sábado, 23 de julio de 2011

LAS CAMPANAS DE LOS SANTOS.


No me gusta el día de los Santos... odio este día; aunque antes era distinto. Antes esperaba con ilusión el día en que estrenaría el abrigo nuevo, las botas hasta las rodillas y la bufanda de lana a rayas marrones y blancas que todos los años me hacía la “yaya”. Cómo ha cambiado mi vida... por eso ahora no puedo soportar el  pesado lamento de las campanas que tendré que padecer hasta que logre dormirme esta noche. 

Este olor, mezcla de café, tabaco y anís, que inunda toda la sala, apesta, pero no me apetece levantarme para llevar las tazas y la copa la cocina. Otro día no daré la tarde libre a todo el servicio... Aunque me gusta la soledad en las tardes lluviosas del final del otoño. Víctor podía utilizar los ceniceros como todo el mundo, pero yo creo que usa el plato del café porque sabe que me molesta. Los restos del puro a medio fumar aplastado sobre los posos del fondo de la taza son el fiel reflejo de mi vida. Nunca me debí casar con él. Toda mi vida es un desperdicio. Seguro que él piensa que si no soy para él tampoco seré para otro hombre. Sabe que no le quiero pero no le importa, sólo me quiere para pasearme cogida a su brazo y presumir de esposa joven y hermosa... pero intocable. 

Esto es agradable. Aquí bajo las faldas de la mesa camilla se está bien. No me apetece leer.. el periódico dice lo de siempre, y aquí en Vetusta nunca pasa nada. Tengo que mandar que cambien ya las cortinas de invierno. Mañana vendrá él de visita, le he mandado recado a la rectoral y me han dicho que vendrá por la tarde, antes de la misa de difuntos... su conversación me calma y su presencia me tranquiliza. Siempre veo en sus ojos esos destellos de luz que me alagan, pero él es tímido y nunca se atreverá a decir lo que siente... a mí e gusta... Nunca pensé que lo llegase a reconocer... Es un sacrilegio... no, no puedo pensar en esto... ¡Ave María! Es una tentación del maligno... Engañar a mi marido es una cosa, pero engañarle con un hombre de Dios... tengo que pensar en otra cosa....

Voy a cambiar todo el vestuario; colores más alegres, aunque se escandalicen esas beatas que tanta envidia me tienen, sí, tengo que cambiar el vestuario... Para las navidades vendrán mis cuñadas... a ellas tampoco la soporto... Tengo que confesar mañana mismo... pero con el párroco...Nunca me atrevería a contarle a él todos mis pensamientos... 

¡Vaya, ya están aquí las malditas campanadas! Parece que este año suenan más graves, más pesadas, más tristes... con más pausa. Aunque estan cerradas todas las ventanas, los tañidos resuenan dentro como si estuvieran en mis entrañas... así suenan a vacío, a vacio y soledad... y también a tristeza... Hoy las campanas de los santos suenan para mí con más melancolía, con desesperación... como diciéndome que estaré aquí recluída hasta la primavera... Hoy las campanas de la catedral tañen para mí, sólo para mí... las campanas de todos los santos vuelven a sonar en la torre de la catedral porque saben que, sólo ellas, pueden hacerme compañía...  

Recordando La Regenta.

jueves, 21 de julio de 2011

LA VERDAD DE TOM RIPLEY

Lo que no contó Mary Patricia Plangman en  “El talento de Mr. Ripley” (Un ejercicio literario)



"Vivía en una pequeña casa cerca del lago a poco más de dos horas, en coche, de la gran manzana. Él se decía que éste era el motivo por lo que la visitaba tan poco, pero eso era porque ya se había acostumbrado a creerse las mentiras que le eran tan fácil urdir.

Era sábado y sabía que le gustaba asistir a los oficios de la iglesia; hoy quería darla una alegría y pensó que acompañándola tendría que dar menos explicaciones de su decisión.

Apenas si era capaz de respirar el aire puro que entraba por la ventanilla entreabierta de su coche, tan acostumbrado estaba a la contaminación de la ciudad y a los ambientes cargados de “Raoul´s” y de los otros garitos donde pasaba la mayor parte de las noches.

Tom, que no era muy dado a los exámenes de conciencia, no pudo evitar que la limpieza de aquella mañana de principios del otoño le trasportase a unos años que ya casi pensaba que había olvidado y se preguntaba qué le había llevado a esta situación.

Visitar a tía Dottie le producía sensaciones contradictorias. Por una parte no tenía que ocultar nada de su vida pasada, pero también tenía que cuidarse muy bien de no hacer referencias a su vida actual, que distaba mucho del cuento de hadas que había creado para ella. Era su única familia y la tenía un profundo cariño, a lo que también contribuía el cheque que cada mes le enviaba, ella creía que para financiar la escuela de contabilidad que tenía para niños pobres en Brooklin.

