sábado, 9 de septiembre de 2017

SEMBLANZAS DE CHINCHÓN. XXXVI. JOSÉ SACRISTÁN.

36.- José Sacristán Turiégano. (Personajes)

Nace en Chinchón el día 27 de septiembre de 1937, donde pasa los primeros años de su vida. Ha contado que es en el teatro de Chinchón donde ve sus primeras películas. Después se va a trabajar a Madrid, y empieza su carrera artística, iniciándose en la zarzuela, el teatro, la televisión y el cine.
Estudió en la Institución Sindical de Formación Profesional Virgen de la Paloma, entonces regentada por la Congregación Salesiana, pero abandonó el centro para trabajar desde su adolescencia en un taller mecánico.
Cuando estaba cumpliendo el servicio militar en Melilla, decidió dedicarse a la interpretación, dejando su trabajo de mecánico tornero, para seguir su vocación teatral. Se interesó desde muy joven por el teatro independiente y comienza en el Teatro Infanta Isabel de Madrid. Actuó como aficionado hasta 1960, año en que debuta como profesional. Su acceso al mundo cinematográfico se da en la década de los sesenta con papeles secundarios que poco a poco irán adquiriendo importancia.
Estuvo incluido en el grupo de actores más taquilleros del cine español de los setenta junto a Alfredo Landa y José Luis López Vázquez.
Su debut en el cine se produjo con La familia y uno más y luego vendrían las comedias atrevidas de la época, sin perjuicio de que José Sacristán se haya revelado como un excelente actor dramático en trabajos como Un hombre llamado Flor de Otoño, de Pedro Olea, La colmena, de Mario Camus o El pájaro de la felicidad, de Pilar Miró.

Con más de un centenar de películas a sus espaldas, también ha destacado como director. Dirigió y protagonizó Soldados de plomo (1983), Cara de acelga (1987), donde también fue el responsable del guion junto a Carlos Pérez Merinero, y Yo me bajo en la próxima, ¿y usted? (1992), en la que compartió protagonismo con Concha Velasco. Para esta última escogió como escenario el Teatro Lope de Vega, que le traía tan gratos recuerdos de su niñez.
Es un actor estrechamente vinculado al teatro y entre sus últimos trabajos destacan los musicales El hombre de La Mancha y My Fair Lady en los que compartió protagonismo con Paloma San Basilio y sacó a relucir una faceta hasta ahora desconocida, la musical.
Resulta premiado con la Concha de Plata en el Festival de Cine de San Sebastián de 1978 por Un hombre llamado Flor de Otoño y en 1982 consigue el primero de sus cuatro Fotogramas de Plata por su trabajo en la película La colmena. En 2012 obtiene su primer, y único, Premio Goya por su papel en la película de Javier Rebollo, El muerto y ser feliz, por la que también recibe su segunda Concha de Plata en San Sebastián.
En 2011 la prestigiosa Asociación de Cronistas Cinematográficos de la Argentina le entrega el Premio Cóndor de Plata a la trayectoria en la 59ª Ceremonia de este premio, considerado el máximo galardón al cine en la Argentina.
En 2013 regresó a la televisión fichando por la serie Velvet en Antena 3.
Además de los muchos galardones internacionales, también en su pueblo quisieron premiar su labor profesional colocando una placa conmemorativa en la fachada de la casa, donde había nacido, en la calle Grande. En esta placa de bronce, aparece su efigie y dice:

AQUI NACIO
JOSE SACRISTAN TURIEGANO
27-9-37
EL PUEBLO DE CHINCHON EN RECONOCIMIENTO A
SU LABOR PROFESIONAL CHINCHON A
6 DE FEBRERO DE 1997
También el Ayuntamiento de Chinchón, colocó otra placa en el vestíbulo del Teatro para recordar la fecha del primer certamen nacional de Teatro de aficionados que lleva su nombre y que dice:


EL EXCELENTISIMO AYUNTAMIENTO
DE CHINCHON
EN HOMENAJE A
JOSE SACRISTAN
EN EL I ENCUENTRO DE TEATRO
QUE LLEVA SU NOMBRE
JUNIO DE 1996
En ese año de 1996 se inició el primer Concurso Nacional de Teatro Aficionado, que se bautizó con su nombre: JOSÉ SACRISTÁN y que se ha realizado anualmente sin interrupción, alcanzando en el año 2017 su XXª edición.
En el año 1988, El Ayuntamiento también había distinguido a D. José Sacristán Turiégano, con el nombramiento de Hijo Predilecto de CHINCHON.




