sábado, 14 de abril de 2012

jueves, 12 de abril de 2012

EL AMO. CAPITULO II


En el mismo rellano, en la puerta número uno,  vivía el señor Cosme y la señora Enriqueta, un matrimonio mayor, a quien le dieron el piso a cambio del cincuenta por ciento del solar del edificio que era de su propiedad. Vivían solos, porque los hijos eran ya mayores y se habían ido a vivir al ensanche.
En el número uno de la segunda plata, vivía don Emilio, un señor de unos cincuenta años que estaba soltero, a quien cuidaban el señor Braulio y la señora Susana, su esposa, a los que había cedido una habitación a cambio de sus servicios de limpieza y la comida. Después se enteró que era sastre especializado en trajes de torero y que los vecinos le apodaban “Figurines”.
Y en la número dos de esta planta, vivía Julita, que era la mantenida de don Bernardo, un industrial cerero que tenía un comercio junto a la Colegiata de San Isidro, en la calle de Toledo. Venía a verla los martes y los jueves, pero nunca se quedaba a dormir toda la noche. Ella también solía recibir algunas visitas masculinas el resto de los días, pero siempre con mucha discreción y no se le conocía ningún escándalo.
En la tercera planta de esta misma escalera, había dos viviendas que se habían reservado los constructores del edificio y que dedicaban al alquiler, por lo que por allí pasaban distintos inquilinos, que iban variando periódicamente.
En el bajo había un taller de zapatería de viejo, que regentaba el señor Justino, viudo y con cinco hijos, todos varones, que trabajaban con él en el taller. No paraba de entrar gente a traer o llevarse el calzado. El mayor de los hijos, Silverio, debía tener unos veinticinco años, moreno, apuesto y además muy simpático, siempre con una sonrisa en la boca y un requiebro en los labios. Sin duda era un inmejorable reclamo para la clientela femenina. No tenía acceso desde la calle, y los clientes tenían que acceder desde el portal.
En el otro local de la planta baja del edificio, que sí tenía puerta a la calle, había una bodega, que también era taberna, en la que se despachaba vino a granel. El vino llegaba desde la Mancha y desde Arganda, Recondo y Navalcalnero. También se vendía un buen vermú; sifón y agua de gaseosa en envases retornables. Este negocio daba un ambiente bullicioso a esa parte de la calle, aunque a veces los vecinos se quejaban del ruido que en ocasiones se prolongaba más de lo deseado. El señor Severiano que regentaba el local y al que ayudaba la señora Remedios, su esposa, no se había devanado demasiado los sesos para buscar un nombre a su establecimientos y sobre la puerta había encargado un cartel en el que sólo se leía “Bodega”.Hasta aquí llegaba cada semana el tío Francisco “Bigotes” para traer el vino de las bodegas de Recondo, después de hacer el reparto en otras bodegas de la zona y en el Mercado de la Cebada.
Cuando Rosa llegó con sus padres para organizar la casa, se había traído legumbres, aceite, huevos, harina, algunas frutas, pasta de la que hacía su madre, algunas conservas de tomate en botellas de vino, patatas y un poco de la matanza: unas morcillas, algo de tocino, unos chorizos y un buen trozo de paletilla. Tenía que estar bien provista por si el Amo venía a visitarla.  Además ayer, cuando él vino, dejó en un sobrecito los ciento ochenta reales correspondientes al mes, según había convenido, a razón de seis reales diarios, que era el sueldo de los mozos de la casa, y un poco más de lo que ganaba cuando era la criada en la casa de los padres del amo.
Tenía que salir a comprar el pan, la leche y un poco de carne, porque hoy iba a poner un cocido para comer, y así la sopa le podría valer para la cena, incluso le quedaría también para comer mañana. Cogió tres reales del sobre que había guardado en lo que ella decía su caja fuerte que no era otra cosa que una lata cuadrada de conserva de carne de membrillo, donde también había guardado su cédula y el documento que le había firmado el Amo, autorizándola a vivir en la casa. No tenía muy claro cuales serían los precios en la capital, pero estaba segura que con los tres reales tendría suficiente.
Cogió el capacho. Se echó la toquilla por los hombros, porque la mañana era fresquita; se santiguó,  cerró la llave de la puerta, bajo los dos tramos de escalera y salió a la calle. Lo de santiguarse era una costumbre que tenía arraigada del pueblo, donde las mujeres tenían la costumbre de hacerlo cuando salían de las casas, y estaba mal visto si alguna no lo hacía.
