martes, 23 de diciembre de 2008

OCHO CUENTOS, PEQUEÑITOS, DE NAVIDAD.

UNO:

Una corbata de seda italiana, un frasco de agua de colonia, un cartón de tabaco rubio, un bolígrafo de punta fina y un encendedor recargable, un libro de un escritor desconocido del que se ha hecho una película, una caja de pañuelos y una camisa de manga larga...
-Si, es Papá Nöel, pero no me gustan los regalos y, ademàs, he dejado de fumar...

DOS
-Tres millones cuatrocientos diecinueve mil setecientos veintiocho euros con diecisiete céntimos...
-¿Tanto?
- Es lo que nos ha tocado a la lotería...
-¿Tan poco?




TRES:
-¡Ocho mil ciento tresss...
-¡Dos millones de euuuu..ros!
-Vaya, otro año más teniendo que ir a la oficina...
- No es el tuyo, ¿verdad?
-No, ... si yo no llevo lotería... es por solidarizarme con la mayoría.

CUATRO:

Llegó a la Plaza Mayor y las luces de colores parpadeaban entre repiqueteos de panderetas y olor a castañas asadas. Los abetos amputados de sus bosques lloraban con lágrimas de purpurina y el musgo empezaba a sentir la fría sequedad del asfalto.
La figuritas de barro formaban batallones de pastores en son de paz y rebaños de ovejas “dollys” cansadas de sus pastos de serrín.
Estrellas de cartón forradas de papel de plata se movían en círculo sin marcar ningún camino a los reyes de resina con camellos cargados de ilusiones rotas para los mayores descreídos. Llegó a la Plaza Mayor, pero no reconoció su Navidad.

CINCO:
Su calle era la más importante de la ciudad. Tenía la mayor concentración de joyerías de todo el mundo. Se habían llegado a pagar nueve mil euros el metro cuadrado. Hoy, víspera de Reyes, la afluencia de público colmaba las más optimistas expectativas de todos los comerciantes.
Eran las tres y cuarto de la madrugada y ya solo algunos peatones, cargados de paquetes, corrían hacia los aparcamientos, mientras poco a poco se iban apagando los escaparates y se terminaban de cerrar todas las puertas de las tiendas. Con las manos metidas en los bolsillos de su zamarra miró a un lado y otro de la calle; ya no había nadie.
Sacó los cartones de un rincón, los tendió junto a la puerta de la peletería y se arrebujó en su vieja manta, después de echarse un buen trago de ginebra.
Esta noche, no tardó mucho en dormirse.

SEIS:
Había sido muy creyente toda su vida... ¡No digo más que creyó en los Reyes Magos hasta que se fue a la mili de voluntario al Regimiento Inmemorial número uno!

SIETE:
Papá Nöel le trajo una bicicleta y los Reyes Magos una mochila para ir al colegio. Empezó a darse cuenta de lo poderosos que son los americanos.

OCHO:
Las estrella, en el cielo, tiritaban de calor y, cuando hacía frío, jugaban al escondite.


Y, de aguinaldo, un CUENTO CORAL, a ocho voces mixtas.

Lola Mariné desde su blog “GATOS POR LOS TEJADOS”, nos invitó a participar en la redacción de un pequeño cuento de Navidad. Cada uno aportó unas lineas, y después ella, haciendo una labor de “pasamanería” lo publicó así en el blog:
"Le he hecho algunos retoques, espero que os parezca bien. Tod@s l@s co-autores: Arwen, Martikka, Didac, Thiago, Juan, Manolo, Dianna, y yo (que ya lo tengo, jeje), se llevan como premio este precioso gatito, y por supuesto, también el cuento, que podeis publicar en vuestros blogs o disponer de él como os plazca.¡Gracias a tod@s!"