El Eremita
Relator independiente.

jueves, 7 de septiembre de 2017

SEMBLANZAS DE CHINCHÓN. XXXV. LAS BODAS DEL SIGLO PASADO.

35.- Las bodas del siglo pasado en Chinchón. (Costumbres)

En aquellos años, cuando el mundo se terminaba en el “Ventorro”, difícilmente llegaban noticias de más allá de la raya de Colmenar y no leía casi nadie el periódico, las noticias de la vida social del pueblo tenían una gran importancia. Como apenas llegaba la reseña de las bodas reales y eso con demasiado retraso, cualquier enlace local conseguía un seguimiento que no desmerecía con el que actualmente tienen las bodas de los toreros, las folklóricas y el resto del mundo de los llamados famosos.
La celebración de la boda duraba varios días y los fastos por este acontecimiento iban adquiriendo -poco a poco- la magnitud que ha llegado a desembocar en la desmesura que han alcanzado en la actualidad.
En aquellos años la boda era, como ahora, una oportunidad para mostrar a la sociedad el poder adquisitivo de la familia, en la que había que demostrar a todo el mundo la situación económica de los contrayentes, para lo cual siempre se hacían, casi como ocurre ahora, algún dispendio excesivo que se saliese de lo que podría ser aconsejable. El número de invitados era otro baremo que medía el potencial de la familia.
La férrea sociedad patriarcal imponía a los jóvenes esposos el seguir ligados, laboral y económicamente, con el cabeza de familia, por lo tanto, eran los padres del novio quienes se encargaban de preparar la vivienda, frecuentemente dentro de su misma casa, y la familia de la novia debía contribuir con el ajuar y mobiliario del nuevo hogar.
El vestido de novia era, hasta mediados del siglo XIX, el traje de fiesta típico de las mujeres de Chinchón que se confeccionaba para esa fecha y después se utilizaba en las distintas celebraciones festivas. Poco a poco se fue imponiendo la moda de los vestidos de calle en colores oscuros y no fue hasta mediados del siglo XX cuando se empezó a usar el vestido blanco.
También los hombres vestían, en un principio, su traje típico de fiesta con sus pantalones, su chaleco y su chaquetilla de pana negra, su camisa sin cuello, pulcramente almidonada, y grandes botas de piel. Con el paso del tiempo también fue evolucionando, pasando por el traje de chaqueta y corbata, hasta llegar a los “uniformes” hoy en uso.
Como se ha dicho antes, las celebraciones duraban varios días, aunque, lógicamente, la celebración principal era la comida del día de la boda. Por la mañana se había preparado un desayuno con magdalenas y bollos para la familia más allegada y al día siguiente se celebraba la “tornaboda” en la que de nuevo se volvían a reunir para comer -los restos del día anterior- los familiares y amigos más cercanos.
La comida de la boda se celebraba en la casa de alguno de los contrayentes y el menú estaba compuesto por carne guisada, arroz con leche, dulces, vinos de la tierra y aguardientes anisados. La preparación de la comida se encomendaba a personas expertas que se habían especializado en guisar en grandes cantidades. Porque en aquellas épocas, cuando la comida no era demasiado abundante, era más apreciada la cantidad que la calidad y se preparaba suficiente comida para que se hartasen todos los invitados.
Estas comidas suponían un gran dispendio que muchas familias no se podían permitir y eran sustituidas por meriendas compuestas por dulces, pastas, magdalenas, repápalos, bartolillos, mantecados y rosquillas y en las que la limonada corría en abundancia.
Por los años cincuenta se hizo una innovación que consistía en celebrar una merienda en los salones del baile de la “Sociedad”. En largas mesas formadas por tableros colocados sobre unas borriquetas, sobre las que se colocaba papel blanco a modo de manteles, y que rodeaban todo el salón; a cada uno de los invitados, sentados a ambos lados de las mesas, se le servía una bandeja de cartón con varias lonchas de embutidos y una barra de pan para hacer un bocadillo. En otra bandeja dos o tres pasteles y varias pastas, como postre. Vino y gaseosa para beber. A continuación llegaba el baile.  Después que los nuevos esposos abrían el baile con el obligado vals, los mozos se apresuraban a sacar a bailar a las mozas, un largo repertorio de pasodobles, bajo la atenta mirada de las madres que se colocaban todo alrededor del salón para vigilar a los jóvenes bailarines. Era costumbre, que los mozos que no estaban invitados, sobre todo si estaban interesados en alguna joven de la boda, se colasen al baile “de pegote”, burlando la solícita vigilancia del tío Lorenzo, el conserje, que intentaba por todos los medios impedir el paso a los que no estaban invitados. Cuando las bodas se celebraban en verano, se abrían todos los balcones del salón, y allí se salían las parejas, cuando las madres estaban distraídas, para sofocar los calores meteorológicos, y los amorosos. El baile, siempre, terminaba con la jota.
Había, por entonces, una gran demanda para cubrir cualquier vacante circunstancial en el puesto de monaguillo, puesto que la participación en la ceremonia llevaba aparejada la asistencia a la merienda; hecho no establecido formalmente, pero generalmente aceptado por las familias de los contrayentes.
No consideramos necesario continuar con la evolución de esta costumbre de invitar a comer a familiares y amigos, por ser suficientemente conocido por todos, y evitarnos tener que relatar los excesos desproporcionados a los que se han llegado.
La ceremonia religiosa tenía lugar en la Parroquia - cuando no estaba en obras de reparación - o en la Iglesia del Rosario y el traslado hasta allí de los novios se hacía a pie. Era el momento de que todos -las mujeres principalmente- saliesen a la puerta de la calle para ver la boda. Alguien del acompañamiento, para avisar, solía gritar:
“ ! Salid, lechuzas, marranas, a ver la boda...!”
A la salida de la iglesia, el padrino lanzaba anisillos y peladillas, que los niños se disputaban, sin importarles que ese día les hubieran puesto la ropa nueva. Entonces no existía la costumbre de lanzar arroz a los novios. Eran tiempos de escasez y estaba muy arraigado aquel dicho de “Con las cosas de comer, no se juega”.
Lo del viaje de novios es una invención mucho más moderna. Hacer un viaje en carro, aunque no fuese nada más que hasta Aranjuez, no era el preludio indicado para la culminación de la tan esperada noche de bodas.
Los nuevos esposos estrenaban esa noche su nuevo hogar bajo la amenaza de las pesadas bromas de los amigos del novio, y a la mañana siguiente se integraban, de nuevo, en las celebraciones de la tornaboda, y terminadas éstas, iniciaban su nueva vida que, en lo económico y en lo laboral, no difería prácticamente en nada con la de solteros.

