intolerable! Además me han dicho que este año tampoco van a participar en la conmemoración del aniversario de la república, que nosotros podemos hacer lo que queramos pero que con ellos no contemos… y por supuesto, que tampoco disponen de fondos para colaborar en la celebración… El no ha dicho celebración, ha dicho "vuestra fiesta", recalcando bien las palabras….
Don Filomeno, el cura, procuraba siempre mantener un tono de ponderación para calmar los ánimos y evitar enfrentamientos:
-No te pongas así, José. Lo que ellos quieren es que nosotros nos demos por vencidos… Pero no lo van a conseguir… Debemos seguir los cauces establecidos… Si no quieren hacernos casos, lo comunicamos al Servicio de Inspección y que ellos actúen… A ver quién gana al final…
-Usted don Filomeno es amigo de ellos, ¿por qué no intenta ponerles en razón… O es que no quiere que le identifiquen con nosotros?
-No seas injusto Gregorio. Tú mejor que nadie sabes que me la estoy jugando, dejando que mi sacristía sea vuestra estafeta… Hay que seguir teniendo paciencia…
- Lo que pasa es que ellos no pueden permitir que nuestros hijos tengan formación. Ellos pretenden que sean unos analfabetos como nosotros para así poderles seguir mangoneando… Pero que como me llamo Fermín, esto se va a terminar…
Había terminado la reunión y se habían quedado los cuatro en la clase donde se había celebrado la reunión del Consejo. José, Fermín, don Gregorio y el cura. De los asuntos propiamente educativos se llegó a los de política general y al análisis de la situación que se estaba viviendo en el país. Don Gregorio estaba muy preocupado. En las reuniones que mantenía periódicamente con las fuerzas republicanas de Recondo había podido percibir que el grado de exaltación era cada día mayor. Al grupo se iban uniendo cada vez más personas que poco o nada tenían en común con las ideas republicanas. Y el problema es que cada vez tenían mayor poder a la hora de la toma de decisiones. Había advertido un creciente anticlericalismo y una actitud demasiado beligerante contra los que hasta ahora ostentaban el poder.
-Don Filomeno, debe tener cuidado, si esto se pone feo debe marcharse de Recondo. No podemos garantizar su integridad. Hay muchos incontrolados que son capaces de hacer cualquier barbaridad…
- Yo pienso que exageras, Gregorio. Aquí me conocen todos, siempre he procurado ayudar al que lo necesitaba, no creo que nadie pueda querer hacerme daño a mí…
- Que así sea, pero creo que es necesario que consigamos organizarnos y lograr mantener el orden entre los nuestros… En el Ayuntamiento no podemos contar con nadie, aunque han cambiado al alcalde, y parecía que Hipólito era más dialogante, al final siguen mandando los mismos y cada vez adoptan posturas más provocadoras…
Don Gregorio se había hecho maestro por vocación. Por vocación y por tradición familiar. Su abuelo había sido compañero de Francisco Giner de los Ríos y había participado activamente en la creación de la Institución Libre de Enseñanza. Así que el joven Gregorio, cuando terminó los estudios se incorporó a la Enseñanza pasando por distintos pueblos hasta llegar a Recondo, porque él siempre había defendido una escuela en la que se educase a los niños atendiendo a su capacidad, su actitud y su vocación, y no a la situación económica de sus padres.
Cuando se proclamó la II República y se crearon las Misiones Pedagógicas para divulgar la cultura en los pueblos de la España profunda, donde jamás había llegado, pensó que había llegado la culminación de su ideal pedagógico y que sería posible la plena emancipación de las clases oprimidas cuando tuviesen verdadero acceso a la educación. Pero estaba viendo cómo en Recondo se estaban poniendo todas las trabas posible para que este sueño se hiciese realidad. Él como el cura, había llegado muy joven a Recondo.