"Como cada año, la Navidad le cayó encima sin previo aviso; de repente, las calles se habían llenado de luces de colores, la gente caminaba apresurada cargada de paquetes y todos mostraban ese aire feliz que requería el momento.
Pero allí estaba él, con su máscara dorada ocultando su rostro pálido, con la única compañía de un perro harapiento que no ladraba, tan solo miraba pidiendo lo mismo que él: unas monedas para comer caliente esa noche, tan solo esa noche tan especial.
Una figura se destacó de entre la multitud; era una niña de rubios cabellos y sonrisa contagiosa; le tendió su manita y él la cogió entre sus rugosas manos, sintiendo la suavidad y el calor humano que tanto hacía que no sentía.
La niña depositó en su manos una moneda dorada.-Pide un deseo-dijo-, hizo un gesto de despedida y desapareció entre la gente.
Él guardó muy dentro aquel deseo, soñó con la mirada perdida en la multitud que a aquella hora de la tarde se afanaba en los últimos preparativos para aquella noche. Fue entonces cuando de entre la multitud se destacó otra figura, más prosaica, nada infantil, pero igualmente sonriente. No cabía duda, se dirigía hacía él, después de tantos años pasando la noche bajo las luces del ayuntamiento…
—Hola hermano. -dijo el alcalde agachándose a su lado.
Él se quitó la máscara dorada sin creer que estuviera hablándole, llamándole hermano.
¿Cuánto tiempo hacía desde la última vez? ¿Por qué ahora? ¿Por qué esta Navidad? Entonces recordó aquella noche lejana, otra navidad fría y oscura, cuando era todavía un niño, y su padre le explico que no podía alimentarlo a él y a su hermano. Cómo le dio también aquellas cuatro monedas y lo lanzó a la calle, provisto apenas de unos guantes sin dedos y un viejo sombrero de fieltro... el día en que cruzó el cielo aquel cometa.
El alcalde sacó un billete de diez y se lo entregó. En ese momento el flash de una cámara le cegó.
-¿Qué tal he salido?-preguntó el alcalde, mirando al reportero y olvidándose del mendigo.
-Perfecto, Sr. alcalde. Mañana en primera página.
El mendigo, todavía deslumbrado por el flash, se miró a sí mismo y se quedó boquiabierto: ¡Volvía a ser niño! Corrió a la otra esquina de los grandes almacenes, donde estaba Sarita, una niña de seis o siete años de ojos tan grandes como tristes, ofreciendo claveles a los peatones, y le compró todo el ramo.
Con las flores en la mano, volvió donde había dejado al señor alcalde. Ya se habían marchado casi todos; el jefe de policía, le despedía ceremoniosamente tocándose el ala de la gorra, a guisa de saludo. El niño se acercó por detrás y le tiró de la manga de la chaqueta. Un guardia hizo además de apartarle.
Él mirando hacia arriba, le enseñó el ramo de flores...
-Es para su mujer...
El alcalde lo aceptó distraídamente y lo arrojó dentro del vehículo que le aguardaba, sin reconocer en aquel niño al mendigo que se apostaba a diario junto al ayuntamiento. Ya no estaban allí los reporteros para captar el momento.
El chiquillo se sentía feliz. ¡Su deseo se había cumplido! ¡La moneda era mágica! volvía a ser un niño, tenía la oportunidad de arreglar su vida; le habían concedido otra oportunidad...Después de entregar el ramo de flores, volvió en busca de Sarita.— Sara—le dijo—, sé que te has escapado de tu casa, no preguntes como lo sé, pero si no vuelves, tu vida será un fracaso.
Sara, le miró fijamente —: ¿cómo sabes tú eso? dime...
—Yo, sé mucho, créeme...—dijo él—, vamos te acompaño a tu casa.
A veces, la vida da segundas oportunidades y él iba a aprovecharla y también quería que Sarita se salvase.
Cuando estaban llegando a casa de Sarita el niño preguntó:-
Sara, ¿tú también sueñas con un príncipe azul?
-¡Pos claro, como todas!
- ¿Y es así como yo?
- ¡No, que va! ¡Mucho más guapo y alto!
-¡Jo! Pero él no te compra flores...
-Anda, no seas tonto. Dame un beso.
Y el chico la besó. Luego ella le sonrió y le dijo:
-¡Feliz Navidad!
— ¡Feliz Navidad!—respondió alegremente. También él debía regresar a casa y disfrutar junto con su familia de aquel maravilloso regalo que había recibido.
Miró al cielo y sonrió; un cometa surcaba la oscuridad, y él estaba seguro que era un ángel: era aquella niña de rubios cabellos que le ofreció la moneda mágica.
— ¡Vamos, Noel!—le dijo a su perrillo, convertido también en un pequeño y alegre carrocho—tenemos que darnos prisa en llegar a casa: ¡es Nochebuena!"