sábado, 17 de mayo de 2008

LOS FRANCESES EN CHINCHON. y III

Es la tercera y ultima entrega de "La columna de los franceses". Con ella termino la publicación de este "Relato-histórico" que narra de forma novelada los hechos ocurridos en Chinchón los últimos días del año 1808. Está publicado en el libro "Concurso de Investigación sobre Chinchón y su entorno 2006-2007" editado recientemente por el Ayuntamiento de Chinchón.

"De nuevo caía la noche y el parte de guerra ya contabilizaba setenta y dos muertos, cuarenta y cinco detenidos y ochenta y tres casas saqueadas. Las dos iglesias habían sido expoliadas e incendiadas, el castillo totalmente arrasado por la brigada polaca, y dos ermitas asaltadas. El botín era rico en obras de arte, alhajas, reliquias y vasos sagrados. También se habían confiscado suficientes víveres y provisiones para el mantenimiento de la tropa durante varios meses. No se había podido contabilizar lo que los propios soldados habían conseguido por su cuenta en las iglesias y en las casas particulares. Los mandos militares preferían hacer la vista gorda con el comportamiento de los soldados.
El silencio de la noche apagó la voracidad de los franceses y los pocos vecinos que aún permanecían escondidos pudieron descansar unas horas esperando angustiados el amanecer del último día del año 1808.
VI
En la reunión del Alto Mando que se celebró en el Ayuntamiento a la mañana siguiente, se acordó no demorar la expedición de castigo más de lo necesario. Era importante terminar lo antes posible, por las fechas navideñas en que se encontraban y por la llegada del año nuevo. No obstante había que terminar con la requisa de todas las casas del pueblo y con la eliminación de los enemigos de Francia.
A las doce de la mañana se repitió en la plaza la ejecución de otros diez prisioneros que habían sido declarados culpables en el consejo de guerra sumarísimo que se había celebrado momentos antes. Esa noche, el General Femelle hizo balance al Mariscal Víctor, Duque de Bellune y Comandante en Jefe del Ejército: 103 casas registradas, 94 enemigos muertos, y cincuenta prisioneros. Todos ellos varones. Nada informó de las mujeres que habían sido violadas o vejadas. El botín era cuantioso pero el Mariscal le ordenó que lo anulase del informe. A media mañana del día primero de enero de 1809 se dio la orden de replegar las fuerzas a sus cuarteles de origen.
Antes de partir se habían enterrado a los muertos en una fosa común del cementerio. Se habían celebrado varios juicios en el transcurso de la tarde del día anterior y de esa misma mañana y los quince prisioneros que habían sido declarados culpables serían trasladados a Aranjuez donde serían ejecutados, junto con los que habían sido trasladados el día anterior, para que sirviese de escarmiento en toda la comarca. Los demás serían puestos en libertad cuando se marchasen las tropas.
Después de la comida que se sirvió a los soldados, el Mariscal Víctor dio la orden de partida. A las tres de la tarde ya no quedaba en Chinchón ningún soldado. Nicasio Moreno, desde la plaza de armas del castillo pudo divisar la columna que iba dirección de Aranjuez, perdiéndose por los altos del Montecillo. La otra columna bajaba por las cuestas de la vega camino de Morata de Tajuña con dirección a Arganda.
Detrás sólo quedaba muerte y desolación.
Los que habían sido liberados corrieron a sus casas para comprobar lo poco que había quedado y alertar a los vecinos de la marcha de los franceses. Unos y otros iban sofocando los fuegos que aún prendían en algunas casas y buscaban afanosamente por si había algún herido entre los escombros o escondidos en las cámaras, bodegas, cuevas o leñeras. Se iban dando noticias de lo que cada uno conocía y la lista de muertos y desaparecidos iba creciendo alarmantemente.
El caballo de los Castillo había vuelto a su cuadra, lo que confirmaba los temores del fin del soldado portugués; era uno más a engrosar la macabra lista de bajas. Muchos hombres salieron hacia Valdelaguna y Pozuelo para reunirse con sus familias y narrar los terribles sucesos que había ocurrido en los días anteriores.
Estaba anocheciendo cuando la columna de soldados con sus prisioneros divisaron Aranjuez. El espectáculo era dantesco. Los árboles de la calle de la Reina se habían convertido en improvisados patíbulos en los que habían sido colgados los prisioneros trasladados el día anterior. Todos quedaron horrorizados cuando reconocieron a su convecino Agustín Moreno que había sido empalado en un pequeño árbol ya cerca del pueblo, después de cortarle los brazos. Incluso los propios soldados volvían la cara para no contemplar la tremebunda estampa que ponía de manifiesto la crueldad con que se habían empleado los franceses.
Pedro Casagne acompañó al Mariscal y a sus tropas hasta la vega. Allí pidió autorización para volver. Era de noche cuando llegó al pueblo y pudo esconderse en su casa sin que nadie lo advirtiera. Era consciente de que había sido visto los días anteriores acompañando a las tropas por las calles y señalando las casas más principales. Nadie dudaría que había sido un colaborador de los malditos franceses, que, al fin y al cabo, casi eran sus compatriotas. Todos pensarían que era un afrancesado. Cuando entró en la casa quedó horrorizado, en la alacena estaba semiescondido el cadáver de su criado Pedro Rubio, un buen mozo de Santander que se había equivocado al pensar que estaría a salvo de los franceses, quedandose en la casa de su amo que estaba colaborando con ellos.
VII
A la mañana siguiente fueron regresando algunos de los que se habían escondido en los pueblos cercanos. Don José Robles y su capellán don Camilo Goya fueron los primeros en llegar a la Iglesia. Las llamas había terminado con todo lo que habían dejado los franceses en su saqueo. Habían desaparecido todas las obras de arte, pero también el fuego había terminado con los archivos en que se guardaban los hechos más importantes de la historia del pueblo y de sus gentes.
En el incendio se habían perdido 29 tomos de partidas de Bautismos, el más antiguo de 1530; dos libros de confirmaciones desde 1546; 1o libros de desposorios y velaciones, desde 1584 a 1808; 13 libros de difuntos con datos desde 1622, 25 libros de entablaciones de memorias, 7 libros viejos de cuentas de fábrica, así como numerosos libros en los que se recogían las memorias y las cuentas de diversas obras pías, como las del Doctor Álvarez Gato, Bonilla, Fominaya, Portilla, Bendicho y Alonso Jiménez. También se perdieron en el incendio los libros en los que se recogían todas las actividades de las Hermandades de las hermanitas de Nuestra Señora de la Concepción, Santa Ana, San José y de Santiago y San Juan de la Vega; 1 libro de cuentas del cabildo de San Pedro y 7 libros más de las cofradías del Cristo de Gracia, Nuestra Señora de Gracia, del Rosario, San Antonio Abad, San Isidro, las Ánimas y la Sacramental. Una pérdida imposible de valorar en la que había desaparecido una parte fundamental de la historia de Chinchón.
La Iglesia de la Piedad había resistido al fuego por su robusta edificación pero la de Santa María de Gracia se había desplomado y sólo quedaban los muros calcinados que apenas si lograban cobijar los altares y las imágenes reducidos a cenizas y cubiertos de escombros. Los dos curas lloraron impotentes ante la incomprensible sinrazón a la que había llegado la venganza del francés.
También llegaron los alcaldes y los justicias del Ayuntamiento que contemplaban, incrédulos, la situación en que había quedado el pueblo. Estaban horrorizados con lo que les contaban y se resistían a reconocer el número de sus vecinos que habían sido asesinados. También llegaron el Notario don Gabriel González Rey y los escribanos don Pedro Ortiz de Zárate, don Pedro Antonio Rubio y don Pedro de Fominaya que se organizaron para dejar constancia de todo lo que había ocurrido en Chinchón en los últimos días del año 1808.
A media mañana Pedro Casagne se atrevió a salir de casa para avisar de la muerte de su criado. Tal y como había temido, alguien le había reconocido acompañando a los franceses y llamó la atención de los vecinos. Sólo la intervención de uno de los justicias le libró del linchamiento. Golpeado y maltrecho logró escapar hasta Colmenar de Oreja y refugiarse en casa de un amigo. Al día siguiente escribió una carta dirigida al señor cura párroco don José Robles y a las autoridades del pueblo, en la que decía:
Colmenar de Oreja, 3 de enero de 1809.
Sr. Cura y Señores de Justicia de la Villa de Chinchón.Su convecino Pedro Casagne, con los vivos y sinceros deseos del bien a todos los vecinos, hace a V.m. presente que con motivo de poseer el idioma francés se halló obligado a acompañar al General de las tropas de la Nación en los días desgraciados del final del año último. Advertí para aplacar en algún momento el furor de las tropas.
Solicitaba al Señor cura y demás a quienes va dirigida ésta, habiéndome encargado cuando me separé del General que no dejase de buscar a V.m. y les encargase se presentasen a solicitar el perdón para todo el pueblo, pues de lo contrario perecería todo él, en cualquier parte donde se hallasen.
