miércoles, 3 de octubre de 2018

REGALOS


Allá por el año 1956, a Galerías Preciados se le ocurrió un eslogan que consiguió mucha aceptación: “Practique la elegancia social del regalo”, y todos nos afanamos en ser lo más elegantes posible haciendo regalos con la pretensión de sobresalir socialmente. 
Pero eso fue hace ya sesenta y dos años y ahora lo del regalo ha ido alcanzando unas proporciones entonces impensables incluso para los promotores de tan ingenioso eslogan.
Ahora se hacen regalos a las catequistas que preparan a los niños para la primera comunión, a los profesores de párvulos y a los tutores de secundaria; en los bautizos, en las comuniones y, por supuesto, en los cumpleaños. También cuando una niña llega a la mayoría de edad, cuando el chaval no trae ningún suspenso en junio; en el día de la madre, que ahora no sabemos muy bien cuando es, en el día del padre, del abuelo y hay casos en que también se regala en el día del santo, aunque uno se llame Borbundoforo o Leovigilda.
Pero lo de las bodas... eso sí que es una demostración de elegancia social. Claro está que ante los despropósitos que se iban alcanzando, a alguien, creo que fue al Corte Inglés, se le ocurrió lo de la lista de bodas, y a otro que ignoro su identidad, mucho más pragmático, ideo lo de mandar con la invitación su número de cuenta en el banco para que los invitados le ingresasen allí los regalos; lo que dejaba sin coartada a los que acostumbraban a comprar el regalo en el mecadillo y luego lo metían en una bolsa de Loewe.
Conozco a una pareja que no era partidaria de la lista de bodas y mucho menos de facilitar su cuenta bancaria, y se arriesgaron a dejar al libre albedrío de los invitados la elección del regalo. El resultado: cinco pares de relojes, un viaje de fin de semana en una casa con encanto, dos estancias en sendos Paradores a elegir, una visita a Caravaca de la Cruz con motivo de su año jubilar, tres juegos de café, dos yogurteras, dos cuberterias, una de acero inoxidable y otra de alpaca plateada, un cuadro de una marina que les pintó un amigo aficionado, y no muy bueno por cierto, que después no sabían dónde colocarlo. Y ¿para qué seguir? Dos juegos de vasos, una vajilla que tenía toda la pinta de haber sido un regalo anterior que no debía haber gustado a los receptores, y con toda razón, porque era francamente fea; etc. Etc. Etc., ¡Ah! Y un orinal de porcelana, que la novia pensó que era una sopera y que gracias a su suegra no lo utilizó como tal, en una comida de amigos.
A mí, personalmente, no me gusta que me hagan regalos, y espero que cuando celebre algún evento señalado, mis amigos hayan leído esto y actúen en consecuencia; pero, hablando ya en general, mi consejo es que nos olvidemos de una puñetera vez del viejo eslogan de Galerías Preciados, y pensemos que eso de la elegancia social del regalo no es nada más que una chorrada más que se les ocurre a los publicistas y que los demás terminamos aceptándolos como dogmas de fe. 
De verdad, que no me gustan los regalos.


martes, 2 de octubre de 2018

CARTA A MI NIETA QUE ESTÁ A PUNTO DE NACER.




Mi ya queridísima Olivia:

Quiero, en primer lugar, darte la bienvenida a este diminuto planeta, perdido en el centro de una galaxia y rodeado de estrellas al que llaman Tierra; también hay quienes le dicen “Valle de lágrimas”, y otros, “Jardín de las delicias”; aunque yo creo que unos y otros exageran un poco; si bien hay que reconocer que en los últimos tiempos, este mundo al que tu llegas anda algo revuelto, con tanto lío que se traen los político y por las desigualdades que hay entre sus habitantes, dependiendo si han nacido en el norte o en el sur, si el color de su piel es blanco, cobrizo, negro o amarillo o si son hombres o mujeres. Pero no te preocupes, te lo digo por experiencia, los problemas se irán arreglando poco a poco y seguro que tu mundo, aunque seas mujer, será mucho mejor que el que nos tocó vivir a los de mi generación.

