lunes, 28 de agosto de 2017

SEMBLANZAS DE CHINCHÓN XXX. LA MATANZA DEL CERDO.


30.-La matanza del cerdo en Chinchón. (Costumbres)

Antaño en Chinchón, cuando llegaba el invierno, estábamos en tiempos de la matanza del cerdo, que tenía una gran importancia en la gastronomía, en la alimentación e, incluso, en la economía del pueblo. Uno de los capítulos del libro "Cocina tradicional en Chinchón" recientemente publicado, estaba dedicado íntegramente a la matanza del cerdo, y allí se recogía un testimonio muy valioso para poder entender mejor este acontecimiento que tenía mucho de rito. Es una entrevista con Santiago Ávila, quien amablemente se ofreció a contestar a las preguntas y aportarnos sus vivencias que ahora transcribimos, en lo que se tituló:

Santiago, el último matachín.

Tiene ochenta años y aún conserva el porte y el talante de cuando a eso de las siete y media de la mañana, desde primeros de noviembre - el día 3 es la festividad de San Martín - hasta finales de febrero, cogía la capacha con sus ganchos y sus cuchillos, se colocaba el mandil de carnicero de rayas verdes y acompañado de la Conchi, su mujer, enfilaban las empinadas cuestas de Chinchón para hacer la matanza del cerdo.

Santiago Ávila aprendió el oficio, desde muy pequeño, de su madre, Mercedes Aguado, más conocida como la “Ricota” quien, a su vez, lo heredó de la suya, Isabel García que desde el último tercio del siglo XIX se dedicaba a estos menesteres. Ahora disfruta contando sus recuerdos y sus anécdotas:
“Yo estaba predestinado para ser matachín. Nací a las cinco de la tarde, y esa misma mañana mi madre había matado dos marranos”

Cuando se casaron, nos dice, en el año 1952, cobraban 5 duros por cada matanza, lo que equivalía a dos jornales de un hombre - a 10 pesetas cada uno - y otras 5 pesetas por el jornal de la mujer.

Él había empezado a ayudar a sus padres cuando terminó la guerra. Por entonces se hacía la matanza en la mayoría de las casas de Chinchón; ellos llegaron a matar hasta tres cerdos al día, y calcula que se matarían más de 250 cada año. También se dedicaban a este noble oficio, entre otros, el tío Florentino - el mudillo - y la tía “Maragata”, así conocida por proceder de aquellas tierras leonesas.

Los cerdos se cebaban en las casas con los desperdicios de las comidas, con el destrío de frutas y hortalizas y con el salvado de moler el trigo y la cebada. Se solían comprar pequeños, a primeros de año, cuando a la Plaza llegaban grandes piaras de cerdos, blancos, negros y algunos “coloraos”. Eran más apreciados los negros porque, además del sabor, tenían más cantidad de tocino, lo que representaba un mayor aporte de calorías. También se compraban, ya en el mes de septiembre, cerdas provenientes del mercado de Carranque, para terminar de cebarlas en las casas.

Se preferían las hembras, porque daban menos problemas, ya que a los machos había que caparlos cuando tenían dos o tres meses, porque si se les mataba siendo varracos las carnes tenían un cierto sabor desagradable.
La costumbre generalizada de criar los cerdos en las casas y hacer después la matanza duró hasta los años sesenta. Después fueron cambiando los tiempos, y poco a poco se fue abandonando. El último que mató fue en el año 1998, estando ya jubilado, como favor a un amigo. Ahora, ha legado sus utensilios de trabajo con su capacha al Museo Etnológico de Chinchón, como reliquias de un pasado no demasiado lejano, pero que no volverá.

“Tenían que pedir turno para hacer la matanza. El día antes no se daba de comer al cerdo y tenían que preparar el esparto para quemarlo, las especias y cocer dos arrobas de cebollas para hacer las morcillas”.

Empezábamos muy temprano, y en la mayoría de las casas se hacía fiesta. Incluso en algunas nos recibían con repápalos, rosquillas y una copita de anís”.

El matachín o matarife - a él le es indiferente cómo le llamen - no se limitaba sólo a matar al cerdo, sino que dirigía la preparación de todas las conservas que se hacían.

Lo primero era la preparación de las morcillas. Una vez que se mataba al animal había que mover la sangre para evitar su coagulación. Se limpiaban los intestinos gruesos que tenían una longitud de unos 15 metros y se procedía a hacer la mezcla:

A la sangre, a la cebolla y a la manteca picada del cerdo, se añadía las especias: Orégano, pimentón dulce, un poquito de pimentón picante, canela, alcaravea, ajo machacado, un poquito de clavo y sal. La mezcla se introducía a mano en la tripa, se ataba con una tramilla, y se ponía a cocer en una caldera de cobre sobre unas trébedes. La cocción duraba unos 15 minutos. Se pinchaba la morcilla con una aguja y cuando no salía sangre sino grasa, estaban listas para proceder a su secado colgadas en el techo de la cocina, junto al fogón.

“Mi madre, decía: Cuentes o no cuentes, 25 morcillas salen de un vientre”.
Por la tarde, después de la comida que era el centro festivo del rito de la matanza, cuando se había recibido el visto bueno de las autoridades sanitarias, se empezaba a preparar el resto de los productos:

Para las longanizas se picaba el lomo, una de las paletillas y los recortes del tocino. Para ello se utilizaba una máquina cortadora de forma cilíndrica marca ELMA, con tres grapas de salida de diferentes tamaños, según el grosor de picado que se quisiese, y otra grapa más, terminada en embudo, que después serviría para llenar los 25 metros, aproximadamente, de la tripa fina del cerdo.
Una vez picada la carne, se le añadía pimentón dulce, y picante al gusto, pimienta negra molida, orégano con ajos machacados, un poco de vino blanco y sal; con esto teníamos el chorizo rojo. Para el chorizo blanco, la mezcla de carne se aliñaba con nuez moscada, pimienta negra molida, ajo y sal.

“Aunque cada uno tenía sus medidas, a mí me gustaba poner 20 gramos de sal y 32 de pimentón dulce por cada kilo de carne”

Estas mezclas se dejaban reposar durante dos o tres días y entonces se procedía embutirlas en el intestino delgado del cerdo, formando las longanizas, que una vez atadas, se colgaban junto a las morcillas para su secado.

