sábado, 23 de junio de 2012

IV CONCURSO PARA PERSONAS MAYORES 2012 que organiza RNE y la OBRA SOCIAL DE LA CAIXA: MAS NOTICIAS.


El periódico La Vanguardia, en su edición digital del sábado, ofrece la siguiente reseña sobre el fallo del Jurado del IV Concurso para mayores de la Caixa y RNE:

Una aproximación amable al alzheimer gana el premio de relatos de mayores de La Caixa
El jurado concedió el primer premio Luisa Horno, de 67 años | Al concurso se han presentado en total 1.154 relatos, con una ligera mayoría de mujeres autoras


MÁS INFORMACIÓN
"Cabeza vacía", por Luisa Horno
"Diario de ruta", por Jacqueline Brabant
"Endocarpio dorado", de Manuel Carrasco

Madrid. (Redacción).- Luisa Horno tiene claro de qué va la historia con la que se adjudicó el jueves el primer premio del concurso de relatos escritos por personas mayores de la obra social La Caixa: "Va de ilusión". Así lo dijo en el acto de entrega del galardón, el jueves en el CaixaForum de Madrid. Su relato, Cabeza vacía, supone una mirada irónica y amable a los primeros síntomas del alzheimer con un presunto Supermán incluido, y mereció el apoyo unánime de los cinco miembros del jurado.

Este lo integraban la escritora y académica Soledad Puértolas y los también escritores Fernando Schwartz y Juan Díaz de Atauri (el ganador de la edición del 2011 del mismo concurso); el director ejecutivo de La Caixa y director general adjunto de la Fundació La Caixa, Jaume Giró; el director de Radio 1, Ignacio Elguero y el subdirector de La Vanguardia Miquel Molina. En total, se presentaron al concurso 1.154 relatos procedentes de toda España, con una ligera mayoría de mujeres.


Luisa Hornos es una jubilada de 67 años que trabajó durante 35 como bibliotecaria. Desde que dio por finalizada su vida laboral escribe a razón de un relato por semana (ha finalizado ya más de 80) e incluso ha redactado las primeras páginas de la que podría acabar siendo una novela. Asiste a talleres de escritura y afirma que el poder dedicarse a la literatura supone la culminación de un sueño aparcado durante muchos años por la falta de tiempo. "¿Esperaba ganar?", le preguntaron en el acto de entrega del premio, en el CaixaForum. "No, pero sabía que mi relato era bueno", respondió muy decidida.


El jurado quiso conceder también, por su calidad, accésits a otros dos relatos excelentes: Diario de ruta, de Jacqueline Brabant, de 75 años, y Endocarpio dorado, de Manuel Carrasco, de 65. La primera es de Madrid y el segundo de Chinchón, también en la Comunidad madrileña, que se destaca como la primera en lo que a la procedencia de los concursantes se refiere, con 378 trabajos presentados. A continuación figuran Catalunya (189), Andalucía (145) y la Comunidad Valenciana (81).

La evasión a mundos imaginados o la recreación de la infancia dominaban en las temáticas de los relatos finalistas, aunque no faltaban tampoco referencias a preocupaciones más cotidianas como el paro o la enfermedad.

"EL ALMA DE CHINCHÓN"

Con este sugerente título se anuncian una serie de visitas turísticas teatralizadas para los que nos visitan.
Este es el cartel anunciador en el que se nos muestran las diferentes fechas que en el año 2012 se efectuarán estas representaciones.


Están patrocinadas por el Ayuntamiento de Chinchón y coordinadas por "Cultur Arte Chinchón" que se presenta con esta producción. Les deseamos mucho éxito.
Seguiré informando con datos más concretos de estas representaciones.

jueves, 21 de junio de 2012

IV CONCURSO PARA PERSONAS MAYORES 2012 que organiza RNE y la OBRA SOCIAL DE LA CAIXA: Premiado “EL ENDOCARPIO DORADO” de MANUEL CARRASCO.

Todos los finalistas junto al Jurado al finalizar el acto en el Salón de Actos de Caixa-Forum de Madrid.

Manuel Carrasco con su premio, junto a la portavoz del Jurado doña Soledad Puértolas.

En esta edición del concurso han participado un total de 1.154 personas, de las que han sido 601 hombres y 553 mujeres, a partir de 60 años. Por comunidades autónomas, las que han contado con mayor representación han sido Madrid (378), Cataluña (189), Andalucía (145), Valencia (81) y Castilla-La Mancha (63).

