jueves, 26 de noviembre de 2009
“NO CREYENTE Y PRACTICANTE”.
El otro día llegó Elpidio a mi desierto de eremita, venía a visitarme. Elpidio es una persona peculiar y algo estrafalaria que hace tiempo me había presentado un amigo común, y del que aún no os había hablado.
Me alegré de verle porque es un buen conversador, y como siempre, hablamos de casi todo: de política, de fútbol, de mujeres, de lo divino, de lo humano... y de religión. De pronto, me soltó la declaración que encabeza esta entrada: Yo soy “no creyente y practicante”. Ante mi asombro, lo argumentó, -intentaré ser fiel a la letra de lo que él dijo- más o menos, así:
“Estamos acostumbrados a oir que muchas personas, cuando hablan de creencias religiosas, se definen como “Creyentes y no practicantes”. Lógicamente no explicitan en lo que realmente creen ni qué parte de los “mandatos” divinos son los que no practican. Normalmente se da por sentado que creen en “su dios” y que no acuden frecuentemente a las iglesias, como no sea a los bautizos, los entierros, las comuniones y a las bodas -cada vez menos- que aún se celebran “por lo religioso”.
Dicho de otra forma, que lo que están confesando es que ellos “ni roban ni matan”, que de vez en cuando (sobre todo cuando truena) se acuerdan de Santa Bárbara y que “por si acaso” les parece muy bien que sus hijos bauticen a sus nietos.
Yo sin embargo, me declaro “no creyente y practicante”. Lógicamente esto no lo voy pregonando a bombo y platillo y suelo hacer esta confesión en las pocas ocasiones que se plantea en serio el tema de las creencias religiosas; cosa no demasiado frecuente, porque la mayoría de las veces se habla más de los enfretamientos “políticos” entre el gobierno y las autoridades eclesiásticas; y estos casos las opiniones están más fundadas en las creencias partidistas que religiosas de los interlocutores.
Esta confesión mía no es suficientemente entendida y no tengo más remedio que hacer las aclaraciones pertinentes. Lo primero es decir que no creo en la mayoría de los dogmas que propone la Iglesia Católica y que no reconozco al dios que oficialmente se predica desde los púlpitos de las iglesias. No puedo admitir que la religión que nació en una pobre cuadra de Judea haya devenido en la magnificencia de la plaza de San Pedro rodeada por la gran columnata de Bernini en el Vaticano.
En cambio, debo decir que, sí me siento más cercano al Dios de Teresa de Calcuta, Vicente Ferrer, el padre Llanos, y tantos y tantos sacerdotes y seglares que se esfuerzan día a día en ayudar a los demás.
Incluso me creo más el Dios de Monseñor Romero, Eyacuría, Sobrino y los de la teología de la liberación. Por eso, cuando se habla de la religión oficial católica, me tengo que definir como “no creyente”. En cambio, inmediatamente debe afirmar que los valores que emanan del evangelio de Cristo, me parecen totalmente válidos para todos los hombres; posiblemente porque están basados en una moral “natural” que desgraciadamente la iglesia católica ha querido elevar a “sobrenatural” añadiendo algunos preceptos propios que dificilmente se encuentran en el espítiru del evangelio.
Por eso yo también me confieso practicante. Desde pequeño me enseñaron estos principios y siempre he considerado que son válidos como norma de vida; y por eso quiero, o al menos, procuro practicarlos. Lo de cumplir con los mandamientos de la Iglesia católica, es otro cantar; aunque debo reconocer que la liturgia católica es muy atractiva, las iglesias son un buen lugar para meditar en silencio, admirando la belleza de sus muros y sus imágenes, y si no haces demasiado caso a lo que dicen los curas, es agradable ir a misa algún que otro domingo”.
Primero pensé: ¡Qué cosas tiene Elpidio! Luego, me hizo pensar.
Primero pensé: ¡Qué cosas tiene Elpidio! Luego, me hizo pensar.
¿Y a vosotros?
(Ya os volveré a contar algo más sobre mi amigo Elpidio)
Las fotografías de m.carrasco.m, corresponden a un vitral de Notre Dame de París, y el altar mayor de la Iglesia de Santo Domingo en Soria.
lunes, 23 de noviembre de 2009
¡QUÉ LISTOS SON!
Cada día que pasa, los admiro más.
¡Son tan listos! ¡Saben tanto!... Oye, y de todo.
No hay que hacer nada más que ponerte delante del televisor, encender la radio o abrir los periódicos. Da lo mismo la cadena, la emisora, el diario o el tema que se esté tratando. Los comentaristas, los columnistas, los tertulianos sientan cátedra y deciden quién lo hace bien -casi nadie- y sobre todo quién lo hace mal: casi todos, y sobre todo, el gobierno.
Son capaces de hacer un profundo análisis de cualquier suceso, sin apenas disponer de datos, y “pontificar” que la decisión tomada por los responsables es una “barbaridad”, y no tienen ninguna necesidad de “escuchar” los motivos de porqué se tomó esa decisión, y hasta se atreven a enmendar la plana a los expertos y proponer las soluciones más peregrinas sin importarles demasiado su legalidad.
Ellos deciden lo que está bien y lo que está mal; lo demás son “justificaciones” que no hay por qué considerar. Reclaman su derecho a conocer “toda la verdad”; pero si no es la que a ellos les gusta, no tienen ningún reparo en tacharla como mentira; el derecho a conocer “su” verdad, prevalece sobre el derecho del secreto obligado, la prudencia o cualquier otra cuestión que ellos han decidido que no es importante. Todavía no he oído a nadie distinguir entre lo que es una decisión correcta o incorrecta y una decisión buena o mala.
Se indignan cuando el delantero de su equipo falla aquel gol que lo hubiera metido el más lerdo del equipo de su barrio; no tienen rubor en decir que el maestro no “entendió” el toro y le dejó ir al desolladero con las orejas, porque no tuvo el valor de quedarse quieto delante de aquellos dos pitones; proclaman que el artista está perdiendo inspiración y que sus pinceladas son menos enérgicas y sus colores han perdido la lozanía; le dicen al escritor que su prosa está perdiendo fuerza y sus argumentos ya no captan la atención del lector...
Me gustaría verles delante de un folio en blanco, un lienzo inmaculado, sobre el césped del estadio, sentados en la mesa del consejo de ministros, pero sobre todo, me gustaría verles delante de un morlaco de cerca de seiscientos kilos, a ver si se estaban quietos y no echaban a correr.