Entonces, cuando todavía existía un patriarcado efectivo, la nueva pareja solía entrar a formar parte (salvo excepciones) de la familia del novio. La casa podía estar dentro de la casona familiar en donde se habilitaban algunas habitaciones para la nueva pareja que seguía supeditada económicamente al patriarca, sobre todo en las familias campesinas.
Cuando un hijo se casaba seguía dependiendo económica y laborálmente del padre, quien era el que seguía dirigiendo las tareas del campo y el que indicaba, día a día, donde y qué laboro tenía que realizar esa jornada.
Esta costumbre permaneció durante muchos años, hasta que fue decayendo la actividad agrícola y los hijos fueron dejando sus casas para trabajar en Madrid.
Era una forma de garantizarse los mayores su “pensión” y era admitido por los hijos para perpetuar esta costumbre que después también les daría a ellos la garantía para su vejez.




El Eremita
Relator independiente.

martes, 5 de septiembre de 2017

SEMBLANZAS DE CHINCHÓN. XXXIV. LAS REUNIONES Y LOS CUMPLEAÑOS DE ANTAÑO.

34.- Las “reuniones” y los cumpleaños de antaño. (Costumbres)

La Plaza de Chinchón, los domingos y los días de fiesta de la primera mitad del siglo XX, presentaba un aspecto apacible aunque bullicioso.

Los niños jugaban a la “pídola”, a las “canicas”, a los “güitos”, a la “taba”, a la “chita” y al “rescatao”. Las niñas jugaban a los alfileres, al aparato, a la “comba” y a los cinturones. Los jóvenes paseaban intentando acercarse a las mozas, que siempre en grupo, se dirigían a los soportales para ver las carteleras de la película que esa tarde ponían en el Teatro Lope de Vega. - En uno de esos domingos, un niño llamado Pepe, el del tío Venancio, iba a comprar una entrada de gallinero para ver su primera película - . La tía Nuncia, junto a la Columna del Café - también llamada de los franceses - preparaba su cesta de mimbre sobre una pequeña mesita de madera, y se sentaba en un pequeño asiento de anea, esperando que llegasen los niños con su perra gorda para comprar los dulces de malvavisco, las bolitas de anís y los chicles de "Bazoca" que cortaba con un cuchillo en trozos pequeños para poderlos vender más baratos. Años después el tío Huete montó un puesto de chucherías en una especie de carromato que colocaba en los soportales; eran los primeros indicios del desarrollo, de las multinacionales y de la globalización.