Los miembros del Jurado

El Jurado estaba compuesto por por los escritores Soledad Puértolas y Fernando Schwartz; Juan Díaz de Atauri, ganador del concurso en 2011; el director de Radio 1, Ignacio Elguero; el subdirector del diario La Vanguardia, Miquel Molina, el director ejecutivo de "la Caixa" y director general adjunto de la Fundación "la Caixa", Jaime Giró.

 Los presentadores Juan Fernández Vegue y Ángeles Bandrés.

También ha asistido al acto Benigno Moreno, director de RNE, y los 15 autores finalistas del certamen, procedentes de toda España y el acto ha estado presentado por Juan Fernández Vegue y Ángeles Bandrés.
El concurso se enmarca dentro del programa Gente 3.0 Grandes Lectores de la Fundación "la Caixa" en el que ya han participado 15.868 personas.

Luisa Horno Delgado recibiendo el primer premio

Luisa Horno Delgado, de 67 años, de Zaragoza, ha ganado con su relato "Cabeza vacía", y como premio recibirá un ordenador, un trofeo y la adaptación radiofónica de su relato.

Jacqueline Brabant y  Manuel Carrasco ganadores de los dos accésits junto a Soledad Puértolas y Fernando Schwartz 

El jurado ha otorgado tambien dos accésits a: Manuel Carrasco Moreno, de 67 años, de Chinchón (Madrid), con "El endocarpio Dorado" y a Jacqueline Brabant Oliver, de 75 años, de Madrid, con "Diario de ruta". Como premio han recibido un I.Pod, un trofeo y la adaptación radiofónica de sus relatos para ser emitidos por Radio Nacional de España.

Manuel Carrasco recibiendo el trofeo.

Yo os dejo ahora mi relato esperando que os guste.

EL ENDOCARPIO DORADO.
(CUENTO SURREALISTA)

Andaba yo contando hormigas, sentado en los arcenes del mar, cuando mis padres decidieron que aún era tiempo de aprender y que a mis años no podía ir por ahí, despilfarrando alegremente mi vida. De nada valieron mis protestas ni mis argumentos. De nada valió mi excelente currículum profesional ni que contase con el aval de una bien ganada jubilación. Al día siguiente, mi nieto pequeño me acompañó hasta la puerta del colegio donde esperaba el profesor que era un enano melancólico, con tirabuzones en el pelo y subido en unos zancos de madera que le daban una cierta prestancia y autoridad. A mí me habían puesto el uniforme de coracero austriaco, aunque ya me quedaba un poco estrecho y algo corto de mangas. Como era el primer día de clase nos fueron colocando en los pupitres y a mi lado sentaron a un señor de Puertollano que, de pequeño, emigró con su familia a Nueva York, donde fue fabricante de pelotas de ping-pong, hasta que se arruinó en la recesión de los años veinte; entonces se dedicó a salteador de caminos, oficio que le proporcionó un cierto renombre y unos cuantiosos beneficios que aún hoy le permiten vivir holgadamente a pesar de no tener pensión de la Seguridad Social. 
El director que también era enano pero que medía cerca de dos metros y medio, nos recalcó la importancia de atender las explicaciones del maestro que nos serían de gran provecho para el día de ayer. Nos puso como tarea, para esa mañana, aprendernos los reyes godos por orden alfabético y sacar los primeros quinientos treinta y seis decimales del número “PI” y nos dijo que si alguno tenía tiempo, podía entretenerse memorizando los afluentes del río Amazonas con el nombre de los hechiceros de los pueblos de la vertiente austral. 