Con esta intención, aunque me hallo en cama herido y maltratado, no puedo menos, por el amor que profeso a mis convecinos, separados mis intereses que considero arruinados, de dar a V.m. este aviso para que, sin pérdida de tiempo, hagan su presentación pidiendo misericordia.
También espero mirarán V.m. como es de su obligación para su desgraciado pueblo, y queda de V.m. su desgraciado convecino que los ama.Firmado: Pedro Casagne.
P.D. También me dijo dicho General que no tuviesen V.m. temor alguno para presentarse y también me dijo que se resarcirían los perjuicios causados mediante la súplica de V.m. y que de lo contrario se acabaría de arruinar la población. Casagne.
Al mismo tiempo salía otra carta dirigida al Mariscal Víctor, firmada por el alcalde de Valdelaguna. En ella pedía clemencia para los vecinos de Chinchón, y solicitaba autorización a los mandos del ejército para volver a sus casas con la garantía de que no se volvería a repetir la expedición punitiva. Había escuchado horrorizado las narraciones de los que habían llegado desde Chinchón a buscar a sus familiares y no dudó en poner lo que estaba de su parte para que terminasen estas atrocidades.
Las escenas que se vivían en el pequeño pueblo eran estremecedoras. Muchas familias esperaban en vano la llegada de sus familiares hasta que se enteraban por algún vecino del fatal desenlace de sus padres y hermanos. Cuando aparecieron por la puerta de la casa Manolo Castillo y su hijo Antonio, el corazón de Juanita quedó paralizado al no ver a su querido Armando. Sólo con mirar la cara de su hermano supo lo que había pasado. Para ella no había consuelo; de nada sirvió que le dijesen que nadie había visto su cuerpo y que posiblemente habría podido huir; la aparición del caballo en las cuadras era la demostración de que había sido interceptado por los franceses y que ahora reposaría en la fosa común del cementerio, junto a las ruinas de la vieja iglesia de Santa María de Gracia. También sus hermanas y su madre lloraron al portugués que había logrado, en los pocos días de estancia en Chinchón, ganarse el afecto de todos. Pero ninguna sabía que las lágrimas de Juanita le salían de lo más profundo de su alma y que su pérdida no era la de un amigo de su hermano, sino la del ser amado que nunca podría olvidar. Ese día se prometió que nunca más se entregaría a otro hombre y que guardaría su ausencia durante toda su vida.
El dolor y el llanto se extendía por todo el pueblo. Allí estaba también la viuda de Andrés Barranco que lloraba la muerte de su esposo. Todos habían perdido algún ser querido y estaban decididos a volver a Chinchón lo antes posible, pero la sensatez aconsejaba demorar la partida unos días hasta no tener la certeza de que no volverían los franceses.
Cuando las autoridades de Chinchón escucharon la lectura de la carta de Pedro Casagne, no dudaron en hacer lo que había recomendado el General y delegaron en don José Robles para que escribiese la carta de solicitud de clemencia. El párroco pensó que debía estar redactada en francés como muestra de buena voluntad, que sin duda causaría un buen efecto al Mariscal. Consiguió la colaboración del mismo Pedro Casagne que ya había vuelto a su casa de Chinchón con la garantía de que no sería represaliado, y el día 6 de enero de 1809 salía una nueva carta con destino a Arganda dirigida al Excmo. General Femelle, Jefe de Estado Mayor del primer Cuerpo de Ejército de España.
Diez días después y como contestación a la solicitud de las autoridades de Chinchón, se recibió un comunicado del Cuartel General de Arganda, en que se decía:
A los señores miembros de la Junta de Chinchón.
Señores: He recibido la carta que Vms me han enviado. Ya había yo hecho saber al alcalde de Valdelaguna la anterior conmiseración del señor Mariscal Comandante en Jefe, por los habitantes de la villa de Chinchón, ellos pues quedan libres desde luego de volver a sus hogares en los que se les concede toda seguridad y protección, porque su Excelencia espera que su arrepentimiento será sincero y que no le volverán a dar ningún motivo de queja.
Yo no puedo señores dejar de recomendar a Vms. con la mayor expresión, la gran vigilancia con que conviene examinar a todo forastero que se presente en ese pueblo, arrestando a cualquiera que sin justificar el objeto que le conduce, cause recelo de excitar la turbación y el desorden.Tiene el honor de saludar a Vms. el Jefe de Estado Mayor del primer Cuerpo de Ejército de España. Femelle. Rubricado.
A la vista de estas garantías terminaron de volver todos los habitantes de Chinchón que habían abandonado sus casas.
VIII
Y ahora era el momento de hacer balance de los daños ocasionados y, sobre todo, de hacer el recuento de las personas desaparecidas. Esta fue la más penosa de las tareas en la que se ocupó personalmente el señor cura párroco. Como habían desaparecido en el incendio de la Iglesia todos los libros de registro, se inició en esa fecha el nuevo libro de defunciones con la relación de los que habían muerto en estos días. El recuento final fue de 103 personas asesinadas desde el día 29 de diciembre al 2 de enero. Así constaría en un documento que envió el Ayuntamiento como contestación a un cuestionario de la Capitanía General de Castilla en el año 1846.
Se solicitó a todos los vecinos que se personasen en el Ayuntamiento para hacer relación de los daños que se habían causados en sus casas y patrimonios. Aquellos fueron días de gran trabajo para los escribanos y funcionarios municipales. Uno a uno iban pasando los vecinos detallando los daños que habían causado los franceses. Entre ellos, Francisco Núñez Arévalo, Administrador de la Casa de la Renta del Tabaco presentó un pormenorizado informe en el que indicaba que además del robo de alhajas, prendas de vestir y dinero propio destruyeron el ajuar de su casa y se apropiaron del tabaco, papel timbrado, mazos de naipes y dinero en metálico tanto de la casa central como de los dos estancos, valorando todo ello en 139.627 reales de vellón.
Hecho el recuento final de daños, el escribano don Pedro Antonio Rubio los cuantificó en un total de 8.618.000 de reales de vellón, con el siguiente detalle:
- Se quemaron 103 casas, ocasionando daños valorados en 618.000 reales en granos, frutos, muebles, alhajas, etc.
- La quema de las dos iglesias, con sus ornamentos, vasos sagrados, y alhajas, todo ello valorado en 6.000.000 reales de vellón.
- Por el saqueo de las tropas francesas se considera que los daños causados en el interior de las casas y tiendas se estiman en 2.000.000 reales.
La situación de ruina generalizada en todo el pueblo, el estado de guerra que se vivía en España, la falta de mano de obra por la muerte de tantos hombres y la precariedad en que habían quedado casi todas las familias de Chinchón por la rapiña de los franceses, obligaron a tomar penosas decisiones a los responsables municipales y a las autoridades religiosas.
No se reconstruiría la iglesia de Santa María de Gracia, de la que sólo se salvaría su torre, ni la ermita de Santiago. Las obras de reparación de la iglesia no se podrían iniciar hasta pasados varios años, en el 1819. Las realizó el maestro Antonio Jiménez, con un coste de medio millón de reales y se prolongaron casi durante una década. Durante este tiempo el culto se trasladó a la capilla del convento de los padres agustinos y después a la pequeña ermita de San Antón cuando, por orden de José Bonaparte en ese mismo año de 1809, se ordenó la clausura de todos los conventos adueñándose de todos sus bienes. Todos los frailes del convento de San Agustín de Chinchón, tuvieron que abandonar por primera vez su convento. Fue el invierno más triste de la historia de Chinchón.
Y pasaron los años. La situación política en España estaba pasando por grandes vaivenes. A principios de 1810, ante los fracasos militares, la Junta Central convoca elecciones de diputados a unas nuevas cortes y se disuelve dejando un Consejo de Regencia constituido el día 29 de enero y presidido por el obispo de Orense.
El 24 de septiembre de 1810 se constituyen, en Cádiz, las nuevas cortes, donde, tras la misa del Espíritu Santo celebrada por el cardenal Luis María de Borbón, el hermano de la Condesa de Chinchón, la Regencia cede a las Cortes el destino del país. Allí se dictaron numerosas leyes de corte liberal, Luis María de Borbón firmó el histórico decreto de abolición del tribunal de la inquisición. El 19 de marzo de 1812 las Cortes aprueban la Constitución, en la que debería basarse toda la vida del país, empezando por el rey. El 7 de agosto de 1812, el obispo de Orense, presidente del Consejo de Regencia, se niega a acatarla y es expulsado del país. Luis María, siendo el único miembro de la familia real en suelo español, fue reconocido regente del reino hasta el regreso de Fernando VII.
El día 29 de septiembre de 1812, en la Iglesia del Convento de los padres agustinos, se celebró la ceremonia de juramento la nueva Constitución en Chinchón.