También en los soportales se montaba un pequeño mercadillo en el que se cambiaban los tebeos del "Guerrero del Antifaz", de "Roberto Alcázar y Pedrín" y de las "Hazañas bélicas", el "TBO" y "Pulgarcito"; después vendrían los del "Jabato" el "Capitán Trueno" con Crispín y Goliat. Y mucho después "Superman". Los tebeos nuevos se compraban en el estanco que regentaban Juana y su hermana Enriqueta en la calle de los Huertos, donde las niñas también compraban los recortables con los vestidos para sus muñecas de papel. También se cambiaban los cromos de futbolistas que salían en el chocolate Dulcinea de Quintanar de la Orden. Cuando reunías toda la colección podías canjearlo por un balón de fútbol o una muñeca "gisela" para las niñas. Era la democratización de los juguetes. Hasta entonces sólo las niñas ricas podían tener una "Mariquita Pérez" y tener una pelota de goma era un signo de riqueza digno de la envidia generalizada de todos los chavales.

En el centro de la plaza se colocaban el Ariza y el tío Eustaquio con sus puestos de frutos secos. Las "alcagüeses", las chufas, los garbanzos tostados, las pasas en sacos de lona blanca y las aceitunas que tenían puestas en agua en un pequeño tonelito de madera y que sacaban con un cazo con agujeros en el fondo.

- Ariza, ponme un surtido que voy "pa" la "regunión".

En un cucurucho de papel de estraza colocado en uno de los platos dorados de la balanza iba echando, cuidadosamente, con un cacillo de hojalata un poco de cada producto, hasta que vencía el peso del otro plato en el que unas pesas negras y redondas marcaban la cantidad de la compra.

- Son dos reales.

El hombre, después de pagar los cincuenta céntimos, guardaba la compra en uno de los grandes bolsillos de su blusa negra, sacaba de su faja la petaca y un librillo de papel "Dominó" y liaba, con parsimonia, uno de "caldo de gallina", que para eso era domingo y estaba en la plaza. Sacudía con la palma de su mano izquierda la ruedecilla que rascaba la piedra de su mechero hasta que una chispa lograba prender la mecha, ayudada por la fina brisa que entraba por la Puerta de la Villa.

Mientras, los otros "amigos" preparaban la "limoná".

Los hombres, en Chinchón, formaban las "reuniones". Un grupo de amigos - de los de toda la vida- se reunían todos los domingos por la tarde, rotativamente, en casa de cada uno de ellos. Preparaban una limonada, compraban frutos secos y entre "reo" y "reo" jugaban a las cartas -generalmente al mus, al tute y al julepe - y comentaban los acontecimientos y "discutían" de todo lo divino y de los humano. Las mujeres no participaban en estas reuniones, y como mucho, llegaban acompañadas de los niños, a la caída de la tarde, para volver con su marido a casa al finalizar la reunión. En ocasiones muy señaladas se reunían también para comer.

También se celebraban mucho los cumpleaños;  los santos, en Chinchón, no había mucha costumbre de celebrarlos. Acudían padres, hermanos, tíos, primos, amigos y vecinos.

Pero entonces no se decía “vamos al “cumpleaños de…”, se decía vamos “a los días de…”; por ejemplo, “vamos a los Solares, a dar los días a la tía Regina, la del tío Valentín…”

Las bebidas eran el agua de limón y la “limoná” que regaban los dulces que se preparaban en casa. Las rosquillas, los repápalos, los bollos de aceite y de manteca, las magdalenas, los bartolillos, y las hojuelas que se presentaban en bandejas que los anfitriones iban pasando en “reos” para que cada uno cogiese uno de los dulces.
Nadie se atrevía a levantarse del asiento para coger un dulce de la bandeja hasta que no se lo ofrecían. Era una forma de reparto equitativo. Luego se iba pasando el porrón con la limonada o la jarra con el agua de limón que se iba sirviendo en vasos que podían ser compartidos por los invitados.

Al final, siempre aparecía una botella de anís, que era el mejor complemento para los bollitos de aceite que solían ser los más apreciados.