Justo detrás de mí, se había sentado una niña con trenzas de macarrones rizados y lazos de bizcocho de soletilla que no paraba de darme toquecitos en el hombro derecho. Yo, al principio, no me atrevía a volverme por si me veía el enano que continuaba subido en sus zancos mientras se atusaba los tirabuzones; después pensé que yo le debía gustar porque cada vez era mayor su insistencia, luego supe que sólo quería una de las hombreras de mi casaca de coracero, que era de color escarlata y estaba bordada con hilitos de oro que parecían espaguetis dorados. 
El que fabricó pelotas de ping-pong en Nueva York, como estaba acostumbrado a infringir la ley, nos invito a la niña de las trenzas y a mí a escaparnos de la escuela cuando saliésemos al recreo. Cogimos uno de los camellos que siempre merodean por la puerta de los colegios y nos dirigimos a un pequeño bosquecillo de saúcos que estaba a las afueras del campo. Como aquel era año bisiesto y se habían disuelto las cortes para celebrar nuevas elecciones,  las nubes se habían declarado en huelga y la floración del saúco venía con retraso por lo que apenas si pude encontrar alguna sayuguina blanca para regalársela a la niña de las trenzas que ya se había hecho mi novia. 
El salteador de caminos, sin disimular sus celos, dijo que había encontrado para ella una preciosa nuez moscada con endocarpio dorado y los cotiledones de oro y chocolate, lo que suponía un asombroso portento; porque ya se sabe que la nuez suele tener un endocarpio duro, pardusco, rugoso y dividido en dos mitades simétricas, que encierra dos cotiledones gruesos, comestibles y oleaginosos, pero nunca hasta ahora se había visto un endocarpio dorado y muchísimo menos con unos cotiledones de chocolate y bañados en oro de dieciocho quilates.
Ella, en tanto yo buscaba la flor blanca del saúco, que solamente los más eruditos saben que se llama sayuguina, se conformó con la nuez de endocarpio dorado, que había encontrado el emigrante manchego y después de darle las gracias, la colocó en la hombrera que yo le había regalado y que ahora, puesta boca arriba, parecía un tálamo nupcial. 
Nuestra aventura terminó pronto porque un escuadrón de lechuzas, montadas en patinetes de andar por casa, nos descubrió y no tardaron en avisar por telepatía sin hilos, al enano gigante que hizo sonar la sirena de la escuela y mandó al cuerpo nacional de buscadores de causas perdidas para que nos diesen alcance. 
Nosotros nos escondimos debajo una de las mitades del endocarpio hasta que pasaron de largo nuestros perseguidores, y  sin perder más tiempo, regresamos en un tiovivo que tenía elefantes con los colmillos de mazapán, unicornios cojitrancos, naves espaciales con el fuselaje de caramelo y un coche de bomberos tirado por una reata de llamas amaestradas. 
Afortunadamente, llegamos al colegio antes de que mi nieto fuese a recogerme, por lo que mis padres nunca llegaron a enterarse de mi travesura, y están maravillados de que a mis años demuestre tanto interés por aprender y no me tengan que despertar por las mañanas para ir a la escuela donde, ellos no lo saben, me espera la niña que me pidió la hombrera de mi casaca y que todas las mañanas me invita a desayunar lazos de bizcocho de soletilla, que están deliciosos.  

