miércoles, 29 de octubre de 2008

EL CONDE SISEBUTO

Tengo el recuerdo de los lejanos días de exámenes en el Ramiro de Maeztu. Allí, entre el examen de literatura y el de latín, alguien recitó un romance, que empezaba "A cuatro leguas de Pinto... No lo había vuelto a oir, pero hace poco, me lo encontré en internet. Entonces supe que este romance se titulaba "El Conde Sisebuto", y que fue escrito por Joaquin Abati Díaz. (Madrid 1865-1936) y encontré tambien unos datos curiosos sobre la biografía de su autor:

Escritor y libretista de zarzuelas, nacido en Madrid en 1865. De padre italiano y madre española, estudió Derecho y, una vez licenciado, aunque nunca ejerció, publicó un libro titulado: Respuestas a los Temas de Derecho Administrativo, con la finalidad de ayudar a quienes se presentaban a unas oposiciones, dándose la curiosa circunstancia de que él nunca consiguió superar ninguna, y sí en cambio, muchos de los que habían usado su libro. Por este motivo decidió abandonar la abogacía y dedicarse a la literatura, que le atraía mucho más. Autor de fecunda producción, obtuvo éxitos clamorosos y de su pluma surgieron más de 120 títulos, que hicieron considerar a Joaquín Abatí como un autor de primera fila en su época. Destacó en su faceta de autor de zarzuelas, campo en el que colaboro con otros autores, como fueron Carlos Arniches y Antonio Paso.Volvió a entrar en contacto con su carrera de Derecho y llego a ser académico de la Real de Jurisprudencia y Legislación. Murió en Madrid en 1936.
Aunque pueder ser conocido para muchos de vosotros, me atrevo a publicarlo, para que paséis un buen rato. Dice así:

"A cuatro leguas de Pinto y a treinta de Marmolejo, existe un castillo viejo que edificó Chindasvinto.
Perteneció a un gran señor algo feudal y algo bruto; se llamaba Sisebuto, y su esposa, Leonor, y Cunegunda, su hermana, y su madre, Berenguela, y una prima de su abuela atendía por Mariana. Y su cuñado, Vitelio, y Cleopatra, su tía, y su nieta, Rosalía, y el hijo mayor, Rogelio.
Era una noche de invierno, noche cruda y tenebrosa, noche sombría, espantosa, noche atroz, noche de infierno, noche fría, noche helada, noche triste, noche oscura, noche llena de amargura, noche infausta, noche airada.
En un gótico salón dormitaba Sisebuto, y un lebrel seco y enjuto roncaba en el portalón.
Con quejido lastimero el viento fuera silbaba, e imponente se escuchaba el ruido del aguacero. Cabalgando en un corcel de color verde botella, raudo como una centella llega al castillo un doncel.
Empapada trae la ropa por efecto de las aguas, ¡como no lleva paraguas viene el pobre hecho una sopa! Salta el foso, llega al muro, la poterna está cerrada. -¡Me ha dado mico mi amada! -exclama-. ¡Vaya un apuro!
De pronto, algo que resbala siente sobre su cabeza, extiende el brazo, y tropieza ¡con la cuerda de una escala! -¡Ah!... -dice con fiero acento. -¡Ah!.. -vuelve a decir gozoso. -¡Ah!.. -repite venturoso. -¡Ah!.. -otra vez, y así, hasta ciento.
Trepa que trepa que trepa, sube que sube que sube, en brazos cae de un querube, la hija del conde: la Pepa. En lujoso camarín introduce a su adorado, y al notar que está mojado le seca bien con serrín.
-Lisardo ... mi bien, mi anhelo, único ser que yo adoro, el de los cabellos de oro, el de la nariz de cielo, ¿qué sientes, di, dueño mío?, ¿no sientes nada a mi lado?, ¿que sientes, Lisardo amado? Y él responde: -Siento frío.
-¿Frío has dicho? Eso me espanta. ¿Frío has dicho? eso me inquieta. No llevarás camiseta ¿verdad?... pues toma esa manta. -Ahora hablemos del cariño que nuestras almas disloca. Yo te amo como una loca. -Yo te adoro como un niño.
-Mi pasión raya en locura, si no me quieres, me mato. -La mía es un arrebato, si me olvidas, me hago cura. -¿Cura tú? ¡Por Dios bendito! No repitas esas frases, ¡en jamás de los jamases!¡Pues estaría bonito!
Hija soy de Sisebuto desde mi más tierna infancia, y aunque es mucha mi arrogancia, y aunque es un padre muy bruto, y aunque temo sus furores, y aunque sé a lo que me expongo, huyamos... vamos al Congo a ocultar nuestros amores.
-Bien dicho, bien has hablado, huyamos aunque se enojen, y si algún día nos cojen, ¡que nos quiten lo bailado!
En esto, un ronco ladrido retumba potente y fiero. -¿Oyes? -dice el caballero-, es el perro que me ha olido.
Se abre una puerta excusada y, cual terrible huracán, entra un hombre..., luego un can..., luego nadie..., luego nada... -¡Hija infame! -ruge el conde. ¿Qué haces con este señor? ¿Dónde has dejado mi honor? ¿Dónde?, ¿dónde?, ¿dónde?. ¿dónde?
-Y tú, cobarde villano, antipático, repara cómo señalo tu cara con los dedos de mi mano. Después, sacando un puñal, de un solo golpe certero le enterró el cortante acero junto a la espina dorsal.
El joven, naturalmente, se murió como un conejo. Ella frunció el entrecejo y enloqueció de repente.
También quedó el conde loco de resultas del espanto, y el perro... no llegó a tanto, pero le faltó muy poco.
Desde aquel día de horror nada se volvió a saber del conde, de su mujer, la llamada Leonor, de Cunegunda su hermana, de su madre Berenguela, de la prima de su abuela que atendía por Mariana, de su cuñado Vitelio, de Cleopatra su tía, de su nieta Rosalía ni de su chico Rogelio.
Y aquí acaba la leyenda verídica, interesante, romántica, fulminante, estremecedora, horrenda, que de aquel castillo viejo entenebrece el recinto, a cuatro leguas de Pinto y a treinta de Marmolejo."