El Eremita
Relator independiente.

lunes, 4 de septiembre de 2017

PIES



Hoy debo haberme levantado con "el pie izquierdo" y no se me ocurría nada para publicar en mi blog. Después de un rato de estar "de pie derecho" sin hacer nada y luego de tomar "un tente en pie", he decidido a sentarme al ordenador, pero me he dado cuenta que "no daba pie con bola", y ya estaba dispuesto a "poner pies en polvorosa". 
Sin embargo, en estas ocasiones, es conveniente "andar con pies de plomo" y no "tomarse al pie de la letra" lo de "sacar los pies del tiesto" y además no estaba dispuesto a "cojear del mismo pie" que aquellos que abandonan por creerse "a pies juntillas" lo que han podido leer "a pie de página" o "al pie de una foto", y no aceptan que lo importante no es empezar sino terminar "con buen pie".
Por tanto he decidido ponerme "en pie de guerra", y "unos ratos a pie y otros andando", que es como se dice del coche de San Fernando, he decidido "parar los pies" a los malos pensamientos, y darme un largo paseo con la esperanza de que mañana, "a pie cambiado", se me ocurra algo para escribir.

domingo, 3 de septiembre de 2017

SEMBLANZAS DE CHINCHON XXXIII, EL VIRREY DEL PERÚ


31.- Luis Jerónimo Fernández de Cabrera y Bobadilla, Conde de Chinchón y Virrey del Perú. (Historia)
El año 1628 iba a ser de gran importancia para el IV conde de Chinchón. El día 18 de febrero de ese año, S.M. el Rey de España, Felipe IV, nombra Virrey del Perú a don Luis Jerónimo Fernández de Cabrera Bobadilla de la Cerda y Mendoza, conde de Chinchón. Tenía 39 años. El documento de este nombramiento se puede encontrar en el Archivo General de Indias, dentro de la unidad de la Casa de Contratación bajo la Signatura: Contratación, 5793, L.1,F.488V-489.

También, después de poco más de dos años de enviudar, probablemente a primeros de abril, contrae nuevo matrimonio con doña Francisca Enríquez de Rivera, nacida en Sevilla, hija de Perafán de Ribera y Castilla, y de Inés Enríquez de Tavera, condesa de la Torre, camarera mayor de Ana de Austria, reina de Francia e Infanta de España. La nueva esposa del conde era viuda de Francisco Chacón, y aportaba un hijo de su primer matrimonio. Es muy posible que el nombramiento del Conde aconsejara anticipar el casamiento para poder iniciar juntos el viaje al nuevo mundo.

El cargo de Virrey del Perú era uno de los de más prestigio en el Reino, sin embargo, el esplendor de España, en esta época, había iniciado su decadencia. Empobrecida por las guerras exteriores y despoblada por las colonizaciones, la situación de la metrópoli se hacía notar en las provincias de ultramar. El Gobierno de la Península urgía a los Virreyes para que enviasen los tesoros que encerraban las ricas tierras americanas para mejorar la decaída situación del Imperio. Por lo tanto, las responsabilidades del nuevo cargo suponían grandes dificultades para el nuevo Virrey.

Este nombramiento iba a requerir del Conde no solo una lealtad sin límites a la Corona, sino también grandes dotes de carácter, energía y comprensión para resolver satisfactoriamente la multitud de problemas que presentaba el desempeño de este Gobierno. Problemas que planteaba, primordialmente, la gran extensión de los dominios que ponían bajo su mando, con los que era difícil la comunicación por estar tan alejados de España.

Todas estas circunstancias le fueron expuestas al recién nombrado Virrey en un despacho personal con Felipe IV, quien le dio las instrucciones preceptivas para ejercer un puesto de tanta importancia en las Indias.

El conde recibe 8.000 ducados para su viaje y otros 12.000 más a cuenta de su salario que le libraron en la Contratación de Sevilla. Recibió además una cédula para que a su llegada a Panamá le entregasen 13.000 pesos más.
A partir de ese momento se inician los trámites para organizar el viaje. Con fecha 21 de abril de 1628 encontramos, también en el Archivo General de Indias, en la Signatura: Contratación,5400,N.45, el Expediente de información y licencia de pasajeros a Indias del conde de Chinchón Luis Jerónimo Fernández de Cabrera, virrey y capitán general de Perú, con las siguientes personas:

- Francisca Enríquez de Rivera, su mujer
- Fray Lucas de Almao, agustino, natural de Aragón
- Fray Alonso Ruíz, agustino, confesor
- Miguel Aguado de Castaño, escribano, criado vecino de Ciempozuelos
- Jerónimo de Campos, criado, vecino de Madrid
- Juan de Vega, criado, vecino de Sevilla
- Agustín Gómez, criado, vecino de Chinchón
- Licenciado Juan de Porras de Cuéllar, abogado, criado, vecino de Chinchón
- Pedro Clérigo, criado, vecino de Ciempozuelos
- Juan López de Olivares, criado, vecino de Chinchón, y hasta 72 criados más cuya relación de nombres viene recogida en un memorial contenido en éste expediente.