Durante unos años vivió en la casa de don Ramón y doña Matilde, dos maestros que no tenían descendencia y que le acogieron como un verdadero hijo. Luego se casó con la novia de toda la vida y alquilaron una pequeña casa que intentaron acondicionar lo mejor posible con los pobres emolumentos que recibía del estado y las cada vez más escasas aportaciones de los alumnos a los que impartía clases particulares.
Desoyó los consejos de sus viejos anfitriones y las recomendaciones de su esposa y no se reprimía a la hora de expresar sus ideas, lo que le fue ocasionando demasiadas antipatías, sobre todo, entre la restringida élite local, que se veía acosada por esas ideas revolucionarias del maestro, lo que en la práctica se concretó en una drástica disminución de su alumnado particular. En cambio, era muy apreciado por los alumnos y se había ganado el respeto y la admiración del resto de pueblo. Aunque inicialmente no se había querido implicar directamente en la política, poco a poco se había ido convirtiendo en el ideólogo de las fuerzas republicanas. Era, además, el asesor de confianza de Fermín que le respetaba y nunca tomaba una decisión sin antes consultarla con él.
Tuvo dos hijos y podía subsistir gracias a las habilidades organizativas de su mujer que, además, se dedicaba a coser para lograr un sobresueldo que les permitiese llevar una vida un poco más desahogada. Pero la situación política en Recondo se hacía cada vez más insostenible. Después de casi cinco años desde que se había proclamado la República, nada, o casi nada, había cambiado en el pueblo. Seguían mandando los de siempre, se desoían las órdenes que llegaban desde los Ministerios de la Nación y no se respetaban las leyes vigentes que chocaban con los intereses de los señores. Sin embargo, algo sí estaba cambiando.
Cada vez eran más los que se atrevían a reclamar sus derechos y poco a poco iban consiguiendo que las autoridades tuviesen que atenerse a lo que marcaban las leyes de la República. Efectivamente, hacía seis meses que don Enrique había presentado su dimisión como Alcalde de Recondo. No estaba dispuesto a seguir acatando la normativa que le llegaba del Ministerio de la Gobernación en materia educativa y laboral. Cuando la huelga de los medidores tuvo que ponerse al lado de los trabajadores y quitar la razón a los propietarios lo que le supuso discutir con los que habían sus amigos de toda la vida. Desde entonces no le hablaban ni don Indalecio ni don Atenodoro y había llegado a tener un enfrentamiento en el Casino con Pedrito Rodríguez que le hacía personalmente responsable de todo lo sucedido. Nadie quería asumir la responsabilidad del cargo y después de varias semanas de entrevistas y negociaciones lograron convencer a Hipólito Martínez para que aceptase el nombramiento.
Poli, como todos le conocían en Recondo, era el propietario de la única herrería del pueblo. Todos le consideraban una buena persona, pero casi nadie valoraba su capacidad intelectual. Era rudo y directo, y no se paraba demasiado en pensar lo que debía de decir. No era, por tanto, lo que el cargo requería en unas circunstancias tan delicadas como se estaban viviendo en la nueva situación política. Pero tenía una cualidad que era muy valorada por los que le animaron a aceptar la vara de mando: Era fácilmente manipulable y cuando tomaba una decisión la llevaba a cabo sin importarle lo que pudiesen decir sus oponentes. Además provenía de una familia humilde que con su esfuerzo había conseguido alcanzar una situación económica desahogada y él pensaba que aceptando este cargo conseguiría ser aceptado en la cerrada sociedad de Recondo. Entre los reunidos había un evidente pesimismo y todos temían que se estaba precipitando una situación dramática, difícil de atajar. Fue don Filomeno quien comentó en voz baja, como pensando para sí mismo.
