miércoles, 17 de diciembre de 2008

ZÓSIMO, EL HOMBRE QUE OLVIDO SU NOMBRE.(Cuento)

Hacía ya tiempo que la niebla del olvido iba descendiendo por las estribaciones de mi mente, desdibujando recuerdos y velando realidades; por eso no sabía a ciencia cierta cuando ocurrió.
Pudo ser aquella mañana del mes de junio, cuando me despertó una tenue ráfaga de viento que se coló por las rendijas de la vieja y desvencijada ventana de la alcoba. Me desperezé después de apartar la sábana que me había echado encima cuando el relente del amanecer me invitó a arrebujarme como un ovillo en medio de la cama.

Aquella mañana, no sabía porqué, me vino a la mente una palabra de esas que nunca se usan: "binza". No, no era pinza, ni pizca, ni bizca, ni bizna, era "binza" y no sabía su significado.

-"Binza"... "binza"...

Nada, que no podía recordar que podía ser "binza".

Aunque por aquello del fastidioso vértigo, tenía que levantarme poco a poco, aquella mañana me tiré literalmente de la cama y me fui directo al diccionario."Ba"... "be"... "bi"... "biberón"...

Casi se me cayó el diccionario de las manos... faltaban muchas palabras... eran como si se hubiesen borrado... como si alguien lo hubiese sacudido y muchas palabras se hubiesen caído del libro, tintineando en el suelo como pequeñas cuentas de cristal.

Y se me olvidó la palabra. No era bizca, no. Ni pinza, ni pizca... Era... no; ya no me acordaba. Pensé que debía ser que todavía no había tomado el café y además la próstata me recordó cuáles eran mis primeras obligaciones. Entré en la rutina diaria de la tostada untada con un diente de ajo y un chorrito de aceite, de la loncha de jamón York en una rebanada de pan de molde, porque mis dientes ya no podían con la corteza del pan candeal y del tazón de leche engañada con un poco de café en que se había convertido, con los años, el tradicional café con leche.
Mientras desayunaba en la cocina no paraba de dar vueltas a la cabeza... no era pizca... ni pinza... Ni por esas, que no podía recordar la maldita palabra.
Aunque yo lo decía hacer la cama, la realidad es que me limité a estirar las sábanas y la colcha, porque ya no podía agacharme para remeter la ropa, que sólo ofrecía un aspecto presentable los viernes cuando venía la asistenta. Un aseo rápido - ese día más- y me vestí para salir a dar el paseo matutino y comprar el pan. Pero antes cogí de nuevo el diccionario. Efectivamente se habían perdido muchas palabras. Estaban la mayoría, las que se usan normalmente... "Alba", "ayuda", "baile", "casa", incluso estaba "diptongo" que hacía mucho tiempo que no escuchaba; pero habían desaparecido todas esas palabras tan raras que nadie dice y que casi nadie sabe su significado, las que me gustaba llamar palabras dinosaurio.
No sabía interpretar lo que ocurría y pensé que podía estar pasando lo mismo en los otros libros. Me fui al Quijote y vi que allí también se habían caído bastantes palabras. Ojeé algunas páginas y de vez en vez había espacios en blanco: "El resto de ella concluían .............. de ............. , calzas de ................ para las fiestas, con sus ............. de lo mismo, y los días de entresemana se honraba con su.............. de los más fino". Leí, empezando a asustarme.
Lo bueno que tiene el síndrome del inicio del alzheimer es que todo se me olvidaba muy pronto y cuando volví de la calle, puse la tele para no ver cómo se despellejaban en las tertulias, porque yo nunca veía la televisión aunque la tuviese siempre encendida. Era mi única compañía.
A la mañana siguiente me vino a la mente "albahaca" y cuando fui al diccionario se habían perdido todas las palabras con raíz árabe. Unos días después fueron los anglicismos y luego los toponímicos. En el diccionario y en los libros había, cada vez, más espacios en blanco que avanzaban inexorables. Me figuraba unos grandes osos polares devorando salmones, con escamas de letras, que intentaban, en vano, nadar contra corriente. Ya eran muy pocas las frases que estaban completas; posiblemente sólo "mi mamá me mima", "amo a mi mamá" y "Con cien cañones por banda", que era la única poesía que había aprendido de pequeño.
Me llegué a obsesionar con las palabras que iban desapareciendo de los libros, pero no podía contárselo a nadie. A pesar del buen tiempo apenas si ya salía a la calle y pasaba horas y horas asomado a la ventana hasta que la silueta del castillo se diluía en el azul cada vez más oscuro del horizonte. Entonces empezaban a encenderse las estrellas, y me entretenía en contar las que jugaban al escondite, las que tiritaban de calor y se me humedecían los ojos, emocionado, cuando veía las estrellas fugaces, porque pensaba que se iban a pasear con sus amigos por la vía láctea; luego me acostaba y muchas noches olvidaba apagar la televisión.

La semana siguiente perdí las palabras esdrújulas y en poco más de un mes, no me quedaban palabras con más de cuatro letras. Tenía "luz", "niño", "amor", "pan", pero ya no estaba "mariposa", ni "pájaro", ni "amapola", aunque todavía me quedaba "flor". Claro que no me importaba, porque las palabras que se habían caído de los libros yo las había olvidado. Ya no sabía que significaba "dolor", ni "recuerdo", ni "esposa", y unos días después tampoco "hijo", porque sólo me quedaron las palabras de dos letras.
Por eso, sólo decía "yo" cuando los médicos me preguntaron mi nombre. Y es que "Zósimo" fue una de las primeras palabras que olvidé, porque era esdrújula, porque hacía mucho tiempo que nadie me llamaba y porque en la tele nunca se oía un nombre tan raro.
Cuando mis hijos entraron en casa para hacer la testamentaría, todos los libros tenían las páginas en blanco, aunque ellos no se enteraron porque sólo buscaban las cartillas de la Caja de Ahorros.


Nota: Para que no tengáis que buscarlo, “binza” es la capa o película exterior de la cebolla. Dios tendría que haber dotado, también, a los hombres de una binza protectora.