Como vemos, entre los expedicionarios no estaba el primer hijo de la condesa, que murió poco después, mientras su madre se encontraba en Perú.

Embarcan en Cádiz el 7 de mayo de 1628, en la armada de galeones al mando de don Fadrique de Toledo. A poco de haber salido de Cádiz recibió orden de S.M. de socorrer el fuerte de Mazmorra, en las costas de África, que le tenían cercados los moros. Después de treinta y tres días de navegación, arribaron al puerto de Cartagena de Indias, el día 19 de junio.

Continuaron el viaje, y el 5 de Julio arribaron a Portobelo donde el Conde revisó las fortificaciones dirigiéndose después a Panamá, llegando por fin al puerto de Paita hacia el mes de octubre.

Cuando llegaron a este puerto le informaron que en el Pacífico estaban navegando los buques piratas holandeses y se esperaba que llegasen a las costas peruanas, aconsejándole que no continuase el viaje por mar. El Virrey no dando crédito a dichos rumores, que luego se confirmó que eran falsos, tomó una embarcación y navegó sin novedad hasta el Callao. Sin embargo decidió que su esposa hiciese el viaje por tierra por estar embarazada, teniendo que soportar una larga marcha hasta llegar a Lima. Antes de llegar, en Lambayeque, del Obispado de Trujillo, dio a luz a su hijo, el 4 de enero de 1629.
Fue bautizado por el licenciado don Fernando de Contreras, capellán y tesorero del Conde, con los nombres de Francisco, Fausto, Antonio y Melchor. Su padrino fue don Diego Flores de León, Caballero de la Orden de Santiago, Corregidor de la Ciudad de Piura y del Puerto de Paita.

Llega el Conde de Chinchón al Puerto del Callao el 18 de diciembre y allí permaneció hasta el día 14 de Enero de 1629 que entra en Lima, donde toma posesión como XIV Virrey del Perú. La Condesa llega a Lima el día 19 de abril, aunque el Virrey no permitió que se hiciese una recepción pública a su esposa, que entró de noche y privadamente, con el objeto de evitar gastos.

El clérigo Juan Antonio Suardo, en su “Diario de Lima” nos cuenta que el día 30 de mayo de 1629 se organiza la despedida del anterior virrey, el Marqués de Guadalcázar. Éste, su esposa y sus hijas se acercan al Palacio del Virrey para despedirse de la Condesa de Chinchón, que no había salido del palacio por estar melancólica porque había recibido la noticia de la muerte del hijo que tuvo en su primer matrimonio y que, como vimos, se había quedado en España.

Por los datos que aporta el padre Bernabé Cobo en su Historia de la Fundación de Lima, los nuevos Virreyes del Perú se encontraron una ciudad que tenía una población de 25.000 españoles, 15.000 negros y 5.000 indios. Su longitud se calculaba en más de media legua y su latitud en casi media legua. Contaba con 4.000 casas dentro del núcleo central de la población; 600 en el barrio de San Lázaro; y 200 en el pueblo del Cercado. Un los últimos años se habían construido varios edificios, los conventos de San Diego, Guadalupe, el Noviciado y la Recolección de San Agustín; un monasterio: Santa Catalina; 3 ermitas: Nuestra Señora del Socorro, Copacabana y las Cabezas; 2 hospitales: la Convalecencia del Carmen y el de los Huérfanos; y 13 iglesias.
(Puedes encontrar toda la historia sobre el descubrimiento de la quina, que ha sido galardonado con el segundo premio en el “concurso de investigación sobre Chinchón y su entorno” en el trabajo publicado por el Ayuntamiento de Chinchón y que se encuentra en la página web de la Biblioteca de Chinchón, titulado: “De cómo intervinieron en el descubrimiento de la quina don Luis Jerónimo Fernández de Cabrera y doña Francisca Enríquez de Rivera, Condes de Chinchón y Virreyes del Perú” de Manuel Carrasco)



El Eremita
Relator independiente.