Fotos de los finalistas con el Jurado.
Manuel Carrasco con Fernando Schwartz, Ángeles Bandres y Benigno Moreno director de RNE,

Manuel Carrasco junto a la presentadora Ángeles Bandrés.


Fotografías de Araceli Carrasco.

EL AMO CAPITULO XIX


Todo el pueblo se había echado a la calle. Las manifestaciones recorrían las principales avenidas de la capital, desde la Carrera de San Jerónimo a la Plaza de Oriente. La puerta del Sol, la Plaza Mayor y la Gran Vía estaban repletas de manifestantes con grandes pancartas, vitoreando a la República y lanzando “mueras” al Rey, que había tenido que salir del país esa misma noche.
El pueblo no podía resistir la situación de total penuria económica y los políticos no habían sabido poner coto a la degradación a que había llegado la vida política y social de España. En las últimas elecciones municipales que se terminaban de celebrar los monárquicos habían ganado en los pueblos pequeños, como había ocurrido en Recondo, pero los republicanos lo habían hecho en las grandes capitales. El pueblo lanzado a las calles había obligado a las Cortes a proclamar la República.
Los más exaltados provocaban graves disturbios por toda la ciudad. Hubo intentos de asalto en iglesias y conventos, algunos curas fueron atacados y la inseguridad se adueñó de las calles. El gobierno había decretado la amnistía para los delitos políticos y en el ambiente se respiraba una euforia contenida en el pueblo, pensando que con la proclamación de la República se iniciaba la solución de la mayoría de sus problemas. La alta burguesía se había encerrado en sus casas intentando no provocar a las clases trabajadoras que durante estos días se había adueñado de las calles. En los pueblos la situación realmente no había cambiado casi nada. La clase dominante controlaba todos los resortes del poder político, social y económico y no iba a permitir que las leyes que dictase la nueva República tuviesen vigencia en su vida cotidiana.
Fueron especialmente graves los sucesos ocurridos en la mañana del día 10 de mayo. Los partidarios del depuesto rey Alfonso XIII iban a inaugurar en la calle de Alcalá el Círculo Monárquico. Al escucharse desde la calle los acordes de la Marcha Real, algunos viandantes intentaron asaltar el edificio y tuvieron que intervenir las fuerzas de orden público.
Se empezó a propagar por toda la ciudad la noticia de que un taxista había sido asesinado por los monárquicos en los enfrentamientos y un grupo de exaltados se dirigió al edificio del periódico ABC para incendiarlo. Aunque la Guardia Civil logró evitar el asalto, en los enfrentamientos varias personas resultaron heridas, lo que contribuyó a preparar los lamentables sucesos que ocurrieron los días siguientes.
Varios edificios religiosos fueron asaltados. Se quemó una casa de los Jesuitas en la calle Isabel la Católica con su iglesia y la biblioteca que guardaba más de 80.000 volúmenes, entre ellos muchos incunables y ediciones príncipe de los principales autores españoles del Siglo de Oro.
Ardió también el Colegio de la Inmaculada y San Pedro Claver y el Instituto Católico de Artes e Industrias de la calle Alberto Aguilera, el Centro de Enseñanza de Artes y Oficios de la calle Areneros, la Parroquia de Santa Teresa y San José de los Carmelitas Descalzos de la Plaza de España, el Colegio del Sagrado Corazón de Chamartín, el Convento de las Mercedarias Calzadas de San Fernando, y varios edificios religiosos más por todo Madrid.
Quedó en la memoria colectiva con el nombre de “La quema de los Conventos de Madrid” y muchos lo justificaron considerando que era la respuesta lógica a la pastoral que el Cardenal Pedro Segura había publicado unos días antes, en la que instaba a los fieles a unirse para salvar los derechos amenazados  de la Iglesia; lo que para muchos republicanos era una declaración de guerra, y que ayudó a incrementar el sentimiento anticlerical de muchos ciudadanos
Pero, poco a poco, la vida de la ciudad se iba normalizando y poco o nada había cambiado para Rosa y sus hijos. Rosita estaba preparando su boda con un joven dependiente de una tienda textil de la calle Pontejos, que había conocido cuando acompañaba al señor Emilio para comprar las telas para los trajes de torero. Evaristo, que así se llamaba el buen mozo, era de un pueblo de Toledo llamado Menasalvas, y había llegado a la capital buscando nuevos horizontes, porque el pueblo no ofrecía a los jóvenes ninguna salida laboral, como no fuese la de permanecer ligado a la tierra, dependiendo únicamente de los jornales que quisiesen pagar los dos o tres terratenientes que eran los dueños de todo el pueblo.
A Rosa le había parecido bien la elección de su hija y se iniciaron los preparativos de la boda. Rosita había cambiado de trabajo y ahora bordaba para un taller muy importante que la habían admitido porque eran clientes conocidos de la tienda donde trabajaba Evaristo. Se iban a ir a vivir de alquiler a una pequeña vivienda en una corrala de la calle Sacramento y con el sueldo de los dos podrían ahorrar para en unos años buscar una vivienda mejor.
En realidad la boda no tenía mucho que preparar. Los padres del novio vivían demasiado lejos y eran demasiado pobres para venir hasta la capital sólo para la boda del hijo. Nicomedes tenía dicho que él no podía venir a la boda de la niña, para evitar que alguien lo pudiese reconocer y que la noticia llegase a Recodo y tuvieron que recurrir de nuevo al trabajo que le mantenía tanto tiempo alejado de la familia; no obstante mandó al Monte de Piedad cien pesetas, para que Rosa pudiese hacer un buen regalo a los novios.
Por tanto, el acompañamiento se iba a reducir a la madre de la novia, a Genaro que iba a ejercer de padrino y Emilita, su novia, a una hermana de Evaristo que estaba sirviendo en la casa de un anticuario que tenía la tienda en la calle Toledo y que sería la madrina, el dueño de la tienda de telas, la dueña del taller de bordados, y la Julita, la señora Susana, su marido el señor Braulio y el señor Emilio, los vecinos de la casa.