La normalidad iba devolviendo a Chinchón el ambiente necesario para su reconstrucción. Hasta aquí habían llegado distintos personajes para interesarse por la situación del pueblo después de la incursión de los franceses.
Don Francisco de Goya, el pintor de la Corte, había visitado a su hermano don Camilo y había escuchado aterrado los detalles de lo que había sucedido. Él había presenciado personalmente los sucesos del 2 de mayo en Madrid y estaba realizando la serie de aguafuertes que había titulado "Los desastres de la guerra". Mientras escuchaba a su hermano iba tomando apuntes. Uno de ellos, el que después llevaría el número 37 y sería titulado como "Esto es peor", recogía la imagen de Agustín Moreno, empalado en la calle de la Reina de Aranjuez, y que Goya, de su puño y letra, anotó "El de Chinchón".
Pero su hermano tenía un encargo más personal. Había que reponer la imagen de la Virgen en el retablo de la iglesia. Había desaparecido el cuadro de la Asunción y coronación de la Virgen de Claudio Coello, y nadie mejor que él para poderlo realizar. Durante unos meses fue su ocupación. La modelo, una joven de Chinchón que se llamaba Anita de la familia de los "Grajos". La iglesia estaba aún sin restaurar pero pensaron que sólo la presencia del nuevo cuadro de la Asunción de la Virgen podía conseguir que la restauración de la iglesia pudiese ser una realidad. Se efectuaron algunas obras de limpieza en el retablo y se colocó el cuadro. Al dorso, para que constase, se escribió: "Se colocó esta pintura el día 19 de julio de 1812, siendo cura de esta iglesia el señor don José Robles. La hizo don Francisco de Goya, pintor de Cámara de S.M.D. Fernando VII".
Las sencillas gentes de Chinchón seguían llorando a sus familiares fallecidos. Poco a poco se habían ido enterando de los detalles de sus muertes.
Juanita Castillo se había recluido en su casa y se había planteado ingresar en la clausura de las monjas clarisas. Seguía dispuesta a ser consecuente con la promesa que se hizo de no volver a fijarse en ningún otro hombre. Supo que Armando había logrado salir del pueblo a caballo, pero al llegar al camino de Ocaña fue interceptado por una patrulla de soldados que le abatieron de un tiro, siendo rematado allí mismo, a poco menos de una legua del pueblo.
Su hermano Antonio mando hacer un pequeño mojón para colocarlo en el lugar donde había muerto su amigo. Debajo de una cruz mandó poner la siguiente inscripción:

AQUÍ ARCABUCEARON A ARMANDO HERRERA.
SOLDADO PORTUGUÉS. ESTO LO HIZO ANTONIO CASTILLO.
AÑO DE 1812.

Durante muchos años nunca faltó junto al pequeño monumento un ramito de flores silvestres que Juanita se encargaba de renovar, en recuerdo de un amor en ciernes truncado por la irracional barbarie de unos franceses mandados por un tal Claudio Víctor Perrín, Duque de Bellune y Mariscal del ejército, que en esos días partía de España con destino a Rusia, en castigo por su enfrentamiento con el mismísimo Napoleón.

viernes, 16 de mayo de 2008

ASI HA VISTO CHINCHON CRISTIAN AVILES




Tres ejemplos de los cuadros de Cristian Avilés. Podeis ver más de su obra visitando su página Web, que se indica en los enlaces recomendados. http://www.cristianaviles.com/ Merece la pena.


lunes, 12 de mayo de 2008

TRADICIONES

Chinchón es un pueblo muy apegado a sus tradiciones. La tradición hace surgir en nosotros la añoranza del pasado, que en nuestro pueblo, nos dicen, fue muy importante, y posiblemente de tanto mirar hacia atrás, nos hemos olvidado de mirar al futuro y así nos va el presente.