Cuando tú cumplas los 18 yo ya habré pasado de los 90; si es que llego, porque cuando yo nací la esperanza de vida estaba sobre los 50, y ya he sobrepasado largamente mis expectativas. Tú, en cambio, dicen las previsiones que puedes vivir más de 90 años y con un poco de suerte podrías llegar a ser centenaria; aunque, sinceramente, no sé muy bien si eso es una suerte o una maldición.

Como te iba diciendo, la vida ha cambiado mucho desde que yo nací. Entonces no se habían inventado aún muchas de las cosas que ahora son imprescindibles: el microondas, el transistor, la televisión en color, la vacuna contra la poliomielitis; ni siquiera la humilde fregona, que inventó un español, que se llamaba Manuel Jalón, allá por el año 1970. Y mucho menos el microprocesador, la calculadora electrónica de bolsillo, ni el disco compacto o CD, como es más conocido; aunque alguna de estas cosas a ti te puedan parecer antiguallas, porque ya habrán sido sustituidas por nuevos inventos. ¡Ah, y cuando yo nací todavía no existía internet!

De verdad, no existía. Ni los móviles, ni las tabletas, ni los ordenadores portátiles. Entonces, cuando pequeños, nosotros nos entreteníamos de otra forma. Jugábamos a la pídola, al “rescatao”, a las canicas, a la comba y al fútbol; pero no en la Play, sino en las eras con una pelota de goma y con zapatillas de lona, no con esas botas ergonómicas tan carísimas y tan bonitas que verás en la tele. No te voy a contar como eran esos juegos porque tú lo puedes ver en tu móvil, porque lo primero que te van a enseñar es a buscar en internet todo lo que quieras saber. 

En el colegio, nosotros teníamos libros para estudiar. Si, libros, eso que todavía verás en las estanterías de algunos salones y que decoran tanto. Tú, Olivia, con tu ordenador personal, tendrás a tu disposición todos los conocimientos a los que quieras acceder, y con el mínimo esfuerzo, porque esos aparatos son ya tan inteligentes que con solo decirles lo que quieres, aparece en la pantalla como por arte de magia.

En mis tiempos se podía estudiar humanidades y ciencias; yo incluso llegué a estudiar latín, que como podrás ver en internet, era la lengua que hablaban los romanos antes, incluso, del siglo primero de nuestra Era. Tú estudiarás cómo usar los medios informáticos, ingeniería robótica y otras disciplinas que ahora ni se nos ocurre pensar, y seguro que estudiarás idiomas mucho más actuales, como el inglés, el francés, el ruso y, por supuesto el chino, que por lo que ya se ve es un idioma con mucho futuro.

Yo nací en Chinchón, ese pueblo tan bonito al que te llevarán tus papás algunos fines de semana para que te veamos los abuelos. Como podrás comprobar aquí se vive muy bien, aunque entonces era bastante más tranquilo y los burros no se empleaban para dar paseos a los niños por la plaza, sino que era uno de los medios transporte para ir a trabajar al campo.

Olivia, no sé si me dará tiempo a contarte todas estas cosas en persona; aunque no creo, porque uno ya no está con la cabeza en su sitio y yo sé que los jóvenes no aguantan las batallitas de los abuelos. Por eso he querido escribirte esta carta, y además te dejo algunas cosillas que fui escribiendo desde que me jubilé, para que puedas conocer algo mejor a tu abuelo, del que seguro que te hablará tu madre con mucho cariño. 

Por cierto, los libros que escribí están todos digitalizados y te los he dejado en el disco duro de mi ordenador, para que te sea más fácil encontrarlos.

Uhh
Yo ahora tendría que darte muchos consejos, porque los viejos somos muy dados a dar consejos aunque no se nos pidan, pero no creo que sea necesario, porque para eso están tus padres. Solo decirte que las dos cosas más importante en la vida son: que seas una persona buena y que seas feliz, y eso es lo que yo deseo para ti, Olivia.

Un beso muy grande, con todo el cariño de 

El abuelo Manolo.

(Carta finalista en el concurso literario “Enrique Segovia Rocaberti” 2018.Y fue escrita a mediados de abril de este año; ella nacería a primeros de mayo).