Todo le era extraño. No conocía a nadie ni nadie parecía fijarse en ella. En varias ocasiones estuvo a punto de saludar a dos señoras que se cruzaron con ella, como también estaba acostumbrada en el pueblo, pero allí nadie saludaba a nadie. Se dirigió hacia la Plaza de San Marcial; unas puertas más abajo había una tienda de ultramarinos, pero no pasó; quería explorar la zona. Cuando llegó a la plaza, cambió de acera y subió hacia la Plaza de Santo Domingo.
Una mercería en el número 21 que se anunciaba como la “Pettite Parisienne”, tenía tres blusas para señora en el escaparate junto con varias muestras de bordados, “entredoses” y botones cosidos en unos cartones de color negro. Se paró un momento, pero siguió su paseo. Enfrente una frutería y a cincuenta metros la “Panadería Vienesa”. Entró. No era como las panaderías de Recondo, donde sólo había pan candeal. Allí había “vienas”, barras, panecillos, bizcochos y el olor inconfundible del pan recién salido del horno.
- Buenos, días. Una barra de pan… pequeña.
- Buenos días… señora, ¿La quiere más o menos cocida?
La dependienta dudó en llamarla señora o señorita. Por su cara hubiera dicho señorita, pero se fijó en su vientre algo abultado, y ya no dudó en saludarle con una amplia sonrisa.
- Bien cocida, por favor.
- ¿Es nueva, por aquí, no? 
- Si, ayer mismo llegué a Madrid. Vivo ahí abajo, en el número diez. ¿Qué le debo?
- Son cinco céntimos. Bienvenida, y espero verla a menudo por aquí.
Al salir le llamó la atención un calendario con la imagen del Sagrado Corazón de Jesús, igual que uno que había en su casa, con el año 1898 sobre la orla de la corona, y estaban tachados todos los números del mes de mayo hasta el día veinticinco.
Dos puertas más arriba, la “Lechería”, donde pidió un cuartillo de leche, que le pusieron en la lechera de zinc que sacó del capacho. Su madre había dicho que en su estado era necesario que todos los días tomase un vaso de leche, porque ahora tenía que tomar calcio para que el niño saliese fuerte y sano. Pagó los diez céntimos y se fijó como el lechero no apartaba los ojos de su tripa, aunque bien pudieron ser figuraciones suyas y no dijo nada.
Ya llegando a la Plaza de Santo Domingo, entró en “Carnecería Tomás” que ofrecía lustrosas piezas de carne colgadas en los ganchos que había encima del mostrador. El que debía ser el señor Tomás saludó con la vista cuando la vio entrar, aunque siguió atendiendo a las dos señoras que ya estaban en la tienda. Cuando terminó con ellas, y luciendo su mejor sonrisa, se dirigió a ella.
- ¿Qué le puedo poner a esta jovencita, tan guapa, a la que no conozco?
- Sólo quiero mitad de cuarto de carne de vaca… de morcillo, si puede ser…
- Por supuesto que puede ser. Las señoras tan jóvenes y tan guapas, aquí en  Casa Tomás, pueden pedir lo que quieran y si no lo hay, lo fabricamos, faltaría más.
Pagó los treinta y cinco céntimos que le pidió el carnicero y salió un poco azorada sin atreverse a mirar hacia atrás, donde el señor Tomás se recolocaba el lápiz en la oreja izquierda y hacía un guiño malicioso al ayudante que estaba despiezando un costillar de cordero, mientras hacía signos del abultamiento de la tripa de la muchacha, y musitaba algo así como “que era demasiado joven para estar preñada”, aunque esto ella no lo llegó a oír. 
Al volver a casa, se encontró a la señora Susana, la que cuidaba al sastre, a la que había conocidos unos días antes, cuando llegó con sus padres.
- Hola, hija mía, ¿Cómo te arreglas en la nueva casa?
- Muy bien, señora Susana, me estoy acostumbrando a todo esto, que es nuevo para mí.
- Ayer me crucé en la escalera con tu marido. Es un muchacho muy apuesto, aunque me pareció algo retraído. 
- Sí, es un poco vergonzoso, pero cuando se le conoce, es muy diferente.
- ¿Pero se marchó muy pronto, verdad?
- Sí tuvo que marcharse ayer mismo, por razones de trabajo…
- Pues nada hija, que me alegro que te estés adaptando a la nueva vida… Y ya sabes, si necesitas algo de nosotros, no tienes más que pedirlo.
- Muchas gracias señora Susana, lo mismo le digo…
- Adiós Rosita. Que tengas un buen día.
Abrió la puerta de la casa, la volvió a cerrar cuando entró y fue a dejar las compras en la cocina. Su madre se lo había repetido cientos de veces: “Rosita, cierra la puerta cuando entres, que en Madrid nadie sabe lo que puede pasar”.
Aunque todos la llamaban Rosa o Rosita, en realidad se llamaba Rosario. María del Rosario Buitrago Martínez, aunque sólo su padre la llamaba así. Había nacido en Recondo el quince de febrero de 1877, por lo que hacía tres meses que había cumplido los veintiuno, aunque realmente aparentaba algunos menos.