Publiqué, en la revista Fuente Arriba, allá por el año 1995, un artículo que titulaba “Del pretérito perfecto al futuro imperfecto” en el que terminaba diciendo: “De un pasado perfecto y con un presente incierto, podemos llegar a un futuro imperfecto; por lo que debemos pedir a nuestros gobernantes que definan el modelo de pueblo que queremos para nuestros hijos”.

Ha pasado el tiempo y han pasado diversas corporaciones municipales, y la situación continúa siendo prácticamente la misma, porque en Chinchón, porque es un pueblo “muy tradicional”, no gustan demasiado los cambios.

Y es que aquí se invoca la “sacrosanta” tradición para justificar cualquier cosa. Por la fuerza de la tradición se justifica que se gasten en fiestas de toros y música lo mismo que se invierte en infraestructuras y equipamientos para el pueblo; y eso en un periodo en el que el Ayuntamiento está prácticamente en bancarrota porque las corporaciones no escatimaron gastos para conservar la tradición festiva de Chinchón.

Ya sabemos que la tradición es todo lo que se trasmite de padres a hijos, de generación en generación, como costumbres, valores y conocimientos. Todos sabemos que muchas de estas costumbres, estos valores y estos conocimientos van siendo superados y quedando obsoletos por el progreso y por lo tanto se van olvidando. Hay otras tradiciones, que las nuevas técnicas de producción hacen que su mantenimiento resulte demasiado caro, y por ello van desapareciendo. Nadie se atrevería a decir que las labores primorosas de bolillos de nuestras abuelas no son buenas, pero con ser excepcionales se van abandonando porque no se puede pagar lo que cuestan y quedan como un artículo de lujo, sólo al alcance de muy pocos.

Un poco de esto puede pasar con la fiesta de los toros y con los grandes conciertos de música. No pienso, ahora, discutir sus valores y el atractivo para la mayoría, dentro de las fiestas populares. Pero la cuestión es ¿nos lo podemos permitir?, o esta otra ¿no hay otras inversiones más urgentes e importantes para invertir los menguados dineros públicos que tienen que administrar nuestras autoridades? Pienso que ahora sería adecuado recordar aquel viejo slogan que decía “Aunque usted pueda, Chinchón no puede”.

Si se presentase una cuestión similar en cualquiera de nuestras casas, nadie dudaría en prescindir de lo superfluo para invertir en lo necesario; el problema está en que las autoridades saben que suprimir las fiestas podría quitar votos en las elecciones, y parece que lo más importante para ellos es mantener el poder.

Pienso que es tiempo de cuestionar muchas de las costumbres y tradiciones que se mantienen en Chinchón para, al menos, ser conscientes de por qué se siguen haciendo, para no llevarnos a engaño. Por ejemplo, el Festival taurino, cuya tradición se remonta al año 1880, - ¿Se va a seguir diciendo que es a beneficio de los ancianitos del Asilo de San José? -, es claramente deficitario, por lo que no cumple con el fin benéfico para que se organiza. Porque si este no es su fin, y lo que se pretende es utilizarlo como reclamo publicitario como promoción del pueblo, digámoslo así y no engañemos a nadie, y entonces habrá que determinar quien debe hacerse cargo de su coste.
¿Qué más cosas que se sustentan con el respaldo de la tradición y han perdido su vigencia, habrá que cuestionarse?

sábado, 10 de mayo de 2008

Así han visto Chinchón: Hoy

La plaza de Chinchón desde el Castillejo, por Gregorio Montes Romano.