Con la cabeza del cerdo se hacían los chicharrones. Se quitaban las orejas que, junto con los manos del cerdo, se empleaban para las judías; se partía por la mitad y, una vez que se quitaban los sesos, se cocía con ajos, sal y laurel. Se deshuesaba y se hacía trozos pequeños, se añadía pimienta negra, canela y se terminaba de sazonar; se rehogaba con aceite y ajo y se vertía en unos moldes que eran latas redondas de escabeche con agujeros, se colocaba peso encima para que desprendiese toda la grasa y a los pocos días ya se podía utilizar, generalmente para los almuerzos o las meriendas en el campo. “Había costumbre de ofrecer las manos del cerdo para la almoneda de San Antón, como agradecimiento por haber salido bien la cría y matanza del cerdo”.

El tocino se cortaba en grandes trozos cuadrados, se cubría con sal gorda durante 21 días y una vez limpiado se colocaba en unos cajones de madera para almacenarlo en un lugar fresco y seco de la casa. Un procedimiento similar se hacía con los huesos del espinazo que después se utilizaban para el cocido y las lentejas.

Las costillas se ponían en adobo en una orza de barro con el mismo aderezo que el chorizo rojo, añadiendo agua, vinagre, laurel y ajos. Después de 10 a 15 días se sacaban, se espolvoreaban con pimentón y se ponían a orear con el resto de los productos de la matanza.

Por último, la otra paletilla y los dos jamones se salaban. Se untaban con limón y sal, y así se mantenían durante 21 días. Se les quitaba la sal lavándoles con vinagre. Se hacía una masilla con pimentón y aceite de oliva que se untaba con la mano, cuidando que llegase a todos los rincones, y se les colgaba en el lugar fresco y seco que en todas las casas se había habilitado, cuidando que no entrase la moscarda que podía estropear tan preciado manjar. El proceso de curación duraba hasta la siega en que se empezaba la paletilla. Las Fiestas de San Roque, cuando llegaban los invitados de fuera, era un buen momento para empezar uno de los jamones.

“¿Las puches? Yo tengo mi receta. Hay muchas formas de hacerlas, pero, a mí, ésta es la que más me gusta”.

Nos despedimos de Santiago que nos ha recibido, con su esposa, en su casa de la calle Carpinteros.

Era una tarde calurosa del mes de Agosto y se agradece el frescor del portal, donde hemos escuchado sus vivencias, mientras, totalmente ajeno a nuestra charla, su gato dormitaba en uno de los sillones que había adoptado como propio, sin permitir que nadie osase usurpar su territorio.

Gracias, Santiago.

Y ahora, para ilustrar lo que suponía esta costumbre en Chinchón, voy a trascribir un fragmento de un pequeño cuento titulado “La confusa memoria de un niño raro”:

“La matanza del cerdo es la fiesta más importante en nuestra casa, en la que, como ya les he contado, viven también los primos de mi padre. Cuando llega el invierno, alrededor de la festividad de San Martín, se ponen de acuerdo para hacer la matanza del marrano. Ese día, muy temprano se empieza a preparar todo lo necesario. Llega el matachín y los hombres abren la corte para sacar al cerdo. En el patio se ha colocado un banco tocinero y entre cuatro o cinco hombres se inmoviliza al cerdo cogiéndole por las patas y las orejas, mientras el pobre animal inicia sus gruñidos lastimeros, y se le tiende en el banco de costado. El matarife está preparado con un gran cuchillo que le clava en la papada iniciándose la más cruel escena que yo he presenciado hasta ahora, en la que se mezclan los alaridos y las convulsiones del animal con los gritos de los hombres que tienen que hacer acopio de todas sus fuerzas para evitar que el pobre guarro se zafe de su presa, hasta que se desangra totalmente en un cubo de zinc que se ha colocado junto al banco.

Hace ya muchos años me despertaron los gruñidos y pude observar todo lo que les he contado desde la ventana de mi habitación. Me quedé entre sobrecogido, asustado, inmóvil y aterrado. Mi madre me tuvo que consolar y explicarme que eso era normal, pero yo, desde entonces, todos los años me levanto ese día más temprano y me marcho a la plaza hasta que ha terminado todo. Se me ha olvidado decir que el día de la matanza se hace fiestas y los niños no vamos al colegio.

Después, en el centro del patio se hace una gran hoguera con gavillas de esparto sobre la que se tiende al cerdo para quemar sus gruesos pelos y ayudándose con unos tejones se va rascando toda su piel hasta dejarla totalmente limpia de pelo y suciedad. Después, se le cuelga cabeza abajo en una viga del portal, introduciendo una soga por los huesos del culo y se procede a abrirlo en canal para sacar todos los intestinos.
En ese momento se inicia la participación de las mujeres con la poco agradable tarea de limpiar las entrañas del animal, ya que todo se va a aprovechar para hacer las distintas conservas. El matarife ha preparado varias muestras - un trozo de lengua y otro de las costillas - que se llevan a las dependencias del Ayuntamiento para que sean analizadas por los servicios sanitarios municipales y hasta que no llegan los "consumeros" para pesarlo y poner un sello redondo con tinta azul en diversas partes del cerdo como muestra visible de que la carne del animal es apta para el consumo humano, el cerdo permanece colgado abierto en canal. A los niños nos asusta acercarnos a él, aunque ninguno nos atrevamos a decirlo.


Dicen que del cerdo se aprovecha todo, y debe ser verdad. Lo primero que se utiliza es la vejiga que una vez limpiada se nos da a los niños que la hinchamos, introduciendo una pequeña caña, como si fuese un globo y la usamos como improvisado balón de fútbol, aunque no resiste mucho tiempo a una utilización tan agresiva. Cuando, a eso del mediodía, se recibe el visto bueno municipal, se procede a descuartizar el animal y a la preparación de la comida que es el acto social más importante del día, porque nos reunimos a comer todos los vecinos que de una u otra forma hemos participado en el rito de la matanza.