La noche anterior había puesto en agua un puñado de garbanzos, con un poco de bicarbonato, que pronto se dio cuenta que no era necesario, porque el agua de la capital era mucho mejor que el del pueblo y no era necesario echar bicarbonato. Encendió unos trozos de papel de un periódico atrasado, puso unas tablitas encima y colocó unos troncos de madera en el hogar de la cocina, llenó de agua un puchero de barro y lo puso sobre las llamas. Iba a prepararse un buen cocido con toda la parsimonia del mundo, porque hoy tampoco tenia nada más que hacer.
Ya a la caída de la tarde le dio por llorar. Últimamente se le debían haber aflojado los lagrimales y con poco los ojos se le empañaban de lágrimas. Se había puesto el sol por detrás de los árboles de la plaza de San Marcial y se atrevió a abrir las puertas del balcón de la salita y con las luces apagadas se acodó en la barandilla con la vista perdida en el horizonte que aún teñía de escarlata las nubes que parecían huir del bullicio de la gran ciudad. En el pueblo también le gustaba mirar las estrellas asomada a la ventana de su habitación, pero allí había silencio y aquí mucho más bullicio, sobre todo en estas noches de principio del verano, cuando se empezaban a formar las tertulias en las puertas de las casas, que se prolongaban hasta las tantas. Muchas noches ésta iba a ser su compañía, aunque tardaría muchos años en incorporarse ella también a la reunión con los vecinos.
Sólo tenía veintiún años, antes no había salido del pueblo y siempre se había sentido acompañada y segura con sus padres y con su hermana. Aquí sola, tenía miedo y tenía horror a meterse en la cama y dar vueltas y más vueltas sin lograr conciliar el sueño. Además, por las noches siempre tenía mal cuerpo y algunas veces tenía que levantarse porque en la duermevela tenía sueños espantosos en los que un monstruo que se parecía al Amo, quería sacarle el niño de su vientre. Luego se calmaba y dormía tranquila hasta el día siguiente.
Notó que sentir el frescor de la anochecida en su cara le hacía bien y así estuvo hasta que el relente de la noche aconsejaba cerrar la ventana y prepararse el plato de sopa que le había quedado de la comida.
En la sobremesa le dio por pensar que posiblemente la situación no fuese tan mala. ¿Qué era lo que ella podía esperar de la vida? Su padre jornalero, su madre criada lo mismo que ella y su hermana. El Julián, que iba detrás de ella, también jornalero y sus padres, unos muertos de hambre.  En uno o dos años se hubieran casado y se habrían ido a vivir con sus suegros en una casa inhóspita y teniendo que cuidar a los viejos y a los hijos que irían llegando uno cada año; eso si no tenía que seguir sirviendo en casa de los señores porque no siempre había jornal en el campo. No, realmente la vida que parecía tenerla reservada el destino no era demasiado atractiva. Sin embargo ahora; sí, estaba sola, no conocía a nadie y posiblemente nunca volvería al pueblo; pero tenía una casa acogedora, un sueldo seguro sin tener que trabajar, sólo estar dispuesta para cuando el amo quisiera venir a visitarla… realmente no era una situación peor que la que podría haber tenido en Recondo.
Recordó también lo que le había dicho su madre cuando volvieron de la casa de los padres de Nicomedes.
- Hija, no es que me alegre de lo que te ha pasado, pero tampoco es para hacer un duelo de ello. Mira, para los pobres, eso de la honra y de la dignidad son finezas que no nos podemos permitir. Eso queda para los ricachones que tienen que pensar en el qué dirán para pavonearse entre los de su clase.
Nosotros nos tenemos que conformar con no pasar hambre. Y esto, en el fondo, hija mía, puede ser una suerte, porque nos podemos aprovechar de esta  oportunidad que nos presenta la fortuna. Porque, si lo piensas bien, esto ha podido ser para ti una suerte.
Tu padre ha sabido sacar provecho de la situación y el acuerdo es ventajoso para nosotros, y eso gracias a que su soberbia no podía permitir que su honra quedase en entredicho. Al fin y al cabo el muchacho es agradable, parece que te aprecia y seguro que no te faltará de nada. ¡Ea!, niña, que hoy puede haber sido un buen día para ti.
No sabía si era por la sopa calentita que acababa de tomarse, o por estos pensamientos, pero se sintió de mejor humor, y pensó que su niño tendría más oportunidades aquí, al fin y al cabo era el hijo de Nicomedes Gómez Carretero, el único heredero de uno de los más importantes terratenientes de la comarca. Esa noche descansó de un tirón y no se despertó hasta que empezó el bullicio mañanero en la calle. 