Los Franceses en Chinchón II



Como lo prometido es deuda, aquí estan los dos siguientes capítulos de la narración "La Columna de los Franceses". Falta la tercera entrega que pondré la próxima semana. Espero que os esté gustando, aunque preferiría que me diéseis vuestra opinión, que para mí es importante.
Animaros a hacerme algún comentario.
IV
Con las primeras luces del amanecer las calles y caminos se fueron poblando de peregrinos que emprendían el éxodo incierto a los pueblos cercanos sin saber cuando podrían regresar a sus hogares. Juanita y sus hermanas acompañaban a su madre que montada en un borrico emprendía el camino de Valdelaguna. Las abundantes lágrimas de la joven, que eran sólo patrimonio de su amado, pasaron desapercibidas entre tanto llanto que ese día regó las calles de Chinchón.
También las autoridades decidieron ocultarse en los pueblos de los alrededores. No hubo ninguno que se atreviese a permanecer en el pueblo, no ya para hacer frente a los franceses, ni siquiera para salir al encuentro de los soldados y solicitar la conmiseración y el perdón para sus indefensos paisanos. Todos se apresuraron a dejar el pueblo esa misma mañana.
Los que habían preferido quedarse en el pueblo se encerraron en sus casas sin atreverse a salir a la calle.
Solo Francisco Martínez de 17 años, José Miguel Cachorro de 22, con sus amigos Antonio Rincón de 25, Isidro López de 24 y Vicente Perogordo de 23, a pesar de los consejos de sus familiares, no estaban dispuestos a morir sin defenderse y acordaron hacerse fuertes en el castillo que estaba casi en ruinas. Sabían que poco podían hacer contra la artillería de los franceses, pero querían retardar su ataque el mayor tiempo posible.
Sólo tenían tres arcabuces y dos escopetas y apenas tres docenas de cartuchos. Cogieron también varios tambores con sus mazas correspondientes. Querían hacer pensar a los asaltantes que había una tropa acantonada en el castillo dispuesta a hacerles frente. A última hora se les unió Nicasio Moreno, de tan solo 15 años, que se había enterado de su intención y con su tambor, un viejo trabuco, una docena de balas y un saquito de pólvora les alcanzó por la calle del Alamillo.
Los seis jóvenes llegaron al castillo y buscaron distintos emplazamiento para sus tambores y sus armas al resguardo de las almenas. Atrancaron la puerta con varias vigas de madera que estaban semienterradas entre los escombros. Prepararon algunos escondites para el caso de que los franceses lograsen asaltar el castillo. Incluso dejaron expedito el camino para llegar hasta una de las poternas para poder escapar sin ser vistos aprovechando la oscuridad de la noche, si fuese necesario. No se olvidaron de coger algunas provisiones y agua suficiente por si tenían que permanecer algunos días sitiados en el castillo. Ahora solo quedaba esperar los acontecimientos.
Las dos columnas de soldados franceses que habían salido de Arganda y Aranjuez se encontraron, a media mañana, en el camino de Bayona. Durante todo ese día fueron tomando posiciones cerrando un cerco alrededor del pueblo a una distancia de tiro de cañón. Emplazaron su artillería y pusieron vigías para advertir cualquier movimiento que se produjese en el pueblo. Todo era calma y silencio. El Mariscal ordenó hacer varios tiros de advertencia y nadie contestó. Volvía a caer la tarde y la orden fue de mantener las posiciones. Chinchón era un pueblo fantasma en el que no se advertía ninguna actividad, aunque los mandos franceses no se confiaban porque podía ser una estrategia enemiga.
Llegó la mañana del sábado día 29 de diciembre de 1808.
Con las primeras luces del alba el sonido acompasado de unos tambores que parecían provenir del castillo del pueblo, alentó a los vigías franceses. Los jóvenes se habían colocado estratégicamente cubriendo todo el contorno de las almenas. De esta forma todo parecía indicar que un batallón organizado estaba tomando posiciones en las defensas de las atarazanas del castillo. La respuesta no se hizo esperar, a la orden del Mariscal, empezaron a tronar los cañones y durante horas la artillería fue asolando sistemáticamente el pueblo. El fuego más intenso estaba dirigido al castillo, que era el único baluarte en la defensa del pueblo. Nadie respondía al fuego de artillería, pero los tambores no dejaban de sonar con su ritmo machaconamente monótono. Se podían distinguir algunos fuegos que producían los proyectiles disparados por los franceses.
Al tronar de los cañonazos le seguían períodos de silencio absoluto, que solo rompían los tambores del castillo. El sol de mediodía había disipado completamente la niebla persistente con que se había abrigado la mañana. El Mariscal dio la orden de repartir el rancho a los soldados con ración doble de vino.
Después de comer, se ordenó otra andanada de disparos dirigidos al castillo. Se escucharon algunos disparos desde las almenas que fueron contestados por las piezas de a veinticuatro de la compañía de artillería. Parecía que se hundía el cielo y una densa lluvia de bombas hizo imposible la huida de los jóvenes. Uno a uno iban siendo alcanzados por los proyectiles franceses. Sólo el más joven logró escabullirse hasta la galería de la planta inferior y desde allí hasta el interior de uno de los aljibes de piedra donde se acurrucó en un rincón, abrazado a su trabuco que no dudaría en utilizar para defenderse, si era descubierto por los soldados.
Después se hizo el silencio.
Entre los escombros de la torre del homenaje encontrarían después los cuerpos destrozados de los cinco jóvenes que habían logrado retrasar el asalto de los franceses durante toda una mañana.
Cuando terminó el fuego de los cañones, viendo que ya nadie les contestaba y dándose cuenta de que la villa se encontraba desguarnecida y completamente indefensa, se dio la orden de atacar. La primera columna avanzó por la calle de los Huertos. La segunda, que estaba acantonada en el Llano, rodeó el castillo. Una tercera tomó posiciones desde el camino de Valdelaguna y la cuarta se adentró por la calle de Morata. Todos los soldados llevaban las bayonetas caladas y los arcabuces prestos para disparar.
Empezaron a escucharse disparos aislados que significaban, cada uno de ellos, la muerte de un vecino de Chinchón que había cometido el error a asomarse a la calle. Ninguna de las columnas encontró resistencia hasta que llegaron a confluir en la plaza, después de mantener patrullas de reconocimiento por todas las calles del pueblo. El Mariscal Víctor, cuando tuvo el camino expedito, avanzó con su caballo desde el campamento de mando en el camino de Aranjuez, hasta llegar al Ayuntamiento, donde mandó instalar el Cuartel General.
-Excelencia, un paisano que dice llamarse Pedro Casagne, solicita audiencia.
-¿Casagne.., es francés?
-No, es vecino de Chinchón, sus antepasados eran franceses y habla perfectamente nuestro idioma.
-Puede sernos de provecho. ¡Hacedlo pasar!
Estaba aterrorizado. Había visto desde una de las ventanas de las cámaras de su casa cómo habían entrado las tropas francesas. Incluso había sido testigo de cómo abatían a uno de sus vecinos que se dejó ver detrás de la puerta entreabierta. Sacó un trapo blanco atado al palo de una esteva y, en francés, llamó la atención de la patrulla que en ese momento pasaba delante de su casa.
El Mariscal le pidió información de donde estaban ubicadas las casas de los señores principales y los edificios más significativos del pueblo. La orden fue tajante: Ley de saco y fuego. La tropa tenía libertad para entrar en las casas, apoderarse de lo que hubiese de valor y matar a todos los hombres que se encontrasen. Sin embargo, tenían que respetar las casas de las autoridades y las iglesias y conventos hasta que fuesen revisados por el propio Mariscal. Dio órdenes para que fuesen marcadas con pintura roja las puertas de las casas principales, y Pedro Casagne tuvo que acompañar a los soldados para identificarlas. Nadie podía entrar en las casas y edificios con la mancha roja en la puerta.
La orden del Jefe fue acogida con entusiasmo por los soldados. Ahora los disparos eran mucho más frecuentes y se mezclaban con los gritos de pavor que la mayor parte de las veces eran sofocados por otras detonaciones.
Andrés Barranco estaba escondido en su casa de la calle de Morata, muy cerca de la plaza. Vio cómo una de las patrullas derribaba la puerta de sus vecinos. Sabía que la suya sería la siguiente. Pensó que la única posibilidad de salvación estaba en refugiarse en sagrado, porque pensaba que los franceses respetarían las iglesias. Salió corriendo de su casa y enfiló la cuesta de la torre, camino de la Iglesia de Santa María de Gracia. Apenas había logrado pasar de la columna de entrada a la plaza, uno de los soldados de la patrulla dio la voz de alerta. Una descarga le destrozó la pierna izquierda y cayó al suelo retorciéndose de dolor. El soldado le apuntó con su arcabuz con intención de rematarle allí mismo. Otro le disuadió:
- No malgastes la munición innecesariamente, dijo.
Él mismo le degolló con su sable.
El pueblo se había convertido en una orgía de sangre y fuego. Por todas las calles de Chinchón se repetían las macabras escenas de las ejecuciones despiadadas de los indefensos paisanos. Los soldados iban asaltando las casas que no habían sido marcadas por indicación de Pedro Casagne, de acuerdo con lo ordenado por el Mariscal francés.
Afortunadamente pronto empezó a oscurecer y los mandos franceses dieron orden a los soldados de cesar los asaltos y replegarse al improvisado cuartel general. En el parte de guerra se detallaba que habían sido abatidos 56 enemigos de Francia y que habían sido asaltadas treinta y dos casas del pueblo. Se habían requisado suficientes provisiones para la cena de la tropa en la que el vino y el aguardiente, que tanta fama tenía, corrió en abundancia hasta saciar su sed de venganza y ahogar cualquier conato de remordimiento que pudiese tener algún soldado.
Una de las casas marcadas era el estanco de la plaza, enfrente del Ayuntamiento. Los soldados pidieron autorización al capitán para hacer provisión de tabaco, del que estaban escasos. Lo autorizó con la condición de no hacer destrozos. El botín fueron 7 cuarterones de tabaco en hebra, 10 paquetes de exquisita "Virginia" picada, 12 mazas de naipes, cuatro botes de rapé en polvo, 15 pliegos de papel timbrado y 12.347 reales que estaban escondidos en una lata metálica debajo de unos fardos de cartones.
La tregua de la tropa se convirtió en silencio sepulcral, sólo perturbado por el crepitar de las hogueras que los soldados habían encendido con los muebles y las puertas de las casas que habían saqueado, para que se pudiesen calentar las patrullas y para conseguir una mejor visibilidad, a pesar de que la luna, hoy sí, lucía en plenitud y el cielo estaba cuajado de estrellas que asistían atónitas a lo que allí estaba sucediendo.
Manolo Castillo, su hijo Antonio y Armando, el portugués, habían permanecido ocultos durante todo el día en el pajar, parapetados tras unos haces de paja con los que se podían cubrir totalmente en caso necesario. Su casa era una de las que aún no había sido asaltada y después de varias horas de silencio y amparados por la oscuridad de la noche se atrevieron a bajar hasta las cuadras para dar de comer al ganado que se rebullía inquieto barruntando, posiblemente, lo que estaba sucediendo. Subieron algunas provisiones de la alacena y repusieron fuerzas aunque ninguno de los tres tenía ganas de comer.
Armando estaba decidido; quería marcharse. Si permanecían en la casa, tarde o temprano, serían descubiertos y no tendrían escape. El padre pensaba que era posible permanecer escondidos y allí no les encontrarían; además la situación no podía prolongarse muchos días. Antonio también pensaba que era posible escapar, aunque él se quedaría con su padre. Durante unas horas estuvieron controlando el paso de las patrullas por su calle. La frecuencia era de unos veinte minutos y en ese tiempo se podía alcanzar la Ronda por la puerta de la Cerca y llegar hasta el camino de Ocaña que le llevaría a Colmenar de Oreja y después seguir camino hacia Toledo, bordeando Aranjuez donde era mayor la presencia de las tropas francesas. Prepararon el caballo, le liaron unos sacos en las pezuñas para mitigar el ruido de los cascos, pusieron en las alforjas algunas provisiones y esperaron a que pasara la patrulla. Los tres hombres se abrazaron deseándose suerte. Armando prometió que volvería cuando todo hubiera pasado. Pidió a su amigo que dijese a Juanita que se acordaría siempre de ella y que pronto volverían a verse. Se apostaron detrás del portón de la casa y cuando los soldados se perdieron por la esquina camino de la plaza, el portugués montó en el caballo y partió camino de la salvación.
El padre y el hijo permanecieron unos minutos detrás de la puerta. Todo estaba en silencio y volvieron a su escondite para intentar dormir un rato. En todas las casas de Chinchón la situación era similar pero era imposible ponerse en contacto con los otros vecinos. No había ninguna posibilidad de planificar una defensa, ni incluso organizar una huida. Sólo se podía esperar, rezando para salir ilesos de la masacre.
V
Apenas despuntaba el alba cuando en el Ayuntamiento se improvisó una reunión del alto mando para planificar las acciones del día. Presidía el Mariscal Víctor, Comandante en Jefe del Ejército, con la asistencia del General Femelle, Jefe del estado Mayor del primer Cuerpo del Ejército de España, y los capitanes de todas las compañías que formaban parte del contingente punitivo que habían tomado la villa de Chinchón.
El Mariscal estaba preocupado por la contundencia de sus tropas. La cifra de 56 muertos en una sola tarde, y sin haber opuesto ninguna resistencia, era demasiado elevada. Había que dar otra imagen y era fundamental ofrecer, al menos, la apariencia de aplicar la justicia. Las órdenes cambiaron y se dio la consigna de hacer prisioneros para ser juzgados, aunque fuese en consejos sumarísimos de guerra. Después serían ejecutados públicamente para el general escarmiento. Sólo en caso de que alguien opusiese resistencia podían disparar a matar. El Mariscal dispuso que haría una inspección personal de los edificios principales del pueblo. Acompañado por el General y dirigidos por Pedro Casagne se dirigieron a la Iglesia de la Piedad, que había sido la capilla de los condes. Estaba desierta. También todos los sacerdotes habían abandonado el pueblo, el día anterior, emulando a las autoridades civiles. De todos era conocido el anticlericalismo de los franceses y estaban seguros de que no respetarían los lugares sagrados. Por eso, antes de marcharse, trataron de ocultar apresuradamente los vasos sagrados y los pequeños objetos de valor.
Claudio Víctor Perrín, Duque de Bellune, tenía cuarenta y dos años, era persona culta y sabía distinguir las obras de arte. Allí había piezas de gran valor. Mandó descolgar los cuadros que adornaban los altares. Un cuadro que representaba el nacimiento del Niño Jesús y otro de la Anunciación, del pintor florentino Alexandro Branchini; tres cuadros del pintor Leandro Brasis que representaban a la Santísima Virgen de la Piedad, la Resurrección del Señor y la Ascensión de la Virgen; dos pinturas de Julio César Procacini, pintor de Boloña, que representaban a Santa Teresa y a San Isidro Labrador y el impresionante cuadro de la Asunción y Coronación de Nuestra Señora de Claudio Coello, que sin duda era la joya de la colección.
Había otras pinturas que representaban a Santo Tomás de Aquino, Santo Domingo, San Pedro mártir y al Espíritu Santo, en las puertas de un frontispicio cerrado que guardaban las reliquias y exvotos de varios santos, entre las que sobresalía una espina de la corona de Cristo que había sido donada al conde por el mismísimo Papa; pensó que eran difícil de trasportar y tenían escaso valor artístico.
Los cuadros elegidos fueron apilados en el centro del templo. Ordenó que allí mismo fuesen desclavados los lienzos de sus bastidores y enrollados convenientemente para poderlos trasportar sin dañarlos. Después fueron separados los objetos de valor que iban siendo descubiertos en los armarios de la sacristía y escondidos entre los ornamentos litúrgicos. Mandó que fuese retirado de uno de los altares un precioso crucifijo de marfil, que tenía una inscripción según la cual procedía del Oratorio de San Pío Quinto que se lo había regalado al Conde don Diego.
Las estatuas de San Pedro y San Pablo, y los bustos de los distintos condes que adornaban el presbiterio, aunque eran de mármol y estaban perfectamente acabadas, no llamaron su atención. Mandó retirar con sigilo todos los objetos seleccionados y dio orden de quemar y destruir todo lo que allí quedaba para que nadie pudiese echar de menos el producto de su rapiña. Cuando entraron los soldados aún se fueron apropiando de los objetos que podían tener algún valor antes de encender el fuego.
En la Iglesia de Santa María de Gracia el botín fue más escaso. Sólo algunos vasos sagrados y algunas cruces de plata. Poco después todo el templo fue pasto de las llamas que en pocos minutos hicieron tambalear los viejos muros. Sólo la torre que había sido restaurada unos años antes pudo permanecer en pie, aunque los soldados destrozaron capitel de pizarra, rompieron el reloj y arrojaron las campanas desde lo alto. Estaban haciendo un trabajo concienzudo que garantizaba un recuerdo imperecedero de estos acontecimientos.