La ceremonia se celebró en la Iglesia de los Paúles. La novia lucía un traje negro de crespón, y un mantoncillo bordado que era regalo del señor Emilio, que había llegado a tomar un gran cariño a la joven. Después, la madre de la novia ofreció a todos los asistentes una suculenta comida en su casa. En la salita colocaron la mesa de los patrones que habían bajado del taller del señor Emilio; trajeron sillas de las casas de los vecinos; añadieron platos,  vasos y cubiertos de la vajilla y la cristalería de la señora Susana; sacó un mantel que le regaló el Amo cuando deshicieron la casa de sus padres, con lo que la mesa nupcial no desdecía en nada a la del mejor restaurante de Madrid. Preparó unas chacinas de aperitivo, un guiso de carne de ternera, y de postre unos dulces típicos de Recondo, que llamaban pestiños, con una copita de aguardiente anisado también típico de allí. El novio obsequió a los hombres con unos puros habanos que había conseguido de estraperlo.
Genaro ya había cumplido los veintitrés y estaba trabajando en la tienda de velas de don Bernardo, el protector de Julita. Cuando terminó el Colegio con don Lorenzo, gracias a los buenos oficios de la vecina, el muchacho  entró a trabajar en “La Cera Virgen” donde empezó a conocer todos los secretos de la industria cerera y a relacionarse con parte del clero de la Corte que eran los principales clientes de la tienda; también daban servicio a clientes particulares que todavía utilizaban este medio como alumbrado de las casas aunque poco a poco iba disminuyendo este mercado. Allí también conoció a Emilita, la hija del jefe que no tardó en enamorarse de ese muchacho tan simpático y sanote que desde un principio había puesto sus ojos en ella.
Cuando pensaron en preparar esta boda, sí se plantearon más problemas a la hora de justificar la ausencia paterna. Los padres de Emilita pertenecían a la burguesía acomodada de la capital, con muy buenas relaciones con las autoridades eclesiásticas, y no iban a admitir la situación familiar del novio. Por lo tanto era necesario buscar una escusa inapelable que impidiese la presencia del  padre.  
Decidieron organizar todo como si él fuese a estar presente. En una de sus visitas, Rosa le convenció para que conociese a la novia de Genaro y que era necesario hacer frente a los gastos de la boda que debía estar en consonancia con la categoría de la familia de la novia. Él, como solía ocurrir cuando era un tema de dinero, no puso ninguna objeción a pagar la parte proporcional de los gastos, pero mantuvo inalterable su decisión de no asistir a la ceremonia.
Dos días antes de la boda se recibió un telegrama anunciando que don Nicomedes, comandante del mercante “La Colonial” estaba retenido en Génova, por no se sabía qué asuntos de aduanas, que no se podrían solucionar en, por lo menos, una semana. Lo inminente de la ceremonia y estando ya hechos todos los preparativos, hacían imposible aplazarla, por lo que la ausencia del padre del novio quedó para todos ampliamente justificada.
La ceremonia tuvo lugar en la Colegiata de San Isidro, oficiando la misa don Emiliano, el canónigo tío abuelo de la novia, que pronunció un sentido y emocionado sermón, exaltando las virtudes de María Emilia, él nunca empleaba el diminutivo para referirse a su sobrina, a la que también había bautizado.
Después, el banquete se celebró en Casa Botín, bajo el arco de Cuchilleros, muy cerca de la Iglesia, junto a la Plaza Mayor. Por parte de la familia de la novia hubo más de cuarenta invitados, entre los que se encontraban el deán de la catedral y varios clérigos de alto rango que tenían una influencia directa en las relaciones comerciales de “La Cera Virgen” con la Jerarquía eclesiástica. Por la familia del novio, Rosa que fue la madrina, su hermana y cuñado, y la tía Mercedes, hermana de la madre, que había llegado expresamente desde Recondo para esta celebración. La Julita no podía ir porque no querían poner en un compromiso al padre de la novia, aunque ninguno de la familia conocía su existencia.