La sirena de un coche de policía le sobresaltó; no había demasiado tráfico y no tardó en ver cómo le sobrepasaba con sus luces relampagueantes encendidas, sin duda persiguiendo un conductor que se había saltado alguna señal. Ya empezaba a pensar que sus jefes no habían denunciado su continuada apropiación de fondos que había empezado dos años antes y que sólo le había servido para financiar su vida nocturna y algún otro pequeño capricho como el utilitario que ahora conducía. La denuncia supondría a la empresa un descrédito que le podría ocasionar más daño ante sus clientes que el desfalco que él había producido. Tenía que llamar  a Marc para saber si había recibido algún requerimiento judicial, porque no se atrevía a volver por casa por si la vigilaba la policía.

Había pergeñado detenidamente una historia creíble para conseguir el adelanto de la asignación de todo un año. Sabía que la economía de su tía no se iba a resentir por ello, y eso le permitiría disponer de un dinero extra a la financiación que recibiría del padre de Richard para su viaje a Europa. A tía Dottie no le extrañó el cambio de trabajo de Tom, a lo que ya estaba acostumbrada, y su traslado a Italia para organizar la delegación europea de la “Naviera Greenleaf”. Mientras extendía el cheque, porque nunca había podido resistirse al encanto de su sobrino,  pensó cuanto se parecía Tom a su madre, que estaba siempre dispuesta para ayudar a los demás y que afortunadamente no había salido a su cuñado, un vividor embustero y egoista desaprensivo con cara de buena persona, que nunca se responsabilizó de su familia que pudo sobrevivir gracias a ella y del que no había tenido noticias desde que los abandonó dos años antes de la muerte de su hermana.

- Espero que sea de total confianza tu amigo Marc, y que sabrá administrar los fondos de la escuela hasta que tu vuelvas.

Mientras degustaba el pastel de carne y la tarta de manzana que le retrotraían a los años lejanos de su niñez le fue contando a tía Dottie la suerte que había tenido al recibir el encargo de viajar a Nápoles para abrir la delegación de la Naviera. Allí le esperaba el hijo del dueño, su amigo Dickie, que pronto se pondría al frente de todo el negocio familiar, lo que le proporcionaba la gran oportunidad de conseguir un cargo de confianza en la empresa. Estas inmejorables perspectivas le compensaban sobradamente de los inconvenientes de tener que dejar su casa, sus amigos, su trabajo y a ella misma, durante una temporada que ahora no podía precisar cuanto podría durar.

Caía la tarde y vio por el retrovisor de su coche cómo ella le despedía desde el porche de la casa. Se palpó el bolsillo de la camisa donde había depositado el cheque y pensó que ya sólo le quedaba pasar por las oficinas de Mr. Greenleaf para recoger los billetes de avión y la provisión de fondos. Había insistido que en el pasaje figurase como empleado de la comañía en viaje de negocios, para evitar posibles malentendidos con la policía del aereopuerto. Sólo le quedaba comprar lo más imprescindible para renovar su vestuario y esperar hasta el jueves siguiente en que partía en vuelo regular a Roma, donde haría trasbordo hasta Sicilia. Por primera vez, a sus veinticinco años, pensaba que ésta podría ser la oportunidad para dejar de vivir a salto de mata, olvidar a la policía y empezar a labrarse un porvenir; aunque, en realidad, no le importaba demasiado porque él siempre había confiado en su talento innato para sobrevivir en las dificultades".

martes, 19 de julio de 2011

EL 25 DE JULIO, TOROS EN CHINCHON.

El próximo día 25 de Julio, Chinchón celebra la festividad de Santiago Apóstol con una grandiosa y sensacional novillada sin picadores. 

A las 09:00h, tradicional encierro y suelta de reses. A las 20:30h, novillada sin picadores, 6 hermosos novillos de la ganadería de la "Hesilla" de Ávila. Para los alumnos de la escuela de tauromaquia de Salamanca y Madrid: Roberto Blanco, César Valencia y David Garzón.


Las entradas estarán a la venta en la Oficina de Turismo a partir del día 13 de julio, además del mismo día de la novillada en las taquillas de la plaza.

Por lo menos, para Santiago, la crisis no afecta a los toros. 
Nota: La fotografía del programa debe ser de mediados del siglo pasado.

domingo, 17 de julio de 2011

EL INDIO AMARILLO.


No importa, lo sé todo. Dígale a los hombres que lleven el cadáver al sótano.
Los empleados de la funeraria depositaron sobre un pequeño túmulo el féretro que contenía los restos mortales de Filiberto, que había muerto ahogado en Acapulco, junto a la Playa de Hornos, el Domingo de Resurección.
El indio amarillo, en bata de casa, su bufanda, el olor a loción barata, su boca embarrada de lápiz labial y el pelo malteñido, se dejó caer en el sofá tapizado en cretona con flores multicolores, descoloridas por el moho y la humedad. Lo había conseguido, ahora ya era libre, aunque tendría que sobrevivir en este cuerpo casi en descomposición y condenado a un ostracismo voluntario sin relación alguna con el resto de los mortales.
Allí sentado, en la penumbra del atardecer, fue pasando por su mente todo lo que había ocurrido. Sabía que cuando Chac Mool era el Dios del trueno y las tempestades, al inicio de los tiempos, se había encarnado en ídolo de oro. Que después, al vivir entre la maleza que cubrió su templo de Teotihuacán durante siglos, se fue convirtiendo en piedra. Entonces, iba sintiendo cómo todo su cuerpo se endurecía hasta que aquellos hombres con ropas extrañas y sombreros de tela, le liberaron de su cautiverio y fue a parar a la tienducha de Lagunilla, donde tuvo que sufrir el escarnio de ver su barriga pintada con salsa de tomate, pero que le daba la terrible apariencia de los tiempos en que celebraban en su honor los sangrientos sacrificios rituales, cuando llegaba el solsticio del verano.
Nunca pudo pensar Chac Mool encontrar un fiel servidor como Filiberto. Desde muchacho había mostrado una afición poco habitual a coleccionar estatuillas, ídolos y cacharros antiguos. Era además, en cierto modo, instruído y versado en distintos conocimientos que le ayudaron a encontrar un trabajo en el Departamento del Distrito Federal. Todas las mañanas, cuando el sol apenas si había aparecido en el horizonte, se le podía ver cruzando la calle Mayor, con su pantalón remangado, la americana al brazo, la corbata aflojada, el cuello, de la camisa blanca, desabrochado; descalzo, con los zapatos y los calcetines en la mano izquierda y la cartera de cartón, con el trabajo que se había llevado a casa, en la mano derecha. Así llegaba a la oficina donde se calzaba, se arreglaba la corbata y se colocaba la chaqueta para entrar perfectamente acicalado y saludar al Oficial Mayor que esperaba junto a la puerta para controlar la llegada de los funcionarios. Esta costumbre le había permitido conseguir un apreciable ahorro en el calzado, que de otra forma no resistiría los barrizales que se formaban en la calle en las épocas del monzón. Lo de la corbata, la camisa y la chaqueta era para soportar el calor que desde el amanecer hacía insoportable cualquier atuendo.
Chac Mool se sintió a gusto en aquella casa a la que le trasladó Filiberto desde la tienda de antigüedades. No le fue difícil conseguir que reventaran las tubería para inundar el sótano. De nuevo sintió que su cuerpo de piedra iba adquiriendo flexibilidad y que iba recobrando la primitiva apariencia dorada.
Después llegó la incomprensión de Filiberto y su enfermizo deseo de escapar, pero fracasaron todos sus intentos de huida. Cuando aquella noche Chac Mool salió a su diaria correría nocturna para alimentarse de perros, gatos y ratas, pensó que había llegado el momento pero, de nuevo, él le descubrió. Fue entonces cuando tuvo la idea.
Aprovechó aquella noche que Chac Mool se mostraba simpático y alegre. Mientras contaba las apasionantes y fantásticas historias de monzones, lluvias tropicales, desiertos castigados y crueles sacrificios, Filiberto se atrevió a decir:
- “Tengo comprado un pasaje para Acapulco. Allí se celebra la Semana Santa y la pensión de los Müller es barata y acogedora... tengo ganas de volver allí para degustar el “choucrout”, bailar hasta la medianoche en la Quebrada y hacer la travesía a nado desde la Caleta hasta la Isla de la Roqueta... No hay mayor placer que sentir tu cuerpo sumergido en el agua tibia del mar a la luz de la luna...”
Chac Mool, como él esperaba, frunció el ceño, sus dientes chirriaron y en sus ojos apareció un fulgor de cólera capaz de anonadar al mas templado de los mortales.


- “Claro está que si a tí te parece bien -balbució-... Se me ocurre una idea... podríamos ir los dos juntos... O mejor, -Filiberto intentó que su voz sonase convincente- ¡podrías ir tú en mi lugar...! Puedes tomar mi cuerpo, y yo te esperaré en el tuyo... A tu regreso, volveremos a recuperarlos... Nunca podrás olvidar la experiencia de un baño en la playa de Acapulco iluminada por las antorchas...”
Filiberto sabía que Chac Mool no podía rehusar la invitación, sabía también que su cuerpo, prematuramente envejecido, no sería capaz de contener el alma pétrea del Dios de las Tempestades y que el ídolo, perdida su naturaleza sobrehumana, nunca podría superar la travesía marina... Sabía que era la única forma de librarse del tirano. Ahora le tenía ahí, en el sótano, incapaz de poderse librar de un cuerpo mortal, cautivo para siempre en un templo más seguro que los construídos por los aztecas.
El precio había sido demasiado caro. Ahora él tendría que terminar sus días en aquel cuerpo de carne que no lo es, con ese olor extrahumano que apenas se puede disimular con la loción desodorante, con el pelo ralo y con su rostro surcado por arrugas que apenas si se pueden disimular con maquillaje. Nunca más sería Filiberto, y ahora ya todos le conocían como el indio amarillo.