El siguiente objetivo era el castillo.
Antes se detuvieron en el convento de los padres agustinos que habían permanecido escondidos en los sótanos del edificio. El Mariscal dio orden de mantener vigilancia en la puerta del convento para impedir que nadie pudiese entrar o salir del edificio. Por ahora se iba a respetar la vida de los frailes. El castillo también había sido abandonado y su aspecto era desolador. Los efectos de los bombardeos del día anterior casi pasaban inadvertidos en la situación de abandono que presentaba toda la edificación. Apenas si se habían efectuado algunas reparaciones de los desperfectos ocasionados casi cien años antes por las tropas del Archiduque Carlos en la guerra de Sucesión.
Allí estaban los cuerpos de los jóvenes sobre los tambores destrozados por la metralla de su artillería y entonces descubrieron el engaño. Aunque era escaso el botín que se podía obtener, las órdenes fueron de saqueo y destrucción total. Había que destruir el símbolo de la defensa de la villa. Las rejas de las ventanas fueron arrancadas, las puertas destruidas y todo el edificio incendiado. La brigada polaca fue la encargada de ejecutar las órdenes del Mariscal para lo cual necesitaron casi todo el día. A la caída de la tarde todo el castillo era una luminaria que iluminaba el atardecer de aquel frío día de diciembre. El joven Nicasio Moreno había permanecido escondido en el aljibe sin ser descubierto por los polacos. Allí disponía de agua que le servía para beber y refrescarse de las altas temperaturas que se alcanzaban por el fuego del exterior. No había más remedio que permanecer escondido hasta que se marchasen los franceses. Sólo así podría salvar la vida.
El Mariscal estaba cansado y consideraba suficiente el botín personal que había conseguido en esa fructífera mañana. Se retiró a su cuartel general y encomendó el mando al general Femelle.
Mientras tanto, las tropas habían reiniciado el asalto a las casas y ya eran más de treinta los prisioneros que se hacinaban, atados de pies y manos, en las dependencias de la cárcel del pueblo, a la entrada de la calle de Morata. Algunos habían intentado oponer alguna resistencia y habían sido liquidados en sus propias casas. El Mariscal pensó que era el momento de ejecutar públicamente a varios de los prisioneros para escarmiento de todos los vecinos. Se formó el consejo de guerra y los prisioneros fueron interrogados con la ayuda de Pedro Casagne que actuaba de intérprete.
Diez fueron condenados a muerte y se dispuso la ejecución inmediata. El batallón de fusilamiento se colocó frente a la columna de la entrada a la calle de Morata, enfrente de la cárcel. Los reos fueron arrastrados hasta allí y el resto de prisioneros fueron obligados a presenciar la ejecución. Detrás de las ventanas de los balcones de la plaza se podía adivinar la presencia de algunos vecinos que permanecían escondidos. La orden del Mariscal no se hizo esperar. Diez vecinos más de Chinchón yacían sobre la escarcha de la arena de la plaza, a los pies de la columna que ya siempre sería conocida como "de los franceses".
Un carro tirado por dos caballos se encargó de trasportar los cadáveres hasta el lazareto del camposanto donde ya reposaban los muertos del día anterior.
El general Femelle, al frente de un pequeño destacamento entró en el convento de Santa Clara, a la salida del pueblo. La puerta de la iglesia estaba abierta y tenían el paso expedito incluso a la clausura. Todo estaba en orden pero no se veía ningún rastro de las monjitas. Pensó el General que habían abandonado el pueblo con todos los demás. Llegaron al patio central del convento donde los rayos del sol vespertino empezaban a derretir el hielo en el pilón de la fuente. Las monjas no habían huido, estaban escondidas en los desvanes donde tenían sus nidos las palomas. La madre superiora se acerco a unas de las ventanas para ver lo que estaba ocurriendo fuera. Un rayo de sol reflejó el crucifijo, que pendía de su cuello, en el agua de la fuente. El general francés no advirtió la presencia de la monja e interpretó ese reflejo como una señal divina. Ordenó salir del recinto sagrado inmediatamente y no permitió que nadie ocasionase ningún daño.
De vuelta a la plaza se encontraron con una pequeña capilla. El guía le informó que era la de San Roque, patrono del pueblo. Ahora las órdenes fueron distintas. Arrancaron las varas de plata del estandarte del santo, destrozaron un Cristo rompiéndole las piernas con los palos de las andas, requisaron los pocos objetos de valor que encontraron y con el resto formaron una pira en el centro de la ermita y lo prendieron fuego. Allí quedó también destruida la imagen del santo que había regalado al pueblo el cura natural de esta villa, don Antonio Álvarez Gato, en el año 1716.
La misma suerte corrió la ermita de Santiago, a extramuros del pueblo, que ya nunca sería reconstruida. Después les llegaría el turno a las casas principales que habían sido señaladas con la pintura roja.
El saqueo se estaba realizando con una cruel minuciosidad. La mayoría de las casas estaban abandonadas y entonces la búsqueda era concienzuda, llevándose los soldados todo lo que encontraban de valor. Si sospechaban que había alguien escondido, después de la requisa, la prendían fuego para hacerlos salir. El número de muertos y detenidos iba aumentando con el paso de las horas.
Todos eran varones. La mayoría de las mujeres habían huido, y eran muy pocas las que permanecían escondidas en sus casas. Si encontraban a alguna, la orden era de no detenerlas ni matarlas. Nada se decía de otras acciones. Aunque no se recogió en ninguna estadística, varias fueron violadas. Las más jóvenes. A las viejas se contentaban con desnudarlas y dejarlas a la intemperie para obligarles a decir donde habían escondido lo poco de valor que hubiese en la casa. Después abandonaban a unas y otras, llevándose detenidos a los hombres que habían sido obligados a presenciar el atropello de sus mujeres.
Antonio Castillo y su padre continuaban escondidos en el pajar. Oyeron unas voces que les sobresaltaron, pero no tardaron en reconocer la voz de Hilario, su vecino. Había saltado las tapias del corral que dividía las dos casas. Venía huyendo de los soldados que estaban ahora registrando su casa. Preguntó por el portugués y dijo que le había parecido oír cuando salió al amanecer con el caballo. También les dijo que había oído comentar a los soldados, entre risotadas, algo sobre uno que huía a caballo y había sido arcabuceado a las afueras del pueblo. La noticia sobresaltó a los dos hombres aunque su vecino se apresuró a decir que posiblemente no hubiese entendido bien lo que decían los franceses. De todas formas no tenían demasiado tiempo para pensar en lo que le pudiese haber ocurrido a su amigo. Tenían que pensar deprisa lo que iban a hacer para librarse de los soldados.
Se apostaron junto a las tapias del corral, escondidos en una leñera. Hilario se había cuidado de esconder la escalera que había utilizado para saltar. Pensaron que si volvían a la casa del vecino cuando se hubiesen marchado los franceses, ya nadie les buscaría allí. Durante unos minutos se hizo el silencio hasta que unos golpes resonaron en el portón de la casa. Era el momento de saltar la tapia, recoger de nuevo la escalera y correr a esconderse detrás de unas tinas vacías de la bodega. Por ahora estaban a salvo de los franceses.
Peor suerte iban a correr Manuel Díaz y sus dos hijos. Ellos también habían mandado a las mujeres a Valdelaguna y habían decidido esconderse en casa. El lugar elegido, una tinaja al fondo de la bodega que utilizaban como silo para la cebada. Cuando los franceses entraron en la casa salió a hacerles frente un perro pequeño y asustadizo que gemía más que ladraba. Uno de los soldados atinó a darle una patada que le hizo retroceder con el rabo entre las patas. Con su ladrar lastimero fue buscando el amparo de sus amos y sus gemidos iban cobrando mayor intensidad a medida que se acercaba a la tinaja donde estaban escondidos. Un soldado subió a las talanqueras y descubrió a los tres hombres sobre la cebada de la tinaja. El más pequeño de los hijos se había llevado al escondite una escopeta de caza; su disparo dejó maltrecho al francés. Unos minutos después el perrito lamía la sangre de sus amos que habían sido arrastrados hasta la puerta de la casa para que sus cadáveres fuesen trasladados al cementerio, mientras el fuego iba borrando todas las huellas de la matanza.