Los recién casados se irían a vivir a un piso, encima de la tienda de velas, que les habían preparado los padres de la novia, para que pudiesen atender el negocio sin necesidad de hacer grandes desplazamientos, porque últimamente la capital se estaba poniendo imposible con todo el tráfico que había por las calles.
En su siguiente visita, el Amo había traído un pañuelo de seda italiana, como regalo para la novia y como justificante de su estancia en esas tierras, aunque lo había comprado Rosa, unos días antes, en una tienda muy elegante de la calle Fuencarral.
Desde que se habían casado los dos hijos y la Rosa estaba sola en casa, las visitas del Amo eran más frecuentes. Y no ya por los motivos de antaño, sino porque aún le gustaba contarla sus hazañas.
En una de estas visitas contó lo que le había pasado justo al día siguiente de proclamarse la República.  Se llamaba Juanita  y era una muchacha muy bonita a la que había echado la vista desde que entró a servir al Solar. Era menuda y muy poquita cosa pero estaba muy desarrollada y tenía dos buenas tetas. Estaban solos en la casa y la arrinconó en el dormitorio. Hizo que se desnudase delante de él y la obligó a chupársela. Ella se resistía pero él la agarró por los pelos y puso su cabeza entre sus piernas… Entonces ella vomitó y él la sacudió un bofetón…
- Y la salvó que llegó mi primo el Alcalde para anunciarme lo de la proclamación de la República, que si no… Y la sinvergüenza todavía decía que era virgen y que no lo había hecho nunca, ni con su novio… Que digo yo, ¿Es que los jóvenes de ahora son todos maricas?...  Luego la muy puta se fue de casa sin despedirse y no volvió más por el Solar…
- Amo, un día te vas a meter en un buen lío. Las cosas están cambiando y ya no se puede ir por ahí avasallando a la gente. Tienes que tener cuidado, que ahora los sindicatos tienen mucha fuerza y si te denuncia esa muchacha te puede complicar mucho la vida… No pienses que ahora son las cosas como antes… como cuando lo nuestro… ahora es diferente, y ya no se tiene respeto a los señores… ¡Tienes que tener cuidado!
- Ya sabes que en Recondo nunca pasa nada…
- Pero no se habrá enterado nadie… ¿Ella no lo habrá dicho, no?
- ¡Qué se yo!... la verdad es que el otro día, me había tomado unas copas en el Casino y se me fue un poco la lengua… ya me conoces, me gusta presumir… y además ella me estaba provocando siempre y se lo tenía merecido… Yo no sé cómo, pero se enteró mi mujer y me tuvo “castigado” durante casi un mes sin dejarme venir a Madrid… Ya te he contado cómo se las gasta doña Margara…
- Amo, tienes que tener más cuidado, que ya no es lo mismo y ahora puede pasar cualquier cosa.
Rosa, que le conocía bien y sabía cómo pensaba, se preocupaba porque pensaba que algún día alguien podía darle su mercido. En situaciones como esta, ya no sabía si le tenía lástima, si le despreciaba, o si aún sentía algo por él. Tenía ya más de cincuenta años. Su aspecto había cambiado demasiado. Su vientre prominente, sus piernas flácidas, su cara siempre demasiado roja, sus ojos que parecían tener dificultad para abrirlos, su mirada siempre esquiva, su pelo cada vez más escaso y su boca demasiado carnosa con unos labios en los que resaltaban unas pequeñas venitas de color morado, le daban un aspecto algo repulsivo si no fuera porque todavía le debía tener algo de cariño.
En muchas de estas visitas, el Amo ya ni le exigía lo que doña Margara llamaba el débito conyugal.
Y también, desde que se habían casado sus hijos, como Rosa se encontraba muy sola en casa y las visitas del Amo no ya no eran demasiado frecuentes, siempre con mucho cuidado y sin que nadie se enterase, Silverio solía pasar algunas noches para dormir con ella, procurando salir muy de madrugada para que ni la Julita pudiera enterarse.