miércoles, 11 de abril de 2012

DIBUJAMADRID EN RUTA:CHINCHÓN.



centro de arte / dibujo / ilustración
MUSEO ABC AMANIEL 29-31. 28015 MADRID [ESPAÑA]
T. +34 91 758 83 79 www.museoabc.es
Colabora
CON ENRIQUE FLORES - 21 y 22 DE ABRIL
Dibujamadrid, en ruta: Chinchón

1- CHARLAS: Durante el fin de semana del 21 y el 22 de abril, Enrique Flores, ilustrador, dará una charla en la casa de la cultura del Ayuntamiento de Chinchón a las 10:30 horas.
2- PASEOS: Tras la charla y durante todo el fin de semana, se recorrerá Chinchón y sus diversos rincones. Este será el momento de dibujar, acompañados siempre de la atenta mirada de Enrique Flores.
3- EXPOSICIÓN: Los dibujos generados en este encuentro formarán parte de una exposición que se realizará en distintos espacios del Ayuntamiento de Chinchón; la casa de la cultura y la Galería Moma V. A finales de septiembre esta exposición sobre los cuadernos dibujados, se trasladará a Madrid, al Museo ABC de dibujo e ilustración.
4- INFORMACIÓN: Museo ABC, calle Amaniel 29-31. 28015. Madrid T.917588379. www.museoabc.es.
Inscripción previa 50 € (opción 1) o 25 € (opción 2).
DIBUJAMADRID EN RUTA: CHINCHÓN ES UNA CONTINUACIÓN DE “DIBUJAMADRID”, ENCUENTRO ARTÍSTICO QUE SE REALIZÓ DURANTE LOS MESES DE MAYO Y JULIO DE 2011, EN DISTINTOS ESPACIOS DE MADRID.
Esta actividad partió de una serie de tertulias organizadas por el Museo ABC, en el que seis ilustradores de reconocido prestigio, realizaban una charla con los asistentes. A este encuentro, le siguió una salida para dibujar por distintos espacios de la capital española y, una exposición en el Museo ABC, que reunió los trabajos realizados por artistas y asistentes.
Con esta idea nace “Dibujamadrid en ruta”, traspasar las líneas de trabajo iniciadas por “Dibujamadrid” a distintos espacios de la comunidad. En esta ocasión, el lugar elegido será Chinchón.

Para más información visitar la página web del Ayuntamiento de Chinchón.

martes, 10 de abril de 2012

ANEMI NOS RECIBE EN SU "SALÓN CON CUADROS"


Anemí Moolhuijsen, para los amigos sólo ANEMÍ, llegó a Chinchón desde Holanda y se quedó a vivir con nosotros en el Nuevo Chinchón. 


Se dedica a la ilustración y a la pintura y ahora ha emprendido una nueva aventura artística y ha abierto UN SALÓN CON CUADROS, en el número dos de la Cuesta de Quiñones. Un nuevo espacio, que se une a los ya existentes,  para promocionar el arte en nuestro pueblo.


Allí ha montado su taller, su escuela de pintura y su pequeña galería de arte, donde nos invita a visitarla.
Yo os animo a hacerlo. Vais a pasar un grato muy agradable viendo sus pintura y charlando un rato con ella.
NO DEJÉIS DE HACERLO.