miércoles, 7 de mayo de 2008

PARA SAN ROQUE, SI DIOS NO LO REMEDIA, VIENE LA PANTOJA.

Este año, para las Fiestas de San Roque, si Dios no lo remedia, viene a Chinchón, Isabel Pantoja. Desconozco lo que va a cobrar, pero viendo en Internet su cotización, a cada vecino de Chinchón que no vaya a verla le va a costar unos treinta euros, y a los que acudan a la Plaza les costará, por lo menos, otros treinta más.
Es lógico, que en estos tiempos en los que los indicadores económicos muestran un periodo de calma y de bonanza tanto en la nación como en nuestro pueblo, las autoridades municipales hayan optado por acometer este proyecto de inversión con una clara proyección en la infraestructura cultural de Chinchón, ya que la situación en todos los demás campos es claramente satisfactoria. Es obvio que no son necesarias más inversiones en sanidad, urbanismo, educación, etc., etc., y la situación cultural básica es tan satisfactoria que hace aconsejable acometer este proyecto que tanto puede aportar a mejorar nuestro nivel folclórico.
Y me temo, que Dios no lo va a remediar.

martes, 6 de mayo de 2008

IV CONCURSO DE INVESTIGACION SOBRE CHINCHÓN Y SU ENTORNO

Hasta el día 31 de Mayo se pueden presentar los trabajos.
BASES

1.- Podrá participar cualquier persona.
2.- Los trabajos versarán sobre la historia de Chinchón en cualquiera de sus aspectos: culturales, ecológicos, antropológicos, económicos, sanitarios, demográficos, urbanísticos, agronómicos, geológicos, históricos, folklóricos, artísticos, y religiosos. Se valorarán especialmente aquellos trabajos basados en los documentos del Archivo Histórico Municipal.
3.- Se establece una única categoría. Los trabajos deberán ser inéditos y estar escritos en español, no haber sido premiados en otros concursos ni hallarse pendientes de fallo en cualquier premio.
4.- Todos los trabajos se presentarán en formato DIN A-4, en letra Arial 12, con interlineado sencillo. No se establece mínimo ni límite de extensión para participar. Los trabajos se presentarán por triplicado en el Registro del Ayuntamiento ubicado en la Plaza Mayor, 3, 28370 Chinchón, con la indicación:

IV concurso DE INVESTIGACIÓN SOBRE CHINCHÓN Y SU ENTORNO

En la portada de los trabajos deberá constar el mismo lema. Los mismos se acompañarán de un sobre cerrado en el interior del cual consten los datos personales del/los participantes, y el título del trabajo. En el exterior del sobre sólo se indicará el mismo lema mencionado anteriormente, y el título del trabajo presentado.
5.- El plazo de presentación finalizará el día 31 de mayo de 2008
6.- Se otorgará un primer premio de 800 euros, un segundo premio de 500 euros, y un tercero de 200 euros.
7.- El Jurado estará constituido por: cuatro historiadores o profesionales de reconocido prestigio, 1 representante de la Concejalía del Cultura del Ayuntamiento y la Alcaldesa - Presidenta del Ayuntamiento de Chinchón. Los miembros del jurado no podrán participar en la convocatoria.
8.- La decisión del Jurado será inapelable, pudiendo declararse los premios desiertos. Podrán otorgarse premios "ex aequo", compartiéndose las cantidades establecidas.
9.- El Ayuntamiento de Chinchón se reserva el derecho de publicación y difusión, comprometiéndose a hacer constar el nombre del autor cuando se haga uso del material presentado.
10.- La presentación a este concurso supone la aceptación de sus bases.

lunes, 5 de mayo de 2008

UN RINCONCITO PARA LA POESIA

Posiblemente alguno de vosotros puede no conocer las poesías que don José Manuel de Lapuerta dedicó a Chinchón, muchas de ellas publicadas en el libro "Chinchón en mi recuerdo".
Como muestra, os trascribo una, titulada
"Desde la ventana de mi recuerdo"

Al fondo, la alfombra verde
de los olivos dormidos.
Al lado, la blanca nota
del polvo sobre el camino.
El polvo seco no duerme
como duermen los olivos;
cuando le surcan los carros
rompen su sueño tranquilo.
Y tú, Chinchón de Castilla,
no dormirás en mi olvido,
tu recuerdo es como el polvo
que levanto en mi camino.
Y vuelvo a vivir de nuevo
todo lo que en ti he vivido
andando caminos blancos
a los pies de tu castillo.
Hay una fuerza que une
mi destino a tu destino
¿ Porqué me estarás tan lejos
cuando estás siempre conmigo?

domingo, 4 de mayo de 2008

ESTAS SON LAS ÚLTIMAS ENTRADAS

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MIS EDICIONES MUSICALES

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SENTIRES. Canta Mª Antonia Moya. Edición remasterizada. 2012. Incluye las canciones siguientes:

AVE MARIA

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De Schubert. Canta María Antonia Moya, acompañada por el Maestro Alcérreca. 2011. Para escucharlo, pinchar en la image.

LA TARARA

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Canta Maria Antonia Moya. Si quieres escuchar la canción, pincha en la imagen

LOS PELEGRINITOS

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La canción de Lorca, cantada por María Antonia Moya, con imágenes de Lucena (Córdoba) Para escuchar la canción pincha en la imagen.

EN EL CAFÉ DE CHINITAS

EN EL CAFÉ DE CHINITAS
La copla de Lorca, cantada por María Antonia Moya, acompañada a la guitarra por Fernando Miguelañez. 1986. Para escuchar la canción, pinchar en la imagen

VERDE, QUE TE QUIERO VERDE

VERDE, QUE TE QUIERO VERDE
Maria Antonia Moya canta el Romance Sonámbulo de Federico García Lorca. Puedes escucharlo pinchando la imagen.

LOS CUATRO MULEROS.

LOS CUATRO MULEROS.
Canta: María Antonia Moya. 1986.Para escucharlo,pinchar en la imagen.

PERFIDIA

PERFIDIA
Canta Maria Antonia Moya, acompañada a la guitarra por Fernando Miguelañez. Año 1986. Para escuchar la canción, pincha en la imagen.

PASODOBLE DE CHINCHÓN

PASODOBLE DE CHINCHÓN
Letra: L.Lezama - Música: Palazón. Canta: María Antonia Moya. 1987Puedes escucharlo pinchando en la imagen

MIS LIBROS DE FICCIÓN. EL AMARGO SABOR DE LAS ROSAS.

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"El amargo sabor de las rosas" Novela. Marzo de 2017

MIS QUERIDOS FANTASMAS

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"La boda" 1996 -2001. Inédito.Para leer el cuento, pincha en la imagen

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“Luz del Cielo” y otros relatos con nostalgia. 2019. Proximamente en este blog

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VOLUMEN II. LOS VIAJES DEL EREMITA.

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Los viajes del Eremita. 2016.

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EL CATÁLOGO DE MI PINTURA.

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FOTOGRAFÍA: CHINCHÓN EN DUOTONO.

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