miércoles, 20 de junio de 2012

¿QUIEN DIJO CRISIS? LA VIDA SIGUE IGUAL...

Somos propensos a olvidar pronto lo malo. Lo bueno es que existen hemerotecas donde podemos encontrar informaciones que nos dicen que la historia es un ciclo que se va repitiendo periódicamente, y que parece seer que nosotros no estamos muy dispuestos a solucionar nuestro problemas de una vez por todas.
Os dejo varias portadas del "Hermano Lobo" semanario de humor dentro de lo que cabe, de los años 1972 a 1976 que podrían valer para estos días sin perder nada de actualidad. 
Habrá que tomárselo con un poco de humor:

Por cortesía de mi amigo Alfonso.

¡Oye, y por entonces no estaban ni Zapatero ni Rajoy, creo!

martes, 19 de junio de 2012

EL AMO. CAPITULO XVIII


Pero todo este asunto del chico del señor Justino le hizo pensar a Rosa en la situación de las gentes que había a su alrededor. Realmente ella era una privilegiada. Lo que se veía a diario por la calle mostraba la miseria generalizada en la que vivía el pueblo. Los pordioseros llenaban plazas y calles; cientos de mendigos que se ganaban la vida implorando la caridad pública, y que no tenían más alternativa que la delincuencia. Y muchas mujeres terminaban inexorablemente en la prostitución, al no tener medios decorosos para poder subsistir, olvidando, si era preciso, hasta el ilustre linaje de sus progenitores. Le había dicho su vecina Juanita que había oído que más de la mitad de las mujeres de Madrid, de una u otra forma, ejercía o había ejercido la prostitución. Y lo explicaba así:
- Mira, Rosita, una parte son las que han sido seducidas por sus amantes, como nos ha ocurrido a nosotras, otra parte son criadas que no ganan lo suficiente y tienen que buscarse la vida como pueden, y el resto han llegado a esto por la miseria; unas pocas, son modistillas y algunas, hasta que han sido vendidas por sus propias familias… Nosotras somos de las privilegiadas, que podemos vivir una vida decente y somos respetadas… pero en nuestro caso hay muy pocas… Lo dicho, Rosita, nosotras hemos tenido mucha suerte…
Pero este asunto también tuvo otra repercusión para ella y sin que, al principio, fuese consciente de sus consecuencias. Lo ocurrido había arruinado la vida del señor Justino y del resto de sus hijos. Aunque las autoridades llegaron a la conclusión de que ni el padre ni los demás hijos eran conocedores de lo que había ocurrido ni habían cooperado en el crimen, el hecho es que afectó a su vida personal y a su trabajo. La noticia había corrido por todo el barrio y los clientes tenían miedo de llevar su calzado al taller de un criminal, porque las disquisiciones entre culpabilidad e inocencia son difíciles de discernir y es más fácil determinar la culpabilidad de todos, que aunque hubieran quedado libres, sabe Dios, si no estaban también compinchados.
Como había bajado el trabajo, era frecuente ver a los hijos entrar y salir del taller, en el que muchas veces sólo quedaba el padre que no salía de allí porque decía que no tenía ánimos para ver a nadie. Silverio, el mayor, que aún seguía soltero, seguía siendo un hombre amable y simpático y muy apreciado por todos los vecinos y era considerado como uno más de la casa.
Rosa se paraba a veces en el portal para charlar un rato con él, y más ahora que le veía más triste y cabizbajo por todo lo que había ocurrido y por el giro que había dado su vida, por la falta de trabajo y por ver cómo les rehuían incluso sus antiguos amigos.
- Muchas gracias señora Rosa, ya sé que todo esto tendrá que cambiar, pero lo estamos pasando muy mal… sobre todo mi padre, que no sé si lo va a resistir… Dice que no quiere vivir, y yo creo que no va a ser capaz de sobreponerse…
Y se le saltaban las lágrimas; lo que difícilmente no ablandaría el corazón de una mujer y más tratándose de un hombre hecho y derecho, y además bueno, amable y todavía bien plantado.
- Tienes que tener ánimos, Silverio, ya verás, todo esto pasará…
Le cogió instintivamente de la mano y él apretó la suya trasmitiéndola una sensación desconocida para ella. Su piel captó un sentimiento de ternura y verdadero afecto que nunca había sentido. Fueron no más de cinco segundos. Ella apartó su mano, pero sus ojos se encontraron con los del hombre y sus lágrimas parecieron reproducirse en sus propios ojos.
- Gracias, muchas gracias, señora Rosa…
Él, como todos los vecinos, conocía su situación; pero también, como todos ellos, lo disimulaba y hablaba del señor que venía a verla como si realmente fuese su marido que era marino y tenía que pasar mucho tiempo fuera por culpa del trabajo.    
- Dime Rosa, soy más joven que tú.
Ella subió precipitadamente los dos tramos de escalera que daban a rellano del primero, él entró en el taller. Los dos sabían que algo podía haber nacido entre ellos, pero Rosa se resistía a admitirlo. Él había encontrado un aliciente para seguir viviendo. Durante las siguientes semanas Rosa trató de evitarle y si se encontraba con él en el portal pasaba junto a él sin detenerse y casi sin atreverse a mirarle.