-Las noticias que llegan de fuera son cada vez más alarmantes….Desde hacía unas semanas era el comentario en todos los mentideros del pueblo. Entre los monárquicos se daba como seguro que ya estaba a punto el levantamiento militar. Habían llegado consignas de cómo había que actuar cuando se produjese el golpe. Aquí en Recondo no había que tomar medidas para tomar el poder municipal, porque todos los concejales eran de los suyos, pero había que estar preparados por si había resistencia civil y los republicanos intentaban tomar el poder. Todos disponían de armas de fuego por si era necesario emplear la fuerza.
Aprovechando una junta ordinaria en el local de la Sociedad de Cosecheros, donde estaban reunidos los principales contribuyentes de Recondo, tomó la palabra don Esteban Pelayo, su presidente:
- No tenemos más remedio que afrontar la situación. Desde que Enrique dejó de ser alcalde, la situación se está deteriorando de día en día. Todos pensamos que se va a producir, por fin, el pronunciamiento militar que impondrá el orden y hará volver las cosas a su sitio. Pero, entre tanto, debemos estar prevenidos. Ahora más que nunca debemos estar unidos y evitar que los republicanos se hagan con el poder en el ayuntamiento. Todos asentían, aunque nadie quería significarse demasiado, porque eran conscientes de que al final todo se llegaba a saber en el pueblo, y lo que allí se dijese alguien lo terminaría contando con todo lujo de detalles.
- Conmigo podéis contar, como siempre. Si hay que hacerles frente con las armas, estoy dispuesto a coger mi escopeta para mantener el orden. No podemos permitir que esos muertos de hambre quieran mandar ahora.
- No debemos precipitarnos, Atenodoro. Ya están las fuerzas de seguridad que sabrán mantener el orden. Nosotros, es mejor que nos mantengamos al margen. Al menos, por ahora.
- Yo propongo, que nos reunamos todas las semanas para evaluar los acontecimientos que vayan aconteciendo. Estoy de acuerdo con don Indalecio, por ahora es mejor esperar…
Por su parte, entre los republicanos había preocupación. No disponían de una estructura jerarquizada y no había nadie que tuviese un control efectivo de la situación. La realidad es que, la mayoría de las veces, prosperaban las tesis de los más exaltados.
En un pueblo como Recondo, donde siempre habían mandado los mismos; donde el nivel cultural de la clase trabajadora era prácticamente inexistente, era difícil encontrar personas capacitadas para hacerse cargo de dirigir a las masas que estaban predispuestas a seguir las consignas más revolucionarias sin pararse a medir sus consecuencias.
Personas como don Gregorio, que había luchado por defender el derecho a la educación de todos, o Fermín que desde el partido comunista había intentado inculcar a los trabajadores la defensa de sus derechos sindicales, se veían ahora sobrepasados por jóvenes que habían llegado a la lucha política sin una base ideológica concreta y en los que había aflorado el odio hacia los ricos y un resentimiento anticlerical que muchas veces eran incapaces de justificar.
Posiblemente el mejor ejemplo de esto era, Felipe "el Regalao", el hijo de la tía Genuina y novio de Juanita. Tenía veintiocho años, era jornalero y no trabajaba para ninguna casa en particular. Decían que era buen trabajador pero de carácter exaltado y pendenciero. Tenía facilidad de palabra y una cierta erudición adquirida por su afición a las novelas de aventuras.
Cuando lo de su novia con don Nicomedes, ante la impotencia de poder tomarse la justicia por su mano, se juró que algún día se vengaría. Desde entonces se afilió al partido socialista y fue consiguiendo imponer sus tesis más radicales.
Sólo en una cosa estaban de acuerdo los dos bandos. Si se producía un pronunciamiento militar había que controlar el poder en el pueblo. Había que requisar todas las armas y ponerlas a disposición de los suyos. Y sobre todo, había que poner a buen recaudo a los cabecillas del bando contrario. Y para eso era necesario prepararse y organizar un minucioso plan de acción.

FIN DEL CAPÍTULO.
El capítulo VIII el próximo sábado, dia 21 de noviembre.
¡No te lo puedes perder!