Para más información, podéis visitar su pagina WEB: http://www.anemim.com/

lunes, 9 de abril de 2012

domingo, 8 de abril de 2012

EL AMO. CAPITULO I


Cuando él salió, cerró la puerta y se quedó con la mano en el pomo, con la vista fija en la mirilla, pero sin atreverse a mirar. Oyó cómo sus pasos se perdían escalera abajo y un poco después el ruido de la puerta de la calle que se cerraba. Luego, nada. Todo quedó en silencio y ella buscó una silla donde sentarse, sin atreverse siquiera a pensar en nada. Estuvo así un largo rato; debían ser las cinco o las seis de la tarde y ella estaba aún con el camisón sin nada más debajo. Tuvo ánimos para acercarse a la palangana, puso un poco de agua del jarro que estaba debajo, y fijó sus ojos en los ojos de aquella mujer que la miraba desde el espejo. Tenía las ojeras marcadas que apenas disimulaban el colorete de sus mejillas y el carmín medio desdibujado de sus labios. Se humedeció la cara con sus manos mojadas y el frescor del agua la hizo volver a la realidad. Tenía calor y se notaba en su piel. Se quitó el camisón y lo tiró sobre la cama; su cuerpo demasiado joven adquirió una luminosidad desacostumbrada. A ella misma le pareció atractivo a pesar de la ya incipiente prominencia de su vientre. Con las manos aún mojadas, se acarició los senos, los brazos y se detuvo en la tripa; le pareció, por primera vez, que algo se estaba moviendo dentro. Estaba muy delgada, y a pesar del poco tiempo, los signos del embarazo eran ya evidentes.
A finales de mayo en Madrid suele hacer calor. Aunque la casa era de construcción moderna, había estado cerrada durante mucho tiempo, con las contraventanas entornadas, y sin ventilación. Hacía sólo dos semanas que había llegado acompañada de sus padres, para hacerse cargo de la casa. Estaba amueblada. Los muebles eran sencillos, pero a ella le parecieron todo un lujo, comparándolos con los que tenían en la casa del pueblo. En una maleta y un hatillo habían traído dos juegos de sábanas y una colcha, una manta de franela, sus dos vestidos de diario y el de los días de fiesta, una bata vieja que le había regalado una vecina, dos o tres mudas de ropa interior, dos jerséis y unos visillos que colocaron en las ventanas de la salita y en la alcoba. Todo lo demás ya estaba allí. El amo se había encargado de prepararlo todo. La verdad es que no faltaba de nada. Los cubiertos, una pequeña vajilla de loza blanca, con tres platos hondos, tres llanos y otros pequeños que le dijo que eran de postre, dos pucheros de barro, unos cazos de zinc, una lechera, dos sartenes y media docena de vasos de cristal con unos pequeños adornos dorados en los bordes. Todo ello colocado en un armario blanco con las puertas verdes que estaba junto al fogón de la cocina.
Tanto a ella como a su madre le llamó la atención la cocina, que decían económica, de hierro, debajo de la que había un recipiente para almacenar la leña. Había una mesa de madera, también pintada de blanco, y dos sillas con el asiento de anea. En un basar encima de la cocina, varios tarros en los que se podía leer: “Sal”, “Azúcar”, “Harina” y “Garbanzos”.
Pero, sin duda, fue la pila del fregadero lo que más llamó su atención. ¡Tenía encima un grifo del que salía el agua con solo abrirlo! No obstante, también había a su lado una pequeña tinajita para acumular agua, porque el suministro no era constante y había veces que faltaba durante algunos días.
Y el lujo de los lujos: el retrete. Un pequeñísimo cuarto con una plancha de cemento en el suelo, con las huellas de dos pies en realce y un agujero en medio, sobre el que llegaba una cañería de plomo, con la terminación aplastada, para que el agua saliese con más fuerza.
Todos estos lujos sobrepasaban con creces sus mayores aspiraciones y contrastaban con las condiciones en las que había vivido en el pueblo.
En un aparte, su madre antes de marcharse dos días antes, le había dicho, sin que lo oyese su padre:
- Hija, sabe Dios, que al principio me diste un gran disgusto, pero, a lo mejor, esto puede ser la suerte de tu vida… ¡Quien sabe! A lo mejor el Amo termina casándose contigo… ¡Tienes que ser lista, hija mía!
La casa estaba en un edificio de tres plantas y piso bajo, en el número diez de la calle Leganitos de la capital. Se había construido unos años antes, cuando se derribaron las  tapias  de  la Montaña del  Príncipe  Pío  y  parte  de  las  de  los  Paúles con lo que se enlazaron las calles de Leganitos y Duque de Osuna con la calle de la Princesa.  Era uno de los edificios que se estaban construyendo en los aledaños de lo que iba a ser la Gran Vía de Madrid, que se estaba proyectando siguiendo las nuevas tendencias de las grandes capitales europeas.
Para la fachada se había utilizado el ladrillo visto, con adornos de cerámica vidriada sobre las ventanas y los balcones y la rejería eran de fundición en hierro galvanizado. Las puertas y ventanas de madera noble y gruesas contraventanas con un nuevo sistema de cortinillas de madera, para regular la entrada de la luz.
Tenía acceso al nuevo alcantarillado recién construido en la zona y el suministro de agua disponía de una red de cañerías de plomo que ofrecían las mayores garantías de salubridad y durabilidad. Además había sido una gran oportunidad porque los padres del Amo lo habían comprado directamente al constructor que era un conocido de la familia. El precio, al contado, fueron diecisiete mil reales, y siempre estuvieron seguros que era una buena inversión.
La puerta de la calle daba acceso a un amplio portal del que partían tres escaleras. La escalera principal estaba en el centro, era amplia con grandes peldaños de madera y una barandilla de hierro de fundición, pintada de negro, con una bola dorada en el primer barrote, que era más grueso que el resto. Esta escalera daba acceso a las viviendas principales que tenían vistas a la calle, y era conocida por todos como la escalera de los ricos. A derecha e izquierda partían otras dos escaleras que accedían a las viviendas interiores, dos por planta, que eran totalmente interiores, con vistas a un amplio patio de luces. Eran las escaleras de los pobres y también daban acceso a las puertas de servicio de los pisos principales.
El patio tenía unos veinticinco metros de largo por catorce de ancho. El suelo era de grandes baldosas de granito prensado, que tenía un leve desnivel desde el perímetro al centro, donde había un gran sumidero con tapa de hierro fundido para evacuar las aguas pluviales. No tenía ningún otro adorno, como no fueran algunos trastos viejos que lo vecinos iban abandonando a su alrededor, hasta que los retiraban los traperos que pasaban por allí de vez en cuando. No había ninguna maceta que pudiera hacer recordar la naturaleza que poco a poco se iba desterrando del centro de la ciudad.