Y un día de esos volvió el Amo, como siempre sin previo aviso para quedarse unos días. Esta vez le encontró más despótico y más intransigente; dijo que no estaba de humor para hablar de sus aventuras amorosas, lo que realmente era sorprendente porque era prácticamente su tema preferido de conversación. Sin embargo pareció estar más atento con los niños y se interesó de los progresos de Rosita en el bordado y del aprendizaje del niño en la escuela.  Y el primer día se fue a la cama nada más terminar de cenar y cuando ella llegó con un camisón nuevo que se había comprado, él ya dormía plácidamente.
Al día siguiente después de prepararle el café con una rebanada de pan tierno que ya había traído de la compra, con aceite y azúcar, acercó una silla para sentarse junto a él. Rosita había subido a bordar con el sastre y el Genarín estaba en el colegio.
-¿Te pasa algo, Amo?
- Margara no me deja vivir. Se ha propuesto que no pueda acercarme a ninguna de las criadas y está detrás de mí todo el día. Dice que le ha dicho el cura que ella tiene la culpa de que yo sea así, porque no quiere tener relaciones conmigo… y se ha empeñado en que todos los días tengamos fiesta. Si es como un saco de patatas… y claro, así no se me levanta… Ella se pone a llorar, dice que no la quiero, intenta ponerse amorosa… pero no sabe…
- Pues enséñala tú… dile lo que tiene que hacer… lo que a ti te gusta… lo que yo te hago…
- ¡Tú estás loca! ¿Cómo me va a hacer ellas las guarradas que tú me haces?
- ¿Estás diciendo que yo soy una guarra?
- ¡Déjate de tontunas y vamos a la cama, que ahora me he animado!
Por primera vez el Amo le pareció un ser despreciable y cruel. Hasta ahora no había querido ver la realidad y se había querido engañar ella misma. Intentaba disculparle, decirse que era como un enfermo que no se podía controlar, y que con ella se había portado bien y que a veces parecía que la quería… Pero en ese momento se le pusieron delante todas las jóvenes criadas a las que había tomado por la fuerza, todas a las que había destrozado su vida, la misma doña Margara que bien estaba pagando su engaño, para atraparle, con una vida llena de desprecio y soledad a pesar de su posición económica. Y se vio a ella misma como la más furcia de las mujeres, que se había vendido por una vida regalada y sin trabajo a cambio de reírle sus fechorías y de satisfacer sus más depravados deseos sin recibir una muestra de ternura y verdadero cariño. Él parece que también esta mañana quedó satisfecho, pero ella tuvo que ir al retrete a vomitar.  
Siguió muy raro los días siguientes; salieron dos tardes de paseo con los niños y se volvió a Recondo, aunque no dijo cuando pensaba volver.
A la mañana siguiente bajó al bajo a dejar unas sandalias del niño, que no es que fuese demasiado urgente su reparación, para que les arreglasen las suelas que se había desgastado. Estaba sólo el señor Justino, al que encontró muy desmejorado, quien prometió que se las arreglaría rápidamente porque ahora, desgraciadamente, no había demasiado trabajo; pero que no se molestase que él o alguno de sus hijos se las subirían cuando estuviesen arregladas.
Ella había pensado que vería a Silverio y ahora se dijo para sí que ojala fuese él quien las subiera. Sólo este pensamiento la hizo ruborizarse y eso que nadie la veía. Nadie llamó esa tarde a su puerta a excepción de Rosita cuando volvió de buscar a su hermano del colegio.
Estaba sola en casa, ya había tomado la leche con achicoria y un trozo de pan del día anterior. Se azaró cuando golpearon la puerta y salió a abrir atusándose el pelo.
- Buenos días, Rosa, vengo a traerte las sandalias del chico.
- Entra, Silverio, ¿Cuánto es?
- No, nada, no tiene importancia… no es nada.
- De ninguna manera, ahora están las cosas mal y tienes que cobrarme, si no, ya no volveré a llevaros más trabajo…
- Bueno… si te pones así, es un real…
Ella entró en la cocina, para sacar los veinticinco céntimos…
- ¿Quieres un poco de leche con achicoria? Lo acabo de preparar…
Él se atrevió a cogerla por la cintura y la besó en los labios. Ella no se resistió y le atrajo hacia el dormitorio. Él no era demasiado experto en estas artes pero suplió sus carencias con un respeto y una ternura a los que ella no estaba acostumbrada. Su torpeza y precipitación a ella le parecieron delicadeza y amor descontrolado.
Cuando terminaron no sabía si había sido demasiado corto o que a ella se le había pasado el tiempo sin sentir. Durante unos segundos permanecieron tumbados en la cama cogidos de la mano. A sus edades, ya las necesidades amorosas tenían unos ritmos más pausados y unas urgencias menos perentorias. Ella, realmente no necesitaba un amante, sólo necesitaba un amigo. Él se levantó un poco azarado y la volvió a besar en los labios. Ella le correspondió, pero antes de que se marchara, le cogió por la mano…
- Esto no se puede repetir… no sería bueno para ninguno de los dos... No quiero que mis hijos se puedan enterar y mucho menos que se entere mi Amo y pierda todo lo que tengo… Gracias Silverio, pero esto no se puede repetir.
Sólo se enteró la Julita que siempre estaba al acecho y nadie se explicaba cómo podía enterarse de todo lo que pasaba en la escalera. Pero ella era una amiga y su secreto estaba a salvo.

lunes, 18 de junio de 2012

domingo, 17 de junio de 2012

SONETO AL AJO FINO DE CHINCHÓN



Los duros surcos  fueron su regazo,
las  nanas de la escarcha y  el rocío
le arrullaron; dormido por el frío      
la primavera le meció en sus brazos.

Lluvia y sudor, en fraternal abrazo,
le regaron, y nació con tal brío
que los primeros soles del estío
hicieron madurar al tierno ajo.  

Blancas manos de moza enamorada
en ristras artísticas le trenzan,
para acabar muriendo en el fogón.

Los huevos, las patatas, la ensalada,
el pollo y el conejo condimenta,
el ajo blanco y fino de Chinchón.

Todo es de fabricación casera.