El plato principal son las puches. En algunos sitios lo llaman gachas. Se hacen con harina de almortas y el hígado del cerdo cocido y después rayado. Se cocinan en una gran sartén que después se pone en el centro del círculo formado por todos los comensales que de pié se van acercando a mojar los trozos de pan pinchados en el tenedor o en la navaja. También se fríen los torreznos que son trozos de la falda del cerdo y la sangre que ha sobrado de hacer las morcillas y que se ha dejado coagular. El postre suele ser los últimos melones que aún quedaban colgados en las cámaras. Los mayores se van pasando el porrón de vino tinto que es el complemento ideal para una comida tan fuerte. Los niños sólo agua, claro está”.
Y vamos a terminar, como no podía ser de otra forma con la

Según Santiago Ávila.

Ingredientes:
Harina de almortas.
Pimentón dulce.
Aceite.
Alcaravea.
Canela.
Ajo machacado.
Orégano.
Sal.
Hígado de cerdo cocido y rallado.
Torreznos.

Medidas:
Una cucharada sopera de harina de almortas y un vaso de caña de agua por comensal.

Elaboración
“En un caldero se fríen con un poco de aceite unos trozos de tocino, asadura y bofe del cerdo. Una vez fritos, se saca la carne dejando el aceite. Se echa la harina de almortas y se va tostando, cuando ya está casi tostada se echa el pimentón, teniendo mucho cuidado de que no se queme. Inmediatamente se echa el agua y se añaden las especias y el hígado de cerdo previamente cocido y rallado, moviendo constantemente para que no se peguen y vayan cogiendo consistencia. Cuando se están terminando de cocer se añaden los torreznos que hemos frito antes - hay quienes prefieren no mezclarlos con las puches y comerlos aparte - Cuando las puches empiezan a hacer “chop”, “chop” y la grasilla empieza a subir a la superficie, es el momento de apartarlas, reunirse a su alrededor todos los comensales y hacerles los honores.”

Si nunca lo habéis probado, ánimo que os van a gustar.




El Eremita.
Relator independiente.

sábado, 26 de agosto de 2017

viernes, 25 de agosto de 2017

XXXII MUESTRA DEL LIBRO INFANTIL Y JUVENIL EN LA BIBLIOTECA DE CHINCHÓN.



Entre los días 22 de agosto y 4 de septiembre la Biblioteca Municipal de Chinchón acoge la XXXII Muestra del Libro Infantil y Juvenil. Esta exposición bibliográfica que cada año organiza la Comunidad de Madrid y que recorre las bibliotecas municipales de la región, contiene los libros más destacados del ámbito literario infantil y juvenil del pasado año. Es un momento para conocer libros sorprendentes, interesantes y de gran valor tanto educativo como artístico, que no siempre pueden adquirirse en todas las bibliotecas. Podrá visitarse en la Sala Infantil y juvenil de la Biblioteca de Chinchón en su horario habitual.

Además, como promoción de la propia Muestra, tendrá lugar un cuentacuentos infantil el viernes 1 de septiembre a las 19:00 a cargo de la conocida escritora y contadora Margarita del Mazo.


jueves, 24 de agosto de 2017

SEMBLANZAS DE CHINCHÓN XXIX. TERTULIAS DE INVIERNO EN CHINCHÓN.

29.- “Las tertulias de invierno en Chinchón” de Antonio Valladares Sotomayor. (Cultura)