El piso de Rosa, que estaba en la primera planta de la escalera principal, puerta dos, tenía una salita de estar, un dormitorio principal bastante amplio y dos más pequeños, una cocina, una terracita que se podía usar de tendedero, el retrete y un pequeño recibidor. Los pisos eran de baldosas blancas y rojas colocadas en ajedrez, los techos altos con bovedillas y vigas de madera pintadas en verde oscuro, dos balcones, en la salita y el dormitorio, que daban a la fachada de la calle y las demás habitaciones interiores, con ventanas al patio vecinal.
Se vistió despacio. No esperaba ya la visita de nadie y se puso lo que tenía a mano, sin preocuparse demasiado del aspecto que podría tener. Mulló el colchón de lana y estiró la colcha y las sábanas de la cama que estaba revuelta después de la siesta. Recogió los dos platos, los cubiertos y los vasos y los puso en el fregadero, abrió el grifo pero no salió agua y pensó que era mejor dejarlos para después.
Había sido su primer día con el Amo en Madrid, y era el primer día en el que habían podido refocilarse en la cama sin sobresaltos. Las tres veces anteriores habían sido otra cosa. Hoy, cuando él llegó a eso de las once y media de la mañana, le traía una cajita de polvos de colorete, un pintalabios y un camisón de hilo, dijo que se pintase y se pusiese el camisón, la llevó directamente al dormitorio y la poseyó sin contemplaciones y sin miramientos a su estado. Después de comer, en la siesta, todo fue bastante más pausado y ella llegó a sentir algo que podría llamarse satisfacción. Después él se tuvo que marchar a Recondo, porque nadie sabía que había venido a verla a Madrid.
Ya más calmada, cuando el sol empezaba a esconderse entre los visillos, entreabrió una de las contraventanas del balcón de la salita y se sentó enfrente, en una silla junto a la mesa camilla. Estaba sola y empezó a llorar.




NOTA. La novela "EL AMO", es la segunda parte de "LOS VELOS DE LA MEMORIA", por lo que es aconsejable leerla después de la primera parte. Si no la has leído, puedes hacerlo "pinchando" su portada que aparece más abajo, en el apartado de MIS LIBROS DE FICCIÓN.