Me sorprendió encontrarme, en la Enciclopedia Universal Interactiva de la Editorial Collier, con la existencia de esta publicación. Allí, en el epígrafe Valladares Sotomayor, Antonio, decía: Escritor español, gran ilustrado, cuya obra principal es la edición del Semanario Erudito (1787-1791) que Floridablanca mandó suspender, continuando en 1816 con el Nuevo Semanario Erudito. Es notable también su Almacén de frutos literarios (1804). Es autor de obras de teatro, de la novela La Leandra (1797-1807), de obras históricas: Vida interior de Felipe II (1788); Fragmentos históricos de la vida de José Patiño (1796), y de las Tertulias de Invierno en Chinchón (1815), interesante documento de la época.
A la sorpresa le siguió la curiosidad. Entré en internet, y posiblemente por mi poca pericia en el medio, mi búsqueda fue infructuosa. El siguiente paso fue dirigirme a la Biblioteca Nacional, donde me informaron que el libro no estaba en sus fondos, pero me facilitaron datos concretos de su existencia en la Biblioteca de Historia del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Posteriormente, encontré en internet la existencia de otros ejemplares en la Biblioteca del Mosteiro de Poio en Galicia.
Como en la Enciclopedia se decía que las “Tertulias” era un interesante documento de la época, pensé que allí podría encontrar datos interesantes de la vida política, social y cultural de Chinchón referidos al primer tercio del siglo XIX, me dirigí al C.S.I.C. donde la directora de la biblioteca me dio toda clase de facilidades y se ofreció personalmente a localizar los libros, que aunque están catalogados, estaban pendientes de colocación definitiva en los fondos de la biblioteca.
“Tertulias de Invierno en Chinchón” es una obra que consta de cuatro tomos. Su tamaño es de 16 centímetros de alto por 10 de ancho y cada uno tiene unas 220 páginas. Los dos primeros están editados en el año 1815, el primero, por la imprenta de D. Francisco de la Parte, y el segundo, por la imprenta de la Viuda de Vallín.
En los tomos 3.º y 4.º el título es Tertulias de Chinchón, están editados en el año 1820 e impresos en la imprenta de la Viuda de Aznar y se pusieron a la venta en las Librerías Vizcaíno, en la calle Concepción Gerónima y en la plazuela de Santo Domingo.
Los cuatro tomos están algo deteriorados, con tapas de cartón de color azul claro y lomos también de cartón marrón con el nombre del autor y el tomo en números romanos, con una especie de pegatina de cuero en que está grabado el título.
Estos ejemplares pertenecieron al académico gallego D. Armando Cotarelo Valledor, que nació en Vegadeo-Asturias en el año 1879 y murió en Madrid en el año 1950.
En el tomo primero aparece un sello del librero-anticuario Luis Bardón.
El autor, Antonio Valladares de Sotomayor, dedica esta obra a D. Cayetano Miguel Manchón, al que agradece sus desvelos y sus enseñanzas, en recuerdo del miedo que pasaron juntos en Madrid los días 2 y 3 de mayo de 1808.
En la presentación de la obra nos cuenta que doña Elvira Samaniego, que por entonces contaba con 50 años, mujer que aún conservaba parte de la belleza de cuando tenía 20, enviudó de Don Segismundo -no indica apellido-que había profesado con éxito la jurisprudencia.
Decía don Segismundo que el letrado que perdiese un juicio debería quedar obligado a satisfacer al cliente los daños y perjuicios que le causasen, pues de este modo ni habría tantos litigios, ni tan malos abogados; y es que él jamás admitió la defensa de ningún litigio si no le canonizaba por justo la razón, por lo mismo, habiendo defendido tantos, no perdió ninguno.
Al morir su esposo le quedaron tres hijas, en edad de merecer, Nicasia, Dorotea y Polonia, y las cuatro mujeres guardaron luto en la Corte durante un año, llorando a tan ilustre marido y progenitor.
Nos cuenta el autor que la educación que don Segismundo dio a sus hijas fue correspondiente a la delicadeza de su conciencia, hizo que aprendieran a leer y a escribir, aquello con sentido y esto con buena ortografía, porque sin estas cualidades, es lo primero gruñir y lo segundo, pintar. Aprendieron gramática, historia sagrada y de la patria, mitología y los idiomas francés e italiano. Estudiaron música, tocando varios instrumentos y cantando con primor.
Pasado este año, la madre pensó que era ya hora de ofrecer a sus hijas una vida menos recluida y les propuso trasladarse a una casa que tenían en Chinchón, donde con su marido habían pasado tantos veranos. Las hijas aceptaron muy complacidas y las cuatro se trasladaron a esa casa, tan querida para doña Elvira, de la que su difunto esposo había sido el único arquitecto y director de la fábrica y que tenía una bella disposición y repartimiento de sus habitaciones y una preciosa distribución del terreno de un dilatado y frondoso jardín que tenía.
Cuando llegan al pueblo, a finales del otoño del año 1813, reciben numerosas visitas de sus familiares y amigos de la Corte, pero, sobre todo, son calurosamente acogidas por los vecinos, antiguos conocidos de sus estancias veraniegas.
Cuando ya están instaladas, a primeros del año 1814, reciben la visita del Señor Cura Párroco Selbor con su sobrino Baltasar, acompañados de D. Paulino que era joven, rico y filósofo, otro joven llama-do Agustín y por don Gabriel Yer y doña Juliana Mezgo, que también era viuda.
El señor cura les propone celebrar, para hacer más llevaderas las largas noches de aquel invierno, unas tertulias para lo que encarga a cada uno de ellos preparen temas de interés, puesto que los acontecimientos del pueblo eran de escasa importancia.
La obra narra las intervenciones de todos los contertulios durante doce jornadas, desde el lunes 3 de enero al sábado 14 de enero de 1814, que se celebraron en la casa de doña Elvira, puntualmente a las 8 de la noche, con excepción de la del domingo 8 de enero que se celebra una pequeña fiesta en la casa del párroco. Todas las tertulias suelen terminar con breves conciertos que ofrecen las tres hermanas, con Nicasia, la mayor, al pianoforte.
A través de estas tertulias se van formando las parejas de Nicasia con Agustín, Dorotea con Paulino y la pequeña Polonia con Baltasar, el sobrino del cura.
El planteamiento de la obra no es más que una excusa para que el autor escriba sobre diversidad de temas en los que pone de manifiesto su erudición y su amplia cultura, así como su sentido del humor. Cuentan historias como “La virtud premiada” una romántica narración de la que es protagonista el Conde Fabricio de Ferrara.
Habla de los siete sabios de Grecia, de Mitología, de Historia de las Herejías, -que él llama secta- desde la “Simonía” de Simón el Mago, hasta Lutero y Calvino pasando por Mahoma, al que llama monstruo del siglo VII.
Hace un tratado de las distintas formas de gobierno, intercala fábulas en las que los animales son los protagonistas, cuentan anécdotas, pensamientos de personajes famosos, intercalando versos satíricos, como el de aquel personaje que estaba sojuzgado por su esposa, y al morir ésta, escribe:

Murió mi esposa este invierno y mi gozo fue notorio
porque ella fue al purgatorio y yo salí del infierno.
O lo que escribe un hombre pobre, enfermo de gota:
Aunque pobre y en pelota mal de ricos me importuna
porque al mar de mi fortuna no le falta una gota.

Llega, incluso, a dedicar un amplio tratado a la “Importancia del uso de los anillos” a través de la historia, para terminar con dos pequeñas obras de teatro, en las que se indica expresamente que su autor es Antonio Valladares de Sotomayor; la primera en verso titula-da “Los Criados embusteros”, y la segunda que la presenta así:
“Comedia sin fama en prosa e intitulada “La Maleta” en tres actos. Su autor: Antonio Valladares de Sotomayor.”
Es, pues, una obra que en la actualidad no tiene más interés que conocer someramente cuál era la forma de pensar a primeros del siglo XIX, pero su estilo está desfasado y los temas obsoletos. El que el autor sitúe la acción en Chinchón es una incógnita por ahora. En un principio consideré que era imposible intentar ubicar históricamente en Chinchón a los personajes del libro, ya que el autor da muy pocos datos. Después pensé que era posible que, incluso, caso de ser reales, llegase a cambiar los nombres para que nadie los pudiese reconocer, y como no existe acción y no se hace referencia a ningún hecho concreto del pueblo, sería aventurado atreverse a identificarles. No obstante, siguiendo con esta hipótesis, empecé a hacer cambios con las letras de los nombres y me encontré que Selbor leído al revés es Robles y que el párroco de Chinchón en aquellos años era don José Robles, como se recoge en la página 73 de la historia de Chinchón de Narciso del Nero, con motivo de la jura de la Constitución de las Cortes de Cádiz el día 29 de septiembre de 1812 que tuvo lugar en el convento de los Agustinos de Chinchón, en la que hizo una sentida homilía el referido cura párroco.

Este descubrimiento me animó y pude comprobar que por aquellos años era notario en Chinchón don Gabriel González Rey, que aparece en el libro como Gabriel Yer -Rey al revés- omitiendo también el primer apellido para hacerlo más irreconocible. El dato está tomado del testamento efectuado por Camilo de Goya con fecha 6 de diciembre de 1825 ante este notario. Asimismo existe en el archivo parroquial un testimonio notarial de los hechos acaecidos en el año 1808 en Chinchón, firmados por este mismo notario, por lo que podemos deducir que ejerció este cargo en Chinchón, por lo menos, desde 1808 a 1825.
De los otros personajes, doña Juliana Mezgo, que bien podría ser doña Juliana Gómez, de Agustín, Baltasar y Paulino, así como de la señora de don Segismundo, doña Elvira Samaniego, y sus tres hijas, Nicasia, Dorotea y Polonia no he podido deducir su existencia por los datos históricos de que dispongo, pero por los antecedentes, podríamos colegir que eran personas reales que existieron en Chinchón y que el autor, Antonio Valladares Sotomayor, debió haber estado viviendo en Chinchón, aunque sólo fuese temporalmente.
Después he podido comprobar en el censo de población que existe en el Archivo Histórico de Chinchón, correspondiente al año 1814 que el cura párroco, D. José Robles vivía en el número 14 de la calle del Convento, que el notario D. Gabriel González Rey, vivía en el número 9 de la calle Grande y que en la calle del Paje vivía un tal Paulino Montes, que era liquidador y que bien podía ser otro de los personajes del libro.
Lo que sí pueden indicarnos estos libros es que por aquellos años en Chinchón debería de existir un cierto nivel cultural en algunos círculos de personas que vivían total o parcialmente en el pueblo.
El autor dice en el tercer tomo, que se publica cinco años después que los dos primeros, que este retraso se ha debido a problemas personales, sin especificar ninguno, y que su publicación se ha debido a la gran aceptación que tuvieron en la Corte la transcripción de las tertulias. Es muy posible que sólo sea una argucia literaria y que las tertulias, realmente, nunca se llegasen a celebrar. No obstante, la tradición de las veladas musicales en Chinchón, que enlazaron con las representaciones teatrales por grupos de aficionados, ha llegado hasta nuestros días, así como las tertulias literarias y poéticas que llegaron a plasmarse, incluso, en publicaciones que han ido apareciendo en diversas épocas con distintos nombres y que también han llegado hasta hoy.
Posiblemente, este libro no sea más que una anécdota en la importantísima vida que se desarrolló en Chinchón durante el siglo XIX.
Casi doscientos años después, se reproduce en Chinchón una situación cultural interesante, dado que diversos personajes de las letras, de las artes y del espectáculo han ido fijando aquí su residencia, además de movimientos culturales autóctonos que van desde agrupaciones teatrales de aficionados hasta asociaciones con fines netamente culturales, cuya labor por la cultura en Chinchón es digna de encomio.
Podría ser la ocasión de hacer revivir, ahora de verdad, una tradición tan interesante como la de tertulias literarias, artísticas, políticas y musicales, puesto que hay en nuestro pueblo personas con sobradas dotes para dar realce a las tertulias que sobre cualquiera de estos temas se podrían organizar.




El Eremita.
Relator independiente.

miércoles, 23 de agosto de 2017

AMADEO ALVES UN ARTISTA BOHEMIO DE PASO POR CHINCHÓN.



Amadeo Alves (su verdadero apellido es Álvarez) nació en la sierra madrileña, pero vive errante de Ibiza a Canarias, recorriendo toda España y muchos países de Europa. Con 14 años se marchó de su casa porque su padre no aceptaba que quisiera dedicarse a la pintura, y a los 16 ya hacía retratos en Torremolinos, incluso se considera uno de los primeros pintores que trabajaron en la Plaza Mayor de Madrid en el año 1973.
Amadeo se considera un bohemio, no busca grandezas, únicamente trabaja para cubrir sus gastos y presume de haber conseguido el sueño del compositor brasileño Roberto Carlos y "tener un millón de amigos" por todo el mundo. Nos dice haber retratado a muchos personajes famosos y a personalidades como Adolfo Suárez. 
Con sus obras ha ganado hasta 7 premios, entre ellos uno concedido por el Círculo de Bellas Artes y otro de La Bienal de las Bellas Artes del Retiro de Madrid
Además de en galerías de arte, Amadeo ha ejercido durante cuatro años como misionero y otros tantos en televisión, en programadas de parapsicología, tema del que también es experto.
Actualmente, Amadeo se dedica a recorrer España con su arte. 
-"He estado por toda España, soy un nómada, un ciudadano del mundo"
La gente que encarga sus trabajos es muy variada, pero el 80 por ciento son los propios habitantes de la ciudad en la que se encuentra, "los turistas apenas se hacen retratos", me dice. 

«Los retratos que hago son bastante económicos, 35 euros, y todo el mundo puede hacerse uno, pero mucha gente me trae fotos para que pinte a sus padres, a familiares que ya no están o imágenes que les traen buenos recuerdos para regalarlas», afirma.

« Yo he conocido a mucha gente, y ahora sólo me interesa la parte humanitaria de las personas, no me gustan los ambiciosos ni los que sólo buscan enriquecerse, porque he trabajado con grandes artistas que por tener todo lo que querían han acabado solos o metidos en las drogas», confiesa.



Amadeo no piensa en retirarse, quiere seguir pintando mientras pueda, pero dice «ya tengo una edad y estoy buscando un sitio donde quedarme permanentemente, un sitio donde mi arte pueda dar de sí. No puedo vivir sin pintar, si algún día me pasara algo en las manos lo haría con la boca».

Ahora ha llegado a Chinchón. Recuerda que siendo muy pequeño le trajo aquí su padre, y ahora, pasados tantos años, descubre perfectamente la imagen que entonces recibió, y que es la misma que ahora se puede contemplar, y es que Chinchón parece permanecer anclado en el tiempo. Desde finales del mes pasado ha alquilado un local, donde vivir y donde pintar y nos le podemos encontrar por la plaza o en cualquier rincón donde ha posado su caballete y su lienzo para inmortalizar el paisaje. Está preparando una exposición en El Escorial.
Posiblemente sea uno más de los pintores que llegaron a nuestro pueblo, siguiendo la tradición de Gutiérrez-Solana,  Balaguero, Muñoz-Vera, Quike Meana, Alejandro Decinti, y tantos otros que han convivido con nosotros.
Bienvenido, Amadeo, a nuestro pueblo, que siempre ha sabido acoger a los artistas que ha llegado hasta aquí.

martes, 22 de agosto de 2017

SEMBLANZAS DE CHINCHÓN XXVIII. EL CONVENTO DE LOS AGUSTINOS.


28.- De convento de agustinos a parador de turismo.  (Monumentos)

Eran las 3 de la tarde del día 20 de septiembre del año 1626, Fray Manuel Sánchez, Prior del Monasterio de Frailes Agustinos Calzados de Nuestra Señora del Paraíso, había decidido con toda la comunidad abandonar el antiguo convento que fundaran los primeros Señores de Chinchón, extramuros y bajo la protección del Castillo, para trasladarse a una casa propiedad de García Díaz de Lianagato, en la calle de los Huertos, cerca de la Puerta de la Villa.         
Habían trasladado el Santísimo Sacramento y lo habían colocado en la habitación principal de la casa, dentro de una arquita, y toda la congregación comenzó a cantar el servicio de vísperas.
El corregidor Ximenez de Orozco, se presentó en la casa con una Real Provisión del Rey Felipe IV, quien, a petición del conde don Luis Jerónimo, prohibía la fundación de un nuevo convento.
El Prior se negó a acatar las órdenes alegando que tenía bulas de los Sumos Pontífices y licencia del Cardenal.     
Después de un poco tiempo de litigio, el Concejo, en ese mismo año, entregó a los frailes cien ducados para la construcción de este edificio.    

Posiblemente era un presagio del futuro que le esperaba al edificio, pero, ya en la antigüedad sirvió también de hospedaje a personas importantes. El Archiduque Carlos cuando estaba inmerso en la guerra de sucesión pernoctó en el convento, y años después, en el mes de noviembre de 1738, fue residencia del Cardenal don Gaspar de Molina y Oviedo, cuando llegó a Chinchón para tomar posesión del condado en nombre del Infante don Phelipe de Borbón.        
   Después, cuando la desamortización de Mendizábal en el año 1837, el convento pasa a propiedad del Estado y las autoridades de Chinchón solicitan al Regente que se lo ceda para instalar en él la cárcel y el juzgado del partido.           
En el año 1964, Chinchón deja de ser cabeza del Partido Judicial, y el Juzgado de Instrucción y la cárcel se trasladan a Aranjuez.  Diez años después, en el mes de julio del año 1974, se suprime también el juzgado comarcal.  
Eran los años en que era ministro de Información y Turismo don Manuel Fraga Iribarne. El sol de España se estaba convirtiendo en el valor más firme para la entrada de divisas, y se plantea la posibilidad de hacer un Parador de Turismo en Chinchón. Nuestras autoridades piensan que este puede ser el mejor destino para el edificio del antiguo convento de los Agustinos.
En la sesión del pleno de 23 de julio de 1969 se informa de la visita de personal del Ministerio de Información y Turismo para estudiar la posibilidad de instalar el Parador en el edificio del Juzgado Comarcal, Cárcel y terrenos anejos, propiedad del Ayuntamiento, ofreciendo comunicar al Ministerio e informar de los trámites legales para formalizar la cesión gratuita.
Pero además del edificio del convento, también se ceden otras dependencias propiedad del Ayuntamiento. El valor que tenían asignados estos edificios del Ayuntamiento en la cuenta de administración del patrimonio en el año de 1969 eras de 211.273 pesetas, y los edificios cedidos gratuitamente por el Ayuntamiento de Chinchón, tenían una superficie total de 6.809,61 m2.
 Las obras del Parador son dirigidas por el Arquitecto D. Juan Palazuelo Peña, y se hace una restauración concienzuda del edificio. Los trabajos son lentos y se llegan a fabricar expresamente ladrillos de barro de las mismas características de los existentes para sustituir, uno a uno, los que estaban deteriorados.
En su interior encontramos varias pinturas originales de la época en que fue convento, en el techo de la escalera principal, que fueron restauradas por Luis Martínez, cuando se rehabilitó para el Parador. A la salida del huerto y jardines hay dos mosaicos en los que se representan a San Roque y La Virgen del Rosario. Su autor, Manolo Gómez-Zía, pintor y ceramista segoviano que durante varios años tuvo su taller en Chinchón.  De este mismo autor había unas pinturas en unas hornacinas del claustro, junto al comedor, que representaban a unos frailes agustinos desempeñando varias profesiones, y cuyos modelos fueron personas de Chinchón que había participado en las obras del Parador.
El  26 de junio de 1982 se inaugura oficialmente el Parador de Turismo de Chinchón.
Aneja al edificio de Parador está la Iglesia del Rosario que ha sido siempre un complemento en el culto religioso de la parroquia de Chinchón, y en muchas ocasiones, cuando la iglesia estaba en restauración, todo el culto se trasladaba a esta iglesia. Así, en esta iglesia, el 29 de septiembre de 1812, se celebraron los solemnes actos con motivo de la proclamación de la Constitución española de 1812, aprobada por las Cortes de Cádiz, ya que en esas fechas la Iglesia parroquial estaba en periodo de reconstrucción después de la ruina ocasionada por los franceses en el año 1808.     
Las fiestas de la Virgen de Rosario han tenido siempre una gran importancia, similares a las de los Patronos San Roque y la Virgen de Gracia. Actualmente estas fiestas se celebran el tercer domingo del mes de septiembre, según se dice, para que las mismas no coincidiesen con los trabajos de las vendimias que a partir de mediados del siglo XIX debían ocupar a la mayor parte de la población  
Sabemos que en el año 1880, cuando Frascuelo torea un festival en las Fiestas del Rosario, estas ya se celebran en el mes de septiembre.        
Todos los actos celebrados ese año, los conocemos gracias a un cartel de "Fiestas y Toros" que en el año 2004  fue adquirido con la colaboración de todas las Asociaciones culturales de Chinchón y donado al Ayuntamiento para su conservación.




El Eremita. 
Relator independiente.

lunes, 21 de agosto de 2017

HACE 40 AÑOS SE MARCHÓ GROUCHO MARX, PERO SIGUE AQUÍ.



Su levita, sus enormes gafas redondas, las cejas gruesas, su gran bigote y el habitual habano, le convirtieron en todo un símbolo de la comedia del siglo XX. Pero dejó mucho más cuando el 19 de agosto de 1977, a los 86 años, falleció en Los Ángeles.
Nacido en la ciudad de Nueva York, Julius Henry Marx, que era su verdadero nombre, creció junto a su familia de emigrantes judíos provenientes de Alemania, y fue el cuarto de seis hermanos. Su madre les inculcó desde pequeños el amor por la música: su hermano Harpo tocaba el arpa, Chico era un buen pianista y a él lo que mejor se le dio fue cantar.
Como el canto no se le daba mal, el primer escenario que pisó en su adolescencia lo hizo como intérprete vocal y, con 16 años, ya trabajaba con sus tres hermanos en obras musicales, hasta que en 1925 la oportunidad llegó al poder estrenarse en Broadway con la obra “Cocoanuts”.
Los cuatro hermanos participaron en un total de seis películas, a las que habría que añadir otros diez títulos más en los que filmaron los artistas de la familia Marx, pero esta vez sin la participación de Zeppo. Pero a Groucho, lo que de verdad le gustaba y a lo que siempre quiso dedicarse, fue escribir. Por su cabeza bullían las ideas que se plasmaron en numerosas frases y sentencias que hicieron engrandecer al máximo la fama y la admiración por este genial artista.
Lo consiguió y fue autor de varios libros, entre los que sobresalen: “Groucho y yo” (1960) y “Las cartas de Groucho” (1967). De entre sus frases, algunas verdaderamente inmortales, entresacamos un lote de las más jugosas y, por supuesto, con la gracia e ironía que siempre caracterizaron a este creador.

1.- “Aunque es de dominio público, creo que puedo anunciar que nací a muy temprana edad. Antes de tener tiempo para lamentarlo, había alcanzado los cuatro años y medio”.
2.- “No soy perezoso. Lo que ocurre es que no me gusta trabajar”.
3.- "Partiendo de la nada, logró alcanzar la absoluta miseria".  
4.- “Disculpen si les llamo caballeros, pero es que no les conozco muy bien”.
5.- “Nunca olvido una cara, pero con la suya voy a hacer una excepción”.
6.- “No reírse de nada es de tontos: reírse de todo es de estúpidos”.
7.- “Es usted la mujer más bella que he visto en mi vida, lo cual no dice mucho en su favor”.
8.- “El matrimonio es la principal causa de divorcio”. Lo sabía de primera mano, porque  Groucho se casó en tres ocasiones –con Ruth Johnstone, Kay Marvis Gorcey y Eden Hartford– y tuvo tres hijos, Arthur, Miriam y Melinda.  
9.- “Todo el mundo puede envejecer. Lo único que tienes que hacer es vivir lo suficiente”.  
10.- “Estos son mis principios, pero si no le gustan, tengo otros.;
11.-  “Hijo mío, la felicidad está hecha de pequeñas cosas: Un pequeño yate, una pequeña mansión, una pequeña fortuna…”.
12.- “A quien va usted a creer, ¿A mí, o a sus propios ojos?”.
13.- “Solo hay una forma de saber si un hombre es honesto. Preguntárselo. Y si responde sí, sabes que está corrupto”. 
14.- “La televisión es muy educativa. Siempre que alguien la enciende, voy a otra habitación y leo un buen libro”.
15.- “Pienso vivir para siempre o morir en el intento”. En su caso, esta última frase tiene un sentido completo porque, pase el tiempo que pase, Groucho Marx es un auténtico personaje inmortal.
Es mi pequeño homenaje desde El Eremita.

domingo, 20 de agosto de 2017

SEMBLANZAS DE CHINCHÓN XXVII. EL CASTILLO DE CHINCHÓN.


Recreación del castillo según un dibujo de Iñigo Álvarez de Toledo.

27.- El Castillo de Chinchón (Monumentos)

Otro de los monumentos más representativos de Chinchón es el Castillo de los Condes. Este monumento que espera pacientemente que se le busque un destino acorde con su prestancia, ha tenido infinidad de utilidades, muchas de ellas no demasiado dignas de su categoría. 
Fue fábrica de anisados, restaurante, vestuario deportivo cuando su plaza de armas se convirtió en campo de futbol, lugar de expolio de donde se sacaban materiales de construcción y pasto de las llamas en varias ocasiones. Su trazado actual, que nos recuerda a fortificaciones fronterizas, se levantó como fortaleza residencia del III Conde de Chinchón, sobre las ruinas del antiguo Castillo que levantaron los Señores de Moya con autorización de los Reyes Católicos al crearse el Señorío de Chinchón y que fue destruido por los Comuneros.
El Castillo de Chinchón ha sido testigo, desde su atalaya, de las distintas invasiones que ha sufrido Chinchón, y él mismo ha sufrido las consecuencias de la codicia de los invasores.
Cuando en el año 1480 los Reyes Católicos autorizan a los Señores de Chinchón a construir un castillo en Odón y otro en Chinchón, estaban haciendo una excepción a la norma que ellos mismos dictaron, según la cual ordenaban a los nobles desmochar sus castillos.

Pero es posible que el castillo de Chinchón pudiese existir anteriormente. En un documento fechado en la Ciudad de Burgos, a 7 de junio de 1475, firmado por el escribano Fernán Dálvarez, en nombre de los Reyes Católicos, se reconocen los servicios prestados a los Monarcas a los hermanos Francisco y Pedro Díaz de Ribadeneira en la defensa de la fortaleza de Chinchón contra sus enemigos en la guerra de sucesión entre los partidarios de Juana la Beltraneja y de su tía Isabel. Según esta información ya existía una fortaleza o castillo en la misma ubicación, que bien pudo ser construido por los Caballeros Quiñoneros, cuando llegaron a Chinchón a principios del siglo XIV, por lo que los Señores de Moya se pudieron limitar a restaurar y, posiblemente, ampliar la edificación ya existente.
No obstante, hay que aclarar que el castillo actual nada tiene que ver con el de aquella época.


Ruinas de parte de la torre del homenaje.


Aquella fortaleza, según cuentan algunos cronistas, debió ser de traza gótica, de tamaño más pequeño que el actual: "un baluarte cuadrilongo con cubos angulares a base de escarpas, a medio kilómetro escaso al mediodía de la población". La primera constancia documental de la construcción de esta fortaleza está en un acta notarial de 26 de marzo de 1500, en la que se indica la presencia del Alcaide del castillo don Gonzalo Sánchez de Cortinas.

Además de la fortaleza propiamente dicha, tenía a su alrededor una muralla almenada, también flanqueada por torreones, que cercaba el castillo por el norte, este y oeste, es decir, toda la parte superior, dejando en su interior el muro y torreones de la plaza de armas.

Pero el castillo de los Señores de Chinchón tuvo una vida no demasiado larga, puesto que sería destruido en el año 1521 por los Comuneros que llegaron desde Segovia, aprovechando que el recién nombrado primer conde de Chinchón luchaba junto a su hermano en el Alcázar de Segovia.
Subterráneos del castillo.

El castillo fue totalmente arrasado y permanecería en ruinas hasta que el biznieto de don Andrés y doña Beatriz, lo volviese a reconstruir, entre los años 1590 y 1598, quien dice en su testamento que llevaba gastados cincuenta mil ducados sin haber salido de los cimientos.

Y este es el castillo, aunque hoy prácticamente en ruinas, que hizo  el III Conde de Chinchón don Diego Fernández de Cabrera y Bobadilla.

Detalle de los subterráneos del castillo.


La tipología del castillo es la propia de las fortalezas de la Edad Media, adaptada al uso de la artillería. Por ello tiene un zócalo ataludado para prevenir la colocación de minas por los zapadores, escasa altura para ofrecer menos blanco a los proyectiles y troneras para las bocas de los cañones. Circunda interiormente todo su perímetro una galería para la instalación de las piezas de artillería, con troneras cada dos metros, que actualmente están cegadas por materiales de derribo, ya que las piedras que las ahormaban fueron saqueadas. La parte exterior de estas troneras estaban rematadas en pequeños ventanales con cerco de sillería, a la altura de la terminación del zócalo en forma de talud.
Aquí podemos admirar sobre la puerta de entrada el Escudo familiar de los Fernández de Cabrera y Bobadilla.
Vista panorámica de Chinchón desde la plaza de armas del castillo.

Sin embargo el castillo sólo permanecería intacto hasta la guerra de Sucesión. En el mes de agosto de 1706 el ejército del Archiduque Carlos, al mando del Marqués de las Minas, llega al término de Chinchón, donde ocasionó grandes daños en el pueblo y en las propiedades de los condes, tanto en el Castillo como en el Palacio, que desde entonces quedó prácticamente destruido.

Un siglo después, en 1808, durante los tres días de asedio a Chinchón, sufrió el expolio y el incendio de la Brigada Polaca, al mando del mariscal Víctor.

Finalmente,  el castillo sufrió un incendio en la parte noroeste a consecuencia del almacenamiento de cáñamo. 
A partir de entonces, parte de sus materiales se aprovecharon en la reparación de caminos, cercas y casas. Su último uso en el pasado siglo, fue como fábrica de licores, sufriendo un nuevo incendio.
El grupo principal de estancias estaba en la zona noroeste, donde tenía hermosas habitaciones. En esta área se encontraba también la cocina por la presencia de una gran chimenea. En esta esquina se emplazaba la que podía ser, a modo de torre del Homenaje, que se dividía en tres cuerpos y remataba en cuatro capiteles de pizarra. El resto tenía dos cuerpos con abundantes y largas habitaciones. 
 Entrada principal del castillo con el Escudos de los condes de Chinchón

El estilo artístico en el que se puede encuadrar el castillo se manifiesta principalmente en la portada, que es manierista, de traza severa y desornamentada, similar a las que se pueden encontrar en los grabados  de los tratados arquitectónicos del siglo XVI. Su estilo es acorde con la cronología de su construcción que se data en tiempos del III Conde de Chinchón.
La construcción está rodeada de un foso artificial, salvado sobre la portada de acceso, situada en el costado meridional, por un puente mixto en un sólo arco de medio punto de sillería y levadizo de madera, que encaja en el marco saliente de la portada, rematada en arco plano. La puerta está rehundida y abre bajo un arco de medio punto. Toda la portada es de sillería almohadillada y queda coronada con el escudo condal. Hacia el sur, hay una gran explanada, construida sobre una sala abovedada de cañón, que servía como cuadra del castillo.
Vista panorámica desde la plaza de armas del Castillo de Chinchón.


Las características de la desaparecida segunda planta son muy difíciles de precisar. Sólo se conservan restos, por encima de la moldura semicircular. Estos restos se reducen a muros exteriores, por lo que no se puede determinar si se corresponden con un nivel superior de habitaciones o no. Es posible que sólo hubiese cámaras sobre las torres, a modo de grandes garitas, unidas por un muro de protección. La superficie de la plataforma es muy amplia y sobre ella se podrían haber emplazado las piezas de artillería de que dispuso el castillo. Tampoco se tiene constancia si esta segunda planta cubría totalmente la inferior, o solamente se elevaba la parte que correspondía a la torre del homenaje.
Aunque realmente se elevase esta planta, las proporciones volumétricas del conjunto conforman un edificio de mayor desarrollo horizontal que vertical. Esta concepción de fortaleza corresponde con las nuevas ideas renacentistas sobre arquitectura militar, en las que se buscaba la menor exposición superficial ante un ataque de artillería, aunque se perdiese panorámica visual y fuese de más fácil acceso en caso de ser asaltado.
Todas estas características técnicas hacen pensar que, teniendo en cuenta la estrecha vinculación del conde de Chinchón con la Corte de Felipe II, interviniesen en esta obra arquitectos asociados a las obras de la Corona, y especialistas en fortificaciones, conocedores de las innovaciones introducidas en las construcciones defensivas.
La puerta de acceso da a una cámara abovedada desde la cual se pasa al patio de armas. Sobre ellas se encuentra el escudo de armas de los Condes, en un aceptable estado de conservación.       
 Rodaje de un capítulo de la serie "´Águila Roja" de TVE.

En la actualidad está a la espera de que se le dé un destino más acorde con su prestancia y su historia, mientras sirve, en algunas ocasiones, de escenario de rodaje en producciones cinematográficas.




El Eremita.